miércoles, 28 de noviembre de 2018

ASSUMPTA EST MARIA IN COELUM: GAUDEM ANGELI


“ASSUMPTA  EST   MARIA  IN  COELUM: GAUDEM ANGELI”.

FECHA : NOVENO  TEMA  MES  DE  MARÍA   /  NOVIEMBRE   2018

A través de nuestra devoción a la Virgen María se cumple lo que Ella dijo ante la presencia del Arcángel Gabriel: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada porque el Señor ha hecho obras grandes por mí(San Lucas I, 48-49).
El misterio de la Iglesia que ayer recordamos tan patentemente con la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, hoy muestra su esplendor toda vez que parece unirse la mirada de la Iglesia en sus tres estamentos: La que se purifica en el purgatorio; la que triunfa en el cielo y de la que ahora formamos parte cual es la peregrina

 
ASSUMPTA  EST   MARIA  IN  COELUM: GAUDEM ANGELI

En el Santo Rosario observamos los episodios de la vida de Jesús desde la mirada de la Virgen María. Cómo ella estaba llena del amor de Dios, y era capaz de ser feliz, de estar plenamente realizada, de ofrecer toda dificultad por imprevista que esta fuese; de estar en presencia de Dios en cada acontecimiento, todo lo cual constituyó una preparación para el día en el cual “terminado el curso natural de su vida terrenal” fue llevada en cuerpo y alma a los cielos, erigiéndose como el modelo a seguir por cada uno de nosotros en vistas a alcanzar un día la eterna bienaventuranza.
Sin duda, que no somos como un “barco a la deriva” que inexorablemente avanza hacia un destino ciego y oculto,  como escrito por el azar y la fortuna,  por el contrario,  si ya en la vida presente  la gracia nos permite ver de tantas maneras cuán grande es el amor de Dios, y preciso es Dios en sus promesas,  ¿cuánto mas no dejará de evidenciarnos toda su grandeza, su poder, su bondad al estar en su presencia?
Como creaturas débiles y sujeta a la miseria del pecado nuestro avance a la bienaventuranza eterna en lento y arduo, en medio de un verdadero “valle de lágrimas”, por lo que podemos ver que en este misterio del Santo Rosario el gozo que tiene la Virgen de ver a su hijo y Dios, no ya por un tiempo limitado en este mundo, sino por toda la eternidad resulta indescriptible habida consideración de lo que el Apóstol San Pablo nos enseña que “lo que ni ojo vio, ni oído escuchó, ni mente llegó a imaginar es aquello que Dios tiene preparados para quienes le son fieles” (1 Corintios II, 9).

Por esto,  nuestra Madre sube a lo más alto del cielo para interceder por nosotros, en tanto que  por estar más cerca de Dios su poder es más eficaz, pronto y amplio de lo que ya era aquí en este mundo. Basta recordar cómo sus palabras precipitaron el primer milagro obrado por Jesús, ¡cuánto mas no dejará de hacer por nosotros estando ya en cuerpo y alma en el cielo!
Hoy, vemos que la Virgen como madre desea lo mejor para nosotros, que por cierto va más allá de una salud física deseable, va más allá de un éxito profesional y laboral por unos cuantos años, va más allá de un reconocimiento de los méritos y habilidades de parte de la sociedad, todo ello –con seguridad- lo puede anhelar una madre para cada uno de sus hijos, pero sin duda su mayor preocupación y ocupación ha de tender ‘a buscar que sus hijos lleguen a ser partícipes de la Vida Eterna. En efecto, mientras que los demás bienes duran quizás… para toda la vida, la salvación no tiene tiempo porque es para siempre.
¿Qué madre no va a querer eso para sus hijos? ¡La primera en hacerlo es la Santísima Virgen, que no ahorra detalle ni ocasión para obtener este objetivo! Es parte de glorificar a Dios Padre y de honrar a su Hijo y Dios, pues cada alma salvada es alma que alaba por siempre a Dios.

