martes, 26 de mayo de 2015

PARA VOSOTROS Y CON VOSOTROS, UNA VEZ SACERDOTE SIEMPRE SACERDOTE


  SÁBADO / SEMANA SEXTA / TIEMPO DE PASCUA / CICLO “B”.

1.      “Por este motivo os llamé para veros y hablaros, pues precisamente por la esperanza de Israel llevo yo estas cadenas” (Hechos de los Apóstoles XXVIII, 20).



Un criterio espiritual y pastoral que he procurado mantener a lo largo de los últimos veinticinco años de sacerdocio es tomar las lecturas propias de cada día con el fin de mantener la mirada puesta en los textos que el Señor por medio de su Iglesia en la liturgia nos propone cotidianamente. Cada día tiene su afán dice el refranero popular sacado del libro del  Eclesiastés…y añadiremos para cada día hay una página de la Santa Biblia abierta a nuestra mente y corazón.

Y, sabemos que no es un texto elegido al azar, sino que –realmente-  la voz del Espíritu Santo se oye en  cada versículo y en cada capítulo: por esto,  solemos quedar sorprendidos y desafiados por los caminos que el Dios de la Palabra y la Palabra de Dios nos exhortan.

Con San Pablo diré hoy: “Os llamé para veros y hablaros”. En efecto, con ocasión del aniversario del nacimiento, vemos esta ocasión como una oportunidad para dar gracias a Dios por habernos llamado a conocer, a compartir y a crecer en la fe en Cristo por medio de los vínculos de la familiaridad, de la amistad y de la recíproca paternidad y fraternidad espiritual en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Por ello: ¡para vosotros y junto a vosotros, una vez sacerdote, siempre sacerdote!


Debo reconocer que desde que tempranamente Dios me llamó a la consagración sacerdotal me he sabido portador de un don inmerecido y que trasciende infinitamente las humanas y limitadas capacidades. Quedamos en deuda ante la misericordia; quedamos cortos ante las gracias concedidas; quedamos exigidos  por los dones otorgados, lo cual una y otra vez nos lleva a decir: “Las misericordias del Señor cada día cantaré” (Salmo 88).

En un polvoriento cuaderno de meditaciones escrito hace unos años, el lunes 18 de abril de 1983 anoté: “¿Será por tus cualidades que Él te ha elegido?...A veces parece que pensaras que así es. Lo que pasa es que ese orgullo es tan grande que te ciega ver que Dios por su infinita bondad te eligió”.
El ejercicio del ministerio sacerdotal durante veinticinco años, sumado a los años de formación presbiteral en el Pontificio Seminario ubicado a los pies de la Purísima de Lo Vásquez, me han enseñado a percibir la necesidad de tener una vida consagrada moldeada por el ejemplo de San Juan el Bautista quien, ante la grandeza del Cordero de Dios presente en medio del mundo dijo: “Es necesario que el crezca y que yo disminuya”. En el mundo de la comunicación los cables importan porque logran conectar con mayor definición a los receptores… Al mirar un puente entendemos que éste tiene su razón de ser si acaso logra acercar dos extremos…Así el sacerdocio en Cristo une eficazmente el cielo y la tierra.


2.      “Su trono está en los cielos; ven sus ojos el mundo, sus párpados exploran a los hijos de Adán” (Salmo XI, 4).
El contacto diario con el misterio más grande del amor de Dios al mundo como es habernos dejado a su propio hijo en la Santísima Eucaristía hace que las deficiencias sean más evidentes para cada uno y mas perceptibles para los demás, por lo que la figura de un consagrado resultará en todo momento y en cada época un signo de contradicción para un mundo, que en ocasiones no sólo se le hace difícil comprender el sacerdocio sino que en la actualidad le resulta casi inaceptable la sola idea de un alma consagrada para Dios.

Por esto, en la Ultima Cena, nuestro Señor dijo al Padre por sus discípulos: “Padre no te ruego que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo”.

En ocasiones constatamos que para muchos católicos la Iglesia se parece a un pasajero que se le escapó su medio de locomoción. El sacerdote para algunos es como un pasajero en un andén, que espera ser transportado por el carro de la modernidad, al que mira con nostalgia porque se la ha pasado de largo y que espera  con desesperanza su venida que tarda en pasar. No es extraño ver que en algunos seminarios de formación sacerdotal se instala la tentación de la búsqueda frenética de novedades y de modas que el solo tiempo terminará sepultando.

