domingo, 28 de agosto de 2016

Vestir al Desnudo

 MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

Resulta curioso comentar en el Mes de la Caridad Fraterna la obra de misericordia que implica vestir al desnudo cuando hay quienes propician la defensa de sacarse la ropa por cualquier motivo con el fin de captar la atención y buscar un momento instante de fama. Con ello lucran con su propia desnudez, dando lo mismo que se haga por dinero como es el caso de los innumerables medio de comunicación cómplices de los que promocionan la pornografía.

 MES DE LA CARIDAD FRATERNA EN CHILE

Socialmente no parece ser una virtud cubrir el cuerpo: en Francia no se impide exhibirse como carne de carnicería en las playas pero si se le hace a quienes –por causa religiosa- usan una indumentaria “muy decorosa”. En Chile no faltan los que prácticamente se apoderan de playas de uso público para presentarse en un acto reñido a la moral, de suyo estipulado en nuestra legislación.

El esfuerzo del creyente por vivir esta obra de misericordia, cuya esencia la encontramos en los santos evangelios, tiene vigencia y necesidad en vista a presentarnos de manera decorosa en toda circunstancia y en procurar que  quien carece del vestuario pueda tener el necesario, y en orden a cultivar en nuestros ambientes familiares y sociales un ambiente de respeto en el vestir.

En la décima estación del Santo Vía Crucis recordamos el momento cuando Jesús fue despojado de sus vestimentas., dando así cumplimiento a las Escrituras Santas: “Reparten entre sí mi ropa, y se echan a suerte mi túnica“(Salmo XXII, 19). A Jesús le colocaron una vestimenta púrpura para mofarse de Él, la cual sacan al momento previo de clavarle en la cruz, dejando al descubierto las heridas de nuestra salvación, en las cuales “somos sanados” (Isaías LIII, 5).

Sin duda, aquel momento nos recuerda el inicio de la inocencia de la vida del hombre inserto en el Paraíso, y por otra la concupiscencia vigente luego del pecado original. Ambas realidades se unen de manera misteriosa al momento de procurar dar cumplimiento a la obra de misericordia de vestir al desnudo.

Así lo recordaba Su Santidad Benedicto XVI: “En la inocencia original, la desnudez era la vestimenta de la gloria del hombre: su amistad trasparente y hermosa con Dios. Con la caída, la armonía de esa relación se rompe, la desnudez sufre vergüenza y lleva consigo el recuerdo dramático de aquella pérdida. La desnudez significa la verdad del ser. Jesús, despojado de sus vestiduras, tejió en la cruz el hábito nuevo de la dignidad filial del hombre. Esa túnica sin costuras queda allí, íntegra para nosotros; la vestidura de su filiación divina no se ha rasgado, sino que, desde lo alto de la cruz, se nos ha dado” (Vía Crucis, año 2011).

De lo anterior se desprende el imperativo de la caridad fraterna en orden a vestir al que lo requiere, llegando a ser su cumplimiento un camino de configuración con Jesús que pasó haciendo el bien, y que asumió el camino de la necesidad hasta decirnos: “Estuve desnudo y me vestisteis” (San Mateo XXV, 36). En efecto, Dios mismo vistió y protegió con ello a Adán y Eva, luego que cometieron el pecado original, por lo que “vistiendo al desnudo” imitamos a Dios, tal como lo ha hecho nuestra Madre la Iglesia en todo momento.

VESTIR A QUIEN LO NECESITA

Sabido es, por ejemplo, el episodio de San Martín de Tours, oficial del ejército romano, que ante la desnudez de un mendigo que se congelaba de frío, cortó su propia capa para abrigarlo. En la noche siguiente a ello, Jesús se le presento vestido con la misma capa para recordarle que lo que hacemos con quien lo necesita lo hacemos con Él y en Él,  en la vivencia de la verdadera caridad.

a). Revisar qué está de más entre nuestras pertenecías: Mas allá de revisar qué vestimenta no usamos, qué está pasado de moda, y cuál está con algún defecto, es necesario aprender a desprendernos precisamente de aquello que más apego tenemos, de lo que consideramos imprescindible, de lo que nos cuesta dejar. Por ese camino iremos purificándonos de infinitud de esclavitudes materiales que, particularmente en el plano del vestir suelen manifestarse.

b). Cuidar las vestimentas que se tienen: En ocasiones frecuentes verificamos que lo que nos cuesta es lo que cuidamos, y por el contrario, aquello que ha sido regalado y no ha costado esfuerzo solemos despreciarlo en el cuidar. Por ello, cuando niños y jóvenes es muy frecuente “perder la ropa”, cosa que no pasa con el paso de los años. Sin duda, hay que valorar el regalo de Dios de poder tener una vestimenta decorosa, la cual sin lujos innecesarios podamos utilizar  durante un buen tiempo.

c). Compartir lo propio: Desde temprana edad hemos de aprender, en la vida familiar y escolar, a ser generosos con los que necesitan, de modo particular, respecto de  aquello que tenemos como “propio”, tal como es el caso –en general- de nuestra ropa. Qué hermosa oportunidad nos presenta el Señor que, en vez que la polilla ultime nuestra ropa, o el paso del tiempo la ajee, tengamos la ocasión de regalarla a quien la necesita  o a quien le hará feliz poder usarla.

d) Educar en la buena presentación: Sin duda como creyentes debemos tener el debido respeto al momento de vestirnos convenientemente para participar de la Santa Misa e ir a los diversos actos de culto católico. Pero, también, en nuestros hogares debemos ser cuidadosos de educar a los niños y jóvenes a vestir decorosamente y en quienes es necesario vestir con dignidad por lo que su vestimenta se ha convertido en una urgencia, y no pueden esperar más. Allí debe estar la solicitud y desprendimiento de cada creyente católico que de modo oportuno pueda “vestir al desnudo”.

