lunes, 17 de abril de 2023

TEMA  :   “¡SEÑOR MÍO, Y DIOS MÍO!”

FECHA:  HOMILÍA MISA  DEL SÁBADO OCTAVA DE PASCUA / 2023

Queridos hermanos:

El vigésimo capítulo del texto de San Juan, nos presenta la aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos invitándolos a la vivencia de la paz. Sin duda, es un don propio  que el Señor hace partícipe desde el misterio de su vida misma, acercándose –en esta ocasión- por propia iniciativa: Es Él quien viene a llenar de fe, esperanza y caridad a sus discípulos, quienes aún permanecían dudosos y temerosos, a pesar de los ya evidentes anuncios de María Magdalena, de Simón Pedro y Juan Apóstol.

No todos los discípulos eran iguales: unos eran más sólidos en formación, otros con mayor cultura, unos más impetuosos, más fuertes a causa del trabajo realizado, más firmes para enfrentar adversidades. Esto explica que Tomás Apóstol  no haya permanecido perseverante a la hora que Jesús se presenta, como explícitamente lo dice el texto: “no estaba con ellos”.

Faltaba algo a ese apóstol inicialmente ausente. “Hundir sus manos en las huellas de la Pasión”, lo que implicaba asumir que su fuerza, sus certezas, su misión sólo podían estar  en coherencia con los demás si acaso permanecía unido al misterio  de las manos traspasadas y del corazón de Jesús palpitante. Por esto, es la vida junto al Señor la que da pleno sentido a la vida en la comunidad creyente.

No ha sido casualidad regresar hoy a celebrar la Santa Misa junto a la imagen  venerada de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro. Ha sido Ella quien eligió este día para manifestar su poder de intercesión iniciado aquí en el tiempo de salvación, donde en cada sábado se presenta como aurora, umbral, y puerto claro de misericordia que invita a elevar una Acción de Gracias por tantas bendiciones recibidas.

En efecto, la alegría propia de este tiempo de Pascua de Resurrección, donde las lágrimas de dolor mutan a causa del gozo ante la presencia de Jesús, hace que la vida de cada uno de los que se acercan al Señor cambie totalmente como lo fue María Magdalena, que muy temprano fue la primera testigo de la evidencia del resucitado…a quien mucho le fue perdonado aún más le fue dado en bendición, pues como canto la Iglesia en su Pregón Pascual: “Oh feliz culpa...donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”.

Un momento de inflexión total, de conversión radical, de un antes y un después, lo cual el Señor nos permite experimentar en medio de nuestra vida, cuando Él lo dispone o permite, sea a través del suave susurro de una brisa o del tempestuoso rugir de una tormenta,

Desde hace unas semanas atrás la salud –como saben- se vio algo menoscaba. En general, a lo largo de mi vida he gozado de una salud buena, salvo algo eventual. Como dice nuestro menor acólito –“convengamos”- no estaba preparado para un ataque de tanta enfermedad junta ni menos a ser un doble del “Doctor Simi” con el uso de tanto medicamento diario. Pase desde la urgencia del Van Buren y estar hospitalizado cuatro días allí en la Unidad Tratamiento Accidentes Cerebrovasculares, donde fui muy bien atendido por todo el personal, que hace sus mejores esfuerzos con medios exiguos.

Cuando leemos el Evangelio desde lo que hemos vivido adquiere un sabor más completo, porque se ha hecho alimento para el alma. Es un aprendizaje desde el Espíritu Santo que calo a lo más hondo de nuestro ser pues nada más íntimo o personal existe para cada uno que la vida divina presente en el alma. Es notable como las categorías de totalidad, eternidad, plenitud, y primacía afloran al recordar que es el Señor quien guía en todo momento nuestros caminar, aun cuando avanzaos por cañadas oscuras e inciertas, como dice el Salmo XXII.

Lo anterior, se hace patente al momento de la segunda internación. La verdad que sacar “vale otro” a pocos días de lo anterior tuvo un rostro más intenso: asido al lecho de enfermo, el tiempo paso sigiloso. Allí se hizo realidad lo que dice el Antiguo Testamento: “un día en tu presencia son como un ayer que paso”. En efecto, los seis días internos fueron como flor de un día donde procuraba orar cantando, lo cual –al parecer- no era del agrado de todos los residentes. Aunque los mejores esfuerzos médicos hechos no lograban los resultados buscados –ahora en mi ciudad natal- debería asumir que no había solución médica inmediata por lo que me limité a repetir “Fiat voluntas tua” procurando estar con el alma dispuesta en lo más simple.

Junto a la alegría propia de este día de la Octava de Pascua, vemos que al anuncio del resucitado se muestra mayoritariamente a quienes guardan una relación de familiaridad, cercanía y amistad. Por una misteriosa razón, pero de seguro para una más perfecta purificación del alma, el Señor permitiría una tercera internación.

Esta vez dejando la seguridad de estar cerca de casa para ir a recuperarme, por directa intervención de un grupo de amigos y familias, en uno de los mejores centros médicos del país, donde lo primero que me informaron fue que operaron para recuperar el corazón.

Sólo en ese momento asumí la seriedad del caminar recorrido por estos días, iniciando luego una cantidad de exámenes donde los brazos ya a esa hora parecían  un verdadero colador, y el temor a las agujas de toda una vida era algo casi intrascendente. Sin duda, La presencia de Jesús Resucitado fortalece los vínculos de la verdadera amistad y estrecha los lazos de una verdadera familiaridad. Aquella cercanía dada por la fe hace que las virtudes humanas presentes, se eleven y perfeccionen de tal manera que cualquier adversidad, por persistente que sea, pueda ser asumida y los límites a los que estamos habituados cedan a la magnanimidad del amor de Dios cuya única medida es que carece de ella.

Es lo que a lo largo de estas semanas he podido experimentar. El cariño y preocupación de muchas personas que han rezado por mi recuperación, a estas horas francamente prodigiosa ante los pronósticos iniciales. Cuando decimos todo lo que pidan en mi nombre con fe os será concedido ¡Es así! ¡Dios siempre cumple y concede más de lo que imaginamos pedir!

A los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro al culminar la Octava de Pascua coloco las intenciones en bien de la salud, y sobre todo, de la salud de la vida sacerdotal tan fuertemente atacada, interna y externamente, en este tiempo, por la cual vale la pena vivir una y mil vidas, toda vez que conste en seguir los pasos de Cristo para identificarse con sus sentimientos, con su estilo y manera de vivir.

Como aquellas primeras comunidades católicas creyentes descritas en la primera lectura, como la comunidad de los apóstoles presididos por la Virgen María esperando el Espíritu Santo, pedimos al Señor Resucitado la gracia de la perseverancia, y damos gracias por los dones concedidos a lo largo de este tiempo por la mediación universal de Nuestra Madre Santísima.  ¡Que Viva Cristo Rey!

Amén.













 

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