domingo, 20 de octubre de 2024

 

TEMA  :  “ ¡QUIEN MAS SIRVE, MAS REINA!”

FECHA:  DOMINGO  XXIX°  TIEMPO  T.C  /  OCTUBRE  2024

Los tres anuncios donde Jesús explícitamente dio a conocer que iba a morir condenado por los hombres en lo alto de una cruz, tuvo como respuesta el orgullo anidado en el corazón de los más cercanos. Empezando por el primero, San Pedro al que designaría como “piedra” sobre la que fundaría su Iglesia y que tendría como misión “confirmar en la fe” a sus hermanos…es el que primero le dice “eso no te puede pasar a ti”, no comprendiendo que el camino de la cruz era necesario para alcanzar la resurrección, tal como reza el prefacio de la Santa Misa del día de la Transfiguración.

Luego irrumpe la madre de los apóstoles conocidos como los “Hijos de Zebedeo”, quien le pide a Jesús que sus hijos ocupen un lugar visible en el Reino que va a instituir. Sin duda, como buena madre quería, de acuerdo a los criterios y cultura de su tiempo, lo mejor para sus hijos, pero olvidaba que los pareceres de Dios no siempre coinciden con los de los hombres por lo que lo que aquello que se ve como un bien deseable puede no serlo a los ojos de Dios.

En tercer lugar, está el episodio descrito en el Evangelio de este día, donde son los discípulos más cercanos a Jesús, los de la primera línea en el Corazón de Jesús quienes exteriorizan sus anhelos ocultos de ser protagonistas, conocidos, empoderados alzamos como los “influencer” de ese tiempo.

Mientras Jesús decía: “He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles: Y le escarnecerán, y le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; más al tercer día resucitará” (San Marcos X, 33-34). Mientras las palabras de Jesús ahondaban en el camino y misterio de la salvación, aquellos que estaban con el Señor durante tres años, y además, en los momentos cumbres de su vida como la Transfiguración en el Monte Tabor, o en la Oración de Getsemaní, ahora se alzaba como una triada más interesada en el camino propio solicitando a Jesús sentarse en la gloria, uno a la derecha y el otro a la izquierda.

 

Vemos que como irremediablemente después de cada anuncio que hace el Señor los Apóstoles no acaban de comprenderlo porque esperaban la presencia de un mesías que fuese un líder temporal que librase de las penurias materiales a su pueblo tal como fueron las figuras de los antiguos reyes Salomón, David o Saul. Pero Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” (San Juan XVIII, 36), afirmando que es rey verdadero, pero con características muy distintas y superiores a los que ellos reconocían.

Insertos hoy en una cultura marcadamente exitista, que busca satisfacer el ansia de poder, de placer y de poseer, alzando tales realidades como verdaderos dioses falsos ante los cuales se quema el incienso de las voluntades, se sacrifican las amistades por trivialidades, y se rezan relatos que persistentemente mutan realidades en fantasías, nos encontramos no tan ajemos al interés manifestado por los apóstoles en este día, buscando los primeros puestos a causa de la postergación injusta que quienes están junto a nosotros.

El actual Pontífice ha denominado “carrerismo” a esta tentación. En el mundo civil o laico se suele hablar de “trepadores” o “escaladores” con lo cual, se describe una actitud no de crecimiento personal sino de búsqueda desenfrenada por sobresalir, destacarse y promocionarse desde una perspectiva totalmente autorreferencial.  Aquí no se privilegia la búsqueda del cumplimiento de la voluntad de Dios, sino que es el orgullo y amor propio lo que mueve todo interés, aun a costa del uso de medios ilegítimos como la mentira y la traición.

La respuesta que reciben de parte del Señor ante el requerimiento hecho apunta precisamente a destacar la virtud del amor a Dios, que es la piedad, por medio de la humildad: “Cualquiera que quisiere hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidos. Y cualquiera de vosotros que quisiere hacerse el primero, será siervo” (versículo 43).

Asumir el camino de Jesús necesariamente pasa por la conversión, por la firme resolución de abandonar los intereses propios colocando el bien deseable en el beneficio de los demás querido por Dios. En un mundo tan individualista y solitario nunca terminaremos equivocándonos su acaso colocamos en primer lugar el buscar el bien ajeno, pues Dios siempre premia esa conducta.

 

Hemos de recordar que la medida de Dios al momento de “premiar” siempre está signada por la gratuidad y magnificencia, por lo que nunca habrá una equivalencia entre lo hecho por nosotros respecto de lo que el Señor nos entrega y hace por cada uno de nosotros. ¡Dios siempre puede más!

Esto se explica en el denominado “ciento por uno” que es una proporción de retribución que Jesús ha prometido a quienes saben oportunamente renunciar a intereses propios de distinto signo: pertenencias, actividades y apegos personales. La cosecha del ciento por uno es simplemente la mayor cosecha de cualquier semilla sembrada en particular, así dice Jesús al afirmar que quien se desprende de algo lo tendrá todo…el mejor de los negocios a los ojos de los hombres: invertir uno y recibir cien.

Esta es la grandeza del anuncio y de la promesa hecha por el Señor, que llena de esperanza y fortaleza el espíritu apostólico de cuantos en nuestra Iglesia se empeñan por buscar el mayor bien en quienes más lo necesitan, tanto primero en el campo de la vida espiritual como -también- luego, en el ámbito de la vida social. ¡Ningún esfuerzo ni sacrificio queda sin la gratitud de nuestro Dios! Toda vez que si un vaso de agua fresca es objeto de la gratitud de Dios ¿Cuál no ha de ser la atención de la mirada de un Dios de una acción que tenga su origen en el amor al mismo Jesús y el prójimo?

Finalmente, nos detenemos en la expresión “será siervo”, del griego doulos que significa “todos”, lo cual no ha de asumirse estrictamente desde una perspectiva numérica sino desde una realidad cualitativa de abarcar la totalidad de la persona evitando un dualismo tanto espiritual como pastoral, que resulta tan corrosivo para la vida del creyente y de la nuestra Iglesia.

¡Que Viva Cristo Rey!









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