martes, 29 de octubre de 2013

Las postrimerías


          Dice el Santo Evangelio que el Apóstol San Pedro luego de la triple negación salió del lugar donde estaban reunidos. 
 
          El pecado siempre divide, y aquella noche no era la excepción. Divide interna y externamente, creando un mundo de soledades.  Se apartó del lugar donde tuvo ocasión para pecar, llegando a rechazar –incluso- el hecho de no haber conocido a Nuestro Señor. Si habría bastado una sola vez en desconocer a Jesús, y solo haber respondido: no tengo nada que ver con esto. Pero,
 la debilidad le hizo repetir tres veces: “no lo conozco”, “no se quien es”, y “bajo juramento afirmo que nunca lo he visto”. Estamos ciertos que estas palabras ocasionaron mayor sufrimiento a nuestro Señor que los fríos metales taladraron sus manos y pies. Una mujer de condición simple, pudo enmudecer al que Jesús elevo como Príncipe de los Apóstoles y a quien colocó como roca para confirmar en la fe a sus hermanos bautizados, por ello todo era oscuro e invitaba a llorar amargamente. 

La gustducina, es aquella sustancia que al probarla es amarga y produce “tristeza”, “aflicción” y “desagrado”. Las lágrimas del Príncipe de los Apóstoles tenían esos tres componentes, porque de algún modo son los que habitualmente ocasiona todo pecado. Las lágrimas no piden perdón, pero lo terminan obteniendo.  

Más, luego del episodio del Calvario,  Simón Pedro se arrepintió de manera profunda y con gran humildad.  En su condición de Primado de la Iglesia ofendió al Señor, pero, en su misma condición, luego,  se arrepintió y ese arrepentimiento lo termina transformando  definitivamente. 

Nunca nos debemos desanimar por los pecados cometidos. Nuestra  Iglesia “no es un cementerio de cadáveres sino un hospital de enfermos”, señalaba el actual Pontífice. No debemos volver a los pecados cometidos. No es bueno sacar frecuentemente la costra de una herida.  Podemos adelantar muchísimo en el terreno de la perfección en la conversión. Por tanto, hay un momento decisivo de conversión, y ello lo han experimentado todas las almas de los bienaventurados.   

Los Santos no fueron los que no cometieron faltas sino los que se arrepintieron de haberlas hecho. Es inmensa la constelación de estrella que la Iglesia nos presenta como sus mejores y ejemplares hijos:  

San Agustín de Hipona: Nació el 354, hijo de Patricio y Mónica. Dejó la escuela a los dieciséis años, lo sedujeron ideas paganas, el teatro, y las mujeres, con una de las cuales convivió durante catorce años. Por una década estuvo en la secta de los maniqueos, quienes afirmaban la existencia de un dios del bien y del mal. Hasta que Dios lo llamo, porque a Dios lo conmovieron las lagrimas de Santa Mónica. San Agustín deseaba cambiar, incluso escribió: “Señor, hazme puro, pero todavía no” (Confesiones, número 8). Un día, San Agustín estaba en el jardín orando a Dios para que le ayudara, escucho una voz que le dijo: “Toma y lee” (Confesiones, capitulo VIII).

Abrió la Biblia, y lo primero que leyó fue la carta de San Pablo a los Romanos: “Nada de comilonas y borracheras, nada de lujurias y desenfrenos…revestíos mas bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer la concupiscencia” (XIII, 13-14). Este momento marcó indeleblemente el resto de su vida, pues tomó la firme resolución de permanecer casto por el resto de su vida. Al año siguiente fue bautizado en la fe católica.
 

San Ignacio de Loyola: Es el Patrono de los cojos, porque así quedo luego de tres crueles intervenciones, producto de una herida inicial que sufrió mientras ejercía como militar en defensa del castillo de Pamplona. Era el 20 de Mayo de 1521. Desde ese momento, gracias a la lectura de la vida de Cristo y a la de algunos santos considero que si ellos estaban hechos de su misma materia prima por que no podría imitarlos. Largo fue el proceso de conversión, hasta que lo llevó a una caverna cerca de Barcelona, conocida como Manresa. Allí estuvo un año completo, donde escribió, entre otros, el libro de los Ejercicios Espirituales: “A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a El, de verdad, cada vez mas, quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre mas que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, mas que los honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo”. Con ello, eligió el camino de Dios en vez del camino del mundo, hasta lograr alcanzar su santidad.
 

