lunes, 30 de septiembre de 2024

 

TEMA  : “MODO DE HACER EXAMEN” E.E. NÚMERO 43.

FECHA; RETIRO ESPIRITUAL ESTADIO ESPAÑOL 09/2004

Tomemos el texto de San Ignacio: “Modo de hacer examen”, número 43: Contiene en si cinco puntos, El primer punto es dar gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos. El segundo, pedir gracia para conocer los pecados y lanzadlos. El tercero, demandar cuenta al ánima desde la hora que se levantó hasta el examen presente, de hora en hora o de tiempo en tiempo; y primero del pensamiento, y después de la palabra, y después de la obra, por la misma orden que se dijo en el examen particular. El cuarto, pedir perdón a Dios nuestro Señor de las faltas. El quinto, propone enmienda con su gracia.

Pedir a Dios Nuestro Señor tres gracias: En primer lugar, conocimiento interno de la malicia del pecado. Conocer profundamente malicia que rebasa la inteligencia odio profundo al pecado. Sacar un gran amor a Jesucristo y un gran odio al pecado.

¿Cómo lograrlo? Por medio de la oración por ello tomemos el episodio de los diez leprosos. ¿Qué traducción usaremos? La de un sacerdote alemán Juan Straubinger asumiendo previamente que no hay traducción perfecta que pueda trasladar las palabras de un idioma a otro, pero sí es posible reconocer que hay algunas “traducciones” que son más precisas que otras, por eso usamos una y no otras, que no son recomendables, entre ellas la Biblia Latinoamericana y la Biblia de América. ¿Ejemplos? No es lo mismo decir: “llena de gracia” que afirmar: “favorecida de Dios”…o afirmar que “había una muchedumbre  junto a Jesús” que “estaban apelotonados junto a Jesús”. 

“Siguiendo su camino hacia Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Al entrar en una aldea, diez hombres leprosos vinieron a su encuentro, los cuales se detuvieron a la distancia. Y, levantando la voz, clamaron: “Maestro Jesús, ten misericordia de nosotros”. Viéndolos, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al ver que había sido sanado, se volvió glorificando a Dios en alta voz, y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús dándole gracias, y éste era samaritano. Entonces Jesús dijo: ¿No fueron limpiados los diez? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese a dar gloria a Dios, sino este extranjero? Y le dijo: ¡Levántate y vete; tu fe te ha salvado!”.

La lepra entonces era una enfermedad mortal e incluía un componente social y moral hacia quien la padecía toda vez que un leproso era expulsado de la familia, no podía acercarse a las ciudades, y eran tratados, en el mejor de los casos, como -hoy quizás- se trata a un animal callejero. A la dolencia física terminal se sumaba la exclusión en la vida social porque se le acusaba de padecer un mal merecido, vale decir, la lepra era vista sólo como un castigo divino.

El leproso tiene conciencia de lo que padece: Nadie sabe mejor cómo se siente y los síntomas que el propio enfermo. De modo semejante pasa con nuestro pecado, quien mejor sabe de lo que ha hecho y de las consecuencias del mismo es el mismo pecador. Mas allá que otros sepan lo mal que uno ha obrado, sólo el pecador puede asumir en toda su dimensión lo realizado.

Aquellos leprosos sabían lo que estaban padeciendo. Conocían respecto de las llagas físicas y espirituales. Como los estigmas (heridas de Jesús en la Pasión) ellos sobrellevaban en su corazón los frutos de las faltas de piedad, del egoísmo exacerbado y de las miserias de la concupiscencia.

Tenemos que implorar a Jesús que aumente nuestra fe. Las consecuencias del pecado se vencen con la fe depositada en la persona de Jesús. Por esto es necesario recordar que el efecto de la oración es profundizar la fe. Para abandonar el pecado es necesaria la fe, cuyo objeto es el mismo Jesucristo.

¿Por qué en los vértices del camino se colocaban antiguamente cruces con la frase: ¡Salva tu alma! Porque se asumía que el perdón de los pecados de toda la humanidad y de todos los tiempos fue vencido por Jesucristo en una cruz.

San Pablo dijo: “Valemos el precio de la sangre derramada por Jesús”. En Carta a los Hebreos IX, 26 dice: “En la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”.

