miércoles, 20 de marzo de 2019

TEMA :  “NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN”.
FECHA:   RETIRO SOBRE EL PADRE NUESTRO. PRIMERA PARTE

1.     WEAL TA´ALMA LENISION (No nos dejes caer en la tentación).

San Mateo habla de la tentación, utilizando la misma expresión que uso al referirse a la triple tentación que padeció Jesús en el desierto, al inicio de su ministerio público. Aquel lugar era símbolo de prueba, toda vez que Israel, bajo la dirección del patriarca Moisés –durante cuatro décadas- experimentó el rigor propio del desierto, tanto en el plano físico: hambre, sed, frío, soledad; como espiritual: pecado, gracia, dudas, promesas e incredulidad.

El hombre desde el pecado original quedó frágil: tal como acontece fisiológicamente con un hueso quebrado que es más frágil que el resto y proclive a fracturarse nuevamente. Las tentaciones están presentes hasta el momento de nuestra agonía: habrá alguien que puede imaginar que hay épocas de mayor “fuerza tentadora”, en algunos aspectos puede ser considerado de esa manera, pero, años más o años menos, no garantizan ni impecabilidad (no cometer pecados) ni “intentacionalidad” (no padecer tentaciones). Es notable descubrir cómo refieren algunos textos sobre las tentaciones que padecen las almas de los agonizantes: son muchas y recias.

Analicemos aquellos cuarenta días de Jesús en medio del desierto:

a). La primera tentación: Jesús tiene hambre.

El Maligno le dice: “si eres Hijo de Dios di a esas piedras que se conviertan en panes”, a lo que Jesús respondió: “No sólo de pan vive el hombre, sino de todo aquello que sale de la boca de Dios”. Tal como lo hizo con Adán, el Tentador afirma con una condicionalidad: “Si eres Hijo de Dios”...  !Claro que lo es! Más, su intención es colocar la duda, la posibilidad que irremediablemente al ser aceptada, hace caer en la tentación. A nuestro Señor Jesús lo tienta para que satisfaga su beneficio personal, le dice que viva cómodamente y que se olvide del plan de Dios. ¿Qué sentido tiene pasar hambre? ¿A quién le sirve su hambre? Hay muchos dones, carismas, y potencialidades que sólo tienen sentido si forman parte y son usadas en el plan que Dios tiene de cada uno. Jesús podía, por ser “perfecto Dios y hombre a la vez”, haber transformado aquel frío elemento de piedra en el mejor manjar que su gusto recibiese. No lo hizo porque su vida era cumplir la voluntad del Padre.

Nuestra vida no puede quedarse en el simple cumplimiento de la necesidad de satisfacer apetitos e instintos, pues en el hombre el instinto no tiene la última palabra ni la mejor: Ceder a la primera tentación es vivir sumergidos en el ateísmo práctico, que lleva a implementar una vida que consista exclusivamente en la búsqueda por satisfacer las conveniencias. El hombre que es esclavo de sus apetitos, termina ciego a la realidad y evidencia de la trascendencia. El materialismo ideológico suele llevar al hombre a ser esclavo de todo lo material, y le hace edificar una sociedad donde priman sesgados principios y valores que esclavizan finalmente al cristiano.
IMPOSICION DE CENIZAS

b). La segunda tentación: “El anhelo de una orgullosa superioridad”.

El tentador sube a Jesús al alero del templo y le dice: “¡Tírate abajo, pues ya está escrito: sus ángeles impedirán que tu pie tropiece con una piedra, te tomarán en andas y tu pie no tropezará contra las piedras!”, a lo cual el Señor le responde: “No tentarás al Señor tu Dios”. La tentación suele ser fuerte en razón del bien  menguado que posee, y de la ilusión de conseguir algo que parece una fantasía que una vez consentida la tentación, se transforma en una pesadilla, Lo que parecía bueno, querible, deseable; luego del pecado, y por causalidad suya, se transforma en fastidio, llenando al corazón de dolor, ira y soledad –a la vez.