San Pablo de Tarso: Es el autor de trece de los veintisiete libros que componen el Nuevo Testamento. Nació en una familia acomodada, de la tribu de Benjamin, en Tarso de Cilicia –actual Turquía-. Su nombre semita era Saulo. Jesús era diez años mayor que Pablo. Su formación era una mezcla de la cultura judaica, romana y griega.  Estudió en la prestigiosa escuela rabínica de Hillel, bajo la observancia del maestro Gamaliel (la otra escuela era la de Shammai) y aprendió el oficio de construir tiendas (Hechos XVIII,3). Convencido totalmente que los cristianos eran una amenaza para el judaísmo, se dedicó a perseguirlos con ahínco. Prueba de ello es que estuvo presente en la lapidación de San Esteban, el primer mártir de la fe. Poco tiempo después, camino a Damasco se le apareció Jesús y le dijo: “Saulo, Saulo…¿Por qué me persigues?” (Hechos de los Apóstoles IX, 4). Desde ese momento su vida cambio totalmente. Sus criterios, valores, principios, cambiaron totalmente. Fue un hombre nuevo que escribió “Lo que para era para mi ganancia, lo he juzgado una perdida a causa de Cristo. Y mas aun: juzgo que todo es perdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Filipenses III, 7-8).
 

San Francisco de Asís: Nació en Asís, Italia el ano 1182. Como su padre comerciaba con Francia, desde temprano la gente le apodó como “Francesco” (el francés), pues en el bautismo recibió el nombre de Juan. Desde joven fue aficionado a las tradiciones caballerescas que anunciaban los trovadores. Ni los negocios ni los estudios le interesaban mucho, solo divertirse y gozar la vida. No era de costumbres licenciosas, era muy generoso con los pobres. A los veinte años surgió una disputa entre las ciudades de Perugia y Asís. 

Estuvo preso durante un año. A pesar de lo cual, no dudó en volver a enrolarse para lo cual se compró una costosa armadura y un valioso manto. Se encontró con un pobre a quien le regaló su vestimenta y sintió una potente voz en su alma que le decía: “! Sirve al amo no al siervo!”. Esto fue un momento radical en su vida. No hubo vuelta atrás. 

Cual es el remedio para no pecar: Dice la Santa Biblia: “Piensa en las postrimeríades o novísimos  y no pecarás”. Cuales son: Muerte, juicio, infierno, gloria y resurrección 

1. La muerte: Es una gran maestra, nos dice San Agustín,  que nos da muchas lecciones.

La incertidumbre.

La certeza que vamos a morir: 

Cuan malo es el pecado:

Cuan malo es El mundo:  

Es bienaventurado el que muere en el Señor: 

a). La incertidumbre: No se cuándo, dónde y cómo voy a morir. Por lo tanto, siempre tengo que estar preparado para ese momento. ¿Y qué significa esto? Alejados del pecado mortal. Estar exento de pecado mortal, y tener a Dios en el alma dentro de nosotros, puesto que quien tiene la gracia de Dios es un “sagrario viviente”. Tiene al Padre al Hijo y al Espíritu Santo dentro de si. Esto es muy importante. Siempre debo estar preparado para el encuentro con Dios. Como si fuera el último de nuestros días, tendremos cautela y prudencia necesaria de presentarnos al Tribunal de Dios con las manos limpias. Además, por ser el primero de nuestra conversión, tendremos el entusiasmo, el anhelo, y la fuerza del primer encuentro con el Señor.

Hay una inscripción que se colocaba en los relojes antiguos. “El tiempo huye”: por ello siempre hemos de estar vigilantes, siempre avizorando lo que Dios quiere de nosotros.

b). Certeza que moriremos: Esto lo sabemos y no lo sabemos. Siempre el que se muere es otro. ¿Te has dado cuenta que siempre mueren los demás? Nunca nos morimos nosotros. Aquel murió, sabes… A mi esto no me va a suceder tan pronto. Ya voy a arreglar mis asuntos. Tengo tiempo aun… Dejamos pasar las cosas para después, después, después… ¡El que va por la cale de después llega a la plaza de  nunca! 

c). Cuan malo es el mundo: ¡Que te dice un cadáver!. A partir de 1850, en Europa se colocó como costumbre sacar fotos a los muertos. Al mirar aquellas fotografías y mirar el cadáver, solo podemos decir ¡que poca cosa es la fama del mundo! ¡Qué poca cosa es la vanidad del mundo! Como un cadáver…  

