viernes, 9 de febrero de 2024

 













































 

TEMA  :     “SI TIENES ALGO DIFICIL DE DECIR ¡CANTA!”.

FECHA:  SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR  / AÑO 2023

Se agolpan con rapidez las festividades litúrgicas  al inicio del año civil. Insertos en el tiempo de Navidad, que se extiende desde la Nochebuena betlemita hasta el bautismo del Señor en las riberas del Rio Jordán, hoy nos reunimos en la Santa Misa para celebrar el día de la Epifanía del Señor, tradicional fiesta del día de los Reyes venidos del Oriente para adorar al Niño recién nacido.

Resulta sobrecogedor visitar espiritualmente aquella adusta gruta: habitualmente oscura, de terminaciones toscas evidenciando un lugar donde** nadie quiere estar mucho tiempo, con el aroma propio de animales que cansados duermen cada noche, con ojos que temerosos parecen descubrir en cada sonido una amenaza. Hasta aquel día respondía aquella gruta al inhóspito ámbito de lo indeseado, ante lo cual, la mirada se desviaba siempre.

De pronto, en cumplimiento con lo anunciado por las Escrituras, una estrella guiaría el paso de quienes buscasen al Salvador…que sí salva, que es el Mesías esperado por generaciones. La voluntad del hombre  dúctil a los designios del Señor llevó a permear con la fe cada acontecimiento como parte del querer de Dios por lo que las almas elegidas para estar aquel día en la Gruta de Belén, nos marcan e paso para el buen camino en la búsqueda de la santidad.

Esa búsqueda, que forma parte del plan de Dios, no está signada por la incertidumbre de lo posible ni de lo casual, sino por la certeza y seguridad que el Señor en todo momento nos acompaña por lo sinuoso y oscuro que parezcan los caminos. La fe de la cual,  nos habla Jesús en el Evangelio resulta la respuesta definitiva para todo aquel que busca la verdad, que sólo puede tener su nido en aquello  que Dios nos ha dicho y enseña cada día.

Sabemos que en aquella gruta silenciosa los primeros en llegar al nido de la fe fueron la Virgen y San José, que atónitos, como embelesados ante lo sublime del misterio puesto en sus manos y en sus vidas, privilegiaban el silencio hecho plegaria. ¡Cómo desviar la atención ante momentáneas urgencias si acaso lo principal deslumbraba en medio de ellos envuelto en unos limpios pañales?

 

 

Aquel silencio fue complementado por el canto de una multitud de  Ángeles que anunciaban la promesa cumplida desde lo alto: “! Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Dios ama!”. La irrupción de aquellos ángeles que quebró el silencia hecho oración al interior de la gruta de Belén se  alzada –ahora- como un faro que irradiaba la más prístina de claridades en un lugar que hasta unas horas antes sólo era el reducto de cuantos no tenían lugar entre los hogares de la ciudad real donde nació el Rey David.

Muchos se preguntarían más tarde: ¿puede salir algo importante de Belén, la más pequeña de las ciudades? Añadiendo luego a la ironía la duda: ¿Puede haber algo bueno en Nazaret? La respuesta a ambas preguntas vino del Cielo con aquel canto anunciando el nacimiento de Jesús, como el único camino para la salvación del mundo. Es una verdadera alegría porque es la venida  del Niño  Jesús la cual la ha provocado.

Sabemos que las alegrías del mundo son pasajeras, todas tienen fecha de inicio y circunstancia de término, más el gozo más ínfimo en el Cielo es mayor que todos las alegrías del mundo porque en el Cielo todo es eterno, el tiempo fenece ante un presente sin ocaso junto a Dios que es amor.,

Esto último es lo que experimentarán los segundos visitantes de aquella gruta, que unirán su adoración a la de los padres del Recién Nacido. En efecto, provenientes  de sus labores como agricultores y ganaderos, reciben el saludo de los Ángeles como una exhortación a honrar a Jesús, deteniéndose en aquel lugar alzado ahora como el mejor de los hospedajes pues estaba el “recién nacido envuelto en pañales”. ¡Cómo seguir de largo sin detenerse ante una verdad evidente que marcaría un antes y un después de generación en generación!