    


PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / DIÓCESIS  DE VALPRAÍSO CHILE

sábado, 27 de agosto de 2016

Dar de comer a quien tiene hambre

 MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

La octava obra de misericordia corporal es alimentar a quien lo necesita. Esto lo vemos patente en el relato de la multiplicación de los panes y peces, en medio del cual Nuestro Señor le dijo a los Apóstoles: “¡Dadles vosotros de comer!” (San Lucas IX, 13) lo cual la Iglesia ha procurado hacerlo a lo largo dos mil años. La respuesta que recibieron los discípulos no era dónde buscar sino en quién encontrar ese alimento. Sólo entonces, “todos pudieron comer hasta quedar satisfechos” (San Mateo XIV, 13-21).

Luego de la resurrección, Jesús se presenta con su cuerpo glorioso ante los discípulos a quienes les dice: “¿Tenéis algo de comer?” (San Juan XXI, 5). En su petición estaría inscrita –también- la de tantos que padecen, por diversas circunstancias hambre: sequías, mala administración, mala distribución. Más allá de las razones que pueden explicar el origen de tanta miseria, a la luz de la fe sólo cabe una respuesta y pasa por dar de nuestro aliento a quien lo necesita con urgencia.

En muchas naciones del mundo, pero también en la inmediatez de algunos hogares de nuestra Patria, el tema de la falta de alimentos y la calidad de los mismos para fortalecer debidamente la salud, es cosa de subsistencia. Es verdad: hay personas que a la hora que comemos en alguna parte puede estar diciendo: “me muero de hambre”, no como una exagerada expresión juvenil sino como una vital experiencia llena de dramatismo.


 MES DE LA CARIDAD FRATERNA CHILE             

El refranero popular señala que “el pan no se le niega a nadie”. En tanto, la piedad popular de nuestra Patria evita “botar el pan” y cuando ello es imposible de evitarlo, se establece besarlo antes de hacerlo. Una delicadeza del valor que  el sentido común tiene respecto del alimento que Dios nos concede día a día.

a). Agradecer el alimento que se tiene: ¿Qué tenemos que nos haya sido otorgado? Demos gracias siempre por cada alimento que comamos, estando solos o acompañados.

b). Implorar tener el alimento cada día: El hecho que Jesús haya incluido en la plegaria del Padre nuestro pedir “el pan de cada día” (San Lucas XI, 3) es motivo suficiente para comprender la necesidad de rezar para obtener el alimento nuestro y el de los demás. El trabajo por conseguir el sustento diario no puede hacernos olvidar que es la Providencia de Dios la que en todo momento encamina nuestros pasos.

La Madre Teresa de Calcuta, quizás como nadie en nuestro tiempo, procuró obtener el alimento en circunstancias muy adversas, para quienes morían de hambre. Pues bien, antes de iniciar cualquier actividad para reunir el pan cotidiano dedicaba extensas horas de oración ante Jesús Sacramentado,  no permitiendo edificar ningún dispensario ni comedor sin previamente haber edificado el templo para rezar.

c). Cuidar el alimento que es servido: Para nadie es un misterio que los alimentos que se producen en todo el mundo en la actualidad alcanzarían para alimentar suficientemente a toda la humanidad. Por desgracia, subsiste la costumbre de botar ilimitadamente mucha comida que al no calcular adecuadamente en su elaboración ni salvaguardar su cuidado posterior se terminan desechando. En realidad,  el alimento que se bota es el que se le saca de la boca a quien lo precisa, por ello se debe tener especial cuidado en preparar las porciones necesarias, en refrigerar las que luego se consumirán y en regalar aquellas que no se consumirán. Hace unos días, durante la realización de los Juegos Olímpicos en Rio de Janeiro importantes maestros de cocina prepararon los platos más exclusivos con las sobras que dejaban los deportistas y fueron repartidos a los más necesitados en las favelas cercanas.

