TEMA : “DAR
GRACIAS POR BENEFICIOS RECIBIDOS”.
FECHA: RETIRO ESPIRITUAL ESTADIO ESPAÑOL 09/2004.
La práctica de participar un
retiro espiritual está hecha para mejorar la relación con Dios. Por medio del silencio
y la soledad. Es lo que solicitamos al iniciar este retiro…que cada uno en el momento
de meditación personal busquemos un lugar “a solas” con el fin de evitar
las distracciones externas e internas. No basta con quedarse callados es
necesario escuchar lo que Dios, por medio de su Espíritu Santo nos quiere decir.
Son tantas y múltiples las
distracciones, la vorágine de las actividades que realizamos cotidianamente, la
información y conexión que nos llega ininterrumpidamente por los medios de
comunicación y la participación en las redes sociales hacen ver que el tiempo no
sólo no se detiene, sino que cada día, cada mes, cada año transcurren con mayor
diligencia. Es curioso, constatar que quienes ya tenemos algunos años y las
generaciones más jóvenes coinciden ¡por fin en algo! que es la prisa del
tiempo.
Junto con ser una oportunidad de
estar con Dios, el retiro nos ayuda a discernir. Como un cedazo separa
las partes más sutiles de las más gruesas, las impurezas de la harina, de modo
análogo, aquí distinguimos y ordenamos según el querer de Dios, evitando
hacerlo de acuerdo a nuestros criterios, a nuestros gustos y nuestros proyectos.
Dios es quien debe colocar fin, tiempo y medida a nuestros
anhelos. Muchas veces tenemos la tentación de ser ángeles olvidando ser buenos
hombres.
Creemos tener un globo terráqueo
en nuestras manos, y así parece serlo por medio del uso de un celular. ¡El
mundo parece estar en nuestras manos! La tentación es pensar como los antiguos…el
universo gira en torno nuestro porque creemos estar en el centro del cosmos.
Olvidamos dedicarnos primero a
recorrer el camino cercano a nosotros. Buscamos conquistar naciones sin antes
encauzar debidamente siquiera nuestros instintos y nuestro corazón. Consentir
esta tentación nos puede llevar a ser, en el plano del apostolado, luces para
el mundo y oscuridad en el hogar. Por esto es necesario ordenar según
Dios el corazón a través del buen uso del discernimiento espiritual.
En aquella gruta de la localidad
de Manresa San Ignacio de Loyola se refugio para meditar luego de visitar el Santuario
de la Virgen de Monserrat (distante sólo unos treinta kilómetros). Con tres
armas muy precisas permaneció once meses luchando al interior de su alma. Por
medio de la ayuda de la Santísima Virgen (la Gruta Manresiana mira hacia
Monserrat), del ayuno penitencial, la lectura de la Vida de Santos y, de la oración,
San Ignacio vivió una aventura mas fascinante que incluso las que tuvo como
militar en la batalla donde quedó herido.
En esos meses experimentó lo que
luego colocó por escrito y nos ha convocado en esta jornada.
Como san Ignacio podemos constatar
que nuestras limitaciones serán fiel compañía hasta la tumba. Hay una cierta
constante, una melodía de fondo que marca nuestra vida entera, y que debe ser motivo
no de “acostumbrarse” ni de tener una actitud “displicente” como
no dando importancia por lo reiterado, sino de combate, de vigilancia
permanente.
Previo al tema que nos llevará a
mirar la gravedad de nuestros pecados, nos abocaremos a descubrir que, si cada día
morimos algo, y ello es un hecho, bien -entonces- nos podemos preguntar ¿Por
qué no recordar que resucitamos algo? Habitualmente luego de recibir un saludo
muy temprano a quien me traslada cada primer Viernes de Mes a la Santa Misa al
Colegio Mackay, donde ejerzo como Capellán, el conductor me dice sonriente: “Un
día más, un día menos”.
Hoy nos detenemos en el numero 43
de los Ejercicios Espirituales Inícianos. El primer punto -señala- es “dar
gracias a Dios por los beneficios recibidos” …hay que morir para vivir.
Solemos decir que “quien pega
primero, pega mas fuerte”. Esto que dice relación con el box o la lucha
libre se puede comparar con la disciplina interior de ser agradecidos por todo
lo que Dios no ha dejado de darnos.