El Dios que todo lo puede, “que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”, lo que implica que la gracia supone la naturaleza, perfeccionándola y elevándola de tal manera que al decir junto al Apóstol San Pablo: “!Todo es gracia!” reconocemos que el esfuerzo del hombre en orden a cumplir el proyecto de Dios, tiene como asistente permanente, al poder de la gracia, de tal manera que, antes, durante, y al final de cada acto meritorio, Dios obra siempre. “¿Qué tienes tú que no te haya sido dado?”

Cuando la tentación nos lleva a estar en el “techo del templo”, hay que pensar y calcular desde la gracia de Dios, en qué es lo que realmente debemos hacer, en tanto que no planteárselo implica una conducta que entraña una grave irresponsabilidad. Es conocido, a este respecto, aquella anécdota del hombre que se ahoga por haber esperado la ayuda de Dios al no haber reconocido las diversas mediaciones que Dios le envió.



La Divina Providencia no sólo actúa de manera de ir “más allá de la naturaleza” – como era hacer caer mana en el desierto, o hacer brotar un manantial de una roca inerte- sino que, de manera ordinaria, frecuente, Dios interviene con su gracia por mediaciones, es decir, por medio de tal o cual persona, tal o cual circunstancia, teniendo presente que para el creyente no existen las casualidades sino exclusivamente las causalidades que Dios de manera providencial establece.

Al afirmar que: “Dios arregla las cosas”, no implica desconocer su poder cuando el hombre creyente obra, actúa, o hace cosas. Con cuánta frecuencia escuchamos decir positivamente, lo que no es más que un grave error: “Ayúdate, que Dios te ayudará”. A este respecto, hay que reconocer que actualmente, en no pocos ambientes juveniles, se ha instalado una mentalidad que deja de lado la responsabilidad, mira con desdén el espíritu de sacrificio, lo que conlleva a adquirir una personalidad que, enfrentada a nuevos y mayores desafíos, o ante eventuales atisbos de fracasos, produce un anticipado abatimiento.

Es evidente  constatar  una fragilidad en la personalidad del hombre contemporáneo, en tanto que la vida espiritual suele estar muy debilitada para responder desafíos porque no ha sido adecuadamente formada para responder desafíos simplemente porque carece del espíritu de sacrificio y no se le ha enseñado el valor necesario de la abnegación. La cruz ha sido dejada de lado, y se opta por bajar a Cristo de la Cruz, tentación que leemos era propuesta al Señor durante sus horas de agonía en el Calvario…! Bájate de allí y te creeremos!

En el orden de la naturaleza, hay tiempos específicos para podar: las rozas en Mayo, de tal manera que si no se hace entonces, la floración será menor, y carecerán de la lozanía y fuerza de la que su naturaleza es capaz: del acto de podar dependerá el aroma, la belleza y armonía a la que está llamada dispensar.
De manera semejante, el fiel cristiano que no hace penitencia, que se acostumbra a desdeñar, no sólo tácita sino implícitamente del sacrificio, quedará imposibilitado de dar los frutos debidos para los que su naturaleza y vocación le asignan y convocan. No se realizará plenamente si toma atajos para esquivar los tesoros obtenido desde el misterio de la cruz, la cual, lejos de mermar la autonomía  libertad del discípulo, le garantiza y posibilita su más perfecta y auténtica realización: la vida que incluye el sacrificio por amor a Dios conduce a la verdadera libertad.
MIÉRCOLES DE CENIZAS 2019

c). La tercera tentación: La vanidad reinante del mundo.

La fuerza de la tentación se acrecienta cuando se procura vivir fielmente a la gracia del Señor. Si el maligno no toma “vacaciones”, lo hace para provocar y tentar en todo momento. No se da por vencido con mucha rapidez. Esa insistencia le hace cambiar de estrategia y de expresiones, por lo que –finalmente- ya desecha decir: “si acaso eres Hijo de Dios”, tal como ya lo hizo en las dos ocasiones anteriores y seguidas, en las cuales fracasó en su intento por doblegar la determinación fiel del Corazón de Cristo. En esta oportunidad, le dice: ¡Cambia de Dios!, para lo cual le muestra todos los reinos del mundo con toda su gloria”.

