TEMA :
“VER LAS COSAS SEGÚN LA MIRADA DE DIOS”
FECHA: HOMILÍA DOMINGO XXIV° / SEPTIEMBRE 2024
En la imaginería religiosa, que deviene de la piedad,
a veces distorsionada, solemos ver a Jesús representado como una persona
pusilánime, particularmente en lo que se refiere a enfrentar determinadas
situaciones adversas. En la prensa liberal se mostraría como un “open mind” (mente
abierta) que ensalzaría la tolerancia y falta de prejuicios, presentando
positivamente la ausencia de opciones definitivas, de juicios y principios
solidos donde afirmarse.
Mas los evangelios no silencian -en modo alguno- la
fuerza interior y el carácter firme de Jesús, particularmente en defensa de lo
referido a las “cosas de su Padre de los Cielos”. Así, en su adolescencia
cuando es encontrado luego de tres días por sus padres responde: “¿No sabían
que debía preocuparme en las cosas de mi Padre?”, dejando atónitos a José y
su madre la Virgen. Luego ante los escribas -expertos en la “escritura” los
biblistas de la época…junto a los fariseos les llamó “sepulcros blanqueados”.
En el episodio de la expulsión de los que profanaban
el templo y de quienes negligentemente lo permitían, con tono severo Jesús les
recriminó que “han transformado la casa de mi Padre en cueva de ladrones”( San Mateo XXI, 13).
Considerando la fuerza de las palabras de Jesús
precedentes, en modo alguno son comparables con el llamado de atención que hace
hoy a Simón Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás porque tus pensamientos no
son los de Dios, sino los de los hombres!”.
La pregunta surge de inmediato ¿Por qué tanta
severidad? La respuesta es escueta: Porque a tales gracias, tales
responsabilidades, tal como señala el Evangelio: “Al que mucho se le ha
dado, aun mas se le exigirá”
(San Lucas XII, 8), por ello,
las bendiciones, las gracias, y los dones dados por Dios exigen al creyente tener
una vida de acuerdo a lo recibido, por lo que somos permanentes deudores de
Dios, nos debemos al modo como El nos ha tratado. Si Dios nos ha amado
ilimitadamente, al punto de entregar a su propio Hijo Jesucristo, cómo vamos a
responderle con bagatelas y mezquindades. Él nos ama con la fuerza de un
océano, nosotros le respondemos con cuentagotas.
En efecto, basta tener presente el tiempo que dedicamos
a satisfacer nuestros gustos personales en cualquier orden de cosas: Deportes,
hobbies, relaciones afectivas, comidas, distracciones, viajes, en fin, en
cualquier orden de cosas que hacemos pareciera ser que son más importantes que
cualquier realidad referida a nuestro Señor, olvidando que Él es quien debe
recibir lo primero y lo mejor de nuestra parte, incluido nuestro tiempo,
afectos y atenciones.
No ver las cosas según Dios sino según lo ven los hombres
implica tratar como “pariente pobre” a quien es el Rey del Universo, el
mismo que nos ha dicho en las alturas del Monte Sinaí en la primera de las
normas del Decálogo dado al patriarca Moisés: “Yo soy el Señor tu Dios, no
tendrás otros dioses ajenos a Mí” (Éxodo
XX, 6-7).
En este sentido, en la plenitud de los tiempos, fue el
mismo Jesús quien explicitó el precepto inaugural del Decálogo: “Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
primero y más grande mandamiento” (San
Mateo XXII, 37).
Con frecuencia hemos señalado que los dones de Dios no
son un tesoro que ha de ser enterrado en el metro cuadrado de nuestra vida,
sino que son regalos que Dios nos entrega en beneficio de quienes están a
nuestro alrededor, por lo cual, se requiere de la actitud de diligencia y del
espíritu generoso que tienda como
instintivamente a buscar el bienestar de quienes están a nuestro alrededor
antes que procurar la satisfacción personal, pues -tal como dice Jesús- “Hay
más alegría en dar que en recibir” (Hechos de los Apóstoles XX, 35).
Esta lógica es muy distinta a la que reina en el corazón
del mundo actual. Y esto conlleva que si dejamos al Creador de lado ¿Qué lugar
postergado no ha de ocupar la obra hecha por Él?
Con frecuencia vemos la liviandad con que se
menosprecia al prójimo, la facilidad con la que se insulta o calumnia a cualquier persona,
particularmente, en los medios de comunicación
y en las redes sociales que lo facilitan en virtud del anonimato con que se
puede hacer.
El trato al prójimo es consecuencia de lo que se cree,
pues si tenemos a Dios como centro y juez definitivo de nuestros actos, estos
devendrán del “santo temor de Dios” que tengamos, en tanto que, la
decisión de optar por una vida de espaldas a Dios, negando hasta su propia
existencia, hará que nuestro entorno se vuelva
carente de esperanza y lleno de egoísmo, lo cual es lo que experimentamos en la
sociedad actualmente.
Entonces, el Evangelio de hoy nos coloca en la
disyuntiva de optar por el señor mediante un acto de fe, que no responde a un
sentimiento pasajero ni a una mentalidad deducida, sino que es consecuencia del
don de Dios que nos permite afirmar lo que Él nos ha revelado con una certeza
mayor que la que las argumentaciones de la razón nos entregan.
¿Quién dices que soy yo? Es una pregunta lacerante que
nos hace el Señor hoy. En parte se responde por el lugar que damos a Dios en
nuestro tiempo, en nuestras acciones, en nuestros proyectos, también en ámbito
de la vida pública, laboral y educativa, en los cuales suele quedar marginada
nuestra condición espiritual y nuestra vida con proyección de trascendencia,
viviendo a “ras de tierra”, como el resto de las creaturas.
En este día domingo la Iglesia celebra a Nuestra
Señora de los Dolores, dando inicio a la Noven a de preparación a la festividad
patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, a quien honramos
como Patrona de nuestra Parroquia y de
nuestra ciudad de Valparaíso. Sin duda, toda una bendición que este año nos permitirá
comenzar a preparar el gran Jubileo de la Redención que iniciaremos en
Nochebuena.
Durante un año el cielo estará abierto para dar lluvia
de bendiciones por medio de una tormenta del Cielo, en tanto que tendremos
oportunidad de recibir la indulgencia plenaria para nosotros y nuestros fieles
difuntos.
¡Que Viva Cristo Rey!
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