sábado, 24 de agosto de 2013

Hambre de perfección en el mundo


 
         Prácticamente en los cuatro puntos cardinales surge al unísono el anhelo de una vida tan nueva como mejor de la que se tiene, lo cual no responde ni es  producto de una determinada estación climática que de suyo es diversa, ni dice relación con que la sociedad goce de determinados días de asueto. Se trata de algo mas hondo y extendido, pues incluso se verifican signos de natividad en culturas que son  mayoritariamente adversos a la fe pues profesan un credo distinto,  o que simplemente han prescindido de ella.
         El deseo de Dios no se detiene en las fronteras de la vida cristiana, porque es inherente –propio- de nuestra naturaleza. El hambre de Dios se puede ver en el rostro de tantos que famélicos en su vida espiritual, sólo tienen fuerzas para encauzar su nostálgica mirada a los escaparates que se llenan de luces y señales que anuncian el advenimiento de la Buena Nueva.
        ¿Qué quiere nuestro corazón? ¿Qué necesitamos realmente? En la tensión de ambas preguntas subyace finalmente la presencia de Dios que es el único capaz de elevar nuestra alma hacia la búsqueda de la virtud y perfección, a la vez que es capaz de dar respuesta y satisfacer las mayores y más urgentes necesidades en nuestra vida.
        Todos alguna vez hemos participado de un cumpleaños, en medio del cual, se coloca una piñata que el festejado debe romper con los ojos cubiertos. Los invitados hacen girar repetidas veces al cumpleañero, con el fin de desorientarlo lo más posible. Sólo entonces, comienza a dar golpes al aire, al vacío el festejado, que eventualmente, logra apuntarle por casualidad al objeto que custodia los anhelados dulces y sorpresas que los invitados con viveza y presteza  buscan apoderarse.
         Mucha gente al no escuchar a Dios está dando “palos al aire”: buscan con denuedo, incluso, con  sinceridad lo intentan, pero irrevocablemente terminan quedando vacíos en su interior. Entonces, a nadie le sorprenderá el hecho que la nostalgia sea una de las características de nuestro tiempo. 
          Los antiguos, buscaron la felicidad en el desenfreno y sólo experimentaron soledad; otros, por el camino del orden social impuesto mas para los demás que para si, terminaron  desapareciendo producto de luchas intestinas, debiendo beber la sabia amarga de la violencia fraticida. Pues, si la simple búsqueda de “ser feliz”,  de “pasarlo bien” no logran colmar al hombre, y por otra parte, la búsqueda del poder solo termina por ser en ocasiones con la posesión de una fantasía de lo que aparenta pero no es, entonces ¿Dónde buscar? ¿Hacia donde dirigir nuestros pasos?
         La Escritura en uno de sus salmos señala: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Qué es el hombre para darle poder? Aquí nos detenemos. No podemos pasar de largo ante tan honda interrogante, porque tiene que ver con lo que somos y estamos llamados a ser. 
         Liberados nuestros cielos de la nube gris capitalina, aunque sin la pureza propia de amplio norte grande, podemos mirar hacia lo alto, cuando la inmensidad del cielo se devela por la luna y las estrellas ¿Y qué descubrimos? No otra cosa que el saberse como un simple grano de arena en la infinidad y en los espacios ilimitados que lo envuelven.
         Realmente, ante el concierto del universo cada uno puede repetir con el Salmista: “Lo coronaste de gloria y dignidad” (v. 6). Siempre resulta oportuno recordar que al momento de ser creados, hubo un Dios que, con la salvedad limitada de una analogía, “se detuvo” para pensar en nosotros, “en escribir” el genoma de nuestras circunstancias, hasta en los mas mínimos detalles que, como sabemos,  para Dios no existen porque todo lo sabe y mira desde su inmensidad.
Pero la inmensidad del cielo no solo habla de nuestro Dios, también elocuentemente lo hace de aquella frágil criatura a la cual no dudo en confiarle todo el universo para que pudiera conocerlo y sustentarse. 
        Por ello, en el Génesis cuando Dios creo al hombre y la mujer, sin error y para siempre en su naturaleza, le entrego los bienes creados para que les diese un nombre, no para actuar abusivamente de ella, sino para que en su Nombre Santo dominara la creación entera no para ser siervo de ella ni ella ser esclava de la ceguera antojadiza del hombre y la sociedad. 
