TEMA : “O DE CRISTO O DEL MUNDO”.
FECHA: HOMILÍA DOMINGO XV° / TIEMPO COMÚN / 2024
1.
“Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Amós V,
15).
Durante
varias semanas hemos conocido las andanzas de Jesús por las cercanías del Lago
de Genesaret, y en lo acontecido en la ciudad donde creció -Nazaret- en la cual,
sus milagros y enseñanzas causan sorpresa y cierta incertidumbre. Desde que
inició su ministerio publico nada de lo que el Señor hacia o decía pasaba
inadvertido, por el contrario, como una avalancha su fama parecía ir aumentando
de modo exponencial.
Ahora, el
Evangelio que hemos proclamado nos coloca en la disyuntiva que tienen los Apóstoles
de seguir o rechazar a Cristo. Respecto de lo que ellos están viviendo, de ser
testigos de los prodigios, del asombro, y del rechazo que tiene Jesús, se
requiere de una respuesta. ¿Seguirán con Él? ¿En qué lo seguirán? ¿Qué implica
ese seguimiento?
Lo
anterior nos recuerda el texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de
Loyola, en el capítulo sobre las “dos banderas”. Allí nos muestra el
mundo como un campo de batalla donde se enfrentan dos ejércitos. Ante ello no
podemos quedar indiferentes pues nuestra vida se desarrolla en medio de ese
conflicto. Es una guerra donde no hay espectadores, porque todos estamos
involucrados en ella. Es un imperativo saber colocarnos bajo el estandarte que
nos garantiza la victoria definitiva.
En efecto,
el combate entre el bien y el mal nunca será una batalla entre iguales, que es
lo que el demonio quiere hacernos creer. Se trata de una criatura y siempre lo
será, y si existe es porque nuestro Dios lo permite, lo que aumenta el odio de
saber que su sola existencia se la debe a quien tanto aborrece pues permanecerá
siempre -sin pausa alguna- incapaz de amar o de sentir gratitud alguna. Ese
odio crece aun mas -y ello es posible- al asumir que es el único culpable de su
propia condena.
Hace unas
dos décadas visite a un religioso amigo que estaba en el Monasterio Benedictino
de la Santísima Trinidad en Santiago. Hoy se encuentra en el monasterio Mater
Veritatis a orillas del Lago General Carrera en la lejana y helada región de Aysen.
Al despedirme me regaló un pequeño libro recientemente editado por un sacerdote
español que dirigió varios retiros durante nuestra formación en el Seminario de
Lo Vásquez. El libro, cuyo autor es el Padre José María Iraburu se titula: “De Cristo o del mundo”, al
pasármelo me dijo: “Es pura metralla para defendernos de Satanás”.
Quienes
son llamados por Jesús al camino de perfección deben tomar conciencia que existe
un antes y un después del primer encuentro con el Señor, que la opción de
colocarse al lado de Jesús, o bajo su estandarte, implica un acto irrevocable,
lo cual, hará que los enemigos del alma se esfuercen más por alejarnos de
nuestra profesión de colocar a Cristo en el centro de nuestra vida. Ni puesto
al lado, ni alejado, en el centro de nuestros altares tal como litúrgicamente
corresponde.
Las
exigencias hechas por el Señor a los Apóstoles tienen por objeto evitar que nuestra
piedad se erija un simple adorno, de no confundir el acto de fe con un sentimiento
o deseo, ni de usar a Dios para nuestros caprichos: Somos nosotros los que debemos
ser moldeados por el Señor, no al revés, como tantas veces ocurre de hacernos
un falso dios moldeado por los gustos e instintos. Por les recordará el
Señor en la Última Cena: “Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo”
(San
Juan XVII,16).
La
vivencia de la fe de los creyentes desde que Jesús vino “según la carne”
al mundo se ha desarrollado en circunstancias muy diversas. Mas, hay un centro que se ha mantenido a lo
largo de dos milenios, toda vez que es la fe recibida de Jesús por los
Apóstoles y que ha sido proclamada, de palabra y acción, cuya verosimilitud ha sido refrendada por la
persecución y martirio.
De la mano
de la Sagrada Escritura, la Tradición que implica las luces del Espíritu santo
que ha iluminado nuestra Iglesia, y la enseñanza del Magisterio perenne, lo que
incluye la totalidad de las enseñanzas pontificias y los concilios, cada uno de
los cuales ha de ser interpretado como nota inclusiva y no disonante de aquello
que siempre ha sido creído por el fino sentido de fe del verdadero pueblo santo
de Dios.
2.
“Predicaron que se convirtieran, expulsaban a
muchos demonios” (San
Marcos VI, 7-13).
Jesús hace
un llamado universal a la santidad, que en modo alguno es invención reciente,
pues siempre la Iglesia ha invitado a todos los fieles a procurar vivir de
manera santa en medio del mundo…sin ser esclavos de ese mundo.
Esto
último implica una tensión permanente que tendrá aquel que se esfuerza por
vivir al modo y estilo de lo que Jesús invita: “Sed perfectos como mi Padre
de los cielos es perfecto”. Esta condición a la que Dios llama a vivir
necesariamente entra en contradicción con lo que uno debe dejar.
El
problema del secularismo propuesto por los católicos modernistas es que creen
haber inventado la unión del agua y del aceite, o proclamar que se puede estar vivo
y muerto a la vez. Nadie está medio muerto ni medio vivo, de modo similar o se
es de Cristo o se es participe de quien se opone a Él. Por eso, Jesús cuando le
preguntan como se puede alcanzar la perfección responde: “Si quieres ser
perfecta, deja todo, y sígueme” (San Mateo XIX, 21).
Será, por
lo tanto, un signo distintivo de la predicación de la Iglesia a lo largo de dos
mil años el llamado a la conversión, al cambio de vida que es preciso para
quien opta para ser verdadero discípulo del Señor. Un apostolado que no incluya
la conversión como prioridad es una fantasía, lo cual, por desgracia está muy extendido
en nuestras pastorales y liturgias. Si no hay que convertirse, y si acaso se enseña
que da lo mismo lo que hagamos o no, para qué Cristo murió en la cruz. ¡Por
tanto, sin conversión no hay misión!
Imploremos
a nuestra Madre del Cielo, que honramos en este Mes bajo la advocación de
Patrona y Reina que nos obtenga la gracia de la perseverancia en medio de la
creciente apostasía que constatamos en la actualidad, que nos anime a dar testimonio
aun en medio de los ambientes más adversos y apóstoles incansables a la hora de
decir presente.
¡Que Viva Cristo Rey!
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