También,  cada uno de los que hemos acudido a este hermoso templo,  estamos llamados a detener la vorágine de lo cotidiano para permear nuestros afanes con la fe que hizo doblar sus rodillas y corazones a unos simples labriegos de Belén, quienes parecieron olvidar por momentos  su merecido descanso en vista a quedarse acompañando a Jesús y sus padres, pero también, llenando sus almas de las gracias que profusamente impartía Jesús ya desde ese hogar hecho santuario. 

 

Finalmente,  unos Reyes de Oriente,  partiendo desde tierras lejanas, abandonando toda seguridad, como un día lo hizo nuestro padre en la fe que es Abraham, salieron con prontitud hacia esta gruta betlemita  a la cual primero nadie quería estar y ahora  todos parecen querer llegar. Es que  la presencia de Jesús, puesto en manos de sus padres, es el único capaz de mutar lo agreste por lo dulce, lo oscuro por lo luminoso, las lágrimas de tenor y dolor por las de felicidad y realización, haciendo realidad lo dicho por Santa Teresa de Ávila: “Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta”.

El hilo conductor que hemos seguido estos días descubriendo como la tenue luz del anuncio de los profetas se fue intensificando hasta ser un destello  “luz para las naciones que permanecían en tinieblas”, está signada por el don de la fe, de José Custodio y la Virgen María, de los pastores, y ahora, de los peregrinos provenientes del Oriente que fueron, vieron y adoraron al Niño Dios, enseñándonos con su vida un verdadero itinerario a seguir en el camino de la búsqueda de la santidad: “!Buscar a Jesús, Encontrar a Jesús y Vivir con Jesús!”.

La verdadera sabiduría de aquellos Reyes de Oriente –Melchor, Gaspar y Baltazar- estuvo en que supeditaron sus capacidades y seguridades; sus esperanzas y posibilidades, sus argumentos y poderes, a los de un indefenso  Niño recién nacido que cautivo sus mentes y corazones con la pureza de su mirada no sólo tierna sino –sobre todo- veraz, por lo que no pudieron sino doblegar sus corazones y cambiar de vida desde aquel instante.

Les resulto necesario, un imperativo para el resto de sus vidas, regresar a casa por otro camino, porque sus vidas habían tenido un renacimiento al descubrir a Jesús y estar arrodillados ante su frágil figura capaz de doblegar la grandeza humana de aquellos reyes venidos de tierras lejanas.

Queridos hermanos, desde los más pequeños que están hoy en la Santa Misa hasta los mayores, desde los más fuertes a los más debilitados; ¡todos, todos, todos! Estamos llamados a la santidad, lo cual pasa por una verdadera conversión, un cambio de vida como fue lo acontecido para cada uno de los peregrinos de la Gruta de Belén. Cristo nunca pasa de largo ante un alma que  le busca, por lo que hoy damos gracias a Dios por todo el breve pero intenso tiempo de Navidad.

 

En un día como hoy- Fiesta de la Epifanía- a esta hora celebraba la Santa Misa de Ordenación Sacerdotal. En mis manos estaba Jesús sacramentado, desde ese momento se iniciaba la misión de llevar la presencia Cristo a todo lugar, en todo tiempo, y en toda circunstancia, bajo la seguridad que el Señor no defrauda jamás, que el Señor no se agota en bendecirnos más muchas veces somos nosotros los que claudicamos en implorarle.

Bajo el amparo de la Virgen he podido servir ministerialmente en aquellas comunidades que la veneran como Patrona, por esto,  ni un instante he dudado en su maternal cercanía, particularmente a la hora de celebrar la Santa Misa Diaria que es el corazón de mi vida como sacerdote, en el pasado, presente y futuro.

Hoy, he venido a los pies de la imagen de la Virgen del Carmen, Patrona de Chile, y de esta querida parroquia que desde hace muchos años –cuando sólo tenía siete años- participaba en la Santa Misa, y anhelaba poder comulgar acercándome a pedir la comunión recibiendo la respuesta de “eres muy pequeño aún”. Pasaron los años…seguí siendo pequeño, pero –entonces- si pude comulgar, y, luego ingresando al Seminario ubicado junto a la Virgen de Lo Vásquez con diecisiete años, recibiendo una sana formación sacerdotal,  fui consagrado sacerdote a los veinticinco años y pude repetir las palabras maravillosas de la consagración ante la Hostia: “Esto es mi Cuerpo” y luego, ante el vino “Esta es mi Sangre”, haciendo que Jesús, el que nació en Belén, y murió en  Jerusalén se haga presente en medio nuestro para darnos su salvación.