¿De qué gloria se habla? Se refiere al  poder de influir, de ser no sólo bien estimado, sino el mejor considerado, de poder decidir siempre y sobretodos, del acceder a la exclusividad, todo lo cual, surge, irremediablemente de la tentación de compararse con el prójimo. Bien sabemos cuáles son las consecuencias que tiene el compararse humanamente con otros: si nos consideramos mejores, surge la envidia que corroe el alma, y si los estimamos inferiores emergerá la soberbia. Entonces, para “arriba” y para “abajo” toda comparación siempre termina siendo no sólo innecesaria sino altamente nociva para nuestra vida interior, para la vida espiritual.

La ambición del poder es la tentación más fuerte que suele experimentar el cristiano: El cuerpo puede ser tentado, los bienes materiales pueden tentar, pero sólo el poder puede cegar totalmente al hombre.

El Maligno promete lo que no le pertenece, promete lo que no puede, y promete lo que no es, por lo que le dice al hombre: “en vez de rendir obediencia a tu Dios y Padre, quien te dijo que morirías, yo te ofrezco todo honor y el poder…así todos te seguirán, pues a un Mesías que va a morir crucificado nadie le va a seguir”.

Parece tan fácil dejarse seducir por la tercera tentación, que no han de ser pocos los que se dejen llevar por estas palabras. También ésta es una tentación al ateísmo que denominaremos “profundo”, el cual, saca a Dios de donde le corresponde y coloca a ídolos falsos en su lugar, por lo que se experimenta que dicha tentación, una vez consentida logra que lo que parecía ser vun sueño para ser feliz, se transforme en la mayor de las pesadillas: ¡Una vida hundida en el ateísmo no es vida verdadera!

La respuesta que da nuestro Señor a esta tercera embestida del Maligno será la respuesta definitiva que hará alejar al tentador, recurriendo –nuevamente- a la Sagrada Escritura. A la vez que nos permite descubrir cómo incluso sacar provecho espiritual de las tentaciones. El Señor permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarnos, para llevarnos a la santidad, para desprendernos de las cosas terrenales, para llevarnos a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacernos feliz en una vida que nos sea cómoda, y para darnos madurez, comprensión y eficacia en el apostolado de las almas, por el camino de la humildad.

El que se dedica en serio a ser apóstol no estará exento de padecer tentaciones: “Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animam team ad tentationem” (Eclesiástico II,1).Hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación. Incluso, como acontece con la plegaria litúrgica de la Santa Misa por los Enfermos, en la cual se les llama a aquellos pacientes como “bienaventurados”, lo podemos extender a cuantos son tentados: Será bienaventurado el hombre que padece tentación, ya que por haber sido probado recibirá como premio la Vida Eterna.

Entre las almas de los bienaventurados encontramos en tantos santos y beatos elevados a los altares, cuya virtud y fidelidad a Dios es garantizada infaliblemente por el Magisterio Pontificio. Ellos han sostenido las mismas (o semejantes) batallas que nosotros. San Pablo escribió dramáticamente: “El bien que quiero hacer no hago y el mal que debo evitar si hago… ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”. San Jerónimo a lo largo de su vida austera y penitente en el desierto fue tentado, Santa Catalina de Siena tuvo fuertes experiencias y enfrentamientos con el Maligno, San Francisco de Sales fue tentado con la falta de esperanza durante su período de estudios. Contemporáneamente hemos leído la vida de San Pío de Pietralccina, religioso estigmatizado capuchino que combatía a Satanás, y también hemos conocido que la Madre Teresa de Calcuta pasó “la noche oscura del espíritu”, según expresiones del recordado Pontífice Benedicto XVI.