Dar de comer a quien tiene hambre

d). Compartir los alimentos día a día: Las diversas formas de voluntariado actual suelen organizar “campañas viralizadas” de recaudación de alimentos. Como en todo orden de cosas referidas a la vivencia de la caridad fraterna, la mano izquierda no debe saber lo que hace la mano derecha, y se requiere gran discreción y diligencia en vistas a compartir el pan con quienes lo necesitan, para lo cual estaremos “atentos y vigilantes” con quien pasa hambre a nuestro alrededor. A diferencia de otras necesidades, por una misteriosa razón, en ocasiones podemos saber quién enferma, quién necesita de mejor educación, quién requiere de una vivienda, pero las ollas vacías de los hogares suelen ser parte de una realidad silenciosa. En este sentido, entre las listas de supermercado no dudemos en incluir un segmento para colaborar donde sea preciso, en tanto que procuremos privilegiar dar alimento en la calle a quien nos solicita un aporte económico por pequeño que este sea.

e). Compartir desde la penitencia hecha: El ayuno, la abstinencia y la moderación en comer puede ser un camino muy adecuado para poder practicar esta obra de misericordia corporal, pues permite vincular el amor a Dios con el sacrificio voluntario del cristiano que directamente repercute en beneficio de quien más lo necesita. Tratándose de salvaguardar una necesidad básica, el hecho de dar alimento a quien lo requiere,  se ubica entre los primeros derechos fundamentales de la persona y sus familias, por lo que recordando la exhortación del Papa Juan Pablo II en orden a que “los pobres no pueden esperar” (Discurso del 3 de Abril de 1987, número 7) ello, es aplicable –principalmente- a quien padece hambre.
            
             

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

jueves, 25 de agosto de 2016

Visitar a los enfermos

 MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

La primera de las obras de misericordia corporales que consideraremos en este Año Jubilar y en este Mes de la Caridad Fraterna, es visitar a los enfermos. Nuestro Señor lo hizo frecuentemente, al punto de ser una nota característica de su vida pública, en la cual no hay ciudad prácticamente que haya visitado que no hubiese sanado en ella a un enfermo. De igual manera, entre los 39 relatos de sus milagros encontramos 29 en directa relación a los enfermos descritos por los cuatro evangelistas.

 PRIMERA OBRA DE MISERICORDIA CORPORAL 
Nuestro Señor al asumir en todo la condición humana lo hizo también en nuestras debilidades y dolencias, provocando con ello un cambio radical en la tradicional visión semita que se tenía del enfermo como un hombre marcado por el sufrimiento porque no contaba con la bendición de Dios. Esto hizo que los enfermos quedasen excluidos de la vida habitual, incluida la dimensión religiosa, toda vez que  el hecho de estar enfermo era tenido como producto de un castigo divino, tal como la pobreza entre otros males.

El hecho milagroso de la concepción y del parto indoloro de la Virgen María, sumado al primer llamado de la vida bienaventurada a los que sufren y son pacientes sin duda causa gran desconcierto y molestia en los ambientes de la ortodoxia semita contemporánea a Jesús que no verían con buenos ojos que los enfermos fuesen sanados e invitados a la bienaventuranza…pues eran pecadores.

Anticipadamente nuestro Señor verificaría que sus palabras como el misterio de la Cruz serían para unos un escándalo y para otros una necedad, lo cual en no pocos ambientes –también- de bautizados- el tema de la enfermedad es tenido como un añadido incomprensible que suele dejarse entre el desprecio y el olvido. Una poetisa clamaba décadas atrás ¡Que solos están los muertos! Refiriéndose al silencio solitario de los cementerios; podríamos añadir igualmente en nuestros días: ¡Qué solos están los enfermos! Conviene tener presente algunas consideraciones al momento de ir a visitar a los enfermos:

a). Buscar a quien visitar: Es posible que los enfermos conocidos sean varios, algunos con dolencias pasajeras, otros con enfermedades terminales, o alguno en recuperación de un accidente o una operación. Procuremos escoger a quien consideremos tiene menos compañía, o que nos resulta más complicado visitar por su lejanía. Dios premiará doblemente el esfuerzo hecho, recordando que Él es siempre el mejor pagador.

b). Dar tiempo suficiente: Para ello conviene programar con los encargados del paciente el horario más adecuado, pues hemos de evitar incomodar en lo más mínimo al enfermo y a quienes lo cuidan. Lo anterior permitirá dedicar el tiempo necesario, sin la prisa que evidencia  impaciencia de nuestra parte, y que podría inducir a pensar al enfermo que lo hemos visitado por mera cortesía u obligación. Por el contrario, la visita del creyente debe contagiar de esperanza y hacer partícipe de la verdadera caridad imperante en nuestros corazones, la cual nace, se encamina y dirige en el amor a Dios. No menor es el hecho de tener la delicadeza de apagar el celular mientras se visita al enfermo.

c). Arriba los corazones: Este expresión que repetimos en cada Santa Misa en el dialogo del  sacerdote con los fieles, nos recuerda que el fin de la visita al enfermo debe ser ocasión del mutuo crecimiento espiritual. Es posible que la visita en ocasiones tenga mayores frutos en quien visita que en quien es visitado, pues permite descubrir la necesidad de compañía del enfermo que además de una enfermedad que le obliga a permanecer postrado o en su hogar, muchas veces está inmerso en la soledad, y sumergido en el olvido. Hay muchos enfermos que con el tiempo se han transformado en invisibles: ni son visitados ni son auxiliados.

