martes, 2 de julio de 2024

 

TEMA  :  “!LOS HIJOS DE DIOS UNIDOS POR LA SANTA MISA!”.

FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL  SRA.  AMELIA ARAYA RUIZ DE PEÑA  2024

Queridos hermanos, Hemos venido a este templo que esta consagrado al patrocinio del Sagrado Corazón de Jesús con el fin de celebrar nuestra Santa Mida de Exequias por el descanso eterno del alma de doña Amalia Araya Ruiz de Peña, nacida el día viernes tres de junio de 1960 Acompañamos espiritualmente a su esposo don David Peña, a sus hijos: José Peña Araya y David Peña Araya, a la vez que tenemos presente a su hijo que ha de esperarla en las puertas del cielo (+) Oscar Peña Araya, por quien celebramos hace unos años la Eucaristía.

Junto a la familia Peña-Araya hemos celebrado muchas veces momentos significativos, no ha faltado la alegría y el gozo como la tristeza y dolor.

Recordamos que en cada Santa Misa se hace presente Jesús de manera real y substancial, donde se revive el sacrificio hecho en la cruz, en efecto, es en la Última Cena donde el Señor toma un poco de pan y vino y los transforma totalmente en su cuerpo y sangre, permaneciendo de manera misteriosa pero verdadera, por lo que cada vez que comulgamos recibimos el precio de la redención que es la persona de Jesús que entrega su vida por el perdón de los pecados de una vez para siempre.

Según esto, no hay nada mas urgente y necesario para el bien del alma de nuestros fieles difuntos que aplicar la Misa en beneficio de ellos. Es cierto que ´podemos hacer actos que impliquen esfuerzo por los demás, que ameriten desprenderse de algo que es importante o, privarse de algo por un tiempo, mas nada será comparable a lo que Jesucristo -el Verbo encarnado- ha hecho por todos y cada uno: “tomad y comed esto es mi cuerpo” y luego dijo: “Tomad y bebed esta es mi sangre derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados” (San Mateo XXVI, 26-46).

Mas allá de los lazos familiares que nos unan, más allá de los vínculos de amistad que tengamos, más allá de los vínculos vecinales que poseamos, lo que nos trae a este templo es la fe, de la cual, nuestra hermana procuró mantener a lo largo de toda su vida e impregnar de ella a cada uno de sus descendientes.

 

Por ello, con alegría y orgullo alentaba a sus hijos a participar en la recordada Capilla San Esteban en las diversas instancias que hubo en ella, con la sabiduría propia de una madre sabía aconsejar, corregir e incentivar a cada uno de sus hijos aplicando, muchas veces lo que la Madre de Jesús dijo a quienes estaban en la Boda en Cana de Galilea: “! Hagan todo lo que Jesús les diga!”.

En tiempos donde tanto se ensalza el empoderamiento femenino, recordamos que el Papa Juan Pablo II destacaba en su primera visita a Irlanda que “la vocación de la mujer tiene un nombre y es maternidad”, según esto, se realza el don único dado a la mujer de ser colaboradora de Dios en el misterio de la creación y privilegiada custodia en su vientre alzado como “sagrario de la vida” durante los primeros nueve meses. La gestación, espera y llegada de cada uno de sus tres hijos fue asumida como una bendición de Dios, que como todo don conlleva una tarea permanente de la cual en todo momento se esmeró por cumplir de la mejor manera.

Asumió la maternidad como un don por ello, dedicó sus mejores esfuerzos para formar a sus hijos consciente que los mejores y primeros educadores de los niños y jóvenes fueron, son y serán los propios padres. Según esto, todas las demás instituciones -incluido el Estado- cumplirán su misión si reconocen a la familia, a los padres como quienes han recibido el don y la misión de gestar, cobijar y enseñar a los hijos.

El Santo Evangelio que hemos proclamado corresponde al que se lee en cada templo católico a lo largo de todo el mundo, con lo cual, cada comunidad, desde sus particularidades, medita las palabras de Jesús referidas al valor intransable de la unidad de la familia.

Es un momento oportuno, lo que constituye la partida de nuestra hermana Amalia, dedicar un momento para recordar la importancia que David y Amalia confirieron a la vida al interior del hogar, privilegiando la vida familiar sobre otras consideraciones como suele hacerse en nuestro tiempo signado por el secularismo. Cuando afirmamos “!la familia primero!” no lo hacemos por un carácter excluyente, sino por el contrario, para poder amar verdaderamente a quienes están a nuestro alrededor de manera ordenada, tal como enseña un antiguo refrán popular: “La caridad empieza por casa”. De hecho fue San Bernardo de Claraval quien en el Siglo XII escribió: “La caridad para ser verdadera ha de ser ordenada”, por tanto, el tiempo que disponemos hemos de ofrecerlo prioritariamente a los miembros de nuestra familia.

Es motivo de consuelo cierto para un creyente saber que el momento de mayor cercanía que tenemos con nuestros seres queridos que han partido de este mundo, se da -precisamente- en medio de la celebración de la Santa Misa puesto que, se junta en una realidad la mirada de toda la Iglesia.

En primer lugar, la mirada de la Iglesia triunfante de las almas de los Bienaventurados que ya están gozando de la visión beatifica en el Cielo, entre los cuales rezamos para que estén muchos de nuestros familiares y amigos.

Luego, está la Iglesia Purificante, de las denominadas “Benditas ánimas del Purgatorio” los cuales conscientes de que ya están en el peldaño de los salvados asumen con un dolor físico y moral mayor a toda terrenal penuria, que aún deben experimentar un tiempo de purificación, y finalmente, en esta “triple mirada eucarística” pertenece toda la Iglesia militante, que está en el tiempo del mérito y la conversión, a la que pertenecemos por medio del bautismo.

Por tanto, no hay ningún momento de mayor cercanía con nuestros fieles difuntos que aquella que tenemos durante la Santa Misa, y especialmente en la sagrada comunión. Es inimaginable la gratitud de las almas rescatadas del purgatorio gracias a la oración que hacemos por ellas. Recordemos que Jesús dio un poderoso valor a la oración del fiel creyente cuando anunció: “Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre allí estoy Yo en medio de ellos”, añadiendo que “todo lo que pidan con fe en mi nombre os será concedido”, por lo que “debemos implorar como si lo pedido hubiese si ya concedido”

Y es esto lo que hacemos en esta celebración. Rezamos a Dios por el eterno descanso de nuestra hermana, para goce de todos los bienes prometidos por Jesús en el Evangelio, para que Dios premie todo el hecho a lo largo de sus sesenta y cuatro años de vida, recordando que si mucho bien hizo a los suyos aquí en esta tierra transitoria ¡Cuánto más! ¡mucho más! Hará estando en el cielo que es eterno.

Que nuestra Madre la Virgen reciba en la eternidad a doña Amelia Araya Ruiz de Peña, que vino al mundo el tres de junio de 1960 que fue un Primer Viernes de Mes votivo del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo Mes bendito   celebramos y en el que fue llamada por el Señor para contemplar a Quien dijo de si: “Aprended de Mi que soy manso y humilde corazón. En mí hallareis descanso y alivio a vuestras almas” (San Mateo XI, 29)      Amelia Araya Ruiz de Peña, Requiescat in pace.     ¡Que Viva Cristo Rey!

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