MADRE DE PUERTO CLARO

La contemplación de la Asunción de la Virgen María nos debe llevar a un “estilo” de vida que procure:
Fortalecer la virtud de la santa pureza: Porque la virginidad de María es un estado que se mantiene hasta la bienaventuranza, toda vez que la resurrección definitiva implica que estaremos “en cuerpo y alma” participando de la vida en Dios…tal como nos lo recuerda el justo Job: “con mi carne veré a Dios…le veré tal cual es”. En toda la historia no hubo mi habrá alma más limpia, más pura y virginal, que aquella que tuvo el privilegio de ser escogida para ser la madre de Jesucristo. Dios quiso que el alma y cuerpo de la Virgen estuvieran unidos para toda la eternidad.
Por esto, resulta tal incidente para todo aquel que busca la santidad hoy el hecho que procure practicar las virtudes inherentes a la santa pureza, como son la castidad, la virginidad, y el celibato en el caso de los sacerdotes. Por cierto no es lo impera en la sociedad en la cual la promiscuidad, lo burdo y la impureza en las actitudes y palabras “galopan” de manera –prácticamente- desbocada en nuestros días.
Un regalo inmenso para nuestra Iglesia es el camino del celibato por medio del cual la configuración con Cristo se hace más visible y patente con aquel que invita a sus discípulos a seguirle “dejándolo todo”, incluso “padre madre, mejer, hijos”. En la Ultima Cena cuando instituye el sacerdocio lo hace con aquellos que optaron por ese modo de vida, al igual que antes lo experimentaron por el camino de la virginidad tanto San José como Juan el Bautista.  Según  esto, el celibato hunde su raíz en el Santo Evangelio mismo, siendo una “disciplina” extendida posteriormente pero vivida anteriormente.
En la vida de nuestra Iglesia Católica siempre el sacerdocio estuvo unido al celibato: Cristo célibe, San José Custodio célibe, San Juan Bautista célibe, San Juan Evangelista célibe, los Apóstoles una vez llamados célibes. Por esto resulta absurdo y está fuera de la enseñanza y vivencia de nuestra Iglesia católica la supresión de un don otorgado para la Iglesia por el mismo Cristo.
Ninguna razón dada ´por los hombres de hoy puede tener la pretensión de borrar lo  que Dios no se privó de revelar: “Hay quienes no pueden tener hijos que nacieron así del vientre de su madre, y hay quienes fueron hechos así por los hombres, y hay quienes a si mismo se han hecho tales por amor del Reino de los cielos. ¡El que pueda entender que entienda!” (San Mateo XIX, 12).
El modo de vivir que tengamos debe procurar imitar el “estilo” y “trato” que tuvo la Virgen Santa a quien durante este mes bendito honramos día a día. Según esto, hemos de hacer nuevos y buenos propósitos de vida, los cuales deben incluir la vivencia de la castidad según el estado de vida de cada uno, según la vocación recibida sabiendo que hemos sido creados “a imagen y semejanza de Dios”, que somos “templos de Dios”…”O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido, y que por tanto, no os pertenecéis?. Habéis sido comprados a gran precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (2 Corintios VI, 19-20)  y que la naturaleza no puede ser tenida como adversaria de los designios dados por el mismo Dios que de la nada creo todo y nos habla en la Sagrada Escritura. Dios no se contradice, es el demonio el primer contradictor, por ello la huella digital de Satanás es toda impureza.
Nuestra Madre Santísima al ser llevada (asunta)  por Dios en cuerpo y alma al Cielo, perpetuó su existencia terrena para siempre, haciéndola partícipe de la resurrección que Cristo nos ha prometido. Por esto la castidad es el perfume del Cielo que aspiramos ya en este mundo.   ¡Que Viva Cristo Rey!

sábado, 24 de noviembre de 2018

NACER PARA LA VIDA ETERNA


 “NACER PARA LA VIDA ETERNA”.

FECHA:  MISA EXEQUIAL  RODRIGO  PEÑALOZA  CASTRO  2018

Hace unas horas a la salida de un centro médico en Santiago veíamos a nuestra ex miss universo hacer una emocionada declaración referida a su hijo único enfermo: “es un regalo ver nacer por segunda vez a mi hijo”. Esa frase me quedó dando vuelta por un instante y me hizo recordar tres momentos.