Por esto, nuestra visita debe revestirse del verdadero Amor de Dios, sabiendo que estamos llamados a ser pregoneros de una fe que permita al enfermo ver el horizonte que está más allá de su enfermedad. En efecto, hablando de Dios y hablando con Dios junto al enfermo le llenaremos de una nueva esperanza que le permitirá ver la enfermedad como la visita de Dios y, en un paso posterior, descubrir el significado de la enseñanza del Apóstol San Pablo al respecto: “Completo en mi carne los sufrimientos (padecimientos) de Cristo en la Cruz para bien de su cuerpo que es la Iglesia” (Colosenses I, 24-28).

Mes de la caridad fraterna en Chile
d) No hablar de enfermedades: Evitaremos en nuestra visita al enfermo hablar de su enfermedad y de las de otros, incluidas las dolencias personales, porque de lo que se trata es de acompañar con la Palabra de Dios, con el testimonio personal, y con la vivencia de la fe de cada uno, a quien está sumergido en el sufrimiento, el cual no necesariamente responde a la gravedad física de una enfermedad, sino a una carencia de una mayor vida interior en Jesucristo y en su Iglesia única.

e). Certeza de visitar a Cristo: En medio del Año de la Misericordia, vamos tomando mayor conciencia que todo bautizado, como hijo de Dios y de la Iglesia Santa, debe procurar vivir diariamente las obras de misericordia teniendo no sólo como ejemplo lo que hizo nuestro Señor, sino llevando a cabo cada obra de caridad en su espíritu mismo, de tal manera que podamos saber con certeza que el enfermo que visitamos es imagen de Jesucristo, tal como lo dijese un día San Alberto Hurtado: “El pobre es Cristo…el enfermo es Cristo”. ¡Que Viva Cristo Rey!
        
      

PADRE JAIME HERRERA / CURA PÁRROCO DE PUERTO CCLARO / DIÓCESIS DE VALPARAISO CHILE

martes, 23 de agosto de 2016

REZAR POR LOS VIVOS Y POR LAS ALMAS EN EL PURGATORIO

MES DE LA CARIDAD  FRATERNA  /  AÑO DE LA MISERICORDIA.

La oración por los difuntos forma parte del itinerario  de quien quiere alcanzar la santidad. El misterio de la Comunión de los santos lleva a tener un mismo sentir un mismo pensar y luego, un mismo vivir, lo cual se realiza perfectamente durante la celebración de la Santa Misa, en la cual se une la Iglesia Triunfante de los Bienaventurados que ya están gozando definitivamente de la visión beatifica en el cielo, la Iglesia Purificante, de las almas que  sabiendo su condición de salvadas no pueden acceder aun al cielo permaneciendo en el tiempo de “purificación  pre-celestial”, y la Iglesia Peregrinante, que es aquella de los bautizados que permanecen inmersos en el tiempo del mérito, la conversión y la gracia.


       OBRA DE MISERICORDIA  

A lo largo de la Santa Misa, en medio de la oración personal  de cada creyente (santo Rosario, Vía Crucis, Corona de la Divina Misericordia), y en la vivencia de las obras caridad fraterna, incluido el ofrecimiento de la castidad, se percibe de manera misteriosa pero real la realización de la exhortación del Señor: “Que todos sean uno”, permitiendo el intercambio de bienes espirituales entre quienes ya están en el cielo, entre quienes se purifican para entrar a él, y entre quienes un día anhelamos llegar a él.

El Antiguo Testamento invita a ofrecer “oraciones y sacrificios expiatorios” por los difuntos con el fin de ser liberados de las ataduras del pecado (2 Macabeos XII, 46). La Iglesia nos pide que con la séptima Obra de Misericordia Espiritual: “A los Fieles Difuntos del Purgatorio llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (Job I, 51) ¿Por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas hechas por los muertos les lleven un cierto consuelo? “No dudemos, pues en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” (Catecismo de la Iglesia, número 1032). Cada oración hecha por ellos se multiplicará abundantemente con la gratitud y por medio de las gracias obtenidas por aquellas almas que rescatemos del purgatorio a fuerza de la oración perseverante, confiada y humilde.

Por lo demás, siempre será fecunda nuestra oración por los difuntos pues aun en el caso que el alma de nuestros seres queridos ya esté en el cielo, la misericordia de Dios, que es ilimitada,  concede fecundidad a nuestra oración entregando los méritos de ella a un alma que la necesita, y eventualmente estará “eternamente” agradecida del beneficio obtenido.

Ofrecer la Santa Misa y penitencias por los difuntos: En el día del aniversario de su muerte, en el aniversario del natalicio, en el aniversario del bautismo. El mejor recuerdo que se puede hace por un alma en el purgatorio es procurar “rescatarlo” de ese lugar por medio de la oración cuya eficacia está prometida por el mismo Jesucristo: “todo lo que pidan a mi Padre con fe os será concedido”, añadiendo luego que “donde dos o más se reúnan en mi nombre allí estaré yo en medio vuestro”.

