lunes, 16 de marzo de 2015

LO SANTO LLEVA A LO SANTO, LO PAGANO A LO PAGANO


TEMA  DE  FORMACIÓN  PARA LAICOS MES  DE  MARZO  2015.

Selfie Padre Jaime Herrera y acólitos  Puerto Claro

¿Dónde va Padre? “Voy a hacer un machitún”…Lo que hasta hace unos años podía ser una simple humorada dicha a alguna persona que preguntaba respecto de hacia dónde se dirigía un sacerdote con cura de almas (Párroco), en estos días adquiere una connotación que entraña desde la sorpresa hasta el absurdo.
Con preocupación constatamos ciertos ejemplos, crecientes e indesmentibles, referidos a la celebración de algunos actos litúrgicos en los cuales,  se  incorporan elementos ajenos y contrarios a  puntos esenciales de la doctrina y vida de los fieles católicos.
En la actualidad, la inmediatez -tiempo real- de los medios de comunicación hace que la recepción de las imágenes, recibidas -en ocasiones- sin textos explicativos o referenciales, induzca a emitir juicios valóricos que no cuenten con todos los elementos necesarios.
Pero, tratándose de celebraciones litúrgicas donde existen rituales y normas muy exactas, se hace más evidente el carácter nocivo de la incorporación de algunos signos precristianos, y abiertamente contrarios a la fe.
El “retorno a lo esencial” no puede ser entendido como un anhelo de primitivismo, en caso contrario,  los creyentes anglosajones volverán su mirada a Stonehadge, los sudamericanos mirarán hacia las alturas de Machu Picchu, los creyentes de Egipto hacia las pirámides predinásticas, y  los devotos guadalupanos deberán nuevamente subir los agudos peldaños de aquellas  pirámides donde un día se hacían grotescos sacrificios humanos.   
Nuestra liturgia católica actual es convocada a asumir el desafío de tener que ser no sólo el puente que vincula el cielo y la tierra, en el caso de los sacramentos y lo hace más propicio en el caso de los sacramentales, sino que el acto litúrgico en si está llamado a explicar y enseñar la fe con mayor prolijidad, pues, los sacramentos y sacramentales han llegado a ser, en el mejor de los casos,  el único camino que en la práctica religiosa se tiene para profundizar en las verdades de nuestra fe. En general diremos que lo poco que se sabe sobre las verdades de nuestra  fe son aquellas que se han recibido al interior de nuestros templos.
Quienes hoy acuden a los ritos fúnebres, a matrimonios, a ceremonias de bautismo, con frecuencia,  visitan de manera esporádica nuestros templos, por lo que el criterio pastoral exigible, junto a la acogida y a la caridad fraterna, deberá estar marcado -en el futuro-  por el imperativo de la formación y la catequesis litúrgica, impartida a través del modo celebrativo. ¡Aprender lo que se ve, para ver lo que se vive!

  Sacerdote Jaime Herrera en San José de Casablanca.