Entonces, a ella (la cruz) no llegó el Señor sólo por las faltas del prójimo, o de quienes vociferaban ¡crucifícale, crucifícale!, sino que subió voluntariamente al madero a causa de nuestros pecados personales. Somos protagonistas y reales ejecutores de aquella sentencia dada desde el pretorio: “! ¡Id a la cruz! Fue la orden de dada por Poncio Pilato.

Siendo creyentes, el hecho de asumir la gravedad de nuestros pecados no puede llevarnos a la desesperación sino mas bien a la sincera y permanente conversión.  

San Francisco de sales solía repetir que los ángeles nos envidian ´porque podemos sufrir por Jesús y con Él. Hay diversas maneras:

Primera forma: Llevar una cruz en la mano. Se complacen contagiosamente en portarla para que otros se sumen, para caminar tras de ella. Se lleva cono algo importante que debe ser comunicado, que debe ser compartido.

La segunda:  Tomarla estrechamente. Son aquellos que abrazaban la cruz tomada firmemente, como unida (pegada) al cuerpo sabiendo respecto del gran valor que esta tiene. Son almas que se complacen en sufrir. Por cierto, es una actitud contraria al mundo que ve en el misterio de la cruz sólo “necedad y locura” (San Pablo Primera carta a los Corintios I, 18:

Permítanme detenerme un momento en el comentario que hace Monseñor Juan Straubingen sobre la locura de la cruz: “Halo como un loco…San Pablo extrema el sarcasmo, diciendo que habría que estar loco para afirmar que tales hombres son ministros de Cristo. A continuación añade el Apóstol una impresionante lista de sus aventuras que podría formar un film maravilloso, titulado el aventurero de Cristo” (cita número 23)

Llevan la cruz en silencio, como los santos y mártires que no hacen ostentación alguna de sus padecimientos mas que para tributar gloria a Dios. Gloriarnos de llevar por Cristo cada cruz.

La clave es aprender a sufrir sin molestar a los demás, pues aun el mas pequeño sufrimiento ofrecido al Señor por amor suyo sabemos porque Jesús lo dijo que no quedará sin recompensa.

la tercera; Los que parecen arrastrarla. Son aquellos que se quejan cuando llevan la cruz, la impaciencia siempre termina siendo  insoportable para uno y para los demás. Son quienes la llevan con tanta pena y cansancio que, aun siendo de Jesús, se asume quejumbrosamente.

Muchas veces se tiende a comparar las cruces, es decir, los sufrimientos para lo cual, se lleva cuenta de todo, como pretendiendo pasar la factura al mismo Dios. Casi como quien guarda las boletas para obtener reembolso se recuerda cada sufrimiento, pero aumentando los propios y disminuyendo los del prójimo.

Para vencer el pecado se requiere de la oración. San Ignacio de Loyola
escribe sus Ejercicios Espirituales con una prioritaria dimensión de conversión personal. Comprendiendo que no está bien su vida, que no está “enfocado” nos propone un cambio de vida en Cristo por medio de la oración.

El efecto de la oración es profundizar la fe: ¡Que yo conozca lo malo que es pecar! Procurar no perder nunca la gracia. Morir antes que pecar.

Lo anterior, nos hace distinguir entre tener un conocimiento positivo de los pecados: Considerando la gracia santificante que se pierde. En tanto que hay un conocimiento negativo de los pecados: Considerando la malicia en si misma del pecado.

El pecado es como una bomba que detona en toda su fuerza en las puertas del infierno, ese es el derrotero de un pecado mortal no confesado, de un impenitente.

Recordemos que aquel que peca (grave o mortalmente) vuelve a crucificar a Jesucristo. Si tuviéramos más fe nunca pecaríamos. El pecado renueva la causa de la pasión de Cristo. ¿Quién se atrevería a infringir la más pequeña molestia a nuestro Señor?

¿Qué hice por Jesús crucificado desde que tengo uso de razón? ¿Que he hecho a lo largo de toda mi vida consciente?

¿Estoy en gracia de Dios? ¿Qué haré de ahora en adelante?

 Tomemos la cruz de Jesucristo. Yo quiero convertirme…Digamos: Señor yo te amo mucho: pero soy débil; Señor yo te amo, pero soy ciego; Señor yo te amo mucho pero no se amarte.

 Necesitamos crecer en estas tres virtudes: Humildad, mortificación oración. Todas las faltas tienen su origen en la falta de oración. “Quien bien ora bien vive” (San Agustín de Hipona).  Culminemos esta segunda meditación con Jesús: “El que no toma la cruz no es digno de mí”.










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