Conocemos por la prensa y por lo que a diario hacemos respecto de la malicia del mundo: Dice el Nuevo Testamento: “Por el pecado entró la muerte en el mundo”. Pensemos por un momento en todos los cadáveres que hubo desde el primero que fue el de Abel, hasta el último de este minuto, tendríamos una cordillera de cuerpos. Esta es la consecuencia del pecado, puesto que  por los efectos podemos considerar las causas.  ¡Que malo es el pecado! Que trae como consecuencias estos hechos tan nefastos.

d). Bienaventurados los que mueren en el Señor: ¿Quiénes son?  Aquellos que pasaron su vida haciendo el bien. Los que mueren “al pie del cañón”, cumpliendo lo que deben.

Teresa de Calcuta: Nació en Macedonia el 27 de Agosto de 1910, día de su bautismo. A  los cinco años hizo su Primera Comunión, a los seis se le confirió la confirmación y a  los dieciocho ingresó como religiosa el 15 de Agosto de 1928.  Una vez que profeso como  religiosa fue enviada al Colegio de Loreto en Calcuta, donde permanecerá  dos décadas, luego de lo cual funda la Congregación de las Misioneras de la Caridad.  

Gabriel García-Moreno: De improviso fue llamado por Dios. Un día mientras oraba, como todos los días en la Catedral, evitando mayor protección, salio del templo y fue emboscado y asesinado. 

Si esta noche Dios te llamase para rendir cuenta de nuestras acciones ante su Tribunal,  ¿Nos sentiríamos  urgidos para confesarnos? ¡Seamos sinceros! ¿Qué habría en nuestra cuenta? ¿Qué nos da el balance de nuestra vida: superávit o déficit?  

Estamos al debe con el Señor. ¡Hay cuentas que aclarar! Mas como hacerlo sino por medio del camino que El mismo nos enseñó. Tan bondadoso con nosotros, que nos dejo un puente para llegar a El. 

Contemplando las verdades definitivas, los novísimos recordemos las palabras atribuidas a San Juan de Ávila: “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tu me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme ver tu cuerpo tan herido, muéveme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara, y aunque no hubiera infierno, te temiera. No me tienes dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. 

En la confesión lo que mas importa es el dolor por la ofensa hecha, digámosle al Señor que le queremos. Aunque lo repitamos dos veces como Tomas o tres como Simon Pedro.

¿Cuándo te vas a confesar?

 

martes, 22 de octubre de 2013

LA DISPONIBILIDAD A LA VOLUNTAD DE DIOS

           El fin último absoluto del hombre es Dios. Tomamos esta premisa para nuestra segunda meditación del día. 
¿Y todo lo demás?  Los seres animados e inanimados. Y las personas que nos rodean  ¿que fin tienen? ¿No hay contradicción entre los fines de las personas y mi fin? No.
 
Hay cosas y  hay personas que nos acercan y otras que nos alejan de nuestro fin último que es Dios.
 