La tentación de llevarse bien con el mundo, y adecuarse a una cultura pseudo-moderna conlleva el olvido de las enseñanzas de Jesús: “! Yo les he dado Tu Palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo(San Juan XVII, 14). 

Entendámoslo claramente: “¡Quien quiere ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios” (Santiago IV, 4).
Y esto nada tiene que ver con la receptividad del mensaje de Cristo, ni con una mejor capacidad para comunicarse con todas las personas, porque estamos convencidos que,  si el misterio de Dios da entidad a la vida humana, entonces,  lo que constituye el anuncio de la verdad de Dios es realmente el camino de nuestra la Iglesia para nuestros días donde la incertidumbre, la duda y la desconfianza anida en el alma de gran parte de nuestra sociedad.

Dios no quita nada al hombre sino que le concede todo; no es rival de nuestra libertad sino su primer garante, por esto, el hecho de manifestar en toda su hondura y exigencia la verdad del Evangelio es la vía más expedita para la profundización de la vida cristiana. ¡Solo la fidelidad es fecunda! ¡Sólo la fidelidad abre espacios inagotables de caridad! ¡Sólo en la fidelidad anida la verdadera esperanza!
Todos estos años de vida sacerdotal he constatado que la fidelidad a Dios sólo se escribe con letra mayúscula nunca con letra chica.

3.      “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero” (San Juan XXI, 24).


En los años de Seminario, algunos seminaristas con humor me decían que yo no daba “testimonio” sino más bien daba “testimomio”. Admito que algo de razón tenían, pues la formación recibida al interior del hogar,  a lo largo de los años de vida escolar en el Colegio de los Sagrados Corazones y gran parte de la etapa de Seminario en Lo Vásquez, unida a la cercanía espiritual de diversos sacerdotes, gestó un perfil de sacerdocio que puede ser sintetizado en la búsqueda incansable de procurar ser un sacerdote según el Corazón de Jesús y no un sacerdote al servicio de la mundanidad.
Por lo anterior,  sólo tengo en este día palabras de gratitud a Dios por haberme permitido vivir largos años como sacerdote, junto a ser heredero de una formación de la cual el carácter testimonial me ha hecho conocer en primera persona la abnegación, la fidelidad, el espíritu de sacrificio, de una fe intransable que he visto en quienes me han acompañado cercanamente en toda mi vida.


La familia, los amigos, y los feligreses son parte de mi vida. Y,  parte fundamental, sin los cuales no habría surgido el germen vocacional tempranamente y probablemente los vientos del secularismo habrían mermado la formación con consecuencias  tan dramáticas como las que hemos constado por la honda crisis vocacional que enfrenta actualmente nuestro Seminario Pontificio y una suerte de esclerosis espiritual y pastoral al interior de la Iglesia.

El Evangelio de hoy nos invita a ser testigos convencidos y convincentes de las gracias recibidas, realidades que necesariamente vinculadas entre sí,  han de estar debidamente ordenadas: “Nadie da lo que no tiene” y “nadie ama lo que no conoce”. En consecuencia, las crisis de credibilidad son consecuencia del eclipse de la fe, en tanto que las faltas de identidad son faltas de fe.


Lo anterior nos hace reconocer el valor del testimonio como fundamental en la hora presente donde los modelos que tiene nuestra sociedad se diluyen en el mar de un mundo empecinado en oponerse a los designios de Dios y de su Iglesia. El testigo certifica con su vida lo que ha visto lo que ha conocido, lo que ha vivido, y ello es consecuencia de la condición propia de quien asume la invitación a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo” en toda circunstancia, por adversa que nos parezca inicialmente.

Esta hermoso lugar sagrado, ubicado en el corazón de Tunquén, fue construido gracias a la generosidad de los vecinos que, colocaron en el centro de la localidad la Capilla donde se habitualmente se ha de celebrar la Santa Misa. Con ello se quiso significar la importancia de dar a Dios el lugar que le corresponde en el desarrollo de la sociedad y en la necesidad de centrar en la piedad cada determinación, cada pensamiento y cada deseo que se tenga.

Por desgracia,  hoy para muchos,  Dios es un desconocido. En el mejor de los casos puede obtener el título de una sentimental visita, se le permite a Dios entrar en la vida “con hora de llegada y de partida”. Mas, el lugar que ocupe el Señor  ha de ser el centro, lo primero que como opción se tome y lo último que como premio se reciba con la Bienaventuranza eterna.


