martes, 2 de julio de 2024

 

TEMA  :  “LAS OBRAS DE LOS JUSTOS PRECEDERÁN SU CAMINAR”.

FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL SRA. ANA ARANDA DE CUETO  /  2024

Queridos hermanos: José Manuel, Sergio, Gabriel y Ana María. Hemos llegado a este templo, dedicado a Nuestra Señora de la Candelaria, con el fin de celebrar nuestra Santa Misa de Exequias por el eterno descanso del alma de doña Ana Aranda Pacheco de Cueto, nacida un día domingo 29 de Agosto del 1943 a la edad de 81 años. ¿No es providencial acaso que ella, tan creyente, viniese al mundo el mismo día del Señor? ¿No es acaso un acto de delicadeza del Buen Dios que haya permitido que su misa de funeral fuese el día que honramos a la Virgen María como atrio de la salvación en sábado?

Para todos nosotros este lugar encierra quizás muchos recuerdos de un sinnúmero de celebraciones donde la familia se ha reunido, tal como lo hacemos hoy -en Santa María en Sábado- en una ocasión especial. Sin duda la mirada serena y la suave voz de nuestra hermana nos contaría lo feliz que está su alma junto a Dios, al verlos unidos invocando el nombre Santo de Dios, participando del Sacrificio renovado de Jesús en el altar hecho una cruz, y honrando a la Virgen en su casa, que es el hogar espiritual de todo creyente.

Así como físicamente hemos llegado desde distintos puntos geográficos, participamos de una misma fe profesada desde historias personales que dan una riqueza de tonos semejante a las que podemos mirar en un silente amanecer o contemplar la riqueza de colores al caer la tarde serena. Lo cierto es que a esta hora el Señor nos habla y se manifiesta, de manera real y sustancial,  para hacernos tomar conciencia que nuestra vida tiene sentido si Dios mismo lo es como principio y fin de todo nuestro sentir y actuar.

Para ello, las lecturas de la Biblia que hemos tomado nos hablan de aquellas verdades denominadas definitivas o postrimerías. Cada una de ellas nos recuerdan que la vida del hombre en este mundo es pasajera, “semejante a la hierba del campo, que un día esta, y luego, ya se ha ido”.

A diferencia de la hierba que vuelve a la tierra y es parte de ella, nosotros tenemos una realidad distinta e infinitamente superior, toda vez que al ser creado el hombre y la mujer por Dios, infundió en nosotros un hálito de vida por medio de la cual, podemos decir que el Dios -uno y trino- vive en nuestros corazones, por lo que nuestra vida tiene un inicio como toda la naturaleza que nos circunda posee -además-  una vocación de eternidad, tal como señala san Pablo Apóstol: “!Sois ciudadanos del Cielo!”.

Lo anterior nos lleva a reconocer un principio fundamental: ¡Cielo ganado todo ganado, Cielo perdido, todo perdido! Cristo lo afirma con fuerza preguntándonos ante la evidencia de la muerte que ha tocado nuestras vidas y hogares con la partida de nuestra hermana: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”.

Queridos hermanos: Habitualmente el mundo actual mira silente y desorientado el misterio de la muerte, como no encontrando consuelo ni explicación. Nada nuevo si acaso leemos el libro del Antiguo Testamento que señala: “A los ojos de los necios parecen haber muerto y su partida es considerada sólo como una desgracia”.

Tal muro que se presenta para muchos como infranqueable fue definitivamente derribado por Jesucristo, quien muriendo en lo alto de una cruz se presentó victorioso y resucitado al tercer día no sólo para dar consuelo a los suyos sino para encender la convicción que la vida nuestra ha de estar anclada en el Cielo y no sepultada bajo tierra en este mundo.

¡La muerte fue derrotada porque quien tiene la última palabra es Jesús que nos dice: “Todo aquel que se une a mi con fe no morirá para siempre”. Conocí a doña Ana hace treinta y cuatro años -yo con varios años y kilos de menos- cuando vivían muy cerca de la casa parroquial y sus retoños tendrían unos  alrededor de cuatro, seis, diez y doce años.