Ofrecer Misas Gregorianas: Consisten en treinta misas de aplicación exclusiva por el difunto. Ello debe hacerse en espíritu de penitencia, especialmente para adviento y cuaresma, procurando unir la penitencia, la oración y la limosna con la solicitud de Misas Gregorianas. Ciertamente que: “Ofrecer el Sacrificio (de la Misa) por el descanso de los difuntos es una costumbre observada en el mundo entero. Por eso, creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos Apóstoles. En efecto, la Iglesia Católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas, ni ofrecería por ellas el sacrificio (de la Santa Misa) a Dios” (San Isidoro de Sevilla, Sobre los oficios eclesiásticos, 1).

Obtener indulgencia por los difuntos: A lo largo del año actual (Jubileo de la misericordia) se puede obtener indulgencia por las almas en el purgatorio. Ademes, hay momentos y lugares donde permanentemente se puede obtener dicha indulgencia plenaria (Catecismo de la Iglesia, número 1479): Vía Crucis de Viernes Santo, Bendición Papal Urbi et Orbe del Domingo de  Resurrección, Celebración de una Primera Misa de un neo-sacerdote, entre otras.

Según lo anterior “debemos ayudar a los que se hallan en el purgatorio. Demasiado insensible sería quien no auxiliara a un ser querido encarcelado en la tierra; mas insensible es el que no auxilia a un amigo que está en el purgatorio, pues no hay comparación entre las penas de este mundo y las de allí” (Santo Tomás de Aquino, Sobre el Credo, 5, 1. c.p.73).
 ORAR POR LAS ALMAS EN EL PURGATORIO

Oración por las Almas del Purgatorio: “! Señor Jesús, por el amor de la agonía que Tú soportaste durante el temor a la muerte en el Huerto de Getsemaní, en la flagelación y coronación, en el camino al monte Calvario, en tu crucifixión y en tu muerte, ten piedad de las Almas del Purgatorio y especialmente de aquellas que están totalmente olvidadas! Líbralas de sus amargos dolores, llévalas hacia Ti y envuélvelas con tus brazos en el Cielo. Señor, concédeles el descanso eterno y brille para ellas la luz que no tiene fin”. ¡Que viva Cristo Rey!
      

    

sábado, 20 de agosto de 2016

Soportar con paciencia los defectos ajenos

MES DE LA CARIDAD FRATERNA / AÑO DE LA MISERICORDIA.

“Nadie es una moneda de oro”. Este dicho forma parte del refranero popular y por cierto del sentido común, que suele ser el menos común de los sentidos (Chesterton). Saber a cabalidad quién uno es constituye una tarea que puede llevar la vida entera, si para los demás es arduo saberlo, no es menos evidente para cada uno, por lo que de cara el Evangelio, y ante el rostro del Señor Jesús –perfecto Dios y hombre a la vez- hemos de buscar nuestra identidad.

Dios nos conoce perfectamente, por ello nos conoce mejor que lo que nosotros podemos saber. Por esto, la mirada del Señor nos permite descubrir lo que subyace en lo más profundo del corazón, permitiéndonos una visión en perspectiva dando importancia a lo que importa, postergado lo que no es necesario y desdeñando lo que es nocivo.  La lógica del creyente es muy simple: me sirve para llegar al cielo, es importante y lo tomo, me aleja de la bienaventuranza eterna (del Cielo) lo dejo, pues: cielo ganado, todo ganado…cielo perdido, todo perdido.

Sabido es que la gran mística española e impulsora de las religiosas carmelitas de claustro, señalaba que “gran penitencia es la vida comunitaria”, en la cual se requiere del ejercicio frecuente de múltiples virtudes. Esto, es aplicable a toda vida comunitaria, incluida la propia familia, toda vez que al interior de  ella se desarrolla “el más rico humanismo” (S.S. Pablo VI), con todas sus vicisitudes: es que la grandeza y miseria presentes en cada corazón se constatan en las diversas actitudes y palabras al interior del hogar.
   ACOGER CON LA ALEGRÍA DEL ALMA


Por esto, como creyentes hemos de procurar cumplir la sexta obra de misericordia espiritual soportando los defectos ajenos, sabiendo que los (defectos)  nuestros suelen ser no sólo más numerosos sino mayores. Entonces, si acaso el Señor nos ha tenido la paciencia de darnos hasta hoy una nueva jornada para convertirnos, y procurar cambiar de vida, resulta menor el hecho de esforzarnos en asumir al prójimo –cercano o lejano- en sus falencias.

Sin duda, mayor mérito tendrá el hecho de asumir con mayor docilidad, diligencia y silencio las mayores carencias y defectos de nuestro prójimo. Sin duda en ocasiones resulta imposible negar el sufrimiento que entraña la conducta de quien está a nuestro lado, más en todo momento hemos de tener presente que el hecho de esforzarnos seriamente en “soportar las deficiencias ajenas” tiene como premio una vida presente más llevadera y en el futuro la bienaventuranza eterna.  

