miércoles, 29 de enero de 2020


TEMA  : “UNIDOS EN AROMAS DE ETERNIDAD”.
FECHA:  HOMILÍA MATRIMONIO PUERTO CLARO  /  FEBRERO  2020
Queridos novios: Pablo Víctor y Elizabeth.Lorena.  
Qué alegría ha de haber en el cielo y en la tierra contemplar esta celebración que en todo momento nos lleva a vincular aquello que está naturalmente llamado a permanecer unido. Desde el atrio de nuestro templo, ya centenario,  en el horizonte podemos ver cómo el cielo parece unirse junto al mar, sin olvidar que, desde el otro extremo,  cada amanecer  parece hacerlo el cielo y la tierra en las altas cumbres dibujadas por un sol que tímido parece despuntar hasta mostrar toda su fuerza al mediodía.
Este marco –todo un privilegio ante quienes laboran en cuatro paredes-nos permite ver la grandeza, la belleza y el poder, de una creación emanada de las manos de Dios cuyos atributos  nos hacen repetir con la Escritura Santa: “Todo lo hizo bien”. Así lo experimentaba nuestra Teresa de los Andes, en cuya adolescencia desde la  virtud de la fe,  le hizo escribir: “Todo lo que veo me lleva a Dios”.
Lo anterior no sólo hemos de descubrirlo en el plano físico, como acontece con aquellos lugares que nos hablan de Dios, sino sobre todo y ante todo,  en el plano espiritual, toda vez que cada uno,  al momento en que Dios pensó en nosotros, trazó un itinerario preciso, que no admite pestañazos ni distracciones, pues el Señor cuida preferencialmente de cada uno de nosotros, según lo cual,  nuestra seguridad se funda en su fidelidad, garantizada en sus palabras: “Yo soy un Dios fiel” y en sus acciones, pues,  en Cristo “nos amó hasta el extremo”.

MATRIMONIO CATÓLICO PUERTO CLARO CHILE

Desde la fe, tanto la naturaleza, el alma, como la liturgia, nos vinculan a lo sacro por voluntad del mismo Dios.
Poseedores de un alma única, inmortal e irrepetible asumimos que todos los actos realizados en esta vida y las opciones asumidas  tienen un eco que no se diluye en la temporalidad de lo material, pues somos más que ello, y aunque tenemos un inicio estamos en un camino cuyo término no termina… toda vez que el alma pertenece a Dios desde nuestro bautismo, momento en el cual el Señor tomó morada en nuestro corazón por medio de la gracia santificante.

Ni fruto de un azar tan ciego como irracional, ni zarandeados por el vaivén de una suerte tan generosa como mezquina a la vez, vemos que Dios encamina nuestra  vida, tal como ahora lo descubren los novios que,  mirando el camino recorrido sólo pueden vislumbrar que la Divina Providencia  ha actuado para que, en este día y  ante el altar de Dios,  reafirmen las palabras por las que juran vivir unidos para siempre.
No sólo la naturaleza nos habla de permanencia, también ahora vuestras palabras adquieren un poder inmenso de hacer que lo expresado de manera voluntaria y consciente se revista de una solemnidad, belleza, y duración ajena a lo que de suyo es desechable y mutable. ¡Aquí estamos para lo que importa! ¡Aquí venimos para lo que no pasa de moda! ¡Aquí no somos esclavos de la contingencia!
Y, esto acontece porque aquel Dios que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros. Expresión pronunciada por el gran San Agustín de Hipona en el Siglo IV cuya vigencia se funda en la estricta verdad. ¿Hemos asumido que Dios quiere contar con nosotros? ¿Hemos pensado que no somos títeres del mundo ni de los sentidos porque el Señor nos ha dado participación de su misma vida trinitaria por medio de la gracia?
Cuando estos novios pronuncien –en unos momentos- con plena libertad lo más hondo de sus deseos,  percibiremos que en este mundo estamos –según jerga futbolística- para “grandes ligas”, pues Dios actúa en nosotros con nosotros, no siendo un desconocido, ni un visitante, ni un peregrino ocasional, sino como Quien anhela vivir en medio nuestro de modo permanente y aún más, de manera perpetua.
Entonces, quien posibilita y garantiza vuestra determinación es el Señor que vive en vuestro corazón, que a partir de hoy les bendecirá abundantemente en orden a cumplir los fines propios del santo matrimonio como son vuestra felicidad y satisfacción como el eco de vuestro amor que son los hijos, ante los cuales están llamados a ser intérpretes fidedignos del amor de Dios,  tal como nos lo enseña el apóstol San Pablo.

TEMPLO DE VALPARAÍSO CHILE 

En efecto, aquel discípulo educado en la más prestigiosa de la escuelas de su época, que pasó de perseguidor de Cristo a ser su fiel pregonero ante el mundo de la  gentilidad,  locuaz como ninguno, compara el amor de Cristo a su Iglesia, con el amor del hombre y la mujer al decir: “Gran sacramento es este que yo lo refiero al amor de Cristo por su Iglesia”, deviniendo las caracterizadas de todo matrimonio en orden a la unidad e indisolubilidad.  
Si Cristo no puede dejar de amar lo que un día no dejó de crear, entonces,  el amor verdadero sólo puede ser para toda la vida. ¡Cristo no firmó una libreta en lo alto de la cruz para garantizar su amor irrestricto sino que con su sacrificio selló de una vez para siempre esa entrega!
Inmersos en una cultura que avanza a pasos agigantados hacia un neo-paganismo que reniega de Dios y su obra, donde hasta la misma bondad y amistad parecen eclipsar encontrando en el presente sus horas más discretas. Es por esto que la realidad del santo matrimonio suele presentarse culturalmente sino como algo superado,  al menos al margen de lo que la sociedad requiere, lo cual,  esconde un feroz engaño toda vez que la familia es la célula de la sociedad, tal como lo señaló Su Santidad  Juan Pablo II en su recordada visita a nuestra ciudad en 1987: “El futuro del mundo se fragua en la familia”, por lo que el acto al que ambos optan hoy es un paso decisivo que se incluye en el designio de Dios para la salvación y santidad vuestra.
El matrimonio es un camino de santidad que en los tiempos actuales presenta múltiples desafíos, los cuales,  parecen multiplicarse con más fuerza en un ambiente relativista. Para ello, sepan que no están solos ni permanecen desprovistos del auxilio necesario, porque Cristo nunca defrauda, sino que su bendición llega a la hora de Dios y al modo de Dios que siempre excede toda súplica y no está sujeto a premuras ni tardanzas.
Queridos novios: Casi sin darnos cuenta, desde el comienzo de estas palabras,  tal como un abanico se abre, se despliega en esta celebración litúrgica la realidad de: Lo trascendente, de lo eterno, de lo que permanece, de lo que es de fiar en todo momento. Y ello no puede ser de otra manera toda vez que el bien es de suyo difusivo, y todo  lo que a Dios se refiere y es de su interés y libérrima voluntad –necesariamente- tiene relación, se comunica, se difunde, según lo cual, ambos deben,  a partir de este día y en virtud del juramento que harán ante Dios,  hacer presente el amor del Señor! Vuestro mutuo amor debe ser en sí mismo testimonio del amor de Dios!
Por medio del trato cotidiano revestido en virtudes,  cercaos al Corazón de Jesús en cuyo refugio la familia encuentra su fortaleza, deberán sortear múltiples desafