TEMA : “LO QUE DIOS HA UNIDO NO LO SEPARE EL HOMBRE”.
FECHA: HOMILÍA BODAS DE ORO
CATEDRAL VALPARAÍSO / 2024
Queridos hermanos,
estimados esposos Juan y María, con gran alegría nos reunimos para celebrar las
Bodas de Oro de vuestro matrimonio, lo cual han querido hacerlo en medio de la
celebración de la Santa Misa, repicando con esto las palabras del Apóstol San
Pablo: “El que se case, se case en el
Señor”. Sin duda ello nos lleva a
recordar que todo ser humano está llamado destellar como un “Dei capax”. La única creatura que lleva
inscrito en su ser más íntimo, en su corazón, la huella de dónde proviene y el
medio por el cual ha de alcanzar la
plenitud sin límite, que es la bienaventuranza eterna.
Ciertamente, estar en
este lugar sagrado dispone de una manera más fácil nuestra alma para recordar
aquellas realidades que no pasan, no se pierden ni se hurtan, como son las que
se refieren a nuestra vida espiritual que tiende en todo momento a una mayor
perfección y amistad con Dios, que se ha comunicado y revelado para dar sentido
a toda nuestra existencia.
Hace cinco décadas, ante
el altar de Dios quienes eran novios prometieron mutuamente vivir unidos
“siendo fieles, con salud o enfermedad, para así amarse y respetarse todos los
días de la vida”, con lo cual, sus almas quedaron perpetuamente unidas, según
el designio original dado por Dios, y que fue explicitado por Jesús: “El hombre tiene que dejar a su padre y a su
madre se unirá a su mujer y no serán
sino una sola cosa, de tal manera que lo que Dios ha unido no lo separe el
hombre”(San Mateo XIX, 5-6).
Contraviniendo el
refranero popular que repite “en martes
no te cases ni embarques”, desafiaron a los augurios de la cabalística en
el año iniciado un martes, colocaron sus confianzas en la voluntad de Dios,
recibiendo el santo matrimonio, que hoy con aún mayor certeza renuevan no desde
los sueños y deseos sino apoyados en la madurez que deviene del camino mutuo
recorrido.
Como hicieron los
gentiles ante el testimonio dado por los Apóstoles que nos relata la Primera
lectura, hoy –igual como entonces- nos alegramos y glorificamos la Palabra del
Señor, pues nuestra celebración eucarística tiene en todo momento como centro
la persona de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, que ofrece su vida
para nuestra salvación y gloria del Padre Eterno.
El camino recorrido por
ambos en cinco décadas es motivo para dar gloria a Dios que “todo lo ha hecho bien”, en tanto que
para las generaciones “emergentes”
constituye una prueba irrefutable que el amor para toda la vida existe porque
Dios no deja de conceder su bendición a quienes la imploran ni los esposos
olvidan que “si el Señor no construye la
casa en vano se cansan los albañiles”.
En una cultura que vive
lo inmediato, que todo marca como transitorio, estamos habituados a normalizar
la fragilidad de las relaciones signándolas con un carácter quebradizo, lo
cual, se ha llegado a legalizar en
directa oposición a lo que el Señor Jesús indica: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
Ambos –Juan y María- son
una predicación elocuente, puesto que, al venir voluntariamente a renovar las promesas
del santo matrimonio le enseñan a todos lo que estamos aquí, que lo dicho por el Señor, lejos de ser algo
bonito y pasado, es actual, creíble y posible. Por ello, como Iglesia estamos
muy felices en esta mañana –vísperas del día del Señor- de celebrar en esta
Catedral las Bodas de Oro tal como el Papa Juan Pablo II nos invitaba a hacerlo
en su recordada Exhortación Apostólica “Familiaris
Consortio” (22
Noviembre 1981).
La mutua entrega, en
medio de vicisitudes favorables y adversas, ha permitido avanzar juntos hasta
llegar hoy no a la meta de una cumbre lograda
sino al punto de partida de un camino nuevo, que implica la grandeza del
descubrimiento que cada jornada, cada acontecimiento, y por qué no decirlo,
cada acción, ha de revestirse del
carácter sublime que implica la vida
mutua cuando el Señor está presente en medio del hogar.
Mas, no sólo la enseñanza
se dirige a vuestra familia inmediata como son hijos y nietos, sino a toda la
sociedad que ve en este ejemplo una realidad, necesaria para enmendar el rumbo
incierto en el que se encuentra sumergida. Conviene a este respecto recordar
las palabras que el Santo Padre pronuncio en Rodelillo en la Santa Misa a la
que probablemente muchos de los presentes estuvimos presentes: “La
familia es el punto de apoyo que la Iglesia necesita hoy para encaminar el
mundo hacia Dios y para devolverle la esperanza que parece haberse difuminado
ante sus ojos” (Juan Pablo II, Misa a la Familia en
Rodelillo, 2 abril 1987). Invoquemos a la Virgen María que nos
obtenga la bendición para quienes en un momento renovarán las promesas
matrimoniales. ¡Que Viva Cristo Rey!
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