Ante los defectos ajenos, nada que ofrezcamos por amor a Dios, por insignificante que parezca, quedará sin recompensa de parte del Señor  con tal que lo asumamos por amor a los demás.
Para procurar vivir esta sexta obra de misericordia espiritual, es necesario que nos detengamos en tres puntos importantes, complementarios y necesarios:

a). Crecer en la virtud de la paciencia: El Himno de la Caridad de San Pablo dice: “El amor es paciente, es bondadoso” (1 Corintios XIII, 4).  Es frecuente que digamos de algunas personas: “es insufrible”, “no lo soporto”, “es intolerable”. Esas expresiones nacen de un juicio previo que coloca a nuestra persona o al ofensor en primer lugar olvidando la necesidad de ejercitar la paciencia, lo cual tiene una promesa hecha por el mismo Jesucristo: “Bienaventurados los que sufren con paciencia, porque ellos heredarán la tierra prometida” (San Mateo V).

b) Dar tiempo necesario: A todos cuesta cambiar un defecto arraigado, por lo que en ocasiones debemos saber que aquello que no podemos  corregir personalmente, o modificar en otros, simplemente debemos soportarlo con paciencia hasta que Dios disponga (permita) otra cosa. Por ello se debe rezar al cielo para que nos conceda una “santa resignación” para sufrir con paciencia las dificultades y limitaciones de nuestro prójimo. El libro de la Imitación de Cristo señala al respecto. A ninguno nos gusta que nos hagan notar que les molestamos, que somos indeseables. Pues entonces tampoco hagamos eso a nuestro prójimo, porque no hay que hacer a ninguno lo que no gusta que nos hagan a nosotros, así lo ordenó Dios para que aprendamos a llevar las cargas ajenas porque no hay ninguno sin defecto, ninguno sin carga, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí. ¡Nada descubre mejor la sólida virtud del hombre, que la adversidad porque las ocasiones no hacen al hombre débil, más declaran que lo es¡” (Beato Tomas de Kempis).

c) Acoger con la alegría del alma: Procurar ser bueno y caritativo con todos, y prodigar amabilidad para soportar las miserias ajenas  por amor, implica estar recorriendo el camino de la santidad. Dicha senda sólo puede hacerse con el gozo de saber estar cumpliendo la voluntad de Dios.

Así lo recuerda San Juan Bosco: “La caridad todo lo soporta, de donde se deduce que no tendrá jamás verdadera caridad el que no quiere soportar los defectos ajenos”. Un espíritu agrio sólo es capaz de establecer relaciones amargas que nacen de olvidar que,  en la medida que el hombre sale de sí mismo, es capaz de descubrir la grandeza de quienes están a su alrededor. Sin duda resulta santificante el procurar pasar desapercibido el acto de sufrir los defectos ajenos, lo cual Dios que ve en lo secreto (San Mateo VI, 6), premiará con abundancia.


    6ª Obra de Caridad: Sufrir los defectos ajenos  

Oración para pedir soportar los defectos ajenos: “Señor, haz que tu gracia haga posible lo que según mi naturaleza se presenta como imposible. Que me vuelva amable y deseable el poder sufrir contrariedades por tu amor, porque sufrir tristezas y padecer molestias por amor a Ti siempre resulta  reparador para nuestra alma. Amén”. ¡Que Viva Cristo Rey!
   

              

jueves, 18 de agosto de 2016

Consolar al que está triste

MES DE LA CARIDAD FRATERNA  /  AÑO DE LA MISERICORDIA.

1). El encuentro con la mujer, viuda y pobre de Naím.

Todos tenemos problemas, como dice un buen hijo de la Guadalupana, “la vida no es fácil”, aún más es dura, y el Señor nos ha pedido que ayudemos en todo momento a quien lo requiere. Las necesidades materiales son importantes, pero sin duda, aquella que es capaz de hacer llorar de tristeza adquiere una urgencia impostergable, toda vez que el mismo Cristo, en el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naim le dijo a la desconsolada mujer y madre: “No llores”.

 5º OBRA DE CARIDAD: CONSOLAR AL TRISTE   

¿Qué ocasiona el sufrimiento? Muchas veces lo puede provocar la falta de una fe arraigada, en otras, será una esperanza que no encuentra dónde apoyarse, y en otras, no saberse querido, amado, estimado, o considerado de manera suficiente. Todo ello puede ser causa que el corazón esté triste, y sabido es que la tristeza del alma es la puerta entreabierta de la tentación y del maligno. Sin duda la alegría del maligno parte de un corazón triste, por ello, hay que mirar la invitación del Señor a “no llorar” como consecuencia de un encuentro “cara a cara” con Él por medio de: la oración, de la Santa Eucaristía, de la devoción a la Virgen María, de la lectura atenta de la Santa Biblia y la vivencia efectiva de las obras de misericordia, espirituales y corporales. Después de procurar cumplir todo esto ¿habrá tiempo para estar triste? o ¿Tendrá razón el corazón humano de lamentarse hasta llorar?

En el Catecismo solemos enseñar a nuestros niños un pequeño canto, muy elocuente a este respecto y que ellos lo suelen cantar con gran entusiasmo: “Si la tristeza llega a tu corazón y te pide déjame entrar, dile no, no, no, Cristo vive en mí y no hay lugar para ti”. Es verdad: no puede encontrar asidero alguno el sufrimiento, la incertidumbre y el egoísmo en un alma donde está primero el amor a Dios. ¡Allí donde primerea Jesucristo, el maligno siempre será segundón!