Más ello no es gratuito ni fortuito: Debemos usar las armas necesarias para vencer las tentaciones. Estas son, la oración perseverante, la sinceridad y constancia en la dirección espiritual, la comunión frecuente, la confesión, un generoso espíritu de mortificación, huir de ocasiones de pecado y evitar el ocio, crecer en humildad de corazón, fomentar una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen, ajenas a la frialdad y dureza de secularismo galopante.
  PUERTO  CLARO  CUARESMA 2019



TEMA :  “PERDONA NUESTRAS OFENSAS”.
FECHA:   RETIRO SOBRE EL PADRE NUESTRO. SEGUNDA PARTE

2.     USHEBOK LANA JOBEINA (perdona nuestras ofensas).

Una de las notas características de nuestros días, al inicio del tercer milenio de la fe, es la importancia creciente que tiene pedir perdón: periodistas, jefes de estado, pontífices, líderes religiosos, artistas han sido protagonistas de solicitudes de perdón, todo lo cual no puede sino destacarse como algo destacable de nuestra generación. Incluso en el mundo judicial se incentiva que el condenado pida perdón a su víctima para ser disculpado, acentuando la dimensión reparadora sobre la punitiva. Con todo, hemos de cuidarnos de convertir los pedidos de perdón en algo trillado, pues, si existen falsos perdones, existen también falsos pedidos de perdón.

a). Pedir perdón como simple fórmula de cortesía: El uso de buenos modales no se debe confundir con pedir perdón. En inglés existe el término “excusarse” en lugar de pedir perdón. Palabra que viene del latín “excusare” que literalmente implica “dejar fuera de causa, de acusación”. Si no hay mala intención en un acto no corresponde pedir perdón sino dar excusas.
 PUERTO CLARO VALPARAÍSO CHILE

b).Pedir perdón por haber involuntariamente suscitado desagrado en otros: No tenemos la responsabilidad en las emociones y sentimientos de los demás, porque no tenemos poder sobre la vida interior del prójimo. En este sentido, uno no es responsable de las mociones y de los sentimientos que despierta en el otro. Es un error decir: “Es mi culpa si te sentiste herido”.
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ

c). Pedir perdón superficialmente: son peticiones de perdón expresados sin arrepentimiento, dichos con el fin de terminar el problema lo más rápidamente (te pido perdón y no se hable más del tema). Lo que se pretende es sacarse la culpa de encima. Hay que recordar que un pedido de perdón no deja de ser un pedido: el ofendido sigue siendo libre de otorgar su perdón, de postergarlo o de guardárselo para sí. Quien solicita el perdón debe dejar al ofendido la entera libertad de otorgarle su perdón, más allá de la prisa de verse prontamente librado del “sentimiento de culpa”.


OBISPO PEDRO MARIO OSSANDON CHILE
d). Pedir perdón compulsivamente: Algunos piden perdón sin cesar como un medio para reducir su angustia (“discúlpame si te pido perdón”). No son fiables aquellos obsesivos que tratan de liberarse de su sentimiento de culpa a fuerza de pedidos de perdón.

e). Pedir perdón denigrándose a sí mismo: No cabe denigrarse cuando se solicita un perdón. Es inútil y sobre todo perjudicial envilecerse al hacer un “mea culpa”.

f). Pedir perdón de manera condicional: Con frecuencia al pedir perdón falta convicción. Siembra confusión y suscita un aumento de decepción y enojo en el ofendido. Junto a un aparente pedido de perdón se esconde un gran orgullo, y esto se puede descubrir por las condiciones que se colocan al solicitarlo. En este caso, el ofensor busca justificarse y minimizar su responsabilidad (“admito mi error, pero usted debe admitir el suyo”).

CURA PARROCO DE PUERTO CLARO 2019

g). Pedir perdón porque el ofendido lo exige: El acto de obligar un pedido de perdón coloca al ofensor en un punto muerto. Es como si la víctima reclamara este gesto como algo que se le debe, cuando en realidad se trata de algo totalmente gratuito. Así como nadie puede obligar a alguien a amar, nadie puede obligar a pedir perdón.

h). Pedir perdón hechos por un sustituto: No se puede asumir la responsabilidad de una falta que no se ha cometido. Más allá de la belleza que puede tener un acto semejante, es imposible en el tema del perdón sustituir al ofensor (“le pido perdón por lo que hizo mi hijo”).