Queridos hermanos: Hace unos meses desde este templo elevaron oraciones diarias por mi salud: desahuciado por los médicos que sólo apuntaban a esperar un desenlace en horas, los sacerdotes de esta querida parroquia y fieles nos bajaron los brazos rezando, los niños y jóvenes en los colegios donde colaboro no dejaron de rezar, produciendo un cambio total en mi estado de salud hasta revertir totalmente el pronóstico de los hombres por el designio de nuestro Dios que no desatiende nunca las solicitudes de la Virgen María.

¡No se cansaron de pedir y yo no me canse de cantar mientras estuve internado!

Quienes me conocen desde niño,  saben que tengo un cantante que siempre he escuchado…a él un sacerdote le dio un consejo cuando pequeño: “Cuando tengas algo difícil que decir, canta”. Es lo que en aquellas  horas de mayor incertidumbre procuré hacer: Cantar y rezar en latín.   ¡Que Viva Cristo Rey!















 

TEMA  : “VENID A MÍ YO OS HARÉ  PESCADORES DE HOMBRES”

FECHA: HOMILÍA III° DOMINGO  / TIEMPO COMÚN  / AÑO  2023.

Estamos celebrando la Santa Misa correspondiente al Tercer Domingo del Tiempo Ordinario. De forma cotidiana, con lo sorprendente del destello que emana de la Palabra de Dios que proclamamos cada día, nos vemos exigidos por el Señor para responder al llamado de ser sus testigos en medio de una sociedad abiertamente secularizada, lo que entraña un desafío para todo bautizado que tiene una misión en el mundo de hoy. ¡Nadie se puede restar!

En la Primera Lectura leímos el testimonio del profeta Jonás que fue llamado por Dios en dos oportunidades, en la primera,  se cansó del trajín de una ciudad sin Dios como era Nínive. En efecto, aquella  era una imponente localidad que se tardaba tres días en cruzarla: con ciento veinte mil habitantes y noventa y seis kilómetros de circunferencia,  tenía fama de ser una cosmopolita ciudad pero muy marcada con diversos vicios (Jonás IV, 11). Seis siglos antes de Cristo fue la ciudad más grande del mundo, además, por su ubicación entre el mar mediterráneo y el índico se alzó como ruta impostergable del comercio de la época, por lo que sus habitantes vivían con bienes que otras localidades ni siquiera pensaban que existían.

Fue en esa cultura que Dios envió a Jonás a predicar la conversión. En un primer momento, el rechazo estuvo signado más que por el explícito desprecio, más bien,  por un abierto indiferentismo,  puesto que  estaban abocados a sus caminos propios, y el tiempo para escuchar sobre Dios era algo insignificante.

Ante ello, el profeta se desanimó y literalmente “se mandó cambiar” tomando una embarcación que en medio de la navegación enfrentó una tempestad que hizo que Jonás pidiese al Señor por quienes iban con él, ante lo cual, fue lanzado al mar y al instante el oleaje se calmó. Tres días después apareció nuevamente el profeta en la ciudad anunciando que el Señor lo salvó milagrosamente, ante lo cual, los ninivitas “creyeron en él y en el Dios que por su medio les hablaba”.

Sin duda, hay una notable similitud entre aquel relato con lo que nos toca vivir como creyentes en nuestros días. Nuestras ciudades en general son muy extensas, por lo que intentar cruzarlas a pie puede llevar largas horas, más en lo particular, nuestro añorado primer puerto ocupó –unas décadas atrás- un lugar de privilegio en el contexto del país y de nuestros vecinos.

Bastaría recordar que los jóvenes de naciones vecinas acudían a colegios fundados en Valparaíso, destacando dos de ellos que luego fueron presidentes en su tierra natal, a la vez que todas las “modernidades tecnológicas” se recibían primero en el puerto y luego iban a la capital.

De algún modo podemos decir que Valparaíso y Viña tuvieron algo de Nínive en su pasado, pero,  además –en la actualidad- constatamos –quizás- mayores similitudes si vemos cómo se desarrolla la vida religiosa, la práctica sacramental, y el tiempo dedicado a la oración personal y comunitaria. Sólo esta semana veíamos que en Italia el 84% de los niños y jóvenes opta por tener clases de religión católica, en tanto que en nuestra ciudad hay liceos y escuelas donde ninguno de los alumnos  tiene siquiera la posibilidad de asistir.

