TEMA : “MODO
DE HACER EXAMEN” E.E. NÚMERO 43.
FECHA; RETIRO ESPIRITUAL ESTADIO ESPAÑOL 09/2004
Tomemos el texto de San Ignacio: “Modo
de hacer examen”, número 43: Contiene en si cinco puntos, El primer punto es dar
gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos. El segundo,
pedir gracia para conocer los pecados y lanzadlos. El tercero, demandar
cuenta al ánima desde la hora que se levantó hasta el examen presente, de
hora en hora o de tiempo en tiempo; y primero del pensamiento, y después de la
palabra, y después de la obra, por la misma orden que se dijo en el examen
particular. El cuarto, pedir perdón a Dios nuestro Señor de las faltas.
El quinto, propone enmienda con su gracia.
Pedir a Dios Nuestro Señor tres
gracias: En primer lugar, conocimiento interno de la malicia del pecado. Conocer
profundamente malicia que rebasa la inteligencia odio profundo al pecado. Sacar
un gran amor a Jesucristo y un gran odio al pecado.
¿Cómo lograrlo? Por medio de
la oración por ello tomemos el episodio de los diez leprosos. ¿Qué
traducción usaremos? La de un sacerdote alemán Juan Straubinger asumiendo
previamente que no hay traducción perfecta que pueda trasladar las palabras de
un idioma a otro, pero sí es posible reconocer que hay algunas “traducciones” que
son más precisas que otras, por eso usamos una y no otras, que no son
recomendables, entre ellas la Biblia Latinoamericana y la Biblia de América.
¿Ejemplos? No es lo mismo decir: “llena de gracia” que afirmar: “favorecida
de Dios”…o afirmar que “había una muchedumbre junto a Jesús” que “estaban
apelotonados junto a Jesús”.
“Siguiendo su camino hacia
Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Al entrar en una aldea, diez hombres
leprosos vinieron a su encuentro, los cuales se detuvieron a la distancia. Y,
levantando la voz, clamaron: “Maestro Jesús, ten misericordia de nosotros”. Viéndolos,
les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y, mientras iban, quedaron limpios. Uno
de ellos, al ver que había sido sanado, se volvió glorificando a Dios en alta
voz, y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús dándole gracias, y éste era
samaritano. Entonces Jesús dijo: ¿No fueron limpiados los diez? ¿Y los nueve
dónde están? ¿No hubo quien volviese a dar gloria a Dios, sino este extranjero?
Y le dijo: ¡Levántate y vete; tu fe te ha salvado!”.
La lepra entonces era una enfermedad
mortal e incluía un componente social y moral hacia quien la padecía toda vez que
un leproso era expulsado de la familia, no podía acercarse a las ciudades, y
eran tratados, en el mejor de los casos, como -hoy quizás- se trata a un animal
callejero. A la dolencia física terminal se sumaba la exclusión en la vida
social porque se le acusaba de padecer un mal merecido, vale decir, la lepra
era vista sólo como un castigo divino.
El leproso tiene conciencia de lo
que padece: Nadie sabe mejor cómo se siente y los síntomas que el propio enfermo.
De modo semejante pasa con nuestro pecado, quien mejor sabe de lo que ha hecho y
de las consecuencias del mismo es el mismo pecador. Mas allá que otros sepan lo
mal que uno ha obrado, sólo el pecador puede asumir en toda su dimensión lo
realizado.
Aquellos leprosos sabían lo que
estaban padeciendo. Conocían respecto de las llagas físicas y espirituales. Como
los estigmas (heridas de Jesús en la Pasión) ellos sobrellevaban en su corazón
los frutos de las faltas de piedad, del egoísmo exacerbado y de las miserias de
la concupiscencia.
Tenemos que implorar a Jesús que
aumente nuestra fe. Las consecuencias del pecado se vencen con la fe depositada
en la persona de Jesús. Por esto es necesario recordar que el efecto de la
oración es profundizar la fe. Para abandonar el pecado es necesaria la fe, cuyo
objeto es el mismo Jesucristo.
¿Por qué en los vértices del
camino se colocaban antiguamente cruces con la frase: ¡Salva tu alma!
Porque se asumía que el perdón de los pecados de toda la humanidad y de todos
los tiempos fue vencido por Jesucristo en una cruz.
San Pablo dijo: “Valemos el
precio de la sangre derramada por Jesús”. En Carta a los Hebreos IX, 26
dice: “En la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por
el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”.
