TEMA : GRANDEZA DE LA VIRTUD DE LA FE Y LA HUMILDAD.
FECHA
: HOMILÍA DOMINGO VIGÉSIMO MES AGOSTO DEL 2023
La importancia de este
episodio se funda en las palabras del mismo Jesús: “Mujer que grande es tu fe!”. Precedido del desencuentro con el fariseísmo
Jesús se encamina a tierras “no judías”,
paganas diríais donde realiza este milagro. Este milagro no es para satisfacer
una necesidad “básica” de vestuario,
alimento o salud, sino se trata de una menor enferma a causa de una posesión diabólica, cosa que el Señor
no mira desde lejos ni coloca en forma humorística como algo irreal, sino que
lo hace al punto de liberar a aquella niña del mal.
En nuestro tiempo al
interior de la Iglesia se cree poco respecto de la existencia del Maligno, lo
cual, está definido como “verdad que ha de ser creída” por el Magisterio
perenne, encontrando en múltiples textos de la Santa Biblia diversos versículos
que confirman con toda claridad la existencia del Satanás y su interés por
alejar las almas de Dios por medio de la tentación
consentida que es el pecado.
Sin duda, la técnica
usada por Satanás puede cambiar dependiendo a quien tienta, y en qué sociedad se mueve, lo cierto es que no
descansa y persiste con furia de manera especial, en aquellas almas y comunidades donde se
procura dar el culto debido a Dios, en aquellos ámbitos como la familia y el
mundo de la educación donde se desea dar a conocer la verdad de Dios en medio
del mundo actual. Son esos “ámbitos”
o “lugares” donde la maldad suele
empecinarse porque mientras aquellos que le sirven ya están esclavizados los
que se esfuerzan por vivir en santidad son para el Maligno una preciada
oportunidad de algo que no le pertenece.
El apostolado nuestro, en
esta época no puede prescindir de esta realidad, que existe el Maligno y la
maldad, contra el que hemos de estar vigilantes y en actitud combativa pues,
como dice el apóstol. “El Demonio anda
como león rugiente buscando a quien devorar”. Por ello, no podemos andar en
la vida como creyentes como aquel turista que camina desprevenido en medio de un zoológico abierto africano donde los leones andan sueltos, con alto grado
de posibilidad que de quien actúa de esa manera termina siendo un festín de las bestias, lo que en el caso de la
vida espiritual, es acabar sucumbiendo
al pecado exponiéndose a la eterna condenación. Jesús dijo: “Estad atentos y vigilantes!
Mas esa actitud despierta
y vigilante debería estar revestida de una oración
y penitencia tal como fue la que Jesús tuvo en medio del desierto para
enfrentar la triple tentación de Satanás. Las cosas del Maligno no se
solucionan por generación espontánea, tampoco Aquel suele tentar usando una
especie de “tómbola de la suerte”, sino que lo hace buscando a quienes más
despreocupados viven en orden a dar lo que
Dios le corresponde, haciendo de la vida un juego permanente donde a las
realidades referidas al Señor se les deja como algo accesorio o suntuario
(adorno).
El Evangelio nos presenta
a una madre que se acerca a Jesús y le implora: Nada de lo que tenemos es fruto
exclusivo de lo hacemos, porque en ello Dios ha ocupado un lugar decisivo en
todo momento, de tal manera que su mano
providente más que ser un impulso a lo que hacemos, constituye un colocarnos en sus manos, por lo cual, su ayuda está al
inicio, durante y fin de todo acto meritorio, lo cual, nos lleva a reconocer con toda propiedad: “¿Qué tienes tú que no te haya sido dado?”. Humilde es quien sabe se debe a todos y de
todo.
Sin duda, constituye una coraza muy poderosa la virtud de la humildad con la que se
acerca a pedir un milagro la madre descrita por el Evangelio. No expuso ante Jesús
su condición de mujer, que por esos años era muy postergada en toda las
sociedades del Oriente, sino que evidenció
con claridad su realidad de madre,
quizás para hacerle recordar el rostro de aquella que llamarán “Bienaventurada todas las generaciones”, constituida
como medianera universal de toda gracia desde el momento mismo de la Encarnación.
Leemos en el Santo Evangelio que “El Señor Dios miró la humildad de su esclava”, que “Dios ensalza a los que viven la humildad y
abate a los que son soberbios”, sentenciando que: “El que se humilla será ensalzado, y aquel que se ensalza será abatido”.