En realidad Nínive no es un simple recuerdo del Antiguo Testamento. Hoy nos vemos sumergidos en el ruido de una cultura que por todos los medios ha tratado de silenciar la voz de Dios tal como lo experimentó el profeta  Jonás desde un primer momento.

Como aquel profeta podemos experimentar el sabor amargo de su cansancio, y caer en la tentación de volver a los “caminos propios” desoyendo la invitación hecha por el Señor a todos nosotros desde el día de nuestro bautismo, por lo que,  el ser cristiano implica ser su apóstol en toda circunstancia: ¡Ante quienes aceptan y ante quienes rechazan! ¡Ante caritas tristes y ante cartitas contentas!

La razón para seguir adelante y no claudicar subyace en que la misión fue encomendada por Dios mismo, y en que el mensaje que debemos procurar transmitir no es de nuestra autoría, por lo que el dueño de nuestras palabras ha de ser quien las ha dado a conocer en la Sagrada Escritura.

Nuestra tarea no es inventar nuevas verdades,  son que consiste en transmitir con fidelidad  a Jesucristo, quien es la verdad definitiva del Cielo al mundo de ayer, hoy y siempre. Sin duda, la pretensión de hacer ofertantes de salvación ante un mundo renuente a Dios inventando nuevas verdades es una actitud trucha. En este sentido, diremos que “el Buen  Dios no nos quiere truchos sino que nos quiere duchos”. ¡Despiertos, ágiles, y dispuestos para servir a la verdad de Dios, jamás torcidos para tanta torpeza como es la que vemos propagada  hoy!

 

Con frecuencia hemos recordado el libro escrito por el religioso trapense Jean Bautiste  Chautard: “El alma de todo apostolado es el apostolado del alma”. Sin duda, esta frase encierra una verdad que no se doblega ante la insistencia de quienes -de modo ya majadero-  pretenden colocar el germen del apostolado en programas, diálogos, aperturas y actualizaciones, postergando la preocupación por la salvación de las almas y presentando la tarea prioritaria de su cuidado como algo “etéreo” y secundario.

Jesucristo en todo momento habló de la prioridad de la salvación, por eso, cuando llamó a sus primeros discípulos, estando estos en sus labores cotidianas de la pesca, les dijo “Vengan a mí, Yo os haré pescadores de hombres”. Atrás quedaban las barcas y redes, porque ahora iban tras los pasos de Jesús.

Tal seguimiento exigía la radicalidad de la decisión pero –también- ameritaba la diligencia a la hora de responder. Si el amor es verdadero tiende a la posesión y a la inmediatez. Sabido es que quien está enamorado trata de estar lo más posible con la persona querida y lo más pronto posible, sería un síntoma  de desamor que careciera de cualquiera de los dos signos: una polola que siempre llega tarde cuando se junta con su pololo requiere tarjeta amarilla como un novio que permanentemente antepone otras actividades antes que juntarse con su novia requiere de tarjeta amarilla. Ante el llamado que Jesús hace acontece algo similar, no podemos dejar en espera a quien es ¡El Señor!

Los Apóstoles dice el Santo Evangelio “dejando sus redes siguieron a Jesús”, lo que muestra una opción clara por procurar estar con el Señor. Ninguno de ellos le dijo: “Dame tiempo para pensarlo mejor”, tampoco,  le pidió hacer cosas buenas como despedirse de sus familiares o finiquitar transacciones del producto de su trabajo de pesca. Dilatar la respuesta a la llamada que Jesús hace  nos lleva a pensar que Dios no es prioridad en nuestras vidas. ¡Si Él no lo es, cualquier baratija lo será!

Por ello, la respuesta de Samuel que hemos conocido a lo largo de esta semana es un verdadero lema de vida: “Habla Señor que tu siervo escucha”, de modo especial en este día que celebramos el Domingo de la Palabra  de Dios, realzando la presencia de Dios en nuestras vidas por medio de la Santa Biblia, que ha de estar en nuestras casas no como un adorno, o un libro más entre otros, sino como lo que es: La carta que Dios ha dado al mundo para conocerle plenamente en la persona de Jesús, en quien Dios Padre  habló de una vez para siempre. ¡Que Viva Cristo Rey!



















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