2). Jesús es asistido por un ángel en el Huerto de los Olivos.

“Mi alma siente una tristeza de muerte”: En momentos donde el Verbo Encarnado sentía el peso de los episodios cruentos de Viernes Santo de la Pasión, habiendo ya celebrado la Ultima Cena, inmerso en la oración en el Huerto de los Olivos, no desdeñó la compañía y el consuelo ofrecido por un ángel enviado por el Padre Eterno. Si el mismo Cristo optó por sufrir asistido por la ayuda enviada desde el Cielo, ¿Por qué el creyente despreciará el consuelo que nace del amor a Dios? No nos cansemos de recordar que Cristo: Eterno, Todopoderoso, y Omnicomprensivo, fue un día “ayudado” por una creatura de naturaleza espiritual que lo confortó, animó y acompañó en las horas cruciales previas al Calvario. Por ello, el verdadero amor al prójimo es aquel que es reflejo del Amor de Dios, como un eco nítido de los sentimientos del Corazón de Jesús que “todo lo hizo bien”.

La muerte y resurrección de Jesús constituyen la verdadera Pascua para el creyente, en la cual nos obtiene la verdadera libertad y se constituye (el Señor) de una vez para siempre como causa de nuestra alegría. Según esto,  el consolar a los tristes es parte del anuncio de resurrección, que tiene su fundamento en lo que el mismo Jesús aquella mañana del sepulcro vacío señaló a María: “¿Por qué lloras?” (San Juan XX, 13).
 JESUCRISTO CONSOLADO POR UN ÁNGEL


Para seguir a Jesús y practicar durante este tiempo la quinta obra de misericordia espiritual,  en orden a consolar al que está triste, hemos procurar revestir esta obra con un envoltorio que incluya:

a). Empatizar con la tristeza: Es muy importante aprender a terminar de escuchar a quien viene a  desahogarse a nosotros, dando el tiempo suficiente y mostrando una actitud que facilite que cuente toda lo que hay en su corazón apesadumbrado.  Sin duda hay que dar tiempo a quien está sufriendo, manifestando una actitud de verdadero interés donde el afligido perciba implícitamente que nos importa lo que ahora estás diciendo.

b). Alegrar al que está triste: La alegría es contagiosa. Y es necesaria para llegar al que está sumergido en la desesperanza y la tristeza. El Evangelio es un constante llamado a estar alegres porque el Señor ya está en medio nuestro (San Juan XX, 20 y San Lucas II, 10). En este sentido la mejor terapia que una persona con depresión puede tener es sin duda recibir en su corazón la gracia que es Jesucristo. Abrir de par en par las puertas del alma a Cristo. Así lo recuerda san Pablo: “! Bendito sea Dios, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación, hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Corintios I, 3-5).

c), Dar razón de esperanza: El mundo actual es muy diferente al que vivió nuestro Señor. Muchas personas se sienten desdichados, están sumergidos en la tristeza, y presumen de una felicidad que en verdad no sienten ni les satisface. Los sucedáneos de dicha y migajas de consuelo les hacen padecer melancólicamente cayendo en ocasiones en abiertas depresiones que es la enfermedad de nuestro tiempo porque es el tiempo de mayo negación de Dios. Jesús se presenta como el anuncio realizado, el “Consuelo de Israel” que sabía ofrecer alivio y consuelo a todo el que se le acercaba, de manera especial a los cansados y agobiados (San Mateo XI, 28-30).

En este mundo no se nos ha prometido el fin de toda tristeza. Vamos caminando como en medio de “un valle da lágrimas”. Más, sí con el advenimiento de Jesús tendremos un “cielo nuevo y una tierra nueva”, donde el mismo Dios “secará toda lágrima” (Apocalipsis VII, 17) y donde “ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (Apocalipsis XXI, 4). El camino de la esperanza cristiana hace inmune al alma de toda tristeza” ¡Que viva Cristo Rey!.

sábado, 13 de agosto de 2016

Perdonar las ofensas recibidas

MES DE LA CARIDAD FRATERNA   /   AÑO DE LA MISERICORDIA.

 PERDONAR LAS OFENSAS  RECIBIDAS    
Sin duda el tema de la cuarta obra de misericordia es un tema que podemos describir como “genuinamente cristiano y religioso”. Si bien hemos de reconocer que el Antiguo Testamento habla en todo momento del perdón y la misericordia, es necesario comprender que lo hace teniendo en el horizonte la venida del Mesías esperado, quien es finalmente la Palabra definitiva del Padre Dios, quien  en Jesucristo habló de una vez para siempre.

Por ello, es “propio” el mensaje de Jesús respecto del perdón, un mensaje original que anuncia que la misericordia del perdón de las ofensas es un don que se recibe gratuitamente  y que se ha de dar con igual gratuidad. Quien experimenta el perdón sufre en su corazón una transformación que puede denominarse como una verdadera “resurrección”. Un volver a vivir. Entonces, si esto se asume es realmente una vida nueva más que una nueva página (etapa) de nuestra vida. El hecho de “resetear” nuestra alma con el bálsamo del perdón sacramental  conlleva para el creyente una mayor capacidad de amar: de hacer el bien, de vivir la vedad, de ser mas piadosos, de ser más fraternos y por cierto,  de expandir la caridad, recordando que la medida del amor es amar sin medida, perfectamente aplicable al perdón.

