TEMA : “COMPETÍ, LLEGUE A LA META, Y
CONSERVÉ LA FE”
FECHA: HOMILÍA
ANIVERSARIO SAINT PETER’S
/ 2024
En poco menos de un mes, la
denominada Ciudad de la Luz -París- se verá inundada de deportistas
provenientes de todo el mundo para dar inicio a las olimpiadas. Por largos años
los deportistas de múltiples disciplinas competirán para obtener la victoria y
la posibilidad de romper una marca mundial.
¿llegará cualquier persona a esa
competencia? La respuesta es obvia: sólo los que clasificaron para ello, es
decir, obtuvieron un rendimiento sobresaliente en cada una de las naciones que
representan.
La segunda lectura de este día,
nos habla de la comparación que hace San Pablo, con una “carrera”: “He competido en la noble competición, he llegado a la
meta en la carrera, he conservado la fe”. Desmenucemos esta frase del
Apóstol de los gentiles, y descubriremos una verdadera pedagogía para alcanzar
la santidad.
“He competido en la noble
competición”: Como aquel apóstol hubo muchos israelitas que
tuvieron la oportunidad de conocer y aceptar a Jesús como el Mesías esperado,
como San Pablo hubo muchos jóvenes que un poco antes y después que él,
realizaron estudios serios de la escritura que se impartía en una de las mas
prestigiosas escuelas rabínicas de la época. ¿Dónde está la diferencia? ¿Por
qué sólo él acogió a Jesucristo en su vida al punto de ofrecerla
voluntariamente por profesar a Cristo muerto y resucitado?
La gracia dada por Dios, tanto a
San Pablo como a San Pedro fue por libre elección de Dios, no fue por sus talentos
capacidades o conocimientos. Con toda seguridad hubo quienes respecto de
religión sabían mas y sabían menos que ambos, pero Dios puso su mirada en ellos
y les concedió la gracia no sólo para competir, sino para hacerlo de manera
noble. Esa gracia es participación en la vida divina, la cual, se recibe desde
el sacramento del bautismo.
El lema de nuestro colegio es de
origen romano: “Labor Omnia vincit” es de un texto de Virgilio que hace
hincapié en el esfuerzo personal para obtener con el trabajo bien hecho un
logro imperecedero.
En el refranero popular diremos
que aquellas cosas que mas valen son las que mas cuestan lograr, y es algo que
experimentamos con frecuencia, cuando
buscamos algo grande como es un primer lugar en ámbito deportivo, una
virtud moral o teologal por practicar mas permanentemente, una meta de
comprarnos algo valioso que requiere de privaciones durante un tiempo, en
fin, sólo quien alguna vez se esforzado
por llegar a un primer lugar, por mejorar sus calificaciones, por dar un mejor
bienestar a los suyos, sabe que la mejor competencia se da al interior del
corazón que por medio de la gracia recibida de Dios se encamina a dar la
batalla por algo, se encamina a competir
mas que con otros, a hacerlo consigo mismo en el plano de la virtudes.
Aquí encontramos algunas palabras
poco usadas hoy: sacrificio, esfuerzo, dedicación, y responsabilidad. Todas
ellas encierran una realidad muy precisa: Asumir en primera persona nuestros
deberes cotidianos, los cuales -para un creyente- tienen como un “aroma” de
Dios, y de los atributos que le son propios: bondad, belleza, perpetuidad, y perfección.
De ese aroma debemos esforzarlos
por hacer bien nuestro trabajo, el que para un alumno implica el estudio con
todo lo que implica: A veces se nos puede hacer cuesta arriba por su creciente dificultad,
en otras, a causa de nuestra negligencia los resultados pueden ser discretos,
pueden darse desencuentros personales y familiares que mantengan distraída
nuestra necesaria dedicación, esto conlleva cierto cansancio, aburrimiento, y
hasta molestia.
Frente a ello, San Juan de la
Cruz solía repetir: “Dios no cansa, Dios no aburre”, lo cual, con su
presencia implorada en la oración, nos permite descubrir una novedad en lo monótono,
nos permite llenar de fantasía lo que parece irrevocable, nos faculta en encender
los prístinos ideales eclipsados por la tibieza.
Doce años de escolaridad primaria
y secundaria, sin contar los tres años de prebásica, pueden sonar mucho tiempo
cuando formamos parte de ellos, mas cuando hemos egresado nos parece un tiempo breve
aquel período de colegio.
Para toda época de nuestra vida, convendrá
practicar lo que un santo contemporáneo repetía con frecuencia: “Hacer de
manera extraordinaria, lo ordinario de cada día”, procurando hacer percibir
por medio del apostolado y testimonio personal que hay un algo de Dios en las
realidades mas sencillas, simples y breves de nuestra vida.
Así lo han entendido los Santos a
lo largo de dos milenios, entre los cuales destaca nuestro Patrono San Pedro
Apóstol, el cual, debió vencer las múltiples tentaciones que sobrevenían con
las armas de la generosidad y la fe, que le permitieron ir cambiando su
manera de vivir al modo humano de sus gustos e instintos, mutando por la
gracia y perseverancia, al modo de Dios, develando con mayor nitidez que
fuimos creados “a imagen y semejanza de Dios”.
“He llegado a la meta”: Nuestro
Colegio cumple ciento seis años. Entre las generaciones encontraremos un sinfín
de oficios y profesiones que cada uno de ellos ha ejercido siguiendo una vocación
específica, entre los cuales anualmente recordamos cada seis de junio, a
cuantos escucharon el llamado de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que
da la vida por los suyos”. La pétrea placa en el acceso del Colegio incluye
el nombre de cada, y una frase que está -igualmente- replicada en el más antiguo
reloj de nuestro Colegio: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Los héroes de la fe que son los
Santos que con certeza “han llegado a la meta”, Por lo que una vez mas
diremos: ¡Cielo perdido, todo perdido, Cielo ganado, todo ganado!. Sin duda, nuestra misión en el ámbito de la educación no
sólo incluye sino que privilegia con “determinada determinación” (Santa
Teresa de Ávila), la formación religiosa y valórica lo cual, implica que el
objetivo central de todo el proceso educativo apunta a alcanzar la meta no sólo
de una humana realización personal, ni sólo de un éxito en mundo laboral y
profesional, sino en procurar que lleguen a la meta que es ser reconocidos y convocados
por Jesús: “Ven, Bendito de mi Padre al lugar preparado para ti desde toda
la eternidad”.
Finalmente, dice el Apóstol: “He
conservado la fe”. Estas palabras las expresa con la
certeza de estar próximo a ser condenado a muerte…por un instante, luego la
eternidad. Converso desde el judaísmo más radical, pasó de ser perseguidor a
seguidor de Cristo demostrando con las obras de su nueva vida que el Señor
había cambiado su corazón con la gracia venida de lo alto.
Antes de conocer a Jesucristo
estaba lleno de revanchismo, de un malsano espíritu violentista, el egoísmo le
había llevado a ensimismarse prescindiendo de los demás. Sólo desde que Jesús
se presentó ante Él, la vida de San Pablo cambió como la del pescador de Cafarnaúm
como fue nuestro Patrono. Dedicaron el resto de su vida a servir al Señor buscando
vivir al modo de Dios, lo cual, fue el más necesario y mejor camino para buscar
el bien de quienes estaban junto a ellos.
¡Que Viva Cristo Rey!
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