TEMA
: “!LOS HIJOS DE DIOS UNIDOS POR
LA SANTA MISA!”.
FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL SRA. AMELIA
ARAYA RUIZ DE PEÑA 2024
Queridos hermanos, Hemos
venido a este templo que esta consagrado al patrocinio del Sagrado Corazón de
Jesús con el fin de celebrar nuestra Santa Mida de Exequias por el descanso
eterno del alma de doña Amalia Araya Ruiz de Peña, nacida el día viernes tres
de junio de 1960 Acompañamos espiritualmente a su esposo don David Peña, a sus
hijos: José Peña Araya y David Peña Araya, a la vez que tenemos presente a su
hijo que ha de esperarla en las puertas del cielo (+) Oscar Peña Araya, por
quien celebramos hace unos años la Eucaristía.
Junto a la familia Peña-Araya
hemos celebrado muchas veces momentos significativos, no ha faltado la alegría
y el gozo como la tristeza y dolor.
Recordamos que en cada
Santa Misa se hace presente Jesús de manera real y substancial, donde se revive
el sacrificio hecho en la cruz, en efecto, es en la Última Cena donde el Señor
toma un poco de pan y vino y los transforma totalmente en su cuerpo y sangre,
permaneciendo de manera misteriosa pero verdadera, por lo que cada vez que
comulgamos recibimos el precio de la redención que es la persona de Jesús que
entrega su vida por el perdón de los pecados de una vez para siempre.
Según esto, no hay nada
mas urgente y necesario para el bien del alma de nuestros fieles difuntos que
aplicar la Misa en beneficio de ellos. Es cierto que ´podemos hacer actos que
impliquen esfuerzo por los demás, que ameriten desprenderse de algo que es
importante o, privarse de algo por un tiempo, mas nada será comparable a lo que
Jesucristo -el Verbo encarnado- ha hecho por todos y cada uno: “tomad y comed
esto es mi cuerpo” y luego dijo: “Tomad y bebed esta es mi sangre
derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados” (San
Mateo XXVI, 26-46).
Mas allá de los lazos
familiares que nos unan, más allá de los vínculos de amistad que tengamos, más
allá de los vínculos vecinales que poseamos, lo que nos trae a este templo es
la fe, de la cual, nuestra hermana procuró mantener a lo largo de toda su vida
e impregnar de ella a cada uno de sus descendientes.
Por ello, con alegría y
orgullo alentaba a sus hijos a participar en la recordada Capilla San Esteban
en las diversas instancias que hubo en ella, con la sabiduría propia de una
madre sabía aconsejar, corregir e incentivar a cada uno de sus hijos aplicando,
muchas veces lo que la Madre de Jesús dijo a quienes estaban en la Boda en Cana
de Galilea: “! Hagan todo lo que Jesús les diga!”.
En tiempos donde tanto se
ensalza el empoderamiento femenino, recordamos que el Papa Juan Pablo II
destacaba en su primera visita a Irlanda que “la vocación de la mujer tiene
un nombre y es maternidad”, según esto, se realza el don único dado a la
mujer de ser colaboradora de Dios en el misterio de la creación y privilegiada
custodia en su vientre alzado como “sagrario de la vida” durante los
primeros nueve meses. La gestación, espera y llegada de cada uno de sus tres
hijos fue asumida como una bendición de Dios, que como todo don conlleva una
tarea permanente de la cual en todo momento se esmeró por cumplir de la mejor
manera.
Asumió la maternidad como
un don por ello, dedicó sus mejores esfuerzos para formar a sus hijos consciente
que los mejores y primeros educadores de los niños y jóvenes fueron, son y
serán los propios padres. Según esto, todas las demás instituciones -incluido
el Estado- cumplirán su misión si reconocen a la familia, a los padres como
quienes han recibido el don y la misión de gestar, cobijar y enseñar a los
hijos.
El Santo Evangelio que
hemos proclamado corresponde al que se lee en cada templo católico a lo largo
de todo el mundo, con lo cual, cada comunidad, desde sus particularidades, medita
las palabras de Jesús referidas al valor intransable de la unidad de la familia.
Es un momento oportuno,
lo que constituye la partida de nuestra hermana Amalia, dedicar un momento para
recordar la importancia que David y Amalia confirieron a la vida al interior
del hogar, privilegiando la vida familiar sobre otras consideraciones como
suele hacerse en nuestro tiempo signado por el secularismo. Cuando afirmamos “!la
familia primero!” no lo hacemos por un carácter excluyente, sino por el
contrario, para poder amar verdaderamente a quienes están a nuestro alrededor
de manera ordenada, tal como enseña un antiguo refrán popular: “La caridad
empieza por casa”. De hecho fue San Bernardo de Claraval quien en el Siglo XII
escribió: “La caridad para ser verdadera ha de ser ordenada”, por tanto,
el tiempo que disponemos hemos de ofrecerlo prioritariamente a los miembros de
nuestra familia.
Es motivo de consuelo
cierto para un creyente saber que el momento de mayor cercanía que tenemos con
nuestros seres queridos que han partido de este mundo, se da -precisamente- en
medio de la celebración de la Santa Misa puesto que, se junta en una realidad
la mirada de toda la Iglesia.
En primer lugar, la
mirada de la Iglesia triunfante de las almas de los Bienaventurados que ya
están gozando de la visión beatifica en el Cielo, entre los cuales rezamos para
que estén muchos de nuestros familiares y amigos.
Luego, está la Iglesia
Purificante, de las denominadas “Benditas ánimas del Purgatorio” los
cuales conscientes de que ya están en el peldaño de los salvados asumen con un
dolor físico y moral mayor a toda terrenal penuria, que aún deben experimentar
un tiempo de purificación, y finalmente, en esta “triple mirada eucarística”
pertenece toda la Iglesia militante, que está en el tiempo del mérito y la
conversión, a la que pertenecemos por medio del bautismo.
Por tanto, no hay ningún
momento de mayor cercanía con nuestros fieles difuntos que aquella que tenemos
durante la Santa Misa, y especialmente en la sagrada comunión. Es inimaginable
la gratitud de las almas rescatadas del purgatorio gracias a la oración que
hacemos por ellas. Recordemos que Jesús dio un poderoso valor a la oración del
fiel creyente cuando anunció: “Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre allí
estoy Yo en medio de ellos”, añadiendo que “todo lo que pidan con fe en
mi nombre os será concedido”, por lo que “debemos implorar como si lo
pedido hubiese si ya concedido”
Y es esto lo que hacemos
en esta celebración. Rezamos a Dios por el eterno descanso de nuestra hermana,
para goce de todos los bienes prometidos por Jesús en el Evangelio, para que
Dios premie todo el hecho a lo largo de sus sesenta y cuatro años de vida,
recordando que si mucho bien hizo a los suyos aquí en esta tierra transitoria
¡Cuánto más! ¡mucho más! Hará estando en el cielo que es eterno.
Que nuestra Madre la
Virgen reciba en la eternidad a doña Amelia Araya Ruiz de Peña, que vino al
mundo el tres de junio de 1960 que fue un Primer Viernes de Mes votivo del
Sagrado Corazón de Jesús, cuyo Mes bendito
celebramos y en el que fue
llamada por el Señor para contemplar a Quien dijo de si: “Aprended de Mi que
soy manso y humilde corazón. En mí hallareis descanso y alivio a vuestras almas”
(San
Mateo XI, 29) Amelia Araya Ruiz de Peña,
Requiescat in pace. ¡Que Viva Cristo Rey!
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