La gratuidad del perdón lejos de restarle valor al acto, lo enaltece. La serie televisiva americana rodada el año 2012 por de Kevin Costner,  relata la honda enemistad entre dos familias: los Hatfields y los Mc Coys, a las quienes la publicidad da a cada uno el nombre de “nunca olvida” y “nunca perdona”. En jerga popular se llevaban “como el perro y el gato”.

Al interior del corazón, inmerso en las relaciones familiares, en lo hondo de las comunidades vecinales y sociales, entre las naciones, suelen darse en mayor o menor grado estas dos expresiones…”ni perdón ni olvido”, que –ciertamente- constituye una verdadera blasfemia, ya que ultraja el Santo Nombre de Dios que se nos ha dado a conocer como: “Dios es amor”, que perdona y no lleva cuenta de nuestros muchos delitos…”¿Qué Dios hay como Tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar” (Miqueas VII, 18).

 DIOS NO SE CANSA DE PERDONAR

La cerrazón del corazón que no es capaz de perdonar tiene como consecuencia una serie de males, que por cierto, el mayor es el riesgo de condenarse para siempre, como también de privar de una necesaria reconciliación que agrade al cielo, y de una vivencia de la caridad que se ve mutilada por el rencor provocando dolencias de alma y de cuerpo. El rencor que nace de no perdonar siempre termina enfermando  el alma de una Patria y el alma de cada creyente. ¿El remedio? …”Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra” (2 Crónicas VII, 14).

Hemos de perdonar las ofensas que nos hagan para ser perdonados de las que hacemos a Dios. Jesús lo dijo con toda claridad cuando enseñó  a rezar a sus discípulos: ¡Invocar la misericordia desde la capacidad de perdonar! Para ello consideremos hoy cuatro puntos respecto de la obra de misericordia espiritual de perdonar a quienes nos ofenden:

a). Estar seguros de lo que uno ha hecho: Parece evidente, pero es necesario discernir con precisión respecto de lo que uno hizo habida consideración de diversos factores que inciden en nuestra culpabilidad y por lo tanto en el acto de contrición    hecho, como ofensa a Dios y a los demás. Echarse toda la culpa de lo que uno o ha hecho puede ser tan negativo como desligarse naturalmente de lo que uno sí ha hecho. Por eso, cuando se concede el perdón de una ofensa que se nos ha hecho, hemos de meditar y orar ara discernir correctamente. Si la ofensa es intencionada es la oportunidad de perdón y de imitar a Jesucristo, si la ofensa no fue intencionada  es la ocasión para crecer en la virtud de la paciencia, en orar por quien hizo un mal “sin querer queriendo” y en enseñar a quien no sabe.

b). Es la mejor posibilidad: Ante una ofensa nos vemos en la disyuntiva de tres caminos: la venganza que es totalmente anticristiana, el olvidar que implica barnizar una ofensa cuyo mal permanece vigente y puede sobresalir en cualquier momento nuevamente, en cierto modo, podemos decir que el simple “pasar por alto” una ofensa sin perdonar de verdad implica postergar el perdón y, a fin de cuentas no conceder el perdón necesario. Entonces, decidir el camino del perdón siempre  nos liberará de las heridas del alma pues, “el que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos” (Proverbios XVII, 9).

c). Comunicar el perdón: Es fundamental dar a conocer la opción de perdonar que hemos tomado. Por cierto, a través de la oración, hablando con Dios de nuestra opción, y luego darla a conocer por una palabra, un gesto, y un estilo de vida que haga simple la reconciliación ante la ofensa recibida, evitando los melodramas propios de una telenovela.

d).Recurrir al sacramento de la confesión: No hay camino más seguro para poder perdonar que haber recibido el sacramento de la confesión. Pues en el somos protagonistas en primera persona del perdón infinitamente generoso de Dios hacia cada uno. De mucho más nos perdona Dios de aquello que nosotros eventualmente podemos perdonar a nuestros hermanos, una vez que experimentamos el perdón y somos participes de sus gracias, los frutos ·vienen por añadidura” y nos es más fácil perdonar, es más fácil olvidar, es más fácil dar vuelta la página.

Oración para perdonar las ofensas: “Señor, yo decido perdonar, quítame lo que siento, borra de mi corazón estas heridas, dame un corazón nuevo, te entrego el mío, ven a mi vida Jesucristo a ti te lastimaron profundamente, a ti te dañaron y te atreviste a decir a tu Padre; ¡Perdónalos porque no saben lo que hacen! Señor, yo te digo hoy perdona a tal persona porque me lastimó profundamente, y llévate de mi corazón este amargo (sentimiento de) rencor. Señor Jesús: yo hago mi parte con tu auxilio, Tú haz la tuya” ¡Que Viva Cristo Rey!