sábado, 19 de enero de 2019

LA GRACIA SUMA, EL PECADO RESTA


TEMA : “LA GRACIA SUMA,  EL PECADO RESTA”.

FECHA: SEGUNDO DOMINGO /TIEMPO ORDINARIO /CICLO “C”.

A lo largo de casi tres décadas que ejerzo como sacerdote, me ha correspondido celebrar muchas ceremonias de matrimonio, en las cuales de manera  unánime se constata la felicidad de los novios. De hecho si viésemos  a uno de los cónyuges triste probablemente dudaríamos de la validez de esa unión. En un  amor verdadero la fidelidad y la felicidad sólo pueden ir de la mano.
La primera lectura nos habla de cómo Dios nos ama en forma “preferente” y “exclusiva”, como novio ama a su novia. Dios se alegra por la vida de los creyentes que viven dócilmente procurando cumplir su voluntad a lo largo de toda su vida.
El amor de Dios no mira el “cupo de las tarjetas” de quienes Él ha constituido como hijos suyos, tal como lo recordábamos el domingo pasado el Día del Bautismo del Señor.
SACERDOTE DIÓCESIS VALPARAÍSO JAIME HERRERAvv


El liberacionismo tiene una mirada reduccionista del amor de Dios, presentando a un dios tuerto que solo mira para lado, y que es un dios elitista, que mira a quien tiene o no tiene bienes materiales, pretendiendo con ello presentarnos  una espiritualidad fundada en razones estrictamente sociológicas y economicistas, por lo que la teología de liberación pretende santificar la pobreza sosteniendo que la sola carencia de bienes es prueba de perfección, olvidan con ello que así como pueden darse muchos ricos que han ido humildes…San Francisco de Sales, San Luis IX Rey de Francia, San Alberto Hurtado, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Los Andes, San Francisco de Asís, todos los cuales tuvieron un origen social acomodado y supieron desprenderse de sus bienes, hay igualmente muchos que careciendo de bienes permanecen sumergidos en la profundidad de un orgullo que suele estar lleno de envidia y resentimiento insano para una verdadera vida en Cristo.
Nuestro Señor se dirigía a todos: ricos y pobres, podía hablar con Zaqueo o Mateo que tenían, lo que hoy llamaríamos una condición “profesional”, como con Lázaro y los humildes pescadores de las riberas del lago de Genesaret a los cuales no dudó en invitar a ser parte de sus primeros discípulos.


                                                             PUERTO CLARO OBISPADO DE VALPARAÍSO CHILE

El elitismo pastoral en nuestra Iglesia es una tentación que puede  darse de arriba hacia abajo como de abajo hacia arriba, toda vez que en ambos casos prima la lógica de una absurda autonomía que se erige bajo un falso espíritu de discernimiento en dictaminar respecto de quién se puede salvar y quién se debe condenar de acuerdo a una lógica materialista. La opción por Cristo no está en consonancia con elevar muros de segregación al interior del corazón ni en permitir mayores barreras que las que el amor de Cristo zanjó en los Santos Evangelios enseñando que la medida del amor de Dios es el amor sin medida.
CHILE  DIÓCESIS DE VALPARAÏSO 
La denominada Teología de la Liberación termina haciendo inocua la redención en la vida de aquellas almas que miran exclusivamente lo que subyace en los bolsillos por lo mucho o poco que contengan. La ideología del “abajimo cultural” conlleva necesariamente a una mediocridad espiritual que inhibe cualquier espíritu de ansia por alcanzar una mayor perfección y santidad a la que todos estamos llamados desde el día de nuestro bautismo y que permanece vigente hasta el último suspiro de nuestro paso por este mundo.