No se trata de multiplicar palabras, ni de extender el ceremonial por cualquier razón,  sino que se precisa celebrar con piedad, fidelidad y verdadero sentido de Iglesia.
Recordemos: ¡Palabras conmueven, ejemplos arrastran! Son innumerables las conversiones cuando la sagrada liturgia se celebra con unción, piedad y armonía. Mas, no podemos dejar de preguntarnos cuántos feligreses se han alejado de la vida de nuestra Iglesia a causa de celebraciones litúrgicas que resultan desvaías y carnavalescas en sus actos, e incomprensibles por el uso del lenguaje utilizado,  con fines de mayor acercamiento,  que finalmente terminan resultando como desconocidos y ajenos a la vida y espíritu de la Iglesia, al sensus fidei del verdadero y nuevo Pueblo de Dios.
El  tema del sincretismo religioso no es algo nuevo en lo que es la historia de nuestra Iglesia. Si miramos el Antiguo Testamento, a semanas de haber salido de Egipto,  donde los israelitas padecían severa esclavitud, camino a la tierra prometida, en instancias   que el  patriarca Moisés estaba recibiendo el más importante de los mensajes desde el cielo -en el monte Sinaí- paralelamente, hubo un grupo que fue capaz de crear un becerro de oro y rendir culto a un dios falso. Los ejemplos se multiplican a lo largo de toda la Biblia, por lo que simplemente diremos que dejemos un pueblo por un tiempo sin el debido amor a Dios y de inmediato surgirá la idolatría.
Pero, hay otros ídolos que cautivan el corazón del hombre actual, estos son: El poder, el placer, y el tener, ante los cuales no se vacila en quemar: ideales, compromisos, vocaciones,  y consagraciones. Sea con el fin de obtener, o bien,  para no perder las cuotas de placer y poder, se es capaz de sostener en el tiempo mentiras, y actitudes burdas.
Nuestra  Iglesia Católica, en el cumplimiento de la misión encomendada por el Verbo Encarnado, al momento de llevar a todos y en todo el Santo Evangelio que es Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre a la vez,  se ha incorporado a las comunidades de una manera profunda, evitando ceder a la fácil tentación de crear colonias o ghuettos separados de todas aquellas realidades a evangelizar por medio de los Sacramentos, de la Palabra y de la vivencia de la Caridad Fraterna.
La evangelización emerge desde la Encarnación como un llamado para volver a Dios y con el fin de vivir con Dios para siempre, por eso se busca, se acerca, descubre,  encuentra, purifica, enriquece y defiende la expansión del Reino de Dios, presente ya en medio nuestro e implorado ardientemente en la oración: Adveniat Regnum Tuum. 