         Dios nos entregó desde el inicio el poder de descubrir las realidades mas profundas de la creación con el fin de que la respetásemos y transformásemos por medio del trabajo bien hecho, convirtiéndola en fuente de belleza y de vida. Por cierto, que el citado salmo –atribuido al Rey David- nos invita a ser conscientes de nuestra grandeza y de nuestra responsabilidad ante la creación.
         Cuando escuchamos hablar del trabajo en nuestra vida, solemos circunscribirlo estrictamente a una labor fáctica, es decir, a algo que se puede empíricamente evaluar con criterios humanos, como el precio, la duración, la exclusividad. El hombre trabajador es colocado como parte de un engranaje que hace cosas. Hoy, por hoy se endiosa al hombre productivo, como ayer se hizo con el hombre novedoso.
         Mas, la inmensidad del oficio nuestro se fundamente en la capacidad de cumplir el proyecto que Dios ha trazado para nosotros: cumplir su voluntad nos lleva a vivir en libertad: “Dios nada nos quita, sino que todo nos da”, sentencia el actual Pontífice.
         Ama y haz lo que quieras: a la luz de la fe esta frase de San Agustín nos coloca de lleno en nuestra realidad de creyentes. Es necesario purificar nuestras intenciones permanentemente, pues con los avatares de cada jornada, suelen ir acumulándose en nuestra alma una serie de intereses que terminan, en ocasiones ahogando el primer amor, y secando la lozanía de la entrega. Queridos alcaldes; ambos en estos días, cumpliendo el dictamen de dado por una mayoría, han retomado las labores alcaldías. Ello es una oportunidad para renovar con mayores brios el deseo de servir a sus respectivas comunidades, las cuales desde este templo podemos contemplar. Más, solo será posible hacerlo bien si aman de verdad a quienes dirigen comunalmente. Es posible que otra persona puede hacer lo mismo que han hecho hasta ahora, pero ninguno podrá interpretar la bondad de Dios como El se los pide transmitir a los mas necesitados en este nuevo periodo. 
         Lo que vale cuesta: La ley del mínimo esfuerzo, tan extendida en nuestra Patria, incita a no invertir en lo que cuesta alcanzar, en retirarnos de una carrera porque agota nuestras fuerzas. La practica de una voluntad recia, y el seguimiento de un estilo de vida marcada por la búsquedas de los ideales, no son parte del curriculum que en las escuelas y hogares se enseñe, por el contrario, el endiosamiento de lo inmediato hace que la impaciencia se manifieste de muchas maneras. Mas, el premio es para quien persevera, la promesa de Cristo pasa por aceptar previamente a llevar parte de su cruz, sin tomar atajos de ilusiones. A este respecto recordaremos que “Si descartas el combate de los mártires, descartarás también sus coronas; si descartas sus suplicios, descartarás también su dicha” (San Ambrosio de Milán). Como autoridades durante el; ejercicio del cargo cuentan con el afecto, cercanía y reconocimiento de innumerables estamentos, lo cual hace bien y es bueno que así sea. Mas, deben estar preparados para cuando las puertas se traben, cuando los incondicionales callen, y cuando el Señor les conceda el merito espiritual de ser participes de parte de lo que El hizo por nosotros. Ambos serán bienaventurados, según enseña la bienaventuranza si con ello pueden “completar los sufrimientos de Cristo en la Cruz para bien de su cuerpo místico que es la Iglesia”, sentencia el Apóstol de los Gentiles. Hay que aferrarse a la Cruz, porque lo de mas está de  paso.
          Quien vive para servir, sirve para vivir: La autoria de esta frase es tan desconocida como la genealogía de Melquisedec. Mas, el fondo nos evidencia una enseñanza permanente de Cristo en orden al valor de servir: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”. No dudo en lavar y secar los pies de sus discípulos con el fin de decirles: “Lo que yo he hecho hacedlo también vosotros”. Quien sirve reina; quien sirve gobierna. Y, esto trae bondades no solo como parte del premio prometido por el Señor al final de nuestra vida, sino que nos hace participes anticipadamente de múltiples signos de su bondad. Por ello, los cuatro años venideros son sin lugar a dudas una real bendición que Dios les ha concedido, pues tienen muchas ocasiones para hacer bien el bien, recordando que el tiempo invertido en tantos afanes y necesidades de las familias de ambas ciudades es un tiempo prestado a Dios para que su Reino se inicie ya en nuestros días.
Amen.