No se trata de sólo recurrir a Dios después de todo lo que uno haya hecho: porque entonces limitamos su gracia a un auxilio; tampoco, se trata de invocarlo -.exclusivamente- en la angustia prometiendo determinadas acciones: porque entonces terminamos creyendo obtener los dones no desde la gratuidad sino desde la reciprocidad. No se puede negociar ni lucrar con la bondad de Dios: ¡Es libérrimo, es magnánimo, es misericordioso!

Entonces, el testimonio de los Apóstoles, de los santos es ejemplificador. Este templo está colocado bajo el patronazgo de una vecina que fue elevada a los altares: Santa Teresa de los Andes, cuya reliquia –aquí venerada- fue entregada con ocasión de su canonización el año 1992. Es posible que entre sus largas cabalgaduras de verano, nuestra santa haya visitado estos hermosos parajes, de los cuales escribió: “todo lo que veo me lleva a Dios”.

Un día como hoy, hace un tiempo atrás, nací  como el cuarto de los hermanos. Enrique, que como un ángel partió a pocos meses de nacido, Paulina Luisa y Hugo Hernán. Ese día, jueves 23 de Mayo se celebraba la fiesta del Apóstol Santiago, cuyo nombre hebreo es Iacobi del cual proviene Jaime. Doy gracias a Dios que la reforma litúrgica se implementó años después de mi nacimiento, porque si hubiese nacido en este tiempo,  el santoral coloca a Desiderio y Florencio…y no me veo portador de esos nombres.

Como Apóstol era conocido con el seudónimo de “boanergues” (San Marcos III, 17), que el mismo Señor les colocó, que significa “hijo del trueno”, en virtud del ímpetu de su carácter fuerte, que le hizo actuar impetuosamente y de manera enérgica. Le pidió a Jesús permiso para hacer caer fuego sobre quienes los rechazaban…No he llegado a pedir como mi Santo Patrono pero ganas sobrevienen a veces….Por él intercedieron sus seres queridos ante Jesús  para ocupar un lugar de importancia y figuración…Aunque no he implorado como mi Santo Patrono, no olvido las enseñanzas de quien fuera Cura de esta Parroquia: “Nada pedir y nada rechazar”.

De esta manera, uno vive bien, hace el bien, y vive feliz de procurar cumplir la voluntad de Dios. Tengo certeza que mi Apóstol Patrono no se dejó seducir ni por el quietismo ni por el conformismo: Dio la cara, navegó con tiempo calmo y tempestades, exigió en tiempos de claudicaciones, tuvo la convicción que quien tiene a Dios en su alma nada le falta porque lo tiene todo, por esto,  su testimonio apostólico terminó con el inicio del camino de quienes a lo largo de dos milenios han proclamado que su existencia no tiene sentido si Dios está al margen de su vida. Dio su vida por el Autor de ella. Gracias por vuestra compañía y oración en este día. ¡Que viva Cristo Rey! Amén.






lunes, 25 de mayo de 2015

Ser cristiano es saber esperar




SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR  /  CICLO “B” .
1.      “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros. Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. (Hechos de los Apóstoles I, 8).

La promesa que nos entrega San Lucas en Los Hechos de los Apóstoles, tiene íntima relación con el modo cómo los discípulos se habían comportado y el cómo el Señor los había elegido. Ya resucitado les hace ver que no confiaron en el testimonio de los primeros testigos de la evidencia del sepulcro vacío: No creyeron a María Magdalena (San Marcos XVI, 11) ni a las otras mujeres que de madrugada fueron hacia aquel lugar; tampoco creyeron a los peregrinos de Emaús (San Marcos XVI, 13); tampoco mayormente a lo dicho por Pedro y Juan. En realidad,  algo hubo que les impedía hasta entonces, aceptar aquella evidencia, que resultaría más real que la realidad…

En la actualidad un sociólogo diría que es una actitud “autoflagelante” la que sostiene el evangelista. ¿Qué sentido puede tener que un Apóstol rubrique y destaque la debilidad de los discípulos?
En primer lugar, para señalar el imperativo del valor del convencimiento contagioso de la fe recibida y vivida. En efecto, el hecho de creer en nuestro Señor pasa por la fe de quienes nos lo han anunciado. Si acaso hoy creemos, no ha sido por un fuego que espontáneamente surgió de la nada, sino que ha sido consecuencia de que un fuego ha encendido otro fuego. ¡Qué mejor y más bello puede ser que poder compartir el don de la fe con quienes están junto a nosotros!

