DOMINGO TRIGÉSIMO SEGUNDO / CICLO “B” / TIEMPO COMÚN.
1.- “Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo”
(1 Reyes XVII, 10-16).
En nuestros días el pudor en el tema de las finanzas es más riguroso que el que se prodiga hacia los sentimientos y nuestro cuerpo. El programa de farándula más recatado resulta un verdadero ventilador del alma si del prójimo se trata, en tanto que, bajo el argumento de cualquier acto de protesta que se emprende en la actualidad, se desprende de la indumentaria más básica. El nudismo de la vida privada no tiene comparación cuando se trata de hablar de los bienes personales.
Un antiguo obispo solía decir que “los curas con las platas son como las vacas con la leche…nunca se sabe cuanta tienen porque la ocultan”. Y esto, quizás puede aplicarse eventualmente a la realidad familiar. Hoy donde suelen trabajar de manera remunerada el padre y la madre, ¿sabe lo que recibe, gasta y tiene cada uno?
Padre Jaime Herrera González |
En el caso de los jóvenes: es cierto que la mayoría de las veces tienen balances en rojo, porque siempre son más sus ingresos que sus egresos. En todos los casos citados, ante el tema económico surgen silencios si se trata de lo que uno recibe y se vocifera de lo que otros reciben.
Recientemente se han publicado dos libros sobre investigación sobre las cuentas de la Santa Sede, llegando a cuestionar el valor que se canceló por una bicicleta. Es verdad que “la esposa del Cesar no sólo debe serlo, sino –también- parecerlo”, y que “las cuentas claras conservan la amistad”, pero, el mismo criterio que aplicamos para exigir la probidad y pulcritud de los informes financieros de los demás debiésemos colocarlo respecto de la accesibilidad de quienes consulten sobre lo que poseemos. “La medida que usemos será usada con nosotros”.
Ahora bien, es indudable que debemos ser ordenados y claros con nuestros bienes, lo que implica dar a conocer cuánto tenemos y de qué tenemos. ¿Qué malo hay en ello? Tratándose de la vida de nuestra Iglesia, como miembros de diversas comunidades, no basta tener balances conocidos sino que estos, además, deben responder a una efectiva vivencia de la buena implementación de una sana economía de comunión.
Lo anterior nos sirve para circunscribir el aporte hecho por la viuda pobre en el santo evangelio de este día como paradigma del verdadero espíritu de pobreza y desprendimiento que siempre ha de ir de la mano con la vida ascética del católico.
El relato proclamado nos habla que era una época cercana a la pascua, por lo que hubo que en Jerusalén una importante “sobrepoblación”, que debe haber acrecentado las arcas del templo de manera considerable. En Jerusalén, los habitantes permanentes eran unos cien mil, el historiador Flavio Josefo refiere unos tres millones de peregrinos. Eso indudablemente repercutía en los aportes recibidos en el templo, los cuales se entregaban “religiosamente” y los servidores del templo esperaban con anhelo.
Aquí está el centro del texto que hemos escuchado. Lo importante está en todo momento no en la cantidad de lo qué se da, sino en por quién se da: Las obras de misericordia tienen como origen y destino uno solo, alabar y agradecer a Dios en el servicio dado al prójimo. Si el pobre es Cristo, entonces, es a Cristo que servimos, puesto que “Todo lo que hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis”, dijo el Señor.
2. “El Señor reina para siempre, tu Dios, Sión, de edad en edad” (Salmo CXVIL 7-10).
En ocasiones las ofrendas y donaciones pueden transformarse en un modo para ocultar el espíritu de orgullo. Jesús ve lo secreto de nuestros corazones y sabe perfectamente de qué estamos hechos. La sinceridad y el desprendimiento de suyo no son sinónimo de humildad, porque las ofrendas y donaciones deben ser vistas, en todo momento, bajo la mirada de Jesucristo, el cual, más que detenerse en las cantidades y los pareceres, mira el interior de los corazones.
