TEMA : “LAS OBRAS DE LOS JUSTOS PRECEDERÁN SU
CAMINAR”.
FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL SRA. ANA ARANDA DE CUETO / 2024
Queridos
hermanos: José Manuel, Sergio, Gabriel y Ana María. Hemos llegado a este
templo, dedicado a Nuestra Señora de la Candelaria, con el fin de celebrar
nuestra Santa Misa de Exequias por el eterno descanso del alma de doña Ana
Aranda Pacheco de Cueto, nacida un día domingo 29 de Agosto del 1943 a la edad
de 81 años. ¿No es providencial acaso que ella, tan creyente, viniese al mundo
el mismo día del Señor? ¿No es acaso un acto de delicadeza del Buen Dios que
haya permitido que su misa de funeral fuese el día que honramos a la Virgen
María como atrio de la salvación en sábado?
Para todos nosotros
este lugar encierra quizás muchos recuerdos de un sinnúmero de celebraciones
donde la familia se ha reunido, tal como lo hacemos hoy -en Santa María en Sábado-
en una ocasión especial. Sin duda la mirada serena y la suave voz de nuestra
hermana nos contaría lo feliz que está su alma junto a Dios, al verlos unidos
invocando el nombre Santo de Dios, participando del Sacrificio renovado de
Jesús en el altar hecho una cruz, y honrando a la Virgen en su casa, que es el
hogar espiritual de todo creyente.
Así como
físicamente hemos llegado desde distintos puntos geográficos, participamos de
una misma fe profesada desde historias personales que dan una riqueza de
tonos semejante a las que podemos mirar en un silente amanecer o contemplar
la riqueza de colores al caer la tarde serena. Lo cierto es que a esta hora el
Señor nos habla y se manifiesta, de manera real y sustancial, para hacernos tomar conciencia que nuestra
vida tiene sentido si Dios mismo lo es como principio y fin de todo nuestro sentir
y actuar.
Para ello, las
lecturas de la Biblia que hemos tomado nos hablan de aquellas verdades
denominadas definitivas o postrimerías. Cada una de ellas nos recuerdan que la
vida del hombre en este mundo es pasajera, “semejante a la hierba del campo,
que un día esta, y luego, ya se ha ido”.
A diferencia de
la hierba que vuelve a la tierra y es parte de ella, nosotros tenemos una
realidad distinta e infinitamente superior, toda vez que al ser creado el
hombre y la mujer por Dios, infundió en nosotros un hálito de vida por medio de
la cual, podemos decir que el Dios -uno y trino- vive en nuestros corazones,
por lo que nuestra vida tiene un inicio como toda la naturaleza que nos circunda
posee -además- una vocación de eternidad,
tal como señala san Pablo Apóstol: “!Sois ciudadanos del Cielo!”.
Lo anterior nos
lleva a reconocer un principio fundamental: ¡Cielo ganado todo ganado, Cielo
perdido, todo perdido! Cristo lo afirma con fuerza preguntándonos ante la
evidencia de la muerte que ha tocado nuestras vidas y hogares con la partida de
nuestra hermana: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde
su alma?”.
Queridos
hermanos: Habitualmente el mundo actual mira silente y desorientado el misterio
de la muerte, como no encontrando consuelo ni explicación. Nada nuevo si acaso leemos
el libro del Antiguo Testamento que señala: “A los ojos de los necios
parecen haber muerto y su partida es considerada sólo como una desgracia”.
Tal muro que se
presenta para muchos como infranqueable fue definitivamente derribado por
Jesucristo, quien muriendo en lo alto de una cruz se presentó victorioso y
resucitado al tercer día no sólo para dar consuelo a los suyos sino para encender
la convicción que la vida nuestra ha de estar anclada en el Cielo y no
sepultada bajo tierra en este mundo.
¡La muerte fue
derrotada porque quien tiene la última palabra es Jesús que nos dice: “Todo
aquel que se une a mi con fe no morirá para siempre”. Conocí a doña Ana
hace treinta y cuatro años -yo con varios años y kilos de menos- cuando vivían muy
cerca de la casa parroquial y sus retoños tendrían unos alrededor de cuatro, seis, diez y doce años.