Estas formas de pedir perdón, que intencionalmente hemos caricaturizado, se dan en nuestros ambientes. Pero, una mirada más amplia nos lleva a descubrir cómo la humanidad tiende a pedir perdón a Dios. Basta detenerse en las grandes confesiones monoteístas.

El judaísmo: En la festividad del Yom Kippur o fiesta de expiaciones, los judíos piden perdón a Dios y al prójimo. Como preparación para esta fiesta solemne del perdón, las reglas litúrgicas piden que se observe silencio, ayuno, recogimiento e incluso cambio de ropa.

En su cuidadosa descripción de estas reglas de preparación, se afirma: “El perdón debe merecerse”. Para nosotros, el perdón de Dios es esencialmente gratuito. Según la ley rabínica, el penitente debe reconciliarse primero con su prójimo a quien le pedirá perdón hasta tres veces, y debe realizar este procedimiento antes de atreverse a implorar el perdón a Dios.

El islamismo: La expresión “Dios es misericordioso” es el de mayor prestigio que tienen los cien nombres que recibe Dios en la oración musulmana. El pedido de perdón a Dios no es, sin embargo, objeto de una fiesta especial, sino que se ofrecen varias oportunidades al fiel para cumplir este deber. Entonces, al final de las cinco oraciones rituales cotidianas, se le recomienda pedir expresamente perdón a Dios. El imán, durante la oración del viernes, implora el perdón colectivo a favor de los creyentes, Finalmente, el ramadán representa en el año un largo período privilegiado para volcarse hacia Dios e implorar su perdón.

En el Evangelio según San Mateo la palabra “ofensa” se traduce por “deuda” Y, deuda significa que estoy personalmente obligado, pero nada dice del acreedor; se pierde en nuestra traducción la riqueza que implica la liberalidad del ofendido, pues toda ofensa implica un “ofendido”, cuyas características van desde el dolor, la sorpresa, la desconfianza e incluso la iracundia. La expresión “deuda” significa que yo debo algo pero no necesariamente que Dios está ofendido.

“Los pecados son nuestras deudas”: El amor de Dios puede más que mi pecado. El Señor nos espera siempre y no deja un solo instante en ofrecer su amor siempre. Dios no se cansa, aunque el hombre puede decir: “me cansé de colocar la otra mejilla”, “me cansé de perdonar”…Dios no se cansa, por esto, si alguien está en deuda conmigo, no quiere decir que yo esté molesto ni irritado con aquel.

El nombre de Dios es Padre, y lo propio del Padre es el estar llano al perdón, dispuesto en todo momento a ofrecer su perdón. Esto leemos en una de las parábolas de la misericordia que nos enseñó el Señor: el Padre dadivoso. La acentuación de todo aquel relato está marcado por la generosidad y constancia del Padre que espera, acoge y celebra permanentemente la vida nueva de su hijo.

A todos los hombres, incluidos los santos, les conviene rezar el Padrenuestro: “si eres pecador, has de temer y humillarte”. Hay que excluir, por lo tanto, a Cristo en cuanto hombre y a la Virgen Santísima, la cual en las apariciones de Lourdes, según atestiguan los documentos de la causa de canonización de Santa Bernardita Soubirous, no rezaba el Padrenuestro sino que repetía la alabanza del Gloria.



Esta petición  es una súplica en esperanza, pues, por más que no podamos negar nuestra condición de pecadores, nunca es lícito caer en la desesperación, la cual nos puede conducir a nuevos y mayores faltas, tal como escribió a los cristianos de Efeso el Apóstol de los Gentiles. “Desesperando, se entregaron a la disolución, hasta practicar toda suerte de inmundicias” (IV, 19). Por muy pecador que pueda ser un cristiano, debe confiar en que Dios le perdonará, si se arrepiente y convierte con seriedad. La esperanza se fortalece en cada uno cuando decimos: “perdónanos nuestras deudas”.

