domingo, 11 de agosto de 2024

 TEMA   : “LOS NIÑOS SANTOS SON LA PRIMAVERA DEL MUNDO”

FECHA : DOMINGO XIX°   /  TIEMPO COMÚN  /  CICLO “B”  /  2024

En la primera lectura del Antiguo Testamento hemos leído: “El camino es demasiado largo” (1 Reyes XIX, 7), lo cual, nos evoca aquellos momentos en que siendo niños imaginábamos el futuro, que en ese tiempo parecía ilimitado y lejano. Casi de modo imperceptible, como “a la vuelta la esquina”, aquello que parecía tan distante ha llegado y se ha instalado, verificando que el tiempo pasa de modo inexorable y raudo.

La cultura actual tiene un itinerario de celebraciones diarias que, en ocasiones, pueden ser tomadas por el orbe creyente, tal como acontece en este día, donde en nuestra Patria se celebra el denominado “Dia de los niños”. Sin obviar ni depreciar el mensaje especifico que nos ofrece el calendario litúrgico, podemos incorporar en esta jornada el recuerdo de la grandeza que encierra aquella etapa de la vida que es como un amanecer.

Enseña la historia que en los pueblos de Oriente en tiempos de Jesús la sociedad ubicaba a los niños casi en un plano “inexistente”, en el sentido que no se les reconocía hasta cumplidos por lo menos doce años. Por ello, cuando Jesús dice en un momento: “Aquel que se humilla como un niño”, lo afirme para hacer presente cómo eran tratados los menores a quienes Él colocará como ejemplo de diversas virtudes: humildad, confianza, y valentía.

Respecto de la primera, qué humildad puede ser mayor que la de un Dios asumir la condición humana y mostrarse al mundo como un niño…” un recién nacido envuelto en pañales” (San Lucas II, 12). Esa fue la primera señal que Dios entregó para anunciar al mundo su venida, ajena a toda simple novedad, a toda manifestación de poder y lejana a todo liderazgo.

En efecto, cuando en el antiguo pueblo de Dios (Israel) todos esperaban la manifestación del Cielo en una persona semejante a sus grandes líderes y reyes…Abraham, Moisés, David, Saul, y Salomón. Per, no fue ese el camino elegido, sino en de mostrarse en una gruta para cobijar animales y bajo la apariencia del máximo esplendor de la fragilidad como es un niño recién nacido.

Es aquella humildad personificada la que el Señor nos ´pide hoy considerar en la presencia de los niños cuya fragilidad es amparada y sostenida por el Señor que vela -especialmente- por cada uno de ellos, en quienes en todo momento descubre el rostro de Jesús, aquel recién nacido de Belén.

El Salmo responsorial culmina hoy con una invitación: “Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso el hombre que se cobija en Él” (XXXIV, 9). Con ello, descubrimos aquella realidad que Dios siempre ha manifestado como es la de proteger, guiar y cobijar a quienes no dejando de crear no ha dejado de cuidar con su Divina Providencia.

Aquí vemos la importancia que tiene en los niños la virtud de la confianza. Consiste en la firme seguridad, sostenida por la esperanza, que se apoya en Dios mismo. Por ello, dice la Escritura Santa: “¡Dichoso el hombre que confía en el Señor!” (Salmo XL, 10).

El acto de confiar nace desde la certeza que donde uno se apoya, puede lograr lo que uno no alcanza, es decir, como sabemos de nuestra fragilidad y limitación buscamos aquello que garantice nuestro crecimiento y desarrollo, por lo que, no lo haremos en lo que se presente dubitativo, incierto, y vago. Se confía en lo que se presenta como garantía, por eso colocamos nuestra confianza en Dios que siempre puede más, tanto en su bondad que es ilimitada como en su fidelidad.

No deja de llamar la atención que entre quienes acompañaban de cerca al Señor siempre estuviesen presente los menores, pues el evangelio dice que “Jesús tomando a un niño lo puso en medio y señalo diciendo: “De los que son como ellos es el Reino de Dios”. En otra ocasión, fue un menor quien compartió la seguridad de toda su colación diaria para que Jesús realizara el prodigio de la multiplicación de los panes y peces en beneficio de una muchedumbre compuesta por “cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”.

El pequeño aporte de aquel niño, que los mismos apóstoles se quejaron ante el Señor diciendo: “¿Qué es esto para tantos?”, fue eficaz para Jesús realizara el milagro, por lo que quiso tener necesidad de aquello -aunque pareciera insignificante- para hacer posible manifestar su poder y fortalecer la fe de todos los que le acompañaban.

Abandonarnos en las manos de Dios no es una audacia sino un acto que plenamente nos participa de una seguridad que no defrauda. ¡Nunca destiñe el amor de Dios! Las promesas humanas pueden tener circunstancias de caducidad, pueden difuminarse en el tiempo, pero las palabras del Señor nunca pasarán. Esto nos llevará a tener sabiduría para discernir cómo, cuándo y en quién podemos humanamente confiar, en tal sentido, resulta tan impropio confiar en todos y en todo como no hacerlo en nada y nadie.

Finalmente, en los primeros hijos de la Iglesia, que son los niños que hoy son reconocidos, destacaremos la virtud de la valentía, que deviene de la coherencia, la pureza y la rectitud de intención. Como saben, desde el inicio de mi ministerio sacerdotal he estado vinculado a la pastoral en diversos colegios, allí he percibido cómo la infancia es valiente a la hora de hacer prevalecer la verdad, particularmente cuando se ve afectada en lo que se refiere a su amor a Dios, a sus padres y sus amigos. Por pequeños que sean suelen ser los primeros en destacar lo bueno y en no detenerse en recriminar, insultar ni actuar con doble intención.  Cuando Jesús llega definitivamente a la ciudad de Jerusalén los primeros y mas entusiastas en recibirlo fueron los niños, a quienes incluso algunos de los discípulos quisieron callar a lo que Nuestro Señor dijo: “Dejadlos, os digo que si ellos callan las piedras gritarán” (San Lucas XIX, 40). Nada logró impedir que un Niño fuese el signo y realidad de la llegada de la plenitud de los tiempos el día que Jesús nació, y nada pudo ocultar lo que los pequeños hicieron y dijeron al reconocer a Jesús como el Divino Redentor: “Hosanna al que viene, bendito el que viene en el nombre del Señor” (Salmo CXVIII).

Sin duda, no fue lo que aprendieron en las sinagogas de memoria, ni lo que repetían los escribas, fariseos y saduceos en el templo, los niños jerosolimitanos en masa hicieron lo que sus mayores aún no se atrevían. Porque Dios, por medio de la gracia, les permitió “ver con claridad” la llegada del Mesías esperado al que aquella ciudad está llamada a reconocer previo al tiempo de la Parusía, que es la segunda venida de Cristo, no ya bajo el ropaje betlemita sino bajo el signo de ser Rey del Universo.

Recuerdo las palabras dichas por André Frossard, gran amigo del Papa Juan Pablo II, que escribió un libro muy conocido: “Dios existe yo lo encontré”. Al venir a Valparaíso en 1987 dijo: “Chile no tiene mucho que esperar desde el punto de vista intelectual y moral del Occidente materialista. Se puede incluso decir que la Providencia ha querido separar su mundo propio por la Cordillera de Los Andes, interponiendo montañas entre él y la tentación. Naturalmente ésta terminará por introducirse y extenderse, y ya ha comenzado”. Mas adelante dijo: “Espero que Chile dé un día noticias del Cielo”, sentenciando que esperaba en las generaciones más jóvenes un despertar de la fe en los tiempos venideros. Sin duda, fueron, son  y,  serán los santos, ¡los niños santos! quienes sí traerán la verdadera primavera de la fe a toda nuestra Iglesia, y con ello, al mundo entero cuyo único sentido es buscar, vivir y encontrar a Dios. ¡Que Viva Cristo Rey!


















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