Ha sido esto último, la implementación de una pastoral elitista de “abajo hacia arriba” la que ha terminado por provocar que grandes sectores de creyentes sean tenidos o incluidos entre los descartables del cielo porque no nacieron y no viven un campamento, no viven en una población o no mantienen una lógica de oponerse a los que tienen más recursos materiales. A la luz de la primera lectura de este día, diremos que cualquier predicación que anteponga una lucha de clases o que tienda a segregar a los ricos o a los pobres no es propia de la fe católica, que predica la conversión a unos y otros, que invita a la santidad a unos y otros, y que espera del compromiso apostólico de unos y otros, sin reducción ni exclusión. Leamos una vez más al profeta Isaías: “Como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios” (LXII, 5).
La segunda lectura de este domingo nos invita a valorar la riqueza espiritual que subyace en todos los hijos de Dios. Nuestra mayor cercanía hacia los hermanos nace de la condición bautismal, que sobre otra realidad, perfecciona y eleva aquellas que la naturaleza contiene, por lo que como hijo de Dios amamos a nuestros padres, como hijo de Dios vemos la grandeza de nuestros hermanos y como hijos de Dios consideramos a quienes están a nuestro alrededor, todos los cuales poseen múltiples talentos y son poseedores de gracias que aunque personalmente destacables son dadas para el bien común y espiritual de todos.
                            CURA JAIME HERRERA GONZÁLEZ
En consecuencia, ninguno puede decir “no puedo ser apóstol” porque todos estamos llamados a colaborar en el crecimiento espiritual de la Iglesia, cuya cabeza es Cristo y cuyos miembros somos nosotros, por lo que Cristo,  al momento de fundar esta Iglesia,  la erigió sabiendo que Él la “encabezaría”, que el Espíritu santo la “protegería” y en que cada bautizado la “sostendría” con las virtudes y dones recibidos…”Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según tu voluntad” (1 Corintios XII, 11). Si contamos con Cristo, ¿contará el Señor con nosotros?


La exuberancia de la bondad de Dios que nos concede múltiples bienes no puede recibir como respuesta un saco roto que desperdicie los talentos dados en bien de toda la Iglesia, de la cual formamos parte y somos responsables de su crecimiento y perfección. Así enseña San Pablo: “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”  (1 Corintios XII, 7).
El consabido refrán popular de “amor con amor se paga”, debe conducirnos a responder en la generosidad del Señor la grandeza de su amor, es decir implorando la gracia que “gratuitamente” nos es dada podamos ser fieles a Aquel, que a pesar de tantas miserias, traiciones y pecados nuestros no olvida en tendernos una y otra vez su mano providente.
Sin la oración no es posible crecer en perfección y sin la comunión frecuente no podemos vivir porque el alma queda entregada a merced de cualquier incursión del Maligno que no pierde oportunidad para desenfocar nuestra alma de lo único que es realmente necesario, particularmente en estos tiempos de tanta turbiedad moral, de tanto desquiciamiento espiritual, y de tanto relativismo ambiental.
Precisamente,  es ahora donde se más se requiere la vivencia de la novedad de la fidelidad, toda vez que como acontece con el noble metal acrecienta su valor en momentos de mayor pobreza. Los verdaderamente revolucionarios que la sociedad requiere son aquellos que por su próvida fidelidad son capaces de cambiar el ritmo de los tiempos de acuerdo a la voluntad de Dios y no del deseo de una momentánea mayoría.
La Santísima Virgen María nos enseña con su vida, tanto con sus palabras como sus silencios a realizarnos plenamente desde el seguimiento fiel a lo que el Señor Jesús nos pide en lo grande y lo pequeño, a lo largo de toda la vida como en cada momento, cuya importancia adquiere sabor a eternidad cuando se refiere a Dios y su obra, de tal manera que todo importa para quien Dios importa, a la vez que nada resulta amable si Dios no es amado primero.
Cada vez que repetimos las palabras de la Santísima Virgen en medio de las Bodas de Cana de Galilea: “Hagan todo lo que Él les diga” debe recordarnos que constituyen un verdadero programa de vida espiritual para todo Aquel que ha sido bautizado.
¿Sera casualidad que sea este lugar el primero para realizar un milagro? Sin duda que no…pues, Jesús todo lo hizo para dar cumplimiento a las Escrituras, por el que el engaste de Cana de Galilea fue intencionalmente elegido para vincular el camino de la santidad con la realidad de la familia, cuyo inicio es la unión bendita por Dios entre un hombre y una mujer que se prometen mutua fidelidad.
Si lográsemos trazar una línea vinculante (unitiva) entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, descubriríamos la íntima unión que hay entre aquella primera bendición dada a nuestros primeros padres en el paraíso terrenal con el primer milagro obrado hoy en una familia de Caná en Galilea, que al igual que Belén deslumbrada con el misterio de la  Natividad y Nazaret con la sublime vida cotidiana “del más rico humanismo”, se alza como la epifanía (manifestación) del Señor a la familia, a toda familia que ha de abrir su corazón y toda su vida al Señor que viene a visitarla para quedarse.
Imploremos la mirada de nuestra Madre sobre cada familia de nuestra Patria, insertas en barrios y comunidades para que este tiempo de verano sea ocasión de búsqueda, encuentro y vivencia que permita estrechar los lazos familiares tan disgregados a causa de los múltiples afanes que muchas veces se muestrean como justificativos y licencias falsas para no comprometerse con aquella realidad que tiene tanto de humano como de divino en virtud de  su origen y por su fin.  ¡Que Viva Cristo Rey!