HOMILÍA MATRIMONIO RIETOURD & PEREYRA / NOVIEMBRE 2015
Padre Jaime Herrera, Viña del Mar |
1. “Los doctos brillarán como el fulgor del
firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas,
por toda la eternidad” (Daniel XII, 1-3).
Cuando emprendemos un viaje, con frecuencia nos preocupamos de los más
mínimos detalles que puede implicar: la distancia, la salud, los recursos, el
medio de movilización, el número de los integrantes. De todos estos factores depende
el lugar hacia donde partiremos.
La celebración del Santo Matrimonio es como un viaje. Se han preparado de manera remota e
inmediata, en verdad, desde el sacramento del bautismo que tempranamente
recibieron, y a lo largo de toda la vida se han ido preparando para llegar a
este día. No es un acto fruto del instinto egoísta, ni del simple deseo
que un día está presente y a la jornada siguiente es ausencia y nostalgia; mucho
menos es un acto fruto del ciego azar, cuya realidad deja gélida cualquier esperanza.
Dios inscribió en el hombre y la mujer una vocación al matrimonio que
implica una dimensión de complementariedad que va más allá de la simple
convivencia,
pues, es un acto que conscientemente se
asume, mediante el cual mutuamente se donan de manera exclusiva y perpetua, en un
estilo de vida donde sólo puede existir futuro si acaso está presente el rostro
de quien es el ser amado.
El camino que Dios les pide recorrer tiene un rostro, tiene una
mirada, tiene una voz. Desde
el instante que se conocieron de algún
modo ya optaron por unirse en santo matrimonio. Hubo algo distinto,
totalmente nuevo, diferente que el alma descubrió, casi diríamos
“instantáneamente” por lo cual hicieron lo humanamente imposible para
conquistar el corazón de quien en unos instantes dirá “si acepto”.
Probablemente, al inicio debieron vencer temores, dudas, y largas
divagaciones, las cuales impedían que el corazón hablase con la claridad que anhelaban,
todo lo cual, con el paso del tiempo, fue haciéndose más expedito, toda vez que el
lenguaje del mutuo amor les iba resultando crecientemente accesible. Es
cierto que el tiempo sana las heridas, pero también permite que al amor
despliegue las raíces firmes en el corazón.
Y, hubo voces de familiares y amistades, que con sano interés
evidenciaban las fortalezas y debilidades. Muchas veces el camino que Dios nos
propone pasa por un tiempo de desierto, donde todo parece tan incierto como
evidente a la vez al interior de nuestra alma. Por esto, la mutua
opción tuvo como protagonista decisiva
la Palabra del Señor reconocida en la oración. Más allá de la riqueza de
vuestras conversaciones a solas, es indudable que Jesucristo no ha guardado
silencio al momento de alentar vuestra determinación de contraer el santo
Matrimonio en este día.
En este caminar juntos que inician, nunca más marcharán solos.
Indudablemente, estará el Señor con ustedes, no como el peregrino que viene por
un instante a “acompañarlos” sino como el huésped que ha venido para quedarse y
ser protagonista en el extenso viaje de una vida en común.
A partir de esta tarde, ya no se tratará de “lo que me pasa”, ni de “lo
que te pasa”, ahora todo será en plural: ¡aquello que nos pasa!, en todo lo cual no es algo estrictamente bilateral
sino tripartito, diríamos según la
nomenclatura diplomática. En
efecto, la presencia de Jesucristo es determinante cuando queremos avanzar en
la vida: lo fue para Simón Pedro que mientras se hundía en medio las aguas
turbulentas de la desconfianza mar adentro clamó ¡Sálvame, Señor!; lo fue para los nostálgicos peregrinos de Emaús,
que tristes caminaban hacia su ciudad natal porque “ya nada ha pasado”.
El encuentro con Jesús es siempre decisivo, más aun si tiene ocasión
con el inicio de una nueva vida como es la que acontece al recibir hoy el
sacramento del matrimonio. Ya
no son dos; ya no reciben separadamente la bendición del Señor; ya no
caminan solos por la vida: entonces, porque el Autor de la Vida camina en vuestras almas, es que son uno solo.
Así lo dice la Escritura: “Por
eso dejará el hombre a su padre y a madre, se unirá a su mujer, y ya no serán
dos sino uno solo”. La misma liturgia, que es la celebración viva de lo
que se cree nos lo muestra cuando los novios han ingresado separadamente al
templo, y al culminar la celebración,
gozosos egresan del templo tomados de la mano para indicar que
realmente, desde el mutuo consentimiento son
una sola alma y un solo cuerpo benditos por Dios.
