domingo, 15 de septiembre de 2024

 

TEMA  :     “VER LAS COSAS SEGÚN LA MIRADA DE DIOS”

FECHA:  HOMILÍA  DOMINGO   XXIV° /  SEPTIEMBRE  2024

En la imaginería religiosa, que deviene de la piedad, a veces distorsionada, solemos ver a Jesús representado como una persona pusilánime, particularmente en lo que se refiere a enfrentar determinadas situaciones adversas. En la prensa liberal se mostraría como un “open mind” (mente abierta) que ensalzaría la tolerancia y falta de prejuicios, presentando positivamente la ausencia de opciones definitivas, de juicios y principios solidos donde afirmarse.

Mas los evangelios no silencian -en modo alguno- la fuerza interior y el carácter firme de Jesús, particularmente en defensa de lo referido a las “cosas de su Padre de los Cielos”. Así, en su adolescencia cuando es encontrado luego de tres días por sus padres responde: “¿No sabían que debía preocuparme en las cosas de mi Padre?”, dejando atónitos a José y su madre la Virgen. Luego ante los escribas -expertos en la “escritura” los biblistas de la época…junto a los fariseos les llamó “sepulcros blanqueados”.

En el episodio de la expulsión de los que profanaban el templo y de quienes negligentemente lo permitían, con tono severo Jesús les recriminó que “han transformado la casa de mi Padre en cueva de ladrones( San Mateo XXI, 13).

Considerando la fuerza de las palabras de Jesús precedentes, en modo alguno son comparables con el llamado de atención que hace hoy a Simón Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!”.

La pregunta surge de inmediato ¿Por qué tanta severidad? La respuesta es escueta: Porque a tales gracias, tales responsabilidades, tal como señala el Evangelio: “Al que mucho se le ha dado, aun mas se le exigirá” (San Lucas XII, 8), por ello, las bendiciones, las gracias, y los dones dados por Dios exigen al creyente tener una vida de acuerdo a lo recibido, por lo que somos permanentes deudores de Dios, nos debemos al modo como El nos ha tratado. Si Dios nos ha amado ilimitadamente, al punto de entregar a su propio Hijo Jesucristo, cómo vamos a responderle con bagatelas y mezquindades. Él nos ama con la fuerza de un océano, nosotros le respondemos con cuentagotas.

En efecto, basta tener presente el tiempo que dedicamos a satisfacer nuestros gustos personales en cualquier orden de cosas: Deportes, hobbies, relaciones afectivas, comidas, distracciones, viajes, en fin, en cualquier orden de cosas que hacemos pareciera ser que son más importantes que cualquier realidad referida a nuestro Señor, olvidando que Él es quien debe recibir lo primero y lo mejor de nuestra parte, incluido nuestro tiempo, afectos y atenciones.

No ver las cosas según Dios sino según lo ven los hombres implica tratar como “pariente pobre” a quien es el Rey del Universo, el mismo que nos ha dicho en las alturas del Monte Sinaí en la primera de las normas del Decálogo dado al patriarca Moisés: “Yo soy el Señor tu Dios, no tendrás otros dioses ajenos a Mí” (Éxodo XX, 6-7).

En este sentido, en la plenitud de los tiempos, fue el mismo Jesús quien explicitó el precepto inaugural del Decálogo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento” (San Mateo XXII, 37).

Con frecuencia hemos señalado que los dones de Dios no son un tesoro que ha de ser enterrado en el metro cuadrado de nuestra vida, sino que son regalos que Dios nos entrega en beneficio de quienes están a nuestro alrededor, por lo cual, se requiere de la actitud de diligencia y del espíritu generoso que tienda  como instintivamente a buscar el bienestar de quienes están a nuestro alrededor antes que procurar la satisfacción personal, pues -tal como dice Jesús- “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hechos de los Apóstoles XX, 35).

Esta lógica es muy distinta a la que reina en el corazón del mundo actual. Y esto conlleva que si dejamos al Creador de lado ¿Qué lugar postergado no ha de ocupar la obra hecha por Él?

Con frecuencia vemos la liviandad con que se menosprecia al prójimo, la facilidad con la que se insulta o  calumnia a cualquier persona, particularmente,  en los medios de comunicación y en las redes sociales que lo facilitan en virtud del anonimato con que se puede hacer.

 

 

El trato al prójimo es consecuencia de lo que se cree, pues si tenemos a Dios como centro y juez definitivo de nuestros actos, estos devendrán del “santo temor de Dios” que tengamos, en tanto que, la decisión de optar por una vida de espaldas a Dios, negando hasta su propia existencia,  hará que nuestro entorno se vuelva carente de esperanza y lleno de egoísmo, lo cual es lo que experimentamos en la sociedad actualmente.

Entonces, el Evangelio de hoy nos coloca en la disyuntiva de optar por el señor mediante un acto de fe, que no responde a un sentimiento pasajero ni a una mentalidad deducida, sino que es consecuencia del don de Dios que nos permite afirmar lo que Él nos ha revelado con una certeza mayor que la que las argumentaciones de la razón nos entregan.

¿Quién dices que soy yo? Es una pregunta lacerante que nos hace el Señor hoy. En parte se responde por el lugar que damos a Dios en nuestro tiempo, en nuestras acciones, en nuestros proyectos, también en ámbito de la vida pública, laboral y educativa, en los cuales suele quedar marginada nuestra condición espiritual y nuestra vida con proyección de trascendencia, viviendo a “ras de tierra”, como el resto de las creaturas.

En este día domingo la Iglesia celebra a Nuestra Señora de los Dolores, dando inicio a la Noven a de preparación a la festividad patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, a quien honramos como Patrona de  nuestra Parroquia y de nuestra ciudad de Valparaíso. Sin duda, toda una bendición que este año nos permitirá comenzar a preparar el gran Jubileo de la Redención que iniciaremos en Nochebuena.

Durante un año el cielo estará abierto para dar lluvia de bendiciones por medio de una tormenta del Cielo, en tanto que tendremos oportunidad de recibir la indulgencia plenaria para nosotros y nuestros fieles difuntos.

¡Que Viva Cristo Rey!

 

 

 

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