Sin ánimo de detenernos en el tema, diremos que nuestra Iglesia, a diferencia de lo hecho por algunos movimientos religiosos, no tuvo un inconveniente insalvable para comprender las exigencias al momento de impregnar las culturas, porque la finalidad esencial era dar a conocer la fe recibida y vivida, pues, desde el día de la Anunciación: “Dios no quita nada, sino que lo da todo”.  “Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe católica que la voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios” (Declaración Domine Iesus, número 14,  Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de Agosto del2000).
En efecto, nuestra Iglesia conoce la riqueza de la gracia de Dios, que eleva y perfecciona la naturaleza, posibilitando y encaminando la vida del hombre y de la sociedad a su fin más noble.
Todo en la Iglesia nos habla de universalidad. Así fue al inicio, es en el presente y lo será en el futuro. Si consideramos el origen de los Papas desde Simón Pedro al Sumo Pontífice actual, constatamos diversidad de dones, nacionalidades, y culturas. De modo semejante, acontece con quienes son participes de la plenitud del sacerdocio en el episcopado., donde los ejemplos se multiplican, tal como es el caso de quien fuera prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino hace unos años, monseñor Albert Malcolm Ranjith o quien ejerce como Arzobispo de Filadelfia Monseñor Charles Chaput, quien próximamente será el anfitrión del Encuentro Mundial de las Familias, y cuyos ancestros son de nativos sioux americanos.
Todo en la Iglesia nos habla de unidad: Desde ella nuestra Iglesia Católica es maestra de humanidad, por esto, allí donde el Santo Evangelio ha llegado se ha constatado una forma de vida diferente, la cual sólo puede ser posible de mantener si se es fiel a esa vocación a la que Cristo la ha llamado, apoyados en tres pilares fundamentales: vida sacramental centrada en la Santa Misa, devoción creciente el torno a la Virgen María y profunda fidelidad a las enseñanzas del magisterio pontificio de todos los tiempos.
En torno e estos tres puntos esenciales nuestra Iglesia se abre a la cultura, al mundo –entendido como ámbito de la evangelización-y a la historia. Y, esta comunidad de creyentes, se presenta como portadora del don recibido desde el Cielo en orden a ser custodia de la verdad y no como pordiosera de bagatelas.
En efecto, no resulta comprensible ni aceptable que ad intra eclessia se tienda a mirar el pasado con nostalgia, abrogando -parcial e indebidamente- la riqueza de la vida, de la experiencia, de los dones, de las conversiones, que la voluntad de Dios ha hecho propicio por medio de la Tradición viva, la cual es parte del carácter indeleble de nuestra Iglesia.
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¿Avanzar es lo mismo que recorrer? Cegados por la ideología del progresismo feroz, los nietos del modernismo promueven una vivencia de la fe desde un punto histórico único de la Iglesia, olvidando la riqueza que implica el camino por el cual los católicos hemos recorrido durante dos milenios, aun en los momentos en que haya experimentado el sentimiento de zozobra y socialmente hubiese sido vista aquella Iglesia como un cadáver, ha tenido la fuerza interior, dada por Quien la dirige para emerger con nuevos bríos.
Ese caminar sostenido ha sido iluminado por la enseñanza infalible del Romano Pontífice, a quien y en quien se prometió de una vez para siempre: “El poder del mal no prevalecerá sobre ti y tus sucesores”. Este carácter fue dado  con la finalidad de cumplir la misión dada por Jesús el Buen Pastor: “Ve y confirma a tus hermanos”…”Apacienta el rebaño”…”cuida mis ovejas”. Por ello, la Iglesia siempre ha estado de salida: desde aquel Pentecostés en Jerusalén, hasta nuestros días, prueba de lo cual,  es el testimonio de tantos santos, mártires y beatos que han dado su vida en los lugares más inhóspitos y adversos logrando con su vida y martirio,  la conversión de tantas almas y sociedades.
Son los liberacionistas quienes se suelen quedar en la orilla, puesto que,  siempre quieren retornar al punto inicial, olvidando que estamos llamados a ser peregrinos, que vamos a la casa del Señor (Salmo CXXII, 1) por medio de un “valle de lágrimas” y una vida eclesial no exenta de vicisitudes. Nuestro Señor prometió que aquella barca no se hundiría, no que no tendría que enfrentar tormentas y oscuridades.
Digamos claramente con el Apóstol San Pablo: “Somos ciudadanos del cielo”, no tenemos derecho a permanecer anclados a este mundo, tal como es lo que promociona el progresismo teológico actual que promueve una espiritualidad, una pastoral y una liturgia de bomerang, es decir, del  retorno constante a un origen cuyo crecimiento de suyo siempre será estéril, porque desconoce la riqueza de una tradición viva. Al negar el camino recorrido y no valorar las luces del Espíritu Santo que ha sostenido a cada instante ese caminar,  el católico liberal se queda en la orilla con la sequedad de las novedades temporales y sin la savia vivificante de la tradición y magisterio perenne.
Si queremos ver cómo está nuestra vida interior miremos como está nuestra vida litúrgica, pues, en ella celebramos lo que creemos, y eventualmente vivimos aquello que creemos.
Entonces, la vida del creyente manifestada entre otras realidades  -también-  en la Sagrada Liturgia, se enriquece permanentemente, por lo tanto, la incorporación de ritos paganos, previos o durante cualquier acto religioso, constituyen un peligro inminente para la vida de los creyentes, pues confunden no sólo a los fieles sino a quienes están llamados a serlo en virtud del apostolado.

El Sumo Pontífice actual nos invita a “salir a la calle”, a “hacer lío”: por esto, no puede quedarse encerrada en una sacristía, como tampoco en las aulas, en las CEBs, en los encuentros, en las oficinas, en las curias, en las conferencias, pues la vida de la  Iglesia no termina ni ha comenzado en ellas, pero si cada día nace en nuestros altares. Es muy claro: lo santo lleva lo santo, lo pagano, a lo pagano.
                                                 
                                                                    Pbro. Jaime Herrera e la  Parroquia de Puchuncaví       

sábado, 14 de marzo de 2015

Una alegría verdadera en cuaresma

CUARTO DOMINGO / TIEMPO CUARESMA / CICLO “B”. LAETARE.