La experiencia nos muestra que la
simple expresión “gracias” tiene la capacidad de cambiar actitudes, abrir
puertas, ampliar sonrisas. Sea en un restaurant, en el acceso a un banco, en la
portería de un condominio en todo lugar invariablemente habrá un ton o distinto
si acaso somos agradecidos con quien nos atiende. Es probable que en la visita
siguiente seamos mejor tratados que la primera vez puesto que nadie olvida la
palabra “gracias” tan fácilmente.
¡Qué decir de Dios mismo! Él no
se deja vencer en generosidad por lo que, si una persona es capaz de modificar
su trato permanente porque se le agradece lo hecho, cuánto más Dios mismo, que
es bondad infinita y sabiduría eterna no dejará de bendecir a quien le agradece
de manera permanente.
Sin duda, San Ignacio de Loyola
consideraba como algo fundamental la virtud de la gratitud. En la Gruta de
Mantesa durante meses fue recordando cómo Dios le bendijo y el bien que recibió
de otros a lo largo de su vida.
Del mismo modo como la gratitud
hace crecer el amor a Dios, la ingratitud tiene consecuencias, y es lo
que veremos en la segunda meditación de este Retiro Espiritual.
Hemos de repetir en cada
meditación la misma petición: ¡Conocimiento! No se trata de un conocimiento “para
saber” sino que es un conocimiento “para amar”.
El amor es la imitación del Verbo
que por mi (amor) salvación se hizo carne. Este conocimiento sobrepasa la
inteligencia y llega al corazón. Unión con nuestro Señor, es un amor de entrega,
y de ahí sobreviene la imitación.
Veamos el texto de la Natividad
en la traducción de Juan Straubinger tal como nos refieren los Ejercicios Ignacianos:
“En aquel tiempo, apareció un
edicto del César Augusto, para que se hiciera el censo de toda la tierra. Este
primer censo, tuvo lugar cuando Quirino era gobernador de Siria. Y todos iban a
hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió -también- José de Galilea, de
la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem,
porque él era de la casa y linaje de David, para hacerse inscribir con María su
esposa, que estaba encinta. Ahora bien, mientras estaban allí, llegó para ella
el tiempo de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; y lo envolvió
en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la
hostería. Había en aquel contorno unos pastores acampados al raso, que pasaban
la noche custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del Señor se les
apareció, y la gloria del Señor los envolvió de luz, y los invadió un gran
temor.
El Ángel les dijo: ¡No temáis!
Porque os anuncio una gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os ha
nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo Señor. Y esto os
servirá de señal: hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un
pesebre. Y de repente vino a unirse al Ángel una multitud del ejército del
Cielo, que se puso a alabar a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y
en la tierra paz entre los hombres (objeto) de la buena voluntad. Cuando los
ángeles se partieron de ellos al Cielo, los pastores se dijeron unos a otros:
Vayamos a Betlehem y veamos este acontecimiento, que el Señor nos ha hecho
conocer. Y fueron a prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado
en el pesebre. Y al verle, hicieron conocer lo que les había dicho acerca de
este Niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de las cosas que les
referían los pastores. Pero María retenía todas estas palabras ponderándolas en
su corazón. Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por
todo lo que habían oído y visto según les había sido anunciado”.
La traducción tomada incluye entre
otras un breve comentario de los Betlemitas: “No hubo lugar en la hostería”.
¿No es ésta una figura del mundo y de cada corazón, donde los otros “huéspedes”
no dejan lugar para Él? Aquí vemos que no se distingue entre altos o bajos,
ricos o pobres, sino que había otras prioridades, otras necesidades, otras urgencias
entre aquellos habitantes que no daban espacio para Jesucristo. ¡No hay sitio
en toda aquella ciudad para Dios! ¿lo hay en nuestras ciudades hoy?
Tampoco hay sitio para la gracia
que Dios concede a raudales a quien la con persistencia y humildad la implora,
como no hay lugar para el amor por lo que los primeros en sufrir las
consecuencias son los mas débiles…niños y ancianos.
Pero subyace una gran diferencia entre
los betlemitas y nosotros…Aquellos no sabían lo que restaba pasando, pero
nosotros si lo sabemos, por tanto, es mucho mayor nuestra responsabilidad, y si
de culpabilidad se trata nosotros primeriamos pues al que mucho se le ha
dado más aún se le exigirá dice el Evangelio.
Hay un texto del Apocalipsis que
siempre me ha llamado la atención. Está lleno de esperanza porque el Señor
muestra su divina y humana disponibilidad para venir a nuestra vida con la
exquisita delicadeza de no dejar de esperar nuestra respuesta, que Él sostiene,
en todo momento, con su gracia. Por ello, nuestra gratitud debe ser total y
permanente.