   PARROQUIA DE PUERTO CLARO CHILE

En el momento en que pidamos con arrepentimiento, podremos obtener misericordia. Desde el pecado de Judas Iscariote hasta nuestros días no han faltado quienes han desconfiado de la bondad y misericordia de Dios. En el Siglo III, Novaciano, obispo excomulgado el 251 a causa de su excesivo rigor con los denominados “lapsi” –cristianos débiles durante las persecuciones, sostuvo que quien peca después del bautismo, jamás alcanza misericordia. A ello, nuestro Señor dijo: “Toda tu deuda te la perdonaré porque me lo suplicaste” (San Mateo XVIII, 32).

Caritas omnia sperat: La esperanza hace crecer la caridad y esta hace aumentar la esperanza. Santo Tomás de Aquino dice: “desde el momento que esperamos algún bien de otro, comenzamos ya a amarlo”. Por tanto, el hombre sólo puede confiar en Dios, sólo puede esperar todo de Él, y sólo –en consecuencia- debe a Dios amar “con todo el ser y con todo el corazón”,

Esto nos lleva a recordar que cuando el hombre está lleno de sí mismo, Dios no puede tener lugar en esa realidad. De manera contraria,  en aquel que confía y espera totalmente en Dios, su gracia anida plenamente, tal como lo señala la Santísima Virgen en el Magníficat: “despidió vacíos a los ricos”, entendidos estos últimos, no desde una limitada perspectiva sociológica, sino desde el ámbito eminentemente espiritual. Aquel Santo, experto en el servicio a los más necesitados dijo: “estemos sobre aviso para no fundarnos sobre la protección de los hombres, porque, cuando el Señor ve que nos apoyamos en ella, se aparta de nosotros”, “por el contrario, cuanto más confiamos en Dios, tanto más adelantamos en su amor” (San Vicente de Paul).

El hecho que la petición sea formulada el plural implica que no es sólo uno el que perdona. Sino que se hace como miembro de la Iglesia, en la cual donde está uno están todos, de tal manera que tenemos dos modos de perdonar: el primero, que es de los perfectos, el cual consiste en que el ofendido va a buscar al ofensor, según ordena el Salmista: “Busca tú la paz” (XXXIII, 15).
Y, el segundo, es de quienes están llamados a la perfección: conceder el perdón a quien lo pide: “Perdona a tu prójimo que te hizo daño, y entonces, cuando tú lo pidas, serán perdonados tus pecados” (Eclesiástico XXVIII, 2).


 DIÓCESIS DE VALPARAÍSO CHILE


TEMA :  “Y LÍBRANOS DEL MAL”.
FECHA:   RETIRO SOBRE EL PADRE NUESTRO. TERCERA PARTE

3.     ELA PESHÏNA MIN BISHA (y líbranos del mal).

Con frecuencia en la actualidad se suele afirmar que el demonio no existe, y que los males sólo se experimentan aquí en la tierra, porque el infierno sería sólo una invención de los hombres. Incluso, en ambientes de arraigada tradición católica no parecen faltar quienes miran con distancia la realidad del infierno y del Maligno. En algunos casos, o se niega o  se vive como si no existiera, lo que finalmente, tiene evidentes consecuencias para la vida espiritual. No se teme a lo que no se cree en su existencia, y nadie prepara ni defiende de aquella amenaza que considera inexistente.

Una nación que viva pensando que sus vecinos no son ambiciosos como para un día invadirlos, puede terminar su existencia como acontece con una avestruz que, temerosa de la fuerza del león, esconde su cabeza para no virar el peligro, “pensando” que con esa actitud los males que se le avecinan fueran a desaparecer. No porque uno no vea al agresor éste deja de existir, ni tampoco dejará de agredir. Con el maligno acontece de manea semejante: es un ser creado, que  como de naturaleza angelical es espiritual, con una existencia tan real como la nuestra. Su finalidad de hacer el mal le obliga a  no tomar descanso, y a esforzarse por contagiar de su odio y maldad a todo aquello que le no le pertenece. Con fuerza advirtió Simón Pedro: “Sed sobrios y velad. Vuestro adversario el Diablo, ronda como león rugiente a quien devorar” (1 San Pedro III, 8).