2. “Me enseñarás el camino de la vida, hartura de
goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre” (Salmo XVI, 5.8-11).
Uno viaja no sólo para conocer nuevos lugares y tener inéditas experiencias.
Uno viaja para “pasarlo bien”, es
decir, “para ser feliz”. Esta primera dimensión del sentido de una vida
matrimonial debe ser rubricada en nuestro tiempo, donde la vorágine exacerbada
del activismo y la productividad muchas veces terminan mutilando la vida
matrimonial, limitándola a un simple “permanecer juntos”, a un “poseer cosas
juntos”, a un “proyectarse juntos”, pero no siempre, a un ser realmente felices juntos. Nunca el
tener puede estar sobre el ser, también esto es aplicable al plano de la mutua felicidad
como esposos.
Hermanos: La felicidad no es un disfraz
que se puede arrendar por un tiempo determinado; ni es una vestimenta que se prueba y tiene ticket de recambio. En el
bautismo ambos se “revistieron de Cristo”
de una vez para siempre, como hijos de Dios asumen este camino mutuo como el
único viable para ser plenamente felices. Ambos apuestan por una vida unida
para siempre, como hermosamente lo hace presente sintéticamente la fórmula del
mutuo consentimiento que ratificarán: “prometo
serte fiel, en lo favorable y adverso, con salud o enfermada, para así amarte y
respetarte todos los días de mi vida”.
3. “Mediante una sola oblación ha llevado a la
perfección para siempre a los santificados” (San Pablo a los Hebreos X, 14).
La Segunda lectura de ese día, nos recuerda el llamado universal a la
santidad. Hacia allá vamos. El camino de
todos los consagrados bautismalmente, es a buscar la perfección según el querer
de Dios: ¡Dios lo quiere!
¡Dios quiere matrimonios santos! ¡Dios quiere esposos jóvenes que sean santos! Se
casan hoy para alcanzar la santidad, porque han descubierto que este es el
camino para llevar más fácil, rápida y perfectamente a la Bienaventuranza
eterna.
Para vencer el calor y cansancio del camino que inician Jesucristo los
invita a nutrirse del Pan que
vitaliza y la Vid que fortalece, en
la Santísima Eucaristía. Si asumimos
que el matrimonio es una senda de mutua perfección, que suele incluir múltiples
dificultades donde “la vida no es fácil”,
y si acaso a ello le sumamos que socialmente no es moda estar casados por la
Iglesia, entonces: ¿Cómo se puede alcanzar una vida perfecta como matrimonio
hoy?
La respuesta es que humanamente es imposible, mas con la ayuda de Dios si lo es. Por ello, los
esposos deben procurar ser en todo momento veraces intérpretes del amor de
Dios, fidedignos espejos donde se refleje la bondad, la misericordia, y la
verdad, de un Dios que ha querido tomar parte de nuestra vida de manera plena
desde que “el Verbo de Dios de hizo carne
y habitó en medio nuestro”.
Es así –entonces- que, en torno a una mesa nuestro Señor Jesús realizó
grandes prodigios. Al inicio de sus milagros en Caná de Galilea bendijo a
una pareja de novios. Como entonces, en nuestros días, un buen vino es ocasión para brindar, para
animar el corazón…cuando se consume razonablemente, tal como esperamos ha de
ser en unas horas más. Si ya lo dice la Escritura: “El vino alegra el corazón de hombre”.
En torno a una mesa el Señor celebró la Institución de la Santísima
Eucaristía, ocasión donde previamente nos dio el mandato de la caridad fraterna.
Dicho precepto no viene a limitar nuestra libertad sino a darle su más
perfecto sentido toda vez que Cristo no es el rival de la libertad humana sino
su principal garante. Desde esta realidad, la vida del hombre y la mujer
unidos en matrimonio se ve fortalecida porque está fundada sobre los preceptos
establecidos por Dios mismo, que son inmodificables por el arbitrio del hombre
en cuanto fueron escritos por el mismo Dios, que no borra con el codo lo que
escribe con su mano.
Él hace que la vida familiar sea familiar; Él hace que la vida
familiar sea una constante donación, ÉL hace que los esposos sean tan santos
como felices a la vez. Amén.
Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de
Puerto Claro / Valparaíso / Chile.
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