TEMA : “EL ESPÍRITU NOS LLEVA A VENERAR A LA
VIRGEN”.
FECHA:
SOLEMNIDAD PENTECOSTÉS Y DEL ROCÍO MAYO 2023
Queridos hermanos y
rocieros:
Culminamos en este día lo
iniciado en la Vigilia Pascual con la denominada “Fiesta del día cincuenta”.
Hoy, en todos los templos católicos se celebra la Solemnidad de Pentecostés, en
la cual, el Espíritu Santo se hace presente en la Iglesia con los siete dones
de: Sabiduría, Ciencia, Inteligencia, Piedad, Consejo, Fortaleza, y Santo Temor de Dios (Isaías
XI, 2-5).
Estos siete dones llevan
a su perfección las virtudes de quienes los reciben por lo que es como Don de
Dios, un bien del que todo bautizado
está llamado a ser partícipe, y que entraña una misión, tarea y responsabilidad
muy necesaria, particularmente para llevar el mensaje de Cristo de manera fiel
en tiempos de tanto relativismo y de tanta acomodación de la verdad a la “música secular” impuesta por lo
mundano.
De tiempo inmemorial, la
piedad ha vinculado el día de Pentecostés con la fiesta dedicada a la Virgen
del Rocío. Es que la obra específica del Espíritu Santo es hacer dócil y
diligente al fiel respecto de los designios de Dios. A saber ver nítidamente, a
escuchar diáfanamente, y saborear con precisión aquello que Dios nos pide,
aplicando el simple principio: “Aléjate
de todo lo que no te lleve Dios, y
quédate con todo lo que te lleva a Él”.
La historia suele señalar
al Rey san Alfonso X, denominado el sabio, como gestor de la ermita de la
Virgen del Rocío hacia el Siglo XIII, constituyendo una de las festividades
marianas más importantes de la Madre Patria que alegra el corazón –particularmente-
de la región de Andalucía.
Fue aquel monarca quien
nos ha legado unas hermosas cantigas dirigidas hacia la Madre de Dios: “Esta es de loor de Santa María, de cómo
Dios no puede decir que no a lo que ella le ruega, ni Ella tampoco a nosotros.
Más nos valiera, que Dios me ampare, no haber nacido si Dios no nos hubiese
concedido a la que rogar suele por nuestros pecados. Por esto, nos hizo Él, el
mayor bien que hacer podía, cuando eligió por Madre y nos dio por Señora a
Santa María para que le ruegue, cuando esté enfadado con nosotros, que de su
gracia ni de su amor no seamos abandonados” (Cantiga número
XXX).
De las múltiples gracias
que nuestra Señora nos obtiene del Cielo, están aquellas que directamente son
para bien de nuestra vida espiritual, y apuntan directamente a la santidad,
como aquellas que hacen de “trampolín”
y predisponen a bienes mayores. Ente estas se ubican los bienes materiales como
el agua abundante para los campos, lo cual, está muy vinculado a la advocación
que hoy celebramos puesto que, en
muchas oportunidades se realizó un traslado de la imagen para implorar el
beneficio del agua necesaria en épocas de sequía, por lo que la venerada imagen
recibió tempranamente el apelativo del “Rocío”.
Los antepasados de
Andalucía no dudaron en llamar a la Virgen
como “amparo y remedio” de sus
necesidades, entre ellas imploraron “de
su Rocío para que la cosecha sea muy
colmada” (Municipalidad de Almonte, 25 de Abril de 1653).
Sin duda, el amor hacia
la Virgen se vive en la Iglesia desde su mismo
nacimiento, cuando San Juan escucha el mandato del Señor desde lo alto
de la Cruz: “Hijo he ahí a tu madre”,
ante lo cual, el discípulo querido por Jesús
“la recibió en su hogar”, es decir en
su corazón, en su vida y en su piedad. Por ello, resulta imposible cortar el vínculo existente entre la Madre de
Cristo y cada bautizado, porque fue establecido directamente por el Señor aquel
Viernes Santo. Nadie podrá nunca separar lo que el Verbo Encarnado dejó unido.
El amor manifestado hacia
la Virgen no es una opción ni fruto de un gusto particular que puede tenerse o
no, porque se inscribe entre los mandatos explícitos del Señor, que apunta a
salvaguardar a su Madre dando continuidad al amor profesado por el Hijo fruto
de sus entrañas, y por los hijos que le fuimos encomendados en el Calvario: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (San
Juan XIX, 26).
Tratándose del amor
maternal y filial, tan íntimo y estrecho que existe entre la Virgen y Jesús, es
que la Iglesia en tiempos de los Apóstoles, asumió desde un primer momento
manifestar una devoción que incluyese: la obediencia, el cariño filial, y el
amor como apostolado.
Respecto de la
obediencia: El saber escuchar lo que Dios nos pide es fundamental para
poder llevar una vida cristiana verdadera, estando atentos a sus palabras y
designios.
Por ello, la oración, la
lectura de la Santa Biblia, el conocer lo que enseña el Magisterio de la
Iglesia en la voz continua de sus pastores, aprender a acoger las enseñanzas de
un Director Espiritual y los consejos de un sacerdote confesor, son los caminos
que el Señor habitualmente usa para darnos a conocer su voluntad por lo que
hemos de estar prontos a su escucha y seguimiento fiel.