Al inicio de la predicación pública del Señor, un buen día, a la medianoche fue visitado por Nicodemo (San Juan II, 23-III, 21),  un magistrado judío a quien le dijo: “Es necesario que nazcas de nuevo”. La tentación de interpretar aquella invitación del Señor con ojos de este mundo le llevó a preguntar algo no exento de una fina suspicacia: “¿acaso puedo por segunda vez entrar en vientre materno y volver a nacer?”.  Aquel anciano de Jerusalén no conocía otra lógica aceptable más que la imperante por entonces, aprendida rigurosamente por sus antepasados: lo práctico, lo útil, lo productivo, fuera de lo cual nada parecía tener mayor importancia y sentido alguno.
Mientras él hablaba de un parto físico,  Jesús le señalaba el nacimiento a la fe: “Si no naces del agua y del Espíritu no tienes Vida Eterna”. El sacramento del bautismo es presentado con el rostro de un verdadero nacimiento. Así como sólo se nace una vez, sólo se es bautizado una vez. Por lo tanto,  al momento que se es constituido como hijo de Dios, siempre se será hijo de Dios y de su Iglesia. No es posible borrar con el codo nuestro, aquello que Dios no dejó de sellar indeleblemente con su amor.
Insertos en la cultura de lo relativo con frecuencia se nos dice que todo puede cambiar y hasta –en ocasiones- nos acostumbramos a ello, olvidando que nuestro Dios se ha dado a conocer como el Dios “siempre fiel” (Deuteronomio VII, 9), por lo que sus palabras son seguras para apoyarse y sus acciones resultan decisivas para alcanzar la perfección.
Es esta fidelidad la que en esta tarde deseamos destacar, para profundizar en el misterio que encierra la partida de nuestro hermano difunto –Rodrigo Ignacio- por quien aplicamos esta Misa en sufragio de su alma, quien casi empinado en las tres décadas de vida,  partió de este mundo a la hora signada por el Buen Dios. Ni un minuto antes ni después de lo que Dios permita permaneceremos en este mundo, por lo que, a la luz de la fe,  nadie parte de manera prematura o tardía sino que,  el tiempo otorgado por el Señor  es el nuestro.

ESTAMOS EN LAS MANOS DEL SEÑOR

Para ello debemos estar preparados, tal como el caminante que parte de un lugar hacia su destino, sabiendo que ahora estamos de paso y que todo lo que nos circunda de este mundo es pasajero y,  muchas veces forma parte de aquellas primeras palabras que nos entrega el libro sapiencial: “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés XII, 8).
En efecto, con la certeza que somos convocados a una vida nueva, a un nuevo nacimiento, la Iglesia en su liturgia refiere el día de la muerte del siervo  fiel a Dios como el “Dies natalis”, según lo cual el morir forma parte del parto hacia la bienaventuranza eterna, tan hermosamente descrita por el Apóstol San Pablo al momento de referirse a la Vida Eterna: “Lo que no ojo vio, lo que ni oído escuchó, lo que ni mente llegó a imaginar es lo que Dios tiene preparado para quienes le son fieles” (1 Corintios II, 9).
Esta última frase no puede resultar ser más exigente ni más atractiva para nuestra alma, ávida de logros, de conocimiento, de amor, de paz, de libertad, ya que si acaso “hemos sido creados para ti Señor, inquieto estará nuestro corazón mientras no descanse en Ti” señala en su autobiografía el gran San Agustín de Hipona.
Lo anterior lo vemos porque lo que más solemos apreciar en la vida son las cosas que más esfuerzo nos han costado obtener. La dedicación, el tiempo, el amor, las virtudes son un conjunto de realidades que permiten distinguir entre una obra acabada y perfecta con un trabajo más entre otros. Si tomamos un kilo de greda y lo moldeamos hay un instante que sabemos deja de ser simple arcilla hasta pasar a ser un objeto para ser contemplado por otros…La búsqueda de la santidad es una tarea que conlleva toda la vida, y que exige una dedicación a toda hora, puesto que  la voluntad de Dios Padre es que “todos seamos santos”…!aquí y allá! haciendo que toda nuestra  vida actual sea la antesala necesaria para llegar al Puerto Claro de la eterna Salvación.
Detenernos a meditar en la meta a la que estamos convocados no nos hace desentendernos de la vida presente, por el contrario, implica anclar la vida actual en la persona de Cristo,  la que nos impide encallar como -buque a la deriva- en los vicios y debilidades a los que la naturaleza humana permanece inclinada como consecuencia del pecado original.