“Mira que estoy a la puerta y
llamo. Si alguien oye y me abre, entraré y cenaremos juntos”
(Apocalipsis III, 20). De este versículo algunos pintores han plasmado su visión
y perspectiva. Uno de ellos, don William Holman Hunt (1827-1910) se cuenta que al
momento presentar su óleo recibió una
pregunta que a muchos sorprendió pues evidenciaba que la puerta no tenia
manilla, por lo que era imposible entrar.
Con presteza el pintor respondió:
“Tiene razón que nos ninguna manilla ni llave alguna para entrar, porque la
puerta del corazón sólo se puede abrir desde el interior. Dios nunca fuerza la
entrada, ni se impone, ni nos obliga a aceptarle. Él llama a la puerta y
espera, pero si no queremos abrirle, no entrará. Dios respeta nuestra libertad
al máximo, y quiere obtener con su amor nuestra confianza y gratitud. Por eso
la puerta no tiene picaporte ni manillas. Jesús sólo puede entrar si le dejamos”.
Entonces, recordamos la sabiduría
del Sumo Pontífice Benedicto XVI que dijo: “Dios no es rival de nuestra
libertad sino su primer garante”. Según
esto, el acto de abrir la citada puerta desde el interior es parte de la gracia
de Dios que debe ser implorada.
Ahora, tendremos una media hora
de oración personal en silencio. Meditaremos de las gracias recibidas, Nos
detendremos en qué actitud habríamos tenido al ver llegar a la familia de
peregrinos en Belén…¿Hay lugar para Jesús en nuestro interior?
Igualmente, ¿Cuántas veces hemos
dejado al Señor esperando fuera de nuestra vida, fuera de nuestra familia,
fuera de nuestro trabajo?
Este cuadro está
relacionado con el pasaje bíblico que identifica a Cristo con la
frase «yo soy la luz del mundo, aquel que me siga no andará en las tinieblas,
pues tendrá la luz de la vida» (Juan, 8:12). Cristo llama a una puerta que
representa el alma humana y lleva un farol como representación física de esta
luz simbólica. El hecho de llamar a la
puerta se corresponde con otra cita bíblica: «¡Mira! Estoy de pie a la
puerta y toco. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo»
(Apocalipsis, 3:20).
La figura de
Jesús es una mezcla iconográfica de profeta, rey y sacerdote, vestido con una larga túnica blanca y una capa roja con
filigranas abrochada en la parte superior del pecho con un broche de joyas;
lleva una corona y su cabeza resplandece con un halo luminoso. En la mano
izquierda lleva un farol cuyo resplandor se refleja sobre la túnica y en la
puerta a la que llama con la mano derecha. Esta puerta representa el alma
humana, sobre la que han crecido zarzas y ortigas, simbolizando la cerrazón de los que
se obstinan en escuchar el mensaje de Cristo. En la esquina inferior derecha
hay varias manzanas tiradas en el suelo, símbolo del pecado. Tras la figura de Jesús aparecen unos árboles en una
ambientación nocturna, con un cielo de iluminación lunar de color azul
verdoso, en el que titilan varias estrellas. Es conocida la anécdota que
Hunt pintó este cuadro a medianoche, iluminado por una lámpara de
aceite.
Las escena
tiene dos focos de luz, que fueron analizados por John Ruskin en una carta en The
Times el 5 de mayo de 1854: una es la del farol, de un tono
rojizo, que simboliza la conciencia y la revelación del pecado; la otra es la
de la aureola en la cabeza de Cristo, de tono amarillo, que simboliza la paz y
la salvación.
La imagen,
como en el resto de obras de Hunt, tiene una factura meticulosa y detallista,
ya que este pintor gustaba de recrear sus escenas hasta el más nimio detalle,
con una precisión casi fotográfica. También como es habitual en su estilo el
cromatismo es intenso, casi estridente, con un especial interés por los efectos
luminosos, otro de los sellos distintivos del artista, que estudió con
profundidad la luz artificial, como se denota en otras obras suyas ambientadas
en escenarios nocturnos, como Puente
de Londres en la noche del matrimonio del príncipe Carlos (1863-1866, Ashmolean
Museum, Oxford).
La imagen, en
su parte superior, tiene forma semicircular y en las enjutas, de color
dorado, figura la inscripción latina Me
non praetermisso, Domine! («No me pases por alto, Señor»).
Asimismo, en la esquina derecha, figura la firma W. Holman Hunt. La pintura fue
considerada por muchos como la representación de Cristo más importante y
culturalmente influyente de su tiempo.
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