TEMA : “LA DEVOCIÓN CON AROMA Y SABOR DEL SANTO EVANGELIO”.
FECHA: HOMILIA
55° ANIVERSARIO EGRESO COLEGIO
/ AÑO 1969- 2022
1.
“Hechos
hombres les juramos al partir, serles fieles, serles fieles hasta morir”.
Con
gran alegría nos reunimos en esta capilla, una vez más, para dar gracias a Dios
por la educación recibida bajo el cuidado de los Sagrados Corazones de Jesús y María,
cuyo símbolo llevamos en la insignia
durante los años de escolaridad, y cuyo sentido hemos procurado hacer presente
a lo largo de los años como egresados hace 55 años.
Como
huella indeleble parece haber quedado impresa la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en el alma de cada
uno de los que hoy participan en esta Santa Misa, donde la gratitud se encamina
al rostro de vuestros padres que un día optaron libremente para que sus hijos
tuviesen una formación académica y espiritual al alero de la devoción “más segura que hunde sus raíces en el
Evangelio mismo”.
El
día previo a su primera comunión Santa Teresa de Los Andes escribió una
carta a sus padres en las cual señaló: “gracias por todas las bondades que he
recibido de ustedes, y por haberme puesto en este Colegio. Aquí me enseñan a
ser buena y piadosa y sobre todo me han preparado para hacer mi Primera
Comunión” (10 septiembre 1910).
Los cortos años de vida no fueron obstáculo para conocer la bondad del
sacrificio que hizo su padre y su madre para posibilitarle la mejor formación
que deviene de la fe.
La
devoción al Sagrado Corazón encuentra en las tres horas del Calvario su mayor
manifestación, que anunciada por Jesús al decir: “Cuando sea elevado atraeré a todos hacia mí” (San
Juan XII,32), invitaría no sólo a contemplar “mirando” sino a participar “bebiendo” del cáliz eucarístico colmado
con su sangre derramada para el perdón de los pecados.
Notablemente
verificamos que si una niña (Teresa de Los Andes) es capaz de agradecer el
sacrificio de sus padres a temprana edad, de modo similar, sería el más joven
de los apóstoles –San Juan Evangelista-
quien, como testigo inmediato
junto a la cruz, vería y viviría el Corazón traspasado por la lanza como máxima
y definitiva expresión del amor: “! Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (San
Juan XV, 3).
Lo
anterior nos hace mirar los años de nuestra “infancia,
adolescencia y juventud” como un tiempo de gracia que el Señor nos permitió
tener, y que marcó de manera imborrable lo que luego viviríamos, asumiendo que
el denominado “espíritu del colegio”
es una realidad que se ha manifestado entre otros aspectos, en la fragua de la
amistad; en la disponibilidad a la generosidad; y en la inclinación del retorno
a lo esencial.
La
formación fue y es el camino que da sentido a un colegio, más aún, si esta tiene como “raíz” dar a conocer el Sagrado Corazón que constituye la respuesta
definitiva dada por el Cielo a cualquier
interrogante de la vida del hombre, pues sólo el misterio de Dios es
capaz de dar explicación a las dudas y búsquedas que tiene la persona a lo
largo de su vida, recordando que –en palabras de San Agustín de Hipona- somos “Dei capax”, es decir, con un alma
facultada para recibir el amor de Dios y entregarlo a quienes son nuestro
prójimo.
2. “Las coronas y laureles que yo pueda
conquistar, las espinas siempre crueles que tal vez pueda encontrar, a
ofrecerlas volveré, con humilde amor y fe” (R.P.Damian
Symon, SSCC).
Aunque
han pasado los años -¡quién lo duda!- lo recibido en el primer tercio de
nuestra vida no ha quedado inscrito en la vitrina de los recuerdos, sino que ha
tenido ocasión de reencantarse con el paso del tiempo y dar paso a la virtud de
la esperanza por lo que hemos podido verificar que la lozanía de un corazón irrigado por la fe y devoción a
Sagrado Corazón, mantiene frescos los ideales enseñados ayer y que procuramos
vivir en el presente.
Por
ello, asumimos que cuando adoramos el Corazón de Jesús y veneramos el Corazón
de la Virgen María lo hacemos por piedad, con la convicción que no es una moda
pasajera sino la que ha nutrido la devoción de generaciones de creyentes en las
más diversas épocas. Es esto último lo que nos hace renovar hoy, a más de 55
años, habiendo cada uno transitado por innumerables vicisitudes, el compromiso
de ser fieles al don recibido.
El
himno de nuestro Colegio, compuesto por el R.P. Damián Symon nos invita a ofrecer
con fe y amor aquellas “coronas y laureles”
que a lo largo de la vida se puedan conquistar. ¡A ofrecer hemos vuelto! ¡A ser
ofrenda viva, que puestos en las manos de Dios somos objeto de su cuidado
providencial! …”a ofrecerlas volveré, con
humilde amor y fe”.
Pasados
55 años de entonar estas estrofas cada uno puede recordar los momentos de gozo,
de plenitud, de éxito alcanzados, que en ocasiones –quizás- pudimos pensar
estar en la cima del mundo, mas –prontamente- la experiencia nos enseña –hoy-
que las espinas son parte de nuestro caminar.
Hace
unos años pude celebrar la Santa Misa en el Cubilete de Guanajuato en México.
Es un cerro coronado por una imponente imagen del Sagrado Corazón que a sus
pies dos ángeles sostienen dos coronas: Una de laureles y otra de espinas.
Recordé en ese lugar el himno de nuestro Colegio y cómo el Señor Jesús ha
permitido navegar por la vida sin marearse con el aroma de los laureles ni
doblegarse ante las espinas, pues es Dios quien siempre puede más y es quien
mejor escribe nuestro caminar. ¡Cómo desearía que la riqueza de la fe recibida
en las aulas con tarima y pupitre, con extensas pizarras verdosas y tiza,
pudiese hacerse vida –también- en este tiempo!
Alejándonos
de todo lo que no me lleva a Dios y acercándome siempre a lo que me une a Él,
podemos tener la seguridad de ir por buen camino, como fue el que los jóvenes
peregrinos de Emaús recorrieron la tarde del día de la Resurrección. En medio
de su caminar, colocando sus anhelos y tristezas en el corazón de aquel
peregrino desconocido, luego de estar con Él y compartir su caminar, escuchándolo
largo rato, lo reconocieron en la Fracción de Pan, y pasó a ser huésped
permanente cuando le imploraron “Mane
nobiscum Domine”…!Quédate con nosotros Señor!
Fue
esa convicción la que hizo un día encender en el fundador de los Sagrados
Corazones –el Buen Padre, José María Coudrain- el ofrecer una educación en la
cual Dios fuera prioritario: “En Jesús
encontramos todo” solía decir. Ello
ha permitido ver el efecto multiplicador que tiene la fe cuando se promueve
como certeza, a la vez que juntar un buen número de alumnos en torno a la
celebración de la Santa Misa pasados 55 años. Sin duda, una bendición que se
hace alabanza. ¡Que Viva Cristo Rey! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos Confío! ¡Dulce
Corazón de María sed la salvación mía!
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