SAN DAMIAN DE MOLOKAI SSCC (HAWAI)


El vencimiento personal es una tarea que nos lleva toda la vida. Tal como el buen deportista debe entrenar día a día, y el buen estudiante para lograr culminar su vocación ha de estudiar día a día, el alcanzar las virtudes y la búsqueda por hacer en todo la voluntad de Dios exige implementarlo toda la vida.  Para el creyente todo sirve para buscar, para encontrar y para vivir en Jesucristo, modelo y fuente de perfección humana.
Fue esta búsqueda la que motivó a nuestro hermano difunto a procurar profundizar en su vida como creyente no contentándose con sólo revolotear superficialmente  en las cosas temporales sino alzando el vuelo hacia aquellas realidades que no tienen fecha de término, que no se oxidan,  ni se pierden,  como son las propias de Dios. Mediante la oración, la participación en retiros, el rezo del santo rosario, la asistencia frecuente a la Santa Misa, la lectura espiritual y misiones, nutría   su alma descubriendo con ello la vocación de servicio que le caracterizó a lo largo de su vida con una sensibilidad especial hacia todas las personas, preferencialmente a las más enfermas y necesitadas.
Durante su extensa preparación para ser médico tuvo la oportunidad de experimentar en primera persona dos grandes verdades que iluminarian su vida: primero, debió asumir una enfermedad que la acompañaría por largo tiempo, por lo cual,  al mirar a los enfermos podía repetir las palabras con que San Damián de Molokai se dirigía a sus feligreses con lepra…”nosotros los leprosos”. Nuestro hermano difunto, al atender en cada jornada a tantos enfermos pudo –entonces- asumir que para ellos fue doctor y con ellos fue paciente, aunque es menester reconocer que era mejor lo primero que lo segundo, es decir: ”excelente médico y regular paciente”.   
Esta condición  moldeó su ser médico asumiendo la debilidad como la fuerza necesaria para comprender de una manera más amplia y realista lo que implica cualquier padecimiento físico con todas las consecuencias en la vida personal, familiar y social. No dejó de mirar lo que Cristo hizo en la Cruz por cada uno de nosotros reconociendo que el sacrificio de Jesús es el precio saldado por nuestra redención.  ¡Valemos la sangre de Cristo! (1 San Pedro I, 18-21).



En segundo lugar, el hecho de reconocerse enfermo le llevó a valorar mas hondamente lo que Santa Teresa de Calcuta, gran apóstol en las paupérrimas barriadas de la India, señalara respecto del padecimiento humano: “Cuando un hombre sufre no es alguien a quien Dios olvidó sino alguien en que Dios habló”…como en Jesús que mientras más debilitado se mostró,  más poderoso fue. ¡Este ha de ser el camino de nuestra Iglesia hoy! 
Entonces, el sufrimiento no es el que nos aleja de Dios, sino por el contrario,  asumiendo la condición de Cristo  que padece por medio de la enfermedad y la penitencia nos parecemos (asemejamos)  a El que ama entrañablemente a su Iglesia.  Hoy, con la partida de nuestro hermano Dios nos habla y a cada uno de los que estamos en este templo santo… Nos pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” (San Mateo XVI, 26). Nos pregunta: “¿Por qué buscan entre los muertos a quien está vivo?” (San Lucas XXIV, 5).
Sí hermanos: Jesús con la muerte de Rodrigo Ignacio nos exhorta a una respuesta que se hace búsqueda inquieta, que en medio de las aguas turbulentas de la sociedad y de nuestra Iglesia, nos invita a apoyarnos con fuerza en la persona de Cristo, verdaderamente presente en este altar en su cuerpo y alma, por lo que no vamos a la deriva en la navegación de la vida, ni la noche de la partida de un ser querido es capaz de extinguir la luz de la fe en la resurrección a la cual el Nuestro Señor nos invita a participar siendo fieles a Aquel que jamás traiciona nuestra esperanza.
San Alberto Hurtado solía recordar una frase que a esta hora nos invita a crecer en la fe: “La vida fue dada para buscar a Dios, la muerte fue dada para encontrar a Dios y la eternidad para poseer a Dios”.
Si de algo estamos seguros es que el amor de Dios nunca defrauda, y que Rodrigo Ignacio percibió el cariño y cercanía de su familia llegando a ser el regalón al interior del hogar, con los privilegios que suelen gozar los más pequeños, por esto hoy, se suma una numerosa cantidad de amigos que compartieron la historia de su vida “aquí”, pero que,  también están llamados a ser parte de su vida “allá” donde nos encontraremos con nuestros seres queridos en la presencia del Señor, a quien imploramos hoy,  tenga a bien repetir lo que un día señaló en los Santos Evangelios: “Venid benditos de mi padre al lugar preparados para vosotros desde toda la eternidad…porque estuve enfermo y me visitasteis” (San Mateo XXV, 34). ¡Que Viva Cristo Rey!