Por lo tanto, la contestación para resolver este problema de la concordancia entre el medio que me rodea –cosas, personas, sociedad- y mi actividad es esta: el sentido común. ¿Cuál es mi fin?
         Yo tengo que usar de las cosas y personas si acaso me acercan o alejan de Dios. Es de sentido común, que si voy a emprender un viaje un viaje no me interesa primordialmente el color del bus sino principalmente hacia donde va. ¡Hay que saber donde va la micro! Ninguno tomaría cualquier bus que vaya a cualquier parte. 
         La norma del mundo actual, que diariamente conocemos por la prensa y conversaciones,  es hacer lo que “me gusta” o “no me gusta”. Esta es una reina que exige adoración absoluta: la reina Gana: “me da la gana” o  “no me da la gana”. 
         La norma de la santidad es esta: tanto cuanto me conduce  o me aleja de Dios,  cueste lo que cueste. 
         Por ejemplo: un viaje en tren. ¡Andar en tren es de lo mejor! Entonamos más de una vez cuando como escolares íbamos de paseo al Jardín botánico. Supongamos que nos ganamos el Loto acumulado durante varios meses. Imaginemos que para ir a Santiago a cobrar nuestro premio sólo dispusiéramos de buses para ir. Llegamos al terminal, compramos un pasaje y nos dirigimos a los andenes. Miramos, y vemos un pullman de última generación: con butacas, teléfono, pantalla, aire acondicionado personal. Rápidamente nos subimos a el, y emprendemos el viaje. Sin darnos cuenta del paisaje a causa de la buena película que vamos viendo, se acerca el auxiliar a cobrar el pasaje. Le pasamos el boleto y algo sorprendido nos dice: debe bajarse de este bus, porque no vamos para Santiago sino que vamos para Arica. Le respondemos que no nos vamos a bajar porque estamos muy cómodos, lo vamos pasando bien con la película, y el bonito el bus. ¿Y el premio que vamos a cobrar? ¿Lo despreciamos por unas horas de placer en un bus? 
         ¡Cuántos hombres hay que suben al tren del placer! Olvidando el fin absoluto. ¿Hemos colocado el pie en el primer peldaño? Lo que tengo que hacer es bajar de ese bus si acaso no me conduce hacia donde me dirijo. Algo semejante pasa con Dios: si no me lleva a El, lo dejo; si me acerca lo tomo.
         Hay que distinguir entre lo que es necesario bajo pena de pecado y lo que no es bajo pena de pecado: por ejemplo, que actitud vamos a tomar, ¿Qué queremos? ¿Salud o enfermedad? , ¿Riqueza o pobreza?, ¿Vida breve o extensa?, ¿Honor o deshonor? ¿Qué quieres?
         Hemos de responder resueltamente: ¡Yo no elijo nada de lo que Dios no quiera! ¡Yo elijo lo que Dios quiere! Todo lo que no tenga que ver con su voluntad, con sus Palabra, con sus designios, nada tiene que ver conmigo. Con la misma resolución que clamaba el Papa Urbano II al emprender la primera cruzada: Era el año 1095 en el Concilio de Clermont al terminar su homilía  con la frase del Evangelio “Renuncia a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (San Mateo XVI, 24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito ¡Deus le volt! ¡Dios lo quiere!
         San Pablo camino Damasco iba con plenos poderes para perseguir y apresar a los cristianos. En el retiro anterior recordamos cómo fue su proceso de conversión: de eximio perseguidor a católicos a fidelísimo seguidor de Cristo. Todo ello en virtud de  la gracia que lo derriba del caballo. Pero más bien, lo derriba de donde el se había encumbrado. En nuestra Patria utilizamos de manera peyorativa  el término “trepador” para designar aquella persona que avanza en posiciones y situaciones más que por méritos personales a costa de postergar los méritos ajenos a cualquier costa. El Apóstol de los Gentiles antes de convertirse a Cristo,   estaba totalmente lleno de sí mismo, por lo que Dios no cabía en su corazón, porque simplemente no había espacio para El.
        ¿Qué quieres que yo haga Señor?  ¡Qué quieres! Delante del Señor preguntemos claramente.

 La disponibilidad de Cristo:
          Jesús no sólo es ejemplo de disponibilidad sino a la vez es la fuente de la gracia necesaria para obtenerla. Nuestro Señor se entregó totalmente por nosotros: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a si mismo en rescate por muchos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1 Timoteo II, 5-6). El no se preguntó por que tengo qué hacerlo yo, ni delegó su responsabilidad en que otro lo haga, o adujo no tener tiempo.

          1. La disponibilidad de Cristo era radical: no admitía vaguedades. Si es si y no es no, es algo tan obvio pero tan arduo de entender e implementar en la vida cotidiana. No hay condiciones ni excusas. Cristo respondió con plena disponibilidad al Padre porque el Padre Eterno no lo dejó a la deriva. La certeza de la unión con Dios fue el fundamento de la disponibilidad de Jesús, que implicaba: salir, moverse y dejar.
         Así lo leemos en la plegaria del Huerto de los Olivos. Allí se nos presenta un Jesús en medio de la tristeza, la angustia y la incertidumbre. ¡Pero sin perder su  Señorío divino y humano! Es el momento más crucial de su vida. Es la hora decisiva, ya no hay otro momento. Es inminente la hora del cumplimiento de la misión que su Padre Dios le había encargado. La voluntad de Dios está primero, antes que cualquier deseo personal.
          En todo momento Jesús se nos presenta como el gran disponible, abierto a todo lo que el Padre le pida: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. No sorprende que cuando la traición ya ha sido anunciada oraría expresando su deseo humano, sin que llegue a ser un impedimento al plan de Dios: “Padre mío, si es posible, que pase de mi este cáliz, pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tu”. 