Recordarán que prontamente los invité a ser monaguillos, cosa que hacían muy ordenadamente y siempre peinados a la moda…a la moda de quien habla. Siempre discreta, atenta y servicial vuestra madre destacaba por un hondo sentido religioso, que denotaba una fe recia que le permitía sobrellevar momentos adversos a veces, pero que no lograban mutar su carácter que exteriorizaba una tranquilidad espiritual que aprendió a vivir desde su infancia cotidiana en los faldeos de los campos cercanos.

Fue en aquellos lugares donde conoció a don Sergio Cueto, con quien formó una familia signada por la unidad a la que ambos contribuyeron, sorteando el oleaje a veces impetuoso que implica toda vida en común con fortalezas y debilidades.

Ambos ante el altar de Dios un día dijeron y volvieron a repetirlo años después: “Prometo serte fiel, con salud o enfermedad, para así amarte, respetarse todos los días de mi vida”.

Un escueto juramento llevado a la probada fidelidad de cuidarse mutuamente hasta el último de sus días con la salud que generalmente fue buena hasta que se presentaron las enfermedades con todo su rigor que no dejaron de ofrecer al Señor en bien de los suyos.

Tuve la oportunidad de administrar el sacramento de la extremaunción horas antes de la serena partida de nuestra hermana. Una leve sonrisa pareció dibujarse en su rostro al momento de partir, se durmió en el Señor, para despertar ante el Señor.

Eso es lo que pedimos a Dios en esta tarde. Que premie todo el bien hecho a lo largo de sus años de vida, que vivió serena pero intensamente de manera abnegada, donde hizo del trabajo un camino para servir, que pudo junto a don Sergio visitar lugares tan hermosos como la misma Sede de Pedro y tantos otros donde sus hijos le llevaron.

 

Hubo un pequeño detalle que me llamó la atención al momento de estar en su  habitación hace dos días: Muy cerca de ella se veía el sombrero de paño  de don Sergio…Recordé lo entusiastas que eran para bailar cueca.

Quizás para unos no tenga mayor importancia, pero estoy seguro que para cantar en un coro de manera armónica y para bailar se requiere no sólo de esmerada preparación, sino es menester una fina sintonía que da el amor verdadero, tal como fue el que Ana y Sergio se profesaron a lo largo de su vida matrimonial, el cual fue como al revés de lo que uno puede pensar. Que los jóvenes son buenos para bailar y con el tiempo dejan de hacerlo, en el caso de nuestros hermanos, ellos descubrieron en los últimos años  dar entusiasmo a sus vidas por medio del canto y del baile nacional.

La arraigada devoción a la Virgen de Lo Vásquez que ambos profesaban, peregrinando frecuentemente hasta su Santuario, nos llena de esperanza al momento de la partida de nuestra hermana, pues como dice un antiguo refrán: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Ella se acercó a la Santísima Virgen María a la que con fe le imploraba por su esposo, hijos y nietos.

Por esto,  hoy celebramos la Santa Misa de Exequias en este templo parroquial, donde nuestra Teresa de los Andes cantaba, enseñaba catecismo, rezaba el Santo Rosario  y participaba en la Santa Misa. Esta joven elevada a los altares mirando el mar desde la playa cercana escribió: “Todo lo que veo me lleva a Dios”.

Nosotros al partir de este mundo nos presentaremos ante Dios, quien verá en el corazón de cada uno el nombre de quienes hemos amado y servido. En el caso de nuestra hermana fluirán con rapidez el de su esposo Sergio, el de cada uno de sus hijos y nietos, y el de un sinfín de nombres de  quienes la conocieron y cobijan en su corazón gratitud y admiración.  Ana del Tránsito Aranda Pacheco de Cueto, descansa en paz. ¡Que Viva Cristo Rey!




No hay comentarios:

Publicar un comentario