Cuando rezamos el Padre Nuestro encontramos que la traducción española es: “líbranos del mal”, en tanto que en otras traducciones se dice: “líbranos de lo malo”. En latín, que corresponde a la traducción de la Vulgata de San Jerónimo dice: “Líbranos del Mal”. Nos quedaremos con esta última frase, toda vez que en el origen de todo mal está el Maligno, el autor último de toda maldad: donde está el mal, allí está el Maligno. A causa de ello, nuestro Señor enseñó que al finalizar la plegaria que eleva el discípulo en “espíritu de comunidad”, la haga desde la perspectiva que la oración sea un “antídoto del pecado”, que confiera la fuerza necesaria para vencer: el mal, lo malo, y al Malo. Siempre la oración tiene una dimensión purificadora, es decir, que no sólo coloque las “vitaminas” necesarias para no enfermar, sino que “sane” realmente el Corazón en lo más profundo. Sanar del pecado: El Doctor Angélico dice que el pecado es una falta, una pobreza, “carentia entis”, por el pecado el corazón del hombre está vacío.


Si en este día miramos la prensa, con la libertad de elegir cualquier medio escrito o televisivo –salvo los domingos donde la mitad lo ocupa el deporte-veremos cómo el mal parece sobresalir de la cotidianeidad: error, maldad, sufrimiento, enfermedad y muerte.

MATRIMONIO ALBISTUR&AGUILA 2019 CHILE


En palabras del Papa Pablo VI “el mal no es solamente una deficiencia, es una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y que pervierte. Terrible realidad. Misteriosa persona. El pecado, que es perversión de la libertad humana y causa profunda de la muerte, y que es, además, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en el mundo de un agente oscuro y enemigo, el demonio” (15  de Noviembre de 1972).

Todo lo que el hombre vive y es, incluido el misterio del Divino Redentor y la Redención, no puede ser plenamente ser entendido sin una referencia explícita al Mal. Esto es necesario tener presente para conocer bien a nuestro adversario: el Demonio, el mundanismo y la carne, en palabras del Apóstol San Pablo (Efesios VI, 1 2).

Dios le otorga a todos los hombres el socorro y auxilio suficiente para hacer el bien que su conciencia le dicta, y sólo abandona al justo si ha sido abandonado por él (Denzinguer, número 1296). Lo único grande que el hombre puede hacer, y donde Dios nada tiene que ver, es en el pecado: “el hombre, que por sí mismo es impotente para hacer el bien, se basta a sí mismo para caer, para pecar” (multa Deus facit in homine bona, quae non facit homo. Nulla vero homo bona, quae non Deus praestat, ut faciat homo).

Así, el hombre incapaz de hacer eficaz la gracia de Dios, puede por su propia flaqueza voluntaria hacer estériles las solicitudes de Dios y merecer así que Dios le niegue la gracia eficaz que le habría salvado. Esto debe hacernos meditar sobre nuestra disposición ante la gracia que viene de Dios…”Líbranos del mal”, son las palabras que culminan el Padre Nuestro, y son el comienzo de un nuevo estilo de vida al que nos invita Cristo.

En el caso de Judas Iscariote, Dios no lo empuja a traicionarle. Entonces, bien nos podemos preguntar: ¿Recibió aquel apóstol el auxilio suficiente para evitar el mal?

Horas antes de la traición y entrega por treinta monedas, Cristo le lavó los pies, y se postró como siervo a sus pies…, aún más, en horario de tiempo completo, escuchó y presenció las enseñanzas y muchos de los milagros que Jesús realizó –salvo la Eucaristía y los pascuales- .