Recordarán que prontamente
los invité a ser monaguillos, cosa que hacían muy ordenadamente y siempre
peinados a la moda…a la moda de quien habla. Siempre discreta, atenta y servicial
vuestra madre destacaba por un hondo sentido religioso, que denotaba una fe
recia que le permitía sobrellevar momentos adversos a veces, pero que no
lograban mutar su carácter que exteriorizaba una tranquilidad espiritual que
aprendió a vivir desde su infancia cotidiana en los faldeos de los campos
cercanos.
Fue en aquellos
lugares donde conoció a don Sergio Cueto, con quien formó una familia signada
por la unidad a la que ambos contribuyeron, sorteando el oleaje a veces
impetuoso que implica toda vida en común con fortalezas y debilidades.
Ambos ante el
altar de Dios un día dijeron y volvieron a repetirlo años después: “Prometo
serte fiel, con salud o enfermedad, para así amarte, respetarse todos los días
de mi vida”.
Un escueto
juramento llevado a la probada fidelidad de cuidarse mutuamente hasta el último
de sus días con la salud que generalmente fue buena hasta que se presentaron
las enfermedades con todo su rigor que no dejaron de ofrecer al Señor en bien
de los suyos.
Tuve la
oportunidad de administrar el sacramento de la extremaunción horas antes de la serena
partida de nuestra hermana. Una leve sonrisa pareció dibujarse en su rostro al
momento de partir, se durmió en el Señor, para despertar ante el Señor.
Eso es lo que
pedimos a Dios en esta tarde. Que premie todo el bien hecho a lo largo de sus
años de vida, que vivió serena pero intensamente de manera abnegada, donde hizo
del trabajo un camino para servir, que pudo junto a don Sergio visitar lugares
tan hermosos como la misma Sede de Pedro y tantos otros donde sus hijos le
llevaron.
Hubo un pequeño
detalle que me llamó la atención al momento de estar en su habitación hace dos días: Muy cerca de ella
se veía el sombrero de paño de don Sergio…Recordé
lo entusiastas que eran para bailar cueca.
Quizás para
unos no tenga mayor importancia, pero estoy seguro que para cantar en un coro
de manera armónica y para bailar se requiere no sólo de esmerada preparación,
sino es menester una fina sintonía que da el amor verdadero, tal como fue el
que Ana y Sergio se profesaron a lo largo de su vida matrimonial, el cual fue
como al revés de lo que uno puede pensar. Que los jóvenes son buenos para
bailar y con el tiempo dejan de hacerlo, en el caso de nuestros hermanos, ellos
descubrieron en los últimos años dar
entusiasmo a sus vidas por medio del canto y del baile nacional.
La arraigada
devoción a la Virgen de Lo Vásquez que ambos profesaban, peregrinando
frecuentemente hasta su Santuario, nos llena de esperanza al momento de la
partida de nuestra hermana, pues como dice un antiguo refrán: “Quien a buen
árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Ella se acercó a la Santísima Virgen
María a la que con fe le imploraba por su esposo, hijos y nietos.
Por esto, hoy celebramos la Santa Misa de Exequias en este
templo parroquial, donde nuestra Teresa de los Andes cantaba, enseñaba
catecismo, rezaba el Santo Rosario y
participaba en la Santa Misa. Esta joven elevada a los altares mirando el mar
desde la playa cercana escribió: “Todo lo que veo me lleva a Dios”.
Nosotros al
partir de este mundo nos presentaremos ante Dios, quien verá en el corazón de
cada uno el nombre de quienes hemos amado y servido. En el caso de nuestra hermana
fluirán con rapidez el de su esposo Sergio, el de cada uno de sus hijos y
nietos, y el de un sinfín de nombres de quienes la conocieron y cobijan en su corazón
gratitud y admiración. Ana del Tránsito
Aranda Pacheco de Cueto, descansa en paz. ¡Que Viva Cristo Rey!
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