Respecto al cariño
filial: No hay imagen que evoque mayor ternura que una madre que cobija
en sus brazos a su hijo. ¡Cuánta confianza depositada por Dios a una mujer y
madre! No acabamos de sorprendernos ante
lo sublime del misterio que implica que Dios quiso “esperar” un instante a la respuesta de la Virgen Madre, más aún si
ese cariño tan personal, se dio a través de los meses donde ese Verbo Encarnado
permaneció cobijado en aquel vientre materno hecho sagrario de la vida. La vida
del Hijo Unigénito de Dios sostenida por los brazos de una mujer joven, virgen
y madre.
A este respecto con su
fuerza característica dijo el Papa Juan Pablo II al momento de visitar el
Santuario de la Virgen del Rocío: “Esta devoción
mariana, tan arraigada en esta tierra de María Santísima, necesita ser
esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la
palabra de Dios, haciendo de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta en
todos los ámbitos de nuestra existencia cotidiana” (14
Junio 1993).
En este día
invocamos al Espíritu Santo que nos
permita sintonizar nuestras acciones y pensamientos, en toda circunstancia y
época asumiendo que el verdadero amor a Dios no está supeditado a los gustos, a
las ideologías, ni a los sentimentalismos pasajeros. ¡Ven Espíritu Santo! Es lo
que clamamos para ser fieles a lo que Dios nos pide.
Finalmente, respecto del amor
como apostolado: Subyace en la vida presente una especie de
cristianismo marcado por los “espectadores”,
que cómodamente sentados entre cuatro paredes de su hogar, insertos en las
acciones de la habitualidad, y esclavos del conformismo de seguir lo que dictan
las mayorías volubles, pretenden vivir
una fe acomodada y sin problemas. Se opta a un amor que no implica ni
sacrificio ni compromiso, en realidad se
busca adecuarse a una espiritualidad que no sea molesta ni sea ajena a los dictámenes
modernistas. Se aplican los criterios de la moda a lo que se cree, pues, para muchos resulta un horror quedar fuera de lo que se ve, se habla, se
usa, se tiene y se quiere. Se olvida que el mayor mal existente es ser infieles
a un Dios que nos ha amado de manera “entrañable”
dando la vida de su Hijo Único por
nuestra salvación.
El Espíritu Santo con sus
siete dones y la Virgen con su ejemplo nos invitan en esta Solemnidad de
Pentecostés, a procurar llevar una vida
nueva, a un cambio radical donde toda nuestra conducta esté en sintonía fina con la voluntad de Dios,
sabiendo que nadie puede hacer algo mayor y mejor por nosotros que Dios y Aquella
a la cual, con toda propiedad denominamos como Madre de Dios y Madre nuestra. ¡¿Quién
más que tú, Señor?! ¡¿Quién más que tú Virgen Madre?!
Imploremos en este día
que venga el Espíritu de Dios como aquel día en el cenáculo de Pentecostés. Que
el don de Sabiduría nos permita entender lo que viene de Dios y desechar
lo que nos aleja de Él, especialmente en una época donde los valores y
fidelidades están licuadas; que el
don de Entendimiento nos haga descubrir la riqueza y profundidad de lo
que Dios ha revelado en las Sagradas Escrituras para que sea una Palabra que
nos conceda una vida abundante; que el don de Consejo nos permita
distinguir la verdad de la mentira y lo bueno de lo malo en tiempos donde reina
el relativismo ad intra y ad extra de nuestra Iglesia; que el don
de Ciencia
nos inserte en el pensamiento de Dios para descubrir lo que hay en el fondo de
nuestros corazones; que el don de Piedad podamos colocar a Dios como
el centro de nuestras vidas descubriendo la grandeza de su amor entrañable
ofrecido en el Calvario; que el don de Fortaleza nos ayude a vencer las
tentaciones desde una fe convencida y convincente
abandonada en el amor de Dios que nunca destiñe; y, finalmente, que el don de
Santo Temor de Dios nos lleve a navegar en el barco de la fidelidad a los mandamientos de Dios y de su
Iglesia, en momentos de tanta
incertidumbre. Alzamos nuestra mirada al invocar al Espíritu Santo hacia la
Virgen Santísima, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rocío en el domingo
de Pentecostés, para que los hijos que imploran su nombre reciban con
abundancia la bendición del Señor.
¡Pues que Viva Cristo
Rey! ¡Y que Viva la Virgen del Rocío!
“Dios te Salve María, del
Roció Señora, Pura, Sol, Norte y Guía,
y Pastora Celestial. Dios te
Salve María, todo el pueblo te adora y repite a porfía: Como Tú no hay otra
igual. Olé, Olé´, Olé (XV bis). Al Roció yo quiero volver a cantarle a la
Virgen con fe. Dios te Salve María, Manantial de Dulzura, a tus pies noche y día, te venimos a rezar. Dios te Salve María, un Rosal
de hermosura, eres tu Madre mía de pureza Virginal. Olé, Ole, Olé (XV bis).
Al Rocío yo quiero volver, a cantar a la
Virgen con fe con un olé. Olé, Olé, Olé (XV bis).