         2. La disponibilidad de Cristo era permanente:
         Sabiamente escribió san Bernardo que la caridad para ser verdadera debe ser ordenada. Por ello, la disponibilidad, que es un eco de la caridad, se debe encaminar primeramente hacia los que están a nuestro lado. Nuestro prójimo son los mas cercanos: familia, amigos, vecinos, cercanos, conocidos. Realidad preferencial pero no exclusiva pues nos debemos a todos cuantos nos requieran. Ninguno imagina a nuestro Señor a una persona: «No, mira, yo soy Galileo, tu eres samaritano, no te puedo atender. Seguramente en tu ciudad habrá alguien que te echará una mano». Eso es imposible. Entonces nosotros, que nos decimos seguidores de Cristo, ¿No tenemos que actuar de igual modo? E imitar la permanente disponibilidad de Jesús.

Max Jacob, converso

 

               

Jacob según Picasso
                               

La disponibilidad consiste en adecuar nuestra voluntad a la voluntad de Dios. Y aquí esta la raíz de la santidad, para ello hay que pagar un precio y es el gran amor a Dios. El identificarse con Cristo disponible no nos hace perder la propia personalidad sino que por el contrario nos permite llevarla a su plenitud. Los santos, que son todos conversos a Jesucristo, se identificaron con El manteniendo su propio carácter. No hay ningún carácter que con la ayuda de la gracia de Dios no se pueda mejorar.

 

Tenemos el ejemplo del pintor y poeta, nacido en la Borgoña hacia 1901: Max Jacob. Nació en el seno de una familia semita, llevo una vida licenciosa junto a tres amigos, uno de los cuales era Picasso. Por las adoquinadas calles de la parte baja de Montmartre, deambulaban más de noche que de día. Ello hasta que un día en la pared de su habitación contemplo la imagen de Jesucristo.  

Fue tal la impresión, que al despuntar el alba corrió al Santuario del Corazón de Jesús ubicado a pocas cuadras de su hogar, y pidió ser bautizado. Su petición fue aceptada con la salvedad que aquello que profesaba en el Credo debería hacer el esfuerzo por vivirlo cotidianamente durante un tiempo, por lo que pasados unos meses fue incorporado a las aguas bautismales, oficiando como padrino su amigo y reconocido pintor parisino.  

Compuso unas hermosas letanías en honor a la Virgen, y vivió junto a un monasterio benedictino hasta que en medio de la segunda gran guerra fue detenido. Su cuerpo fue encontrado teniendo en el bolsillo un Santo Rosario. El haber visto a Cristo un día hizo cambiar para siempre a Max Jacob.

Santa Edith Stein

         La experiencia de conversión es común a los santos. Así sucede con otra hija de Sión, la reconocida filósofa Teresa Benedicta de la Cruz, en vida llamada Edith Stein. Nos reservamos la opinión que tenia nuestro recordado Capellán Enrique Pascal García Huidobro sobre las mujeres que se dedicaban a la filosofía… ¡Que decir de lo afirmado por las universitarias del reconocido historiador Retamal Faverau…Lo cierto es que nuestra Santa citada era brillante. Judía de pura cepa nació el día de Yon Kipour de 1891.

 

Inmersa en el campo de la fenomenologia, en el año 1921, tras la muerte de un muy cercano amigo, Edith decide acompañar a la viuda, pensando que se iba a encontrar con una mujer totalmente desconsolada ante la perdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia sentir la urgencia de dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida.
Teresa Benedicta de la Cruz
 En este momento de su vida, ya vivía interiormente una cierta kenosis, pues había experimentado el vacío de las aspiraciones de sus ideas filosóficas. Estas no eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad mas profunda, mas completa. Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y lagunas. Ella buscaba más. Fue por tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y una gran fe en Dios. Viéndola, Stein deseaba conocer la fuente de esa paz y de esa fe.   

Mientras estaba en casa de la viuda, Edith tiene acceso a leer la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior, Santa Teresa de Jesús. Paso una noche entera leyendo un libro hasta que lo termino. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón femenino: ¡Esta es la verdad! Ingresó como religiosa de clausura carmelita, hasta que,  luego de muchos padecimientos fue asesinada en agosto de 1942.