TEMA :
“TENER FE EN
CADA MOMENTO DE
LA VIDA”.
FECHA: HOMILÍA XII° DOMINGO TIEMPO COMÚN / 2024
1. “Se
alegraron de verlas amansarse, y Él los llevó hasta el puerto deseado” (Salmo
CVII, 30).
Luego de haber conocido algunas
parábolas, el Evangelio nos presenta a partir de este día varios milagros
realizados por Jesús: Primero la tempestad calmada, segundo el endemoniado de
Gerasa, tercero la resurrección de la hija de Jairo, cuarto la multiplicación
de los panes, y quinto, la sanación del ciego de nacimiento en Betsaida. Todos
estos milagros nos ayudan a fortalecer la fe en Jesucristo, puesto que la
finalidad no era un beneficio exclusivamente temporal o terrenal, sino el
fortalecimiento de la fe necesaria ´para alcanzar la santidad. Sin ella,
nuestra vida moral se derrumba. ¡Sucumbe…toda piedad y pastoral!
En 1986 se encontró en el fondo
del mar de Genesaret (Galileo) el casco de un barco que era de la época de
Jesús de acuerdo a la datación hecha por medio del uso de carbono catorce.
Transportaba quince personas, cuatro remaban, y media ocho metros por dos
metros y medio. Debido a que el agua tiene una temperatura más cálida que los
fríos vientos que se encajonan provocan
la formación de olas que llegan hasta los nueve metros. Altura ideal para un
avezado surfista pero dramática para un hombre que se dedica a la pesca.
En medio de la navegación surgió
una “tormenta de viento” que hizo dedicar losa mejores afanes a los apóstoles
durante largo rato si consideramos el tiempo transcurrido desde que se
embarcaron. Por largo tiempo creyeron que por sus fuerzas y autonomía serían
capaces de doblegar la naturaleza que acechaba con aquel impetuoso oleaje. “Hasta
aquí se romperá el orgullo de tus olas” (Job XXXVIII,11).
Muchas veces, al vernos inmersos
en determinadas pruebas, que se presentan sin avisar frecuentemente, pensamos
por el endiosamiento de la persona que vivimos hoy, que podemos actuar solos,
sin pedir el auxilio que nos viene del Señor.
Y mientras más actuamos así, como
acontece con la arenas movedizas, mas nos precipitamos a un punto sin retorno, por lo que una vida, un mundo, una
sociedad alzada sin Dios conduce cada vez más, de modo irremediable, a una existencia definitiva sin Dios.
Lo que hemos dicho respecto de
los males en el denominado estado de condenación, es muy superior a cualquier
dificultad en la cual, nos veamos envueltos…Ninguna guerra con toda su crudeza
que tenga, ninguna enfermedad con todas sus limitaciones y angustias, ningún
fracaso por injusto que nos parezca y, ningún dolor físico serán comparables
con lo que implica estar sin Dios por toda una eternidad.
2. “¿Por qué
estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe? (San
Marcos IV, 40)
Los Apóstoles experimentaron en
primera persona que por momentos iban a sucumbir en una muerte que para la
mayoría de ellos, por la labor desempeñada, les resultaba cercana: ahogados en
el fondo del mar. ¡Tantas veces lo vieron en sus consocios de la pesca! La
angustia, los rostros de desesperación de los muertos en hundimientos, la incertidumbre
de sus familiares al buscarlos, la miseria en que quedarían expuestos, todo
esto en fracción de segundos pasaba por la mente de esos hombres de mar en
medio de la tempestad.
Casi simultáneamente veían a
Jesús recostado sobre la parte mas alta de la barca, dormitando producto del
calor estacional y las largas caminatas diarias que emprendía. Les parecía
imposible que luego de haber presenciado tantos milagros ahora no fuese capaz
de tenderles una mano, tal como lo había hecho con los novios de Caná de
Galilea.
Como suele suceder en los momentos
de prueba y de tensión sus palabras antecedieron a sus pensamientos y acciones,
por lo que de inmediato increparon a Jesús, llegando al ofuscamiento y
represión al preguntarle “¿No te importa que nos estemos hundiendo?”. En esos instantes pareció que olvidaban lo
hecho por Jesús, a la vez que sus palabras parecieron caer al “saco roto”
de sus prioridades, en las que el Señor no parecía estar. Aún más, es la
condición divina la que queda marginada cuando al Señor se le relega al plano
de un impulso, de un empujón, o de un simple apoyo, olvidando que el origen de
toda vida santas y virtuosa es Dios mismo quien nos ha dicho: “Sed perfectos
como mi padre de los cielos es perfecto”.
En nuestra vida podemos tener la tentación
de pensar que podemos remar solos para llegar a un destino, en ocasiones, el combustible parece suficiente aunque nos
encontremos a personas en la vera del camino por la pana del necio, y algún
avión se precipite por no tener combustible suficiente.
Algo similar pasa con nuestra
alma, cuando la tentación del denominado pelagianismo nos hace pensar que todo
o parte de los logros en el plano de las virtudes y santidad sólo dependen de
nosotros, con el incentivo referencial de los paladines de la autoayuda que
afirman: “!Todo está en ti!”. Se olvida que es el Señor la causa de todo
bien, y que su gracia está al inicio, durante y fin de todo acto meritorio y
santificador, por lo que nuestra fuerza verdadera es abandonarnos, confiar y
depositar nuestras capacidades en las manos del poder de Dios.
Lo anterior, conlleva a
intensificar nuestra oración, puesto que aquel que sabe que todo depende de Dios, no dejará de
implorar al Cielo las gracias necesarias para ser dócil a la voluntad de Dios,
que en ocasiones pueda oponerse totalmente a nuestros gustos y sentimientos, de
los que permanecemos esclavizados por tanto tiempo.
Es lo que hicieron luego los
Apóstoles que clamaron al unísono: “Ayúdanos, Señor que nos hundimos”:
La oración hecha desde la humildad de quien sabe que es un mendigo ante Dios.
El Señor nunca está dormido cuando imploramos su misericordia, ocupando el
breve tiempo de lo que llamamos “pruebas” para hacernos a nosotros
despertar al don de la fe que se nos ha otorgado desde el bautismo y por medio
del cual damos pleno consentimiento a lo que Dios nos ha comunicado.
Tal como lo hizo a lo largo de toda su vida nuestra Madre Santísima, que fue dócil a la Voluntad de Dios aún sin “comprender razones” pues le bastaba la razón única de ser la elegida y constituida Inmaculada desde el primer instante de su concepción. Al respecto escribió Santo Tomás de Aquino: Para aquel que tiene fe no es necesaria una explicación, para aquel que no tiene fe, no existe explicación posible.
Pidamos al Señor que, en medio de
nuestra navegación por la vida, no exenta del oleaje impetuoso que el Maligno
levanta con el fin de hacernos desesperar olvidando que el Señor vela por cada
uno de nosotros permanentemente sentado a la Derecha de Dios Padre, y que nos
concede toda gracia que pasa por las manos de la Virgen María. ¡Pues, que Viva Cristo Rey!
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