La denominada “servicialidad” puede estar viciada si lo que prima es el orgullo. Esto se verifica cuando el que ayuda se destaca más que a quien se ayuda. Las páginas sociales de los diarios y revistas capitalinas suelen colocar como “eventos” las diversas obras de misericordia. Subyace una especie de “marketing” del bien que se hace, con un sinnúmero de “merchandaising” de obras asistenciales que promocionan a quienes están llamados a aplicar todo el evangelio en sus vidas y comunidades, también, por supuesto, aquello que Jesucristo dijo con toda fuerza: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”.
Para muchos esto que decimos no tendría nada de malo. Más, para el creyente no basta con evitar lo malo, es necesario hacer el bien…bien hecho, lo que conlleva la humildad de actuar anónimamente, de procurar pasar desapercibido y en segundo plano cuando se trata de ejecutar las diversas obras de caridad que todo católico debe buscar cumplir permanentemente. ¡No hay un tiempo para la caridad, toda época es adecuada!
Desde que nuestro Señor vino a nosotros sabemos que estamos llamados a la santidad mediante la vivencia de la caridad, a la que Dios mismo nos invita a cumplir según lo dicho en la Biblia, y a lo que su Iglesia nos exhorta a seguir por medio de las obras de misericordia, primero espirituales y luego corporales: “Se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante su sacrificio” (Hebreos IX, 24-28).
Sacerdote de Valparaíso |
3. “Todos han echado de los que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (San Marcos XII, 38-44).
En tiempo de Jesús no existía sistema de pensión alguno. Los ancianos, enfermos y pobres quedaban al cuidado de familiares o la ayuda de las limosnas que podían recibir. Ahora bien, si sumamos que en evangelio habla de una “viuda pobre” entendemos que se trataba de una mujer cuya posición en la sociedad era muy secundaria, por lo que la vejez y viudez eran sinónimo de una vida llena de miserias y carencias. Aun así, acude al templo y da cumplimiento con el mínimo establecido por la ley ritual judía de dos pequeñas monedas, que ante las abultados aportes parecía inexistente a la atención de quienes estaban a su alrededor.
Entre los primeros cristianos los necesitados eran inexistentes según se lee en el libro de san Lucas: “No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o casas, los vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles” (Hechos IV, 34-35; II, 44.45).
Los maestros de la ley hacían grandes plegarias para impresionar a los demás: hoy no faltan los nuevos fariseos que con innovaciones litúrgicas pretenden abrogarse un protagonismo que en la Santa Misa solo le corresponde a Dios y a sus sacerdotes ministerialmente instituidos. En aquellos años –además- eran los encargados de juntar las colectas. Las mujeres estaban en un lugar aparte de los hombres, y se ubicaban en un patio donde había trece cofres en forma de trompeta. Como entonces no existían billetes, sino que todo dinero era tenido en forma de monedas, al insertarlas en aquellos recipientes se producía un gran estruendo cuando eran muchas, y un sonido casi imperceptible cuando eran pocas como era el caso del aporte de la viuda. Como parte de aquellos aportes iban en forma de “diezmo" los levitas del templo estaban presentes para recolectar, contar y administrar dichos bienes.
A nosotros Cristo nos pide una generosidad sin ruido ni publicidad, de ello es testimonio el aporte de la viuda con dos leptas (mite) de bronce, de muy poco valor ya que era todo lo que la viuda podía ofrendar aquel día. Era el sustento diario para vivir. Dar mucho como el resultado de ser una migaja de lo que se tiene, implica simplemente dar lo que sobra, entregar el tiempo que está de más. El viuda pobre lo dio todo, no se reservó incluso lo que habría sido razonablemente necesario hacerlo, y ahí está el mérito que Jesús quiso dejar en evidencia
En consecuencia, la viuda muestra que la medida del amor es amar sin medida. Dios no se cansa en perdonar, no coloca condiciones a quien ama, no espera resultados para dar nuevas oportunidades, es un Dios incondicional que nos habla de un amor verdadero al mostrarnos a su Hijo muerto y Resucitado. ¡Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!
Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro / Chile
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