1.        “Ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor  contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio” (2 Crónicas XXXVI, 16).
Este Cuarto Domingo de Cuaresma se denomina “Laetate”, en virtud de la antífona de inicio de la Santa Misa, denominada introito, y que está tomada del libro del profeta Isaías (LXVI, 10): “Laetare, Ierusalen: et conventum facite omnes qui diligitis eam: gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis: ut exultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae”.
“Latetare” es el imperativo del verbo “laetor” que significa: “alegrarse”, “regocijarse”. De ese verbo deriva la expresión “laeticia” (gozo, júbilo). ¿Por qué esa alegría? Hoy lo sabemos, puesto que,  quien morirá, como lo anunció, al tercer día resucitará como lo prometió. Por eso hablamos en este día de una penitencia atenuada, que lleva a una “alegría comedida” mezclada con trazos de tristeza, por lo que nuestra Iglesia nos recuerda lo cerca que está la redención para lo cual ya hemos recorrido parte importante de la Cuaresma.
Tal como lo señalamos al inicio de estos cuarenta días, el pasado miércoles de cenizas, este tiempo del Año Litúrgico es eminentemente penitencial, significado por la austeridad de los signos de luces, flores, música, ornamentos, lo cual en este día se ve algo “atenuado” con el uso del color fucsia, de la temática de los himnos, y del uso de algunas flores en altar, lo cual no implica una detención de la penitencia sino que incluye el recuerdo de que tenemos el deber de aborrecer el pecado, con el firme propósito de no volver a pecar, confesando sacramentalmente nuestros pecados, para procurar vivir en estado de gracia, es decir, en amistad con el Buen Dios que se ha hecho misericordia.
La Primera lectura vincula el espíritu agrio de quien está alejado de Dios y del cumplimiento a sus preceptos, hecho burla, desprecio y mofa. Suele haber una concordancia entre quien se “hecha al bolsillo” los mandamientos, llevando y promocionando una vida contra lo que Dios y nuestra Iglesia nos piden, con un tipo de humor marcado por la burla y el sarcasmo. Es que quien sabe lo que debe hacer, evitará proferir aquellas expresiones, verbales y gestuales, que denigren y menosprecien al prójimo. El germen del bullying nace no por una falta de educación sino por haber impartido una enseñanza carente de trascendencia, de espiritualidad, de sentido de Dios, la cual es la única capaz de garantizar el reconocimiento a la grandeza de toda persona y de toda la persona. ¡Si no queremos bullying, entonces,  comencemos por hablar de Dios!