Entonces, a ella (la cruz)
no llegó el Señor sólo por las faltas del prójimo, o de quienes vociferaban ¡crucifícale,
crucifícale!, sino que subió voluntariamente al madero a causa de nuestros
pecados personales. Somos protagonistas y reales ejecutores de aquella
sentencia dada desde el pretorio: “! ¡Id a la cruz! Fue la orden de dada
por Poncio Pilato.
Siendo creyentes, el hecho de asumir
la gravedad de nuestros pecados no puede llevarnos a la desesperación sino mas
bien a la sincera y permanente conversión.
San Francisco de sales solía
repetir que los ángeles nos envidian ´porque podemos sufrir por Jesús y con Él.
Hay diversas maneras:
Primera forma: Llevar una cruz
en la mano. Se complacen contagiosamente en portarla para que otros se
sumen, para caminar tras de ella. Se lleva cono algo importante que debe ser
comunicado, que debe ser compartido.
La segunda: Tomarla estrechamente. Son aquellos que
abrazaban la cruz tomada firmemente, como unida (pegada) al cuerpo sabiendo respecto
del gran valor que esta tiene. Son almas que se complacen en sufrir. Por cierto,
es una actitud contraria al mundo que ve en el misterio de la cruz sólo “necedad
y locura” (San Pablo Primera carta a los Corintios I, 18:
Permítanme detenerme un momento en
el comentario que hace Monseñor Juan Straubingen sobre la locura de la cruz: “Halo
como un loco…San Pablo extrema el sarcasmo, diciendo que habría que estar loco
para afirmar que tales hombres son ministros de Cristo. A continuación añade el
Apóstol una impresionante lista de sus aventuras que podría formar un film
maravilloso, titulado el aventurero de Cristo” (cita número 23)
Llevan la cruz en silencio, como
los santos y mártires que no hacen ostentación alguna de sus padecimientos mas
que para tributar gloria a Dios. Gloriarnos de llevar por Cristo cada cruz.
La clave es aprender a sufrir sin
molestar a los demás, pues aun el mas pequeño sufrimiento ofrecido al Señor por
amor suyo sabemos porque Jesús lo dijo que no quedará sin recompensa.
la tercera; Los que parecen
arrastrarla. Son aquellos que se quejan cuando llevan la cruz, la
impaciencia siempre termina siendo insoportable para uno y para los demás. Son
quienes la llevan con tanta pena y cansancio que, aun siendo de Jesús, se asume
quejumbrosamente.
Muchas veces se tiende a comparar
las cruces, es decir, los sufrimientos para lo cual, se lleva cuenta de todo,
como pretendiendo pasar la factura al mismo Dios. Casi como quien guarda
las boletas para obtener reembolso se recuerda cada sufrimiento, pero
aumentando los propios y disminuyendo los del prójimo.
Para vencer el pecado se requiere
de la oración. San Ignacio de Loyola
escribe sus Ejercicios Espirituales con una prioritaria dimensión de conversión
personal. Comprendiendo que no está bien su vida, que no está “enfocado”
nos propone un cambio de vida en Cristo por medio de la oración.
El efecto de la oración es
profundizar la fe: ¡Que yo conozca lo malo que es pecar! Procurar no perder
nunca la gracia. Morir antes que pecar.
Lo anterior, nos hace distinguir
entre tener un conocimiento positivo de los pecados: Considerando la
gracia santificante que se pierde. En tanto que hay un conocimiento negativo
de los pecados: Considerando la malicia en si misma del pecado.
El pecado es como una bomba que
detona en toda su fuerza en las puertas del infierno, ese es el derrotero de un
pecado mortal no confesado, de un impenitente.
Recordemos que aquel que peca (grave
o mortalmente) vuelve a crucificar a Jesucristo. Si tuviéramos más fe nunca
pecaríamos. El pecado renueva la causa de la pasión de Cristo. ¿Quién se
atrevería a infringir la más pequeña molestia a nuestro Señor?
¿Qué hice por Jesús crucificado desde
que tengo uso de razón? ¿Que he hecho a lo largo de toda mi vida consciente?
¿Estoy en gracia de Dios? ¿Qué
haré de ahora en adelante?
Tomemos la cruz de Jesucristo. Yo quiero
convertirme…Digamos: Señor yo te amo mucho: pero soy débil; Señor yo te amo,
pero soy ciego; Señor yo te amo mucho pero no se amarte.
Necesitamos crecer en estas tres virtudes: Humildad,
mortificación oración. Todas las faltas tienen su origen en la falta de oración.
“Quien bien ora bien vive” (San Agustín de Hipona). Culminemos esta segunda meditación con Jesús: “El
que no toma la cruz no es digno de mí”.
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