domingo, 14 de julio de 2024

 TEMA  :  “O DE CRISTO O DEL MUNDO”.

FECHA: HOMILÍA DOMINGO XV° / TIEMPO COMÚN / 2024

1.     “Ve y profetiza a mi pueblo Israel” (Amós V, 15).

Durante varias semanas hemos conocido las andanzas de Jesús por las cercanías del Lago de Genesaret, y en lo acontecido en la ciudad donde creció -Nazaret- en la cual, sus milagros y enseñanzas causan sorpresa y cierta incertidumbre. Desde que inició su ministerio publico nada de lo que el Señor hacia o decía pasaba inadvertido, por el contrario, como una avalancha su fama parecía ir aumentando de modo exponencial.

Ahora, el Evangelio que hemos proclamado nos coloca en la disyuntiva que tienen los Apóstoles de seguir o rechazar a Cristo. Respecto de lo que ellos están viviendo, de ser testigos de los prodigios, del asombro, y del rechazo que tiene Jesús, se requiere de una respuesta. ¿Seguirán con Él? ¿En qué lo seguirán? ¿Qué implica ese seguimiento?

Lo anterior nos recuerda el texto de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, en el capítulo sobre las “dos banderas”. Allí nos muestra el mundo como un campo de batalla donde se enfrentan dos ejércitos. Ante ello no podemos quedar indiferentes pues nuestra vida se desarrolla en medio de ese conflicto. Es una guerra donde no hay espectadores, porque todos estamos involucrados en ella. Es un imperativo saber colocarnos bajo el estandarte que nos garantiza la victoria definitiva.

En efecto, el combate entre el bien y el mal nunca será una batalla entre iguales, que es lo que el demonio quiere hacernos creer. Se trata de una criatura y siempre lo será, y si existe es porque nuestro Dios lo permite, lo que aumenta el odio de saber que su sola existencia se la debe a quien tanto aborrece pues permanecerá siempre -sin pausa alguna- incapaz de amar o de sentir gratitud alguna. Ese odio crece aun mas -y ello es posible- al asumir que es el único culpable de su propia condena.

 

 

 

Hace unas dos décadas visite a un religioso amigo que estaba en el Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad en Santiago. Hoy se encuentra en el monasterio Mater Veritatis a orillas del Lago General Carrera en la lejana y helada región de Aysen. Al despedirme me regaló un pequeño libro recientemente editado por un sacerdote español que dirigió varios retiros durante nuestra formación en el Seminario de Lo Vásquez. El libro, cuyo autor es el Padre José María Iraburu  se titula: “De Cristo o del mundo”, al pasármelo me dijo: “Es pura metralla para defendernos de Satanás”.

Quienes son llamados por Jesús al camino de perfección deben tomar conciencia que existe un antes y un después del primer encuentro con el Señor, que la opción de colocarse al lado de Jesús, o bajo su estandarte, implica un acto irrevocable, lo cual, hará que los enemigos del alma se esfuercen más por alejarnos de nuestra profesión de colocar a Cristo en el centro de nuestra vida. Ni puesto al lado, ni alejado, en el centro de nuestros altares tal como litúrgicamente corresponde.

Las exigencias hechas por el Señor a los Apóstoles tienen por objeto evitar que nuestra piedad se erija un simple adorno, de no confundir el acto de fe con un sentimiento o deseo, ni de usar a Dios para nuestros caprichos: Somos nosotros los que debemos ser moldeados por el Señor, no al revés, como tantas veces ocurre de hacernos un falso dios moldeado por los gustos e instintos. Por les recordará el Señor en la Última Cena: “Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo” (San Juan XVII,16).

La vivencia de la fe de los creyentes desde que Jesús vino “según la carne” al mundo se ha desarrollado en circunstancias muy diversas. Mas,  hay un centro que se ha mantenido a lo largo de dos milenios, toda vez que es la fe recibida de Jesús por los Apóstoles y que ha sido proclamada, de palabra y acción,  cuya verosimilitud ha sido refrendada por la persecución y martirio.

De la mano de la Sagrada Escritura, la Tradición que implica las luces del Espíritu santo que ha iluminado nuestra Iglesia, y la enseñanza del Magisterio perenne, lo que incluye la totalidad de las enseñanzas pontificias y los concilios, cada uno de los cuales ha de ser interpretado como nota inclusiva y no disonante de aquello que siempre ha sido creído por el fino sentido de fe del verdadero pueblo santo de Dios.

2.        “Predicaron que se convirtieran, expulsaban a muchos demonios”  (San Marcos VI, 7-13).

Jesús hace un llamado universal a la santidad, que en modo alguno es invención reciente, pues siempre la Iglesia ha invitado a todos los fieles a procurar vivir de manera santa en medio del mundo…sin ser esclavos de ese mundo.

Esto último implica una tensión permanente que tendrá aquel que se esfuerza por vivir al modo y estilo de lo que Jesús invita: “Sed perfectos como mi Padre de los cielos es perfecto”. Esta condición a la que Dios llama a vivir necesariamente entra en contradicción con lo que uno debe dejar.

El problema del secularismo propuesto por los católicos modernistas es que creen haber inventado la unión del agua y del aceite, o proclamar que se puede estar vivo y muerto a la vez. Nadie está medio muerto ni medio vivo, de modo similar o se es de Cristo o se es participe de quien se opone a Él. Por eso, Jesús cuando le preguntan como se puede alcanzar la perfección responde: “Si quieres ser perfecta, deja todo, y sígueme” (San Mateo XIX, 21).

Será, por lo tanto, un signo distintivo de la predicación de la Iglesia a lo largo de dos mil años el llamado a la conversión, al cambio de vida que es preciso para quien opta para ser verdadero discípulo del Señor. Un apostolado que no incluya la conversión como prioridad es una fantasía, lo cual, por desgracia está muy extendido en nuestras pastorales y liturgias. Si no hay que convertirse, y si acaso se enseña que da lo mismo lo que hagamos o no, para qué Cristo murió en la cruz. ¡Por tanto, sin conversión no hay misión!

Imploremos a nuestra Madre del Cielo, que honramos en este Mes bajo la advocación de Patrona y Reina que nos obtenga la gracia de la perseverancia en medio de la creciente apostasía que constatamos en la actualidad, que nos anime a dar testimonio aun en medio de los ambientes más adversos y apóstoles incansables a la hora de decir presente.

¡Que Viva Cristo Rey!














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