El vivió con Jesús, siendo colmado de deferencias y atenciones, por parte de quien le conocía perfectamente. Aún en el último instante se pudo arrepentir si no hubiese dudado de la misericordia de Dios. No fue el Señor quien le abandonó, fue Judas –por su voluntad- quien dio la espalda a la gracia ofrecida.

¿Cuáles son los antecedentes de Judas? Entre los Doce sólo él era originario de Judea que pretendía tener la dirección espiritual de Israel y consideraban “rústicos” a los habitantes de otras regiones, particularmente a los Galileos. Hijo de un curtidor de Geriot –localizada a pocos kilómetros del Mar Muerto- su relativa cultura y sus talentos prácticos le hacen sin duda estimarse superior a los once artesanos y pescadores galileos.

No es casual que no haya sido elegido Mateo como aquel que  manejaba las cuentas de los Doce Apóstoles. Judas poseía en verdad ciertas cualidades, sin las cuales nuestro Señor no lo habría elegido: generosidad, fe inicial, confianza. No en vano estuvo tres años acompañando a Jesús, compartiendo la vida dura y sus peligros. Probablemente, como el resto de los discípulos hizo algunos milagros.

De carácter frío y reflexivo, su cabeza gobernaba al corazón y terminará por devorarlo. ¿Tenía defectos? Ciertamente: interesado, vanidoso, ambicioso, espera de Jesús el restablecimiento del reinado de Salomón, que asegurará el triunfo del verdadero Dios, de Israel y su propia victoria. Ambiciones que, aunque presentes quizás en otros discípulos, eran agravadas por la avaricia y simulación. Se vislumbra esto durante la visita de Jesús a Betania, donde Judas Iscariote protesta el hecho que María de Magdala  cubriese los pies de Jesús con un perfume de 300 denarios (unos $ 150.000 chilenos).

La Magdalena fue liberada de siete demonios, y Judas abrió paulatinamente su corazón a una legión infernal. Los demonios del orgullo y la envidia le ciegan por la ambición de creer que merece el primer puesto, toda vez que tiene méritos de sobra para ello, no como aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro.


De manera semejante, no fue Dios quien empujó a Simón Pedro a la triple negación que leemos en el relato de la Pasión. El Príncipe de los Apóstoles, a quien nuestro Señor llamó y designó preferentemente, también recibió los auxilios necesarios y las advertencias suficientes para evitar dicha caída. Más, el problema de Simón Pedro es que tenía excesiva confianza en sus propias fuerzas, y aprendió por experiencia que por sí sólo no podía menor que caer, y desde entonces procuró colocar toda su confianza en la gracia del Divino Redentor.
PUERTO CLARO CATEQUESIS BAUTISMAL

De manera resumida, detengámonos en aquello que escribió Simón Pedro en el Nuevo Testamento. Siete son las cartas que reciben en nombre de “católicas”, porque estas no se destinaban a comunidades o personas particulares, sino a todos los bautizados en general. Dos de ellas son del Apóstol Pedro, y de la Primera Carta sabemos que fue escrita para sostener la fe de los destinatarios en medio de las tribulaciones que les asaltaban, cuyo origen no eran las persecuciones extrínsecas, que padecería ampliamente la  naciente comunidad cristiana, sino que se refiere a confortar a aquellas violencias privadas, de injurias y calumnias que la pureza de vida de los conversos les suscitaba de parte de aquellos cuya conducta desarreglada abandonaron. Las envidias y desconfianzas presentes en aquellos tiempos, probablemente no son distintas de las que hoy se pueden encontrar por  ello,  nos sirve esta primera carta como corolario de nuestras meditaciones del Padre Nuestro.

Culminamos como iniciamos, pues la mirada al Padre Dios sólo puede llevarnos a descubrir y profundizar en nuestra condición de hijos.

Desde la paternidad divina valoramos la realidad filial nuestra, que nos descubre la llamada a la santidad, procurando asumir ahora las exigencias que entraña una vida libremente entregada a Dios: “Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu (alma). Sed sobrios, poned toda vuestra  esperanza en la gracia que se os procurará mediante la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo”.