En segundo lugar, para que aprendamos a valorar que las crisis de fe pueden ser una oportunidad para crecer en mayor confianza en Dios. ¡A no dejarse cautivar por la tristeza a la que conduce tenerse por indigno de haber dudado! Si los mismos apóstoles dudaron ¿nosotros no lo haremos? ¡Los once desconfiaron, los once dudaron, y los once vacilaron! El hombre actual cree que todo lo que desea es bueno, y que todo lo que proyecta debe cumplirse, olvidando que la única seguridad que no perece es aquella que se ancla en el poder y la bondad de nuestro Dios.

Ningún presente será más valioso, ninguna medicina más necesaria, ningún proyecto será más realizable, que ser portadores de aquella certeza de la cual hemos de ser custodios humildes, veraces y valientes, La sociedad cristiana no es un barco a la deriva sino una embarcación que es actualmente fuertemente zarandeada. Avanzamos  con dificultad; nos movemos con lentitud, pero,  porque sabemos a dónde vamos y porque sabemos con Quién vamos, es que somos capaces de invitar a otros a subirse a esta navegación, a la cual nos dijo Jesús: Duc in altum: Ir hacia lo profundo e ir hacia lo alto…como la Cruz nos muestra.  

2.      “Que de toda la tierra Él es el Rey: ¡Salmodiad a Dios con destreza! Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono”  (Salmo VIIL, 8).

Lo hermoso de nuestra fe en Dios es que Él se ha mostrado cono un Dios cercano, que ha querido tomar parte en la vida del hombre de una manera tan propia como fue permitiendo que su Hijo único se hiciera semejante en todo al hombre, excepto en el pecado. Y esa semejanza no es similitud: por eso a Dios lo llamamos “Nuestro Padre” y a Cristo le decimos “Nuestro Señor”. Jesús no es el “flaco”, ni el “buena onda”, es Dios y hombre a la vez, ante cuyo sólo nombre toda rodilla debe doblarse “en el cielo y en la tierra”, por ello nadie puede “echárselo al bolsillo” ni osar “tomarlo con sus manos”. Procuremos tratarlo siempre como quien es y como quien se nos ha manifestado: ¡Es el Señor!

Hermanos: Hay como una simetría entre la capacidad de confianza que tenemos en una persona con el respeto que le profesamos. A quien se cree nunca se le falta el respeto, siempre se le rinden los mayores honores y se le procura hacer todo tipo de atenciones, en cambio, cuando no se cree en alguien se suele ser descortés, desconfiado, y distante. En consecuencia, el hecho de confiar en Cristo sólo puede llevarnos a un mayor respeto a su persona, a sus enseñanzas, y a manifestarlo en los diversos actos de piedad en cada uno de los cuales nada es irrelevante tratándose de quien ha dado su vida por cada uno de nosotros.

El paso de Cristo en medio nuestro estuvo marcado por hacer el bien en toda circunstancia. ¡Es un Dios a todo evento! Que por todos los medios nos muestra su bondad y también, su realeza pues,  recordamos que “Reina Dios sobre las naciones” (Salmo VIII). Por ello, para un creyente cualquier momento le resulta oportuno para descubrir la mano de Dios alrededor suyo, tal como lo escribió nuestra santa, Teresa de los Andes: “Todo lo que veo me lleva a Dios”. En realidad, el creyente experimenta la vida como una prolongación de la virtud de la esperanza. ¡Todo lo podemos en Cristo! ¡Nada es imposible para Él, ni para quienes creen en Él! Si Cristo conmigo ¿Quién contra mí´? ¿Quién contra nosotros?

El Evangelio del día de la Ascensión nos invita a crecer en la virtud de la esperanza. ¿Qué esperamos de la vida hoy? ¿Cuáles serían nuestros sueños inmediatos? Uno dirá “vivir en paz”, “desarrollarme como persona”, “crecer profesionalmente”, “fundar una familia”, en fin, la lista casi sería prácticamente interminable. Pero, el asunto esencial no está en cuántos son nuestros deseos y anhelos, sino en cual ocupa el primer lugar de nuestra esperanza. Aquello que es prioritario y que no puede posponerse…Evidentemente, para el fiel bautizado es alcanzar la bienaventuranza eterna, lo que en palabras del Apóstol dice: “ser ciudadanos del cielo”. Entonces, la respuesta del Catecismo del Papa  San Pío X es elocuente: “El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios porque el ama humana es espiritual y racional, libre en su obrar, capaz de conocer y amar a Dios y gozarlo eternamente: perfecciones que son un reflejo de la infinita grandeza del Señor” (Parte III, número 56).

“Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo”. (Efesios I, 22-23).

La segunda lectura de esta semana nos muestra un ejemplo tan claro como oportuno para los tiempos que estamos viviendo respecto de nuestra fe. Habla que Cristo es “Cabeza de la Iglesia” y la “Iglesia su cuerpo”, por lo que el camino que conduce a la Vida Eterna pasa necesariamente por no solo por la pertenencia a la Iglesia desde el bautismo, sino por la comunión plena con ella.

Las “viejas y modernas”  novedades tienden a separar a Cristo de su Iglesia pretendiendo hacer posible aquello que la misericordia de Dios ha establecido de una vez para siempre con la vida de la Iglesia. ¡Toda gracia de Cristo pasa por mediación de su Iglesia! ¡Ninguna alma llega al Cielo si acaso no es por su necesaria vinculación con la Iglesia!

Nuestra vida como miembros de la Iglesia no puede prescindir del resto de los creyentes, llamados a salvarse como parte de la vid. Aún el denominado pusillus grex, el pequeño rebaño fiel del que habla la Santa Biblia tiene una dimensión universal de la caridad y del apostolado.  Hemos visto recientemente lo dramático que resulta constatar la violencia de algunos líderes religiosos musulmanes que han sostenido que su “creencia no es de paz sino de guerra”, por ello,  no han dudado  en decapitar a cientos de inocentes en estos últimos meses en Oriente. Entonces, si resulta tan fuerte ver la imagen de un decapitado en nuestros tiempos, nos preguntamos ¿cómo será ver a la luz de un creyente la indebida escisión que se pretende hacer entre Cristo y su Iglesia?

No estamos llamados a salvarnos solos…estamos llamados a salvarnos como racimo, como miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo que es su Iglesia. Por ello, nuestro señor en el evangelio nos presenta cuatro signos de su presencia real en su Iglesia real.

a). Se expulsarán demonios: No nos cansemos de repetir que la mayor tragedia humana no son las consecuencias de un huracán, de una erupción volcánica, de un sismo, de una epidemia, sino que el mal más hondo de nuestra vida implica consentir un solo pecado grave. ¡La pobreza más excluyente es aquella que nos lleva a estar excluidos del Cielo! Como anticipo de Bienaventuranza tenemos que  una comunidad abierta a Dios cierra las puertas al Maligno, lo cual es signo de la presencia de Dios en el mundo y en nuestra alma. Síntoma elocuente es la recepción frecuente de-l sacramento de la confesión…

b) Se hablará en lenguas nuevas: No se trata de que vamos a ser políglotas, que tendremos facilidad de hablar en diversos idiomas, sino que el “idioma nuevo” será la vivencia del amor que no necesita de otro intérprete que comparar la propia conducta con el Decálogo y las Bienaventuranzas. En cada comunidad creyente debe primar el idioma del Santo Evangelio en la vida diaria, lo que hace tener “un mismo pensar y  un mismo sentir”. ¡El amor traduce, la falta de él confunde!

c). Se vencerá el veneno: El antídoto contra un veneno permite seguir viviendo. De manera semejante,  la fuerza destructiva de las ideologías actuales nada podrán hacer contra aquel creyente, y contra aquella comunidad que se esfuerza por vivir en la presencia divina por medio de los antídotos celestiales como son: la piedad eucarística, la oración perseverante la devoción a la Santísima Virgen y la fidelidad a cada uno de los sucesores de aquel a quien Jesús dijo: “Tú eres Pedro, sobre ti fundaré mi Iglesia y el poder del mal nunca prevalecerá”.

d). Se sanarán los enfermos: La vivencia de las obras de misericordia responde a un estilo característico de la vida de los creyentes…Hace dos milenios la novedad de las palabras de Jesús invitaban a ser “bondadosos”, “misericordioso”, “a colocar la otra mejilla”, “a dar antes que recibir”, “a perdonar”. Todo esto,  dicho de frente ante una cultura marcada por la ley del Talión: “ojo por ojo, diente por diente, vida por vida”.