Esta virtud, tan
agradable a los ojos de Dios, consiste en un laudable rebajamiento de sí mismo
por conocimiento interior, porque se tiene una sabiduría especial para asumir
la propia pequeñez y limitación, oponiéndose con fuerza al deseo personal de
destacarse, ser reconocido, y ser visibilizado. Una persona humilde de verdad
no sólo sonríe y es feliz cuando está rodeado por muchos que le reconocen sino
–también- lo es en medio del silencio y
soledad y eventual postergación. La gran Teresa de Ávila decía sobre la virtud
de la humildad que es “andar en verdad;
que lo es muy grande no tener cosa buena
de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende anda en
mentira”.
En efecto, la virtud de la humildad suele crecer en la medida que mejor nos conocemos y
percibimos las propias limitaciones, cosa que la tentación nos hace hacer exactamente
en manera opuesta: En vez de agrandar las imperfecciones y ser sobrios en los
logros, solemos justificar cada una de las imperfecciones y adornar
profusamente los éxitos, medida
totalmente distinta a la usada hacia el prójimo, a quienes relativizamos su grandeza y
empequeñecemos sus méritos.
Un aspecto muy importante
que destaca el evangelio de hoy, es que la mujer cananea en tres ocasiones
reconoce el Señorío de Jesús al
denominarle como “Señor”, lo cual, a esa
fecha, no lo habían hecho ni sus propios discípulos. ¡Qué grande es tu fe, mujer! Es la respuesta de Jesús, que produjo
la salud total de aquella menor posesa. Mas, no se trata de una fe basada en
entusiasmos ni gustos, sino en la “determinada
determinación” de reconocer a Cristo como “Señor”, lo que implica evidenciar su carácter mesiánico y su
condición de Hijo Unigénito de Dios. ¡Toda una audacia para ser aquella mujer
una persona proveniente del paganismo!
El Apóstol San Pedro nos
dice: “Sed humildes unos con otros”. Si
acaso la virtud de la humildad nace de
conocer nuestras limitaciones, deducimos que al momento de corregir al prójimo
tendremos un corazón amplio para saber hacerlo de modo oportuno y caritativo,
puesto que, aquel que ha recibido mucho
amor al saberse participe de la misericordia se esmerará en vivirlo hacia quien
debe en algún momento guiar, corregir o enseñar. Por lo tanto, la base del
éxito de una corrección fraterna es que nace de un corazón humilde, ello tiene
más incidencia que si se hace incluso de manera oportuna y paciente. Es que si
la virtud de la humildad cautivó el Corazón de un Dios, ¿Cómo no ha de hacerlo con el de una de sus
criaturas?
Con frecuencia vemos que
oración y humildad van de la mano, porque sólo un corazón sencillo es capaz de
doblar sus rodillas y corazón para reconocer a Jesús como Señor, tal como la
mujer cananea lo hace este día donde “gritaba
diciendo: Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”…Luego vino a
arrodillarse ante Él y le dijo: “¡Señor,
socórreme!” diciendo finalmente: “!
Hasta los perros comen lo que cae de la mesa de sus amos!”
Pidamos que este ejemplo
de humildad y oración sea parte de la vida de nuestra Iglesia, con las palabras
de un santo monje irlandés, beatificado en nuestro tiempo: (Don
Columba Marmion O.S.B.).
Oración: “Jesús, dulce y
humilde de corazón, óyenos. Jesús, dulce y humilde de corazón, escúchanos. Del
deseo de ser estimados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser amados líbranos,
Jesús. Del deseo de ser buscados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser alabados, líbranos,
Jesús.
Del deseo de ser
honrados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser preferidos, líbranos, Jesús. Del
deseo de ser consultados, líbranos, Jesús. Del deseo de ser aprobados,
líbranos, Jesús. Del temor de ser humillados, líbranos, Jesús. Del temor de ser
despreciados, líbranos, Señor. Del temor de ser rechazados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser calumniados, líbranos, Jesús.
Del temor de ser olvidados, líbranos, Jesús. Del temor de ser ridiculizados,
líbranos, Jesús. Del temor de ser burlados, líbranos, Señor. Del temor de ser
injuriados, líbranos, Jesús.
Oh María, Madre de los
humildes, rogad por nosotros.
San José protector de las
almas humildes, rogad por nosotros.
San Miguel Arcángel, que
fuiste el primero en abatir el orgullo, rogad por nosotros.
Todos los justos,
santificados por la humildad, rogad por nosotros.
¡Oh, Jesús, cuya primera
enseñanza ha sido ésta: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón,
enseñadnos a ser humildes de corazón como Vos”
¡Que Viva Cristo Rey!
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