TEMA : “¡SEÑOR MÍO, Y DIOS MÍO!”
FECHA: HOMILÍA MISA DEL SÁBADO OCTAVA DE PASCUA / 2023
Queridos hermanos:
El
vigésimo capítulo del texto de San Juan, nos presenta la aparición de Jesús
Resucitado a sus discípulos invitándolos a la vivencia de la paz. Sin duda, es
un don propio que el Señor hace
partícipe desde el misterio de su vida misma, acercándose –en esta ocasión- por
propia iniciativa: Es Él quien viene a llenar de fe, esperanza y caridad a sus
discípulos, quienes aún permanecían dudosos y temerosos, a pesar de los ya
evidentes anuncios de María Magdalena, de Simón Pedro y Juan Apóstol.
No
todos los discípulos eran iguales: unos eran más sólidos en formación, otros
con mayor cultura, unos más impetuosos, más fuertes a causa del trabajo realizado,
más firmes para enfrentar adversidades. Esto explica que Tomás Apóstol no haya permanecido perseverante a la hora
que Jesús se presenta, como explícitamente lo dice el texto: “no estaba con ellos”.
Faltaba
algo a ese apóstol inicialmente ausente. “Hundir
sus manos en las huellas de la Pasión”, lo que implicaba asumir que su
fuerza, sus certezas, su misión sólo podían estar en coherencia con los demás si acaso
permanecía unido al misterio de las
manos traspasadas y del corazón de Jesús palpitante. Por esto, es la vida junto
al Señor la que da pleno sentido a la vida en la comunidad creyente.
No
ha sido casualidad regresar hoy a celebrar la Santa Misa junto a la imagen venerada de Nuestra Señora de las Mercedes de
Puerto Claro. Ha sido Ella quien eligió este día para manifestar su poder de
intercesión iniciado aquí en el tiempo de salvación, donde en cada sábado se
presenta como aurora, umbral, y puerto claro de misericordia que invita a
elevar una Acción de Gracias por tantas bendiciones recibidas.
En
efecto, la alegría propia de este tiempo de Pascua de Resurrección, donde las
lágrimas de dolor mutan a causa del gozo ante la presencia de Jesús, hace que
la vida de cada uno de los que se acercan al Señor cambie totalmente como lo
fue María Magdalena, que muy temprano fue la primera testigo de la evidencia
del resucitado…a quien mucho le fue perdonado aún más le fue dado en bendición,
pues como canto la Iglesia en su Pregón Pascual: “Oh feliz culpa...donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”.
Un
momento de inflexión total, de conversión radical, de un antes y un después, lo
cual el Señor nos permite experimentar en medio de nuestra vida, cuando Él lo
dispone o permite, sea a través del suave susurro de una brisa o del
tempestuoso rugir de una tormenta,
Desde
hace unas semanas atrás la salud –como saben- se vio algo menoscaba. En
general, a lo largo de mi vida he gozado de una salud buena, salvo algo
eventual. Como dice nuestro menor acólito –“convengamos”-
no estaba preparado para un ataque de tanta enfermedad junta ni menos a ser un
doble del “Doctor Simi” con el uso de tanto medicamento diario. Pase desde la
urgencia del Van Buren y estar hospitalizado cuatro días allí en la Unidad
Tratamiento Accidentes Cerebrovasculares, donde fui muy bien atendido por todo
el personal, que hace sus mejores esfuerzos con medios exiguos.
Cuando
leemos el Evangelio desde lo que hemos vivido adquiere un sabor más completo,
porque se ha hecho alimento para el alma. Es un aprendizaje desde el Espíritu
Santo que calo a lo más hondo de nuestro ser pues nada más íntimo o personal
existe para cada uno que la vida divina presente en el alma. Es notable como
las categorías de totalidad, eternidad, plenitud, y primacía afloran al recordar
que es el Señor quien guía en todo momento nuestros caminar, aun cuando
avanzaos por cañadas oscuras e inciertas, como dice el Salmo XXII.
Lo
anterior, se hace patente al momento de la segunda internación. La verdad que
sacar “vale otro” a pocos días de lo
anterior tuvo un rostro más intenso: asido al lecho de enfermo, el tiempo paso
sigiloso. Allí se hizo realidad lo que dice el Antiguo Testamento: “un día en tu presencia son como un ayer que
paso”. En efecto, los seis días internos fueron como flor de un día donde
procuraba orar cantando, lo cual –al parecer- no era del agrado de todos los
residentes. Aunque los mejores esfuerzos médicos hechos no lograban los
resultados buscados –ahora en mi ciudad natal- debería asumir que no había
solución médica inmediata por lo que me limité a repetir “Fiat voluntas tua” procurando estar con el alma dispuesta en lo
más simple.
Junto
a la alegría propia de este día de la Octava de Pascua, vemos que al anuncio
del resucitado se muestra mayoritariamente a quienes guardan una relación de
familiaridad, cercanía y amistad. Por una misteriosa razón, pero de seguro para
una más perfecta purificación del alma, el Señor permitiría una tercera
internación.
Esta
vez dejando la seguridad de estar cerca de casa para ir a recuperarme, por
directa intervención de un grupo de amigos y familias, en uno de los mejores
centros médicos del país, donde lo primero que me informaron fue que operaron
para recuperar el corazón.
Sólo
en ese momento asumí la seriedad del caminar recorrido por estos días,
iniciando luego una cantidad de exámenes donde los brazos ya a esa hora
parecían un verdadero colador, y el temor a las agujas de toda
una vida era algo casi intrascendente. Sin duda, La presencia de Jesús
Resucitado fortalece los vínculos de la verdadera amistad y estrecha los lazos
de una verdadera familiaridad. Aquella cercanía dada por la fe hace que las
virtudes humanas presentes, se eleven y perfeccionen de tal manera que
cualquier adversidad, por persistente que sea, pueda ser asumida y los límites
a los que estamos habituados cedan a la magnanimidad del amor de Dios cuya
única medida es que carece de ella.
Es
lo que a lo largo de estas semanas he podido experimentar. El cariño y
preocupación de muchas personas que han rezado por mi recuperación, a estas
horas francamente prodigiosa ante los pronósticos iniciales. Cuando decimos
todo lo que pidan en mi nombre con fe os será concedido ¡Es así! ¡Dios siempre
cumple y concede más de lo que imaginamos pedir!
A
los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro al
culminar la Octava de Pascua coloco las intenciones en bien de la salud, y
sobre todo, de la salud de la vida sacerdotal tan fuertemente atacada, interna
y externamente, en este tiempo, por la cual vale la pena vivir una y mil vidas,
toda vez que conste en seguir los pasos de Cristo para identificarse con sus
sentimientos, con su estilo y manera de vivir.
Como
aquellas primeras comunidades católicas creyentes descritas en la primera
lectura, como la comunidad de los apóstoles presididos por la Virgen María
esperando el Espíritu Santo, pedimos al Señor Resucitado la gracia de la
perseverancia, y damos gracias por los dones concedidos a lo largo de este
tiempo por la mediación universal de Nuestra Madre Santísima. ¡Que Viva Cristo Rey!
Amén.