El eclipse de la vivencia de la fe conlleva necesariamente el oscurecimiento de las virtudes en toda la sociedad, pues,  quien se olvida de Dios por la mañana, se olvida del hombre por la tarde, es decir: Sin amor a Dios no es posible la caridad, y la denominada  ayuda fraterna y la solidaridad se terminan transformando-simplemente- en un esqueleto inerte.

3.      Y les dijo: ¡Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación! El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”. (San Marcos XVI, 15.16).

A través del apostolado debemos dar razones de nuestra fe a quienes están junto a nosotros y en quienes el Señor espera su conversión por medio del fiel testimonio de vida cristiana en toda su Iglesia cuya primera corresponsabilidad es la de ser camino de santidad.

Los discípulos luego de la Ascensión del Señor, experimentaron la certeza de saber que las fuerzas mundanas no podían apagar la luz de la fe que provino del hecho de  la resurrección (Romanos XXXV, 35-39). Entonces, la unión de Cristo y Dios Padre que hoy se solemniza,  no implica un alejamiento del Señor Jesús de nosotros, sino, por el contrario, el hecho de retornar al Padre Eterno conlleva a tenerlo como un camino permanente y seguro que conduce a la Bienaventuranza. ¡Vuelve al Padre para quedarse en medio nuestro!

En sólo una semana, Jesús viendo que estamos desanimados, que nos sentimos huérfanos y desamparados, nos enviará el Espíritu Santo, que hace nuevas todas las cosas. Entonces: ¡Fuera las vacilaciones ¡Fuera los silencios sospechosos!  ¡Fuera la complicidad con los dictámenes mundanos! ¡Viva Cristo Rey! Amen.

Sacerdote:  Jaime  Herrera  González  /  Cura Párroco de Puerto Claro  /  Valparaíso  




sábado, 9 de mayo de 2015

Unidos a Cristo y Unidos en Cristo


 QUINTO   DOMINGO /  TIEMPO DE PASCUA /  CICLO “B”.

1.      “Andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor” (Hechos IX, 28).

En las vísperas del Día del Señor hacemos una peregrinación espiritual hacia Tierra Santa. En estos días donde hemos puesto la mirada en la resurrección del Señor hemos transitado por diversos lugares donde se apareció el Señor, lo cual fue motivo de alegría para grandes y pequeños, para fuertes y débiles, cuya grandeza común fue dar lugar, luego de las tinieblas, incertidumbres, soledades y tristezas, al gozo y certeza anidado en sus corazones, ante el Señor: que de la muerte salió victorioso.
Pero,  todo aquello no sólo tuvo lugar en Jerusalén, sino que Jesucristo comenzó su ministerio público en el Río Jordán donde fue bautizado por San Juan Bautista. Hoy, para bautizar a quien será constituido hijo de Dios usaremos agua sacada desde ese río y que ha llegado generosamente a nuestras manos. Con ello queremos significar elocuentemente que lo que nuestro Señor hizo como señal conveniente para nosotros, se transforme en sacramento, eficaz y necesario para quien ahora es bautizado.

El tiempo de Pascua es tiempo de resurrección, todo en él nos habla de una vida nueva: de Cristo que está junto al Padre Eterno; de los Apóstoles que ven transformadas sus almas en el reencuentro con el resucitado; de la Virgen María cuya esperanza contagia a la plegaria de la Iglesia naciente; y de cada uno de los bautizados, que vemos en este maravilloso camino instituido por  Cristo la vía para nacer de verdad para siempre, tal como dice nuestro Señor a Nicodemo: “En verdad, en verdad os digo: Si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de los Cielos” (San Juan III,5).

“Le recordarán y volverán a Dios todos los confines de la tierra, ante Él se postrarán todas las familias de las gentes” (Salmo XXII, 28).
El diálogo que tuvo nuestro Señor con aquel anciano magistrado al anochecer se desarrolla en un ambiente afectuoso y respetuoso, realidad que se mantendría cuantos años se extendió la predicación pública. Sabemos que la gracia supone la naturaleza, por lo que los presupuestos de cercanía mutua facilitarían eficazmente el crecimiento espiritual y la apertura hacia la verdad revelada. Y, junto al cariño mutuo y al trato debido se percibe una ambiente exigente, pues se invita a una victoria sobre  el pecado y a participar en la vida misma de Dios. Si para Nicodemo resultaba arduo comprender el misterio de la filiación divina,  no es un camino fácil para nosotros, pero sí lo suele ser para los pequeños: “Gracias Padre porque has revelado estas cosas a los sencillos y pequeños” (San Mateo XI, 25). 