2.        “Allí nos pidieron nuestros deportadores cánticos, nuestros raptores alegría: ¡Cantad para nosotros un cantar de Sión!” (Salmo CXXXVII, 3).
Resulta curioso pero no sólo los animales están en extinción en los circos, sino –también-  los payasos. Me llama la atención que muchos niños, que antes reían con los “payasitos” hoy los miran con desconfianza y cierta distancia. ¿A qué se debe? Probablemente a tantas series televisivas donde el payaso termina siendo un personaje siniestro. Por otra parte, en el fondo,  aquel personaje ficticio es alguien que aparenta ser lo que realmente no es. Una suerte de ilusión, que revestida de un buen humor de fantasía, se transforma en una sonrisa sin alma. Si absurdo es regar una flor plástica, o tocar una campana plástica, de la misma manera lo es obligarse a estar sonriente con el corazón lloroso. Y, precisamente, esa dicotomía es lo que produce distancia hacia una alegría artificial, la cual es tan estéril como lo es el permanente el mal humor.
Por esto los israelitas, que padecían el rigor de la lejanía obligada de su tierra en Babilonia, exclaman melancólicamente: ¡como cantar himnos alegres en tierra extranjera! La alegría aparece entonces unida a la libertad, cuya esencia es cumplir la voluntad de Dios. Si la esclavitud les hacía a los israelitas en el exilio estar como ensimismados,  la posterior libertad recuperada, les hizo experimentar el gozo interior nacido de la plena realización, la cual, en todo momento tenía a Dios como protagonista principal. El Buen humor es más que esbozar una sonrisa fácil; el buen humor es más que reír por algo, el buen humor surge por la convicción de estar con bien con Dios. El buen humor cristiano no es circunstancial sino que es relacional: porque amamos a Dios y a su Creación, y porque experimentamos a diario su cercanía es que somos plenamente felices.
Esa libertad no es el fin último del hombre. Fuimos creados para vivir con Dios, por lo que la libertad siempre irá de la mano con la fidelidad. No conozco infiel feliz, pero,  nunca he conocido a alguien que siendo fiel no sea feliz. ¡Se le nota! ¡No lo puede evitar! La infidelidad como toda mentira,  según el refranero popular,  “tiene piernas cortas”: no llega lejos y dura poco, lo mismo pasa con las alegrías superficiales, mundanas y payasescas: son breves y falsas.
Siempre recordamos que el bien es esencialmente difusivo, contagioso. Como solía decir San Alberto Hurtado: “Un fuego que contagia otro fuego”. En una cultura abiertamente renuente a la fe, como nunca antes lo había experimentado la Iglesia en nuestra Patria, se requiere del testimonio de cada bautizado para lograr, apoyados en la fuerza de la gracia, lograr que la llama humeante aún, pueda revitalizarse en el alma de tantos que van por el mundo  alejados de Dios y de su prójimo. Hace unos días me encointre en una transitada avenida con un hombre que estaba durmiendo en la mitad de la vereda. Como me era iumpisible agacharme para preguntarle cómo estaba opté por rápidamente  llamar a un fono de emergencia, los cuales “llegaron más rápido que una piza” en tres veloces motocicletas.
Mas, en los minutos previos a su arribo, observé cómo ninguna persona atinó a mirar siquiera al hombre. No era su problema, seguían su caminar. Bueno, el hombre sólo tenía las consecuencias de un abuso etílico. Pero, el hecho de la carencia total del deseo de ayudar, de hacer algo, de tomar parte de una situación complicada en apariencia es sintomático y extensible a muchas otras que acontecen en la vida diaria.
Han pasado dos milenios y la tarea de impregnar el mundo del espíritu de Cristo sigue plenamente vigente. La historia de un hombre que yace en una calle se repite a diario, como las páginas en blanco de cuantos pasan de largo. Si leemos con detención la segunda lectura de esta Santa Misa veremos la invitación que nos hace San Pablo a ser apóstoles, testigos y misioneros de la verdad de Cristo y de su Iglesia: Con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, Jesús, a fin de por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios II, 6-7).
3.      “El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (San Juan III, 21).
Ahora bien, ¿de qué manera podemos implementar la invitación que el Señor nos hace? Básicamente,  nos centraremos en dos medios. El primero, ofrecer a Dios una penitencia efectiva, que nos cueste algo que para nosotros es importante y necesario. En esto la creatividad es amplia y hemos de implorar al Espíritu Santo que nos ilumine para optar por aquella penitencia que arrebate la misericordia de Dios. ¡Que por cierto no le cuesta mucho ser arrebatada!  “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias, Señor”. Todo lo que se revista de esa humildad detiene la mirada de Dios…y lo que El mira, no deja de atender porque está –permanentemente- a la puerta llamando.
El segundo medio para responder a la invitación de este día es acercarnos al sacramento de la confesión.  Recordemos lo que dijo Nuestro Señor: “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos”. Cada confesión saca una sonrisa en el cielo. Por tanto, la confesión sacramental instituida por Jesús, es el camino más seguro para fortalecer la vida pastoral de cualquier comunidad, es la senda más poderosa para acrecentar las virtudes, y finalmente es la escuela por donde ningún santo de la Iglesia ha dejado de estar matriculado ni ha dejado de ser un alumno aventajado. ¡No se llega a la Bienaventuranza eterna sin el sacramento de la confesión!
A la Virgen María en este día de Laetare, a quien veneramos en las letanías como “causa de nuestra alegría" y “refugio de los pecadores” encomendamos estos días de Cuaresma donde avanzamos a paso firme hacia el misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Amén.  
Párroco Jaime Herrera González. Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro