TEMA : “LOS NIÑOS SANTOS SON LA PRIMAVERA DEL MUNDO”
FECHA : DOMINGO XIX° / TIEMPO COMÚN
/ CICLO “B” / 2024
En la primera lectura del
Antiguo Testamento hemos leído: “El camino es demasiado largo” (1
Reyes XIX, 7), lo cual, nos evoca
aquellos momentos en que siendo niños imaginábamos el futuro, que en ese tiempo
parecía ilimitado y lejano. Casi de modo imperceptible, como “a la vuelta la
esquina”, aquello que parecía tan distante ha llegado y se ha instalado,
verificando que el tiempo pasa de modo inexorable y raudo.
La cultura actual tiene
un itinerario de celebraciones diarias que, en ocasiones, pueden ser tomadas
por el orbe creyente, tal como acontece en este día, donde en nuestra Patria se
celebra el denominado “Dia de los niños”. Sin obviar ni depreciar el
mensaje especifico que nos ofrece el calendario litúrgico, podemos incorporar
en esta jornada el recuerdo de la grandeza que encierra aquella etapa de la
vida que es como un amanecer.
Enseña la historia que en
los pueblos de Oriente en tiempos de Jesús la sociedad ubicaba a los niños casi
en un plano “inexistente”, en el sentido que no se les reconocía hasta
cumplidos por lo menos doce años. Por ello, cuando Jesús dice en un momento: “Aquel
que se humilla como un niño”, lo afirme para hacer presente cómo eran
tratados los menores a quienes Él colocará como ejemplo de diversas virtudes:
humildad, confianza, y valentía.
Respecto de la primera,
qué humildad puede ser mayor que la de un Dios asumir la condición humana y
mostrarse al mundo como un niño…” un recién nacido envuelto en pañales”
(San Lucas II, 12). Esa fue la primera señal que Dios entregó
para anunciar al mundo su venida, ajena a toda simple novedad, a toda
manifestación de poder y lejana a todo liderazgo.
En efecto, cuando en el
antiguo pueblo de Dios (Israel) todos esperaban la manifestación del Cielo en
una persona semejante a sus grandes líderes y reyes…Abraham, Moisés, David,
Saul, y Salomón. Per, no fue ese el camino elegido, sino en de mostrarse en una
gruta para cobijar animales y bajo la apariencia del máximo esplendor de la
fragilidad como es un niño recién nacido.
Es aquella humildad
personificada la que el Señor nos ´pide hoy considerar en la presencia de los
niños cuya fragilidad es amparada y sostenida por el Señor que vela
-especialmente- por cada uno de ellos, en quienes en todo momento descubre el
rostro de Jesús, aquel recién nacido de Belén.
El Salmo responsorial
culmina hoy con una invitación: “Gustad y ved que bueno es el Señor, dichoso
el hombre que se cobija en Él” (XXXIV, 9). Con
ello, descubrimos aquella realidad que Dios siempre ha manifestado como es la
de proteger, guiar y cobijar a quienes no dejando de crear no ha dejado de
cuidar con su Divina Providencia.
Aquí vemos la importancia
que tiene en los niños la virtud de la confianza. Consiste en la firme
seguridad, sostenida por la esperanza, que se apoya en Dios mismo. Por ello,
dice la Escritura Santa: “¡Dichoso el hombre que confía en el Señor!” (Salmo
XL, 10).
El acto de confiar nace desde
la certeza que donde uno se apoya, puede lograr lo que uno no alcanza, es
decir, como sabemos de nuestra fragilidad y limitación buscamos aquello que
garantice nuestro crecimiento y desarrollo, por lo que, no lo haremos en lo que
se presente dubitativo, incierto, y vago. Se confía en lo que se presenta como
garantía, por eso colocamos nuestra confianza en Dios que siempre puede más,
tanto en su bondad que es ilimitada como en su fidelidad.
No deja de llamar la
atención que entre quienes acompañaban de cerca al Señor siempre estuviesen
presente los menores, pues el evangelio dice que “Jesús tomando a un niño lo
puso en medio y señalo diciendo: “De los que son como ellos es el Reino de
Dios”. En otra ocasión, fue un menor quien compartió la seguridad de toda
su colación diaria para que Jesús realizara el prodigio de la multiplicación de
los panes y peces en beneficio de una muchedumbre compuesta por “cinco mil
hombres, sin contar mujeres y niños”.
El pequeño aporte de
aquel niño, que los mismos apóstoles se quejaron ante el Señor diciendo: “¿Qué
es esto para tantos?”, fue eficaz para Jesús realizara el milagro, por lo
que quiso tener necesidad de aquello -aunque pareciera insignificante-
para hacer posible manifestar su poder y fortalecer la fe de todos los que le
acompañaban.
Abandonarnos en las manos
de Dios no es una audacia sino un acto que plenamente nos participa de una
seguridad que no defrauda. ¡Nunca destiñe el amor de Dios! Las promesas humanas
pueden tener circunstancias de caducidad, pueden difuminarse en el tiempo, pero
las palabras del Señor nunca pasarán. Esto nos llevará a tener sabiduría para discernir
cómo, cuándo y en quién podemos humanamente confiar, en tal sentido, resulta
tan impropio confiar en todos y en todo como no hacerlo en nada y nadie.
Finalmente, en los
primeros hijos de la Iglesia, que son los niños que hoy son reconocidos, destacaremos
la virtud de la valentía, que deviene de la coherencia, la pureza y la rectitud
de intención. Como saben, desde el inicio de mi ministerio sacerdotal he estado
vinculado a la pastoral en diversos colegios, allí he percibido cómo la
infancia es valiente a la hora de hacer prevalecer la verdad, particularmente
cuando se ve afectada en lo que se refiere a su amor a Dios, a sus padres y sus
amigos. Por pequeños que sean suelen ser los primeros en destacar lo bueno y en
no detenerse en recriminar, insultar ni actuar con doble intención. Cuando Jesús llega definitivamente a la ciudad
de Jerusalén los primeros y mas entusiastas en recibirlo fueron los niños, a
quienes incluso algunos de los discípulos quisieron callar a lo que Nuestro Señor
dijo: “Dejadlos, os digo que si ellos callan las piedras gritarán” (San
Lucas XIX, 40). Nada logró impedir que un Niño fuese el
signo y realidad de la llegada de la plenitud de los tiempos el día que Jesús
nació, y nada pudo ocultar lo que los pequeños hicieron y dijeron al reconocer
a Jesús como el Divino Redentor: “Hosanna al que viene, bendito el que viene
en el nombre del Señor” (Salmo CXVIII).
Sin duda, no fue lo que
aprendieron en las sinagogas de memoria, ni lo que repetían los escribas,
fariseos y saduceos en el templo, los niños jerosolimitanos en masa hicieron lo
que sus mayores aún no se atrevían. Porque Dios, por medio de la gracia, les
permitió “ver con claridad” la llegada del Mesías esperado al que
aquella ciudad está llamada a reconocer previo al tiempo de la Parusía, que es
la segunda venida de Cristo, no ya bajo el ropaje betlemita sino bajo el signo
de ser Rey del Universo.
Recuerdo las palabras
dichas por André Frossard, gran amigo del Papa Juan Pablo II, que escribió un
libro muy conocido: “Dios existe yo lo encontré”. Al venir a Valparaíso en
1987 dijo: “Chile no tiene mucho que esperar desde el punto de vista
intelectual y moral del Occidente materialista. Se puede incluso decir que la
Providencia ha querido separar su mundo propio por la Cordillera de Los Andes,
interponiendo montañas entre él y la tentación. Naturalmente ésta terminará por
introducirse y extenderse, y ya ha comenzado”. Mas adelante dijo:
“Espero que Chile dé un día noticias del Cielo”, sentenciando que esperaba
en las generaciones más jóvenes un despertar de la fe en los tiempos venideros.
Sin duda, fueron, son y, serán los santos, ¡los niños santos! quienes sí
traerán la verdadera primavera de la fe a toda nuestra Iglesia, y con
ello, al mundo entero cuyo único sentido es buscar, vivir y encontrar a Dios.
¡Que Viva Cristo Rey!
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