Hace unos días, mientras viajábamos de Tunquén a Viña del Mar, con los padres de Agustín, de pronto le pregunté si rezaba al “tatita Dios”, a lo cual me repudió que lo hacia todas las noches. Su padre le dijo que –además- debía hablarle en las mañanas, a lo cual, de inmediato  el pequeño se comprometió a hacerlo. Estoy cierto que ese diálogo lo escuchaba el Señor con gran alegría,  la misma con la que en esta tarde debe estar contemplando desde lo alto, esta celebración litúrgica en la cual, aquel que le ha conversado ya desde temprana edad, le implora, junto a sus padres y padrinos,  ser tenido entre los renuevos del Cielo y de la Iglesia.

En efecto, el Santo Evangelio nos habla hoy de una nueva autodenominación del Señor: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos” (San Juan XV, 5). La experiencia nos indica que en la vida vegetal nuestros plantas, nuestros árboles, nuestras flores, nuestros frutos sólo pueden subsistir y tener vigor si acaso se mantienen unidos plenamente a las raíces y troncos respectivos. ¿Qué le sucede a una flor que es contada y dejada una semana sin agua? Se seca… ¿Qué le sucede a un fruto que es sacado del árbol y abandonado? Se pudre…Pues, entonces,  es necesario estar unido a la vid para que los sarmientos tengan vida, pues segregados resultan estériles los esfuerzos e infecundos los frutos deseados.

En la vida espiritual acontece algo similar: Unidos a Cristo, los padres tienen la gracia para criar a sus hijos según el querer de Dios: Encontrando en los momentos a solas para exponer sus convicciones y plantear sus eventuales diferencias; descubriendo las genuinas características de cada hijo para poder entregarle la ayuda oportuna y necesaria; buscando con esfuerzo enriquecer los escasos momentos que las jornadas laborales permiten en bien de sus hijos; asumiendo el camino mutuo y exigente de saber compatibilizar una cercanía cómplice con una clara huella que no reniegue de la exigencia, tal como los antepasados lo sincretizaban en un refrán: “mano de hierro en guante de seda”.

En vistas al mundo que este niño enfrentará en su vida adulta se hace imprescindible que se mantengan unidos a las enseñanzas y a la vida del Señor, nuestro Dios. Cualquier duda, toda incertidumbre y todo temor humano tienen respuesta en la persona de Jesucristo que tiene “palabras de Vida Eterna”. Ante tantas realidades donde la sociedad ha pretendido dar seguridad, progreso, alegría al hombre, constatamos que por todas partes esta embarcación “hace agua”, por lo que surge espontáneamente la pregunta co la que los discípulos clamaron: “¿Señor, dónde podemos ir?”.

La cultura actual nos entrega sucedáneos de felicidad, y hace nuevos esclavos con la gravedad que se creen libres. ¡Antes el esclavo sabía su condición! Por ello, se vive en un mundo de fantasía, de ilusión, en el cual las variadas recetas, incluidas las emitidas por el liberacionismo ad intra ecclesia, pretender cortar los sarmientos y unirlos a las piedras del poder, del tener y del placer, ofreciendo una redención y una libertad que excluye a Cristo e incluye al progreso, al espíritu secularizador, al endiosamiento de la libertad, y a la idolatría de la conciencia. ¡Todos estos remedios tienen a nuestro mundo en una fase terminal!

Muchos pensarán que nuestra visión es pesimista. ¡Se equivocan! La crudeza de los resultados médicas de una grave enfermedad que se padece por largo tiempo, suelen ser el camino para esperar una plena y pronta recuperación a los males que se tienen y se desconoce actualmente su origen. En este caso, desde la fe, el hombre actual y la sociedad en que vivimos, no es un enfermo que se va a morir sino alguien que se  sanará plenamente.

Por ello, los hijos de Dios y de la Iglesia sólo pueden ser optimistas porque han puesto su confianza en lo que no pasa de moda, en lo que no se pierde, en lo que no pierde su valor, es decir, en la vida de Quien venció de una vez para siempre: el pecado, al demonio, y al mundanismo.

Como padres de este niño que vamos a bautizar deben renovar hoy sus promesas bautismales, con lo cual se comprometen a procurar llevar una vida a la medida del amor de Dios. Hemos hablado de la unión a Cristo, ahora nos detendremos unos momentos en  la unión en Cristo, la cual es el fundamento del amor verdadero que, donde está, siempre  hace nuevas todas las cosas.

“Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo” (1 San Juan III, 20).
Un cirio encendido representa a Cristo Luz del Mundo: bien sabemos lo que pasa cuando se corta la luz de improviso, nos detenemos, quedamos en el mismo lugar esperando que pronto se restituya. En ocasiones, se sobreviene un sentimiento de incertidumbre y de temor ante lo desconocido. ¿Quién conoce lo que hay en la oscuridad? ¡Sólo sabemos de lo que vemos y para ello,  la luz juega un rol insustituible!

Por ello, si acaso Cristo es la Luz del Mundo, es porque es capaz de descifrar toda incertidumbre y de sobreponernos a todo temor. Tantas veces lo dice el Señor en el Evangelio: “Soy, yo no temáis”. Pero, no basta con dejar los temores de lado es necesario confiar el ´El para vivir con Él, por lo que la unión con Cristo nos invita a irradiar su luz a todos los que están a nuestro alrededor, en especial, al interior de la familia llamada a ser domus ecclesiae, que es uno de los caminos más preclaros para vivir el Evangelio en nuestro tiempo.

Así lo sentenció el Papa Juan Pablo II cuando visitó nuestra ciudad: “¡El futuro del mundo pasa por la familia!”,  por lo que ninguna iniciativa de renovación pastoral ni eclesial válida  puede pretender prescindir del hogar para evangelizar el mundo actual. Del fortalecimiento del hogar, de la fortaleza de la familia depende no sólo el porvenir sino la existencia misma de nuestra sociedad. 

Como padres y padrinos tienen el imperativo de hacer que la vida de quien hoy es bautizado sea el seguimiento de la vocación que Dios le ha trazado, pues el Señor no nos creó para dejarnos solos en manos de un destino ciego, sino que continúa a nuestro lado con el cuidado de su Divina Providencia, la cual es tan diligente como intima aunque nos olvidemos de ella.

Ese camino se recorre con el consejo de los padres y padrinos, pero –también- por medio de la frecuencia a cada uno de los sacramentos, con un espíritu de verdadera confianza hecha plegaria…Recuerden que “la oración es la verdadera respiración del alma”, y una educación que jamás prescinda del horizonte de las enseñanzas de nuestra Iglesia, las cuales lejos de ser murallas que separan,  son puentes que nos permiten responder cabalmente a los designios de Dios,  en cuyo pleno cumplimiento está la felicidad y bienestar verdadero.

“No teman” repetimos una y otra vez. No teman aventurarse por la senda de la fe que da seguridad si procuran como padres de familia hacer realidad el mandato de la caridad que nos enseñan las sagradas Escrituras: “El amor es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca” (1 Corintios XIII, 4-8).

Con la certeza de saber que los padres de quien es bautizado han conocido la vida de la Iglesia desde temprana edad, confiamos en que se esmerarán en  hacer que su primogénito,  a medida que vaya creciendo a su mirada, lo haga -también y primero- a la mirada de Dios: hoy, en cuya alma inhabita la Trinidad Santa; hoy cuya alma es purificada de la culpa del pecado original, hoy que recibe la fuerza extraordinaria de la gracia santificante; hoy,  que pasa a formar parte de una vez para siempre de nuestra Iglesia, que es: una, santa, católica, apostólica y romana. ¡Fuera de la Iglesia no hay salvación! Extra ecclesiam nulla salus.

Que nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen María cuide e ilumine los pasos del pequeño Agustín, cuyo nombre está tomado de aquel gran “super héroe de la fe”, que pudo conquistar tantas almas para Dios Padre desde que en su vida supo dar espacio primario a la verdad del Cielo entregada a través de la Iglesia Santa, en la cual puede confiar plenamente.

Sabemos que en la vida de San Agustín de Hipona  ocupó  un lugar principal su madre –Santa Mónica- , cuyas lágrimas cautivaron el Corazón de Dios y precipitaron  la conversión de su hijo.
Sea la Virgen María el ícono donde estos padres creyentes se apoyen y depositen sus seguridades y desvelos en las manos de aquella Madre Buena que en todo momento sólo colocó la vida de su hijo más que en manos de Aquel que no puede dejar de amarnos como es el Buen Dios. Amén.

!                    EXTRA  ECLESIAM ,  NULLA  SALUS!

  
             SI HIJO DE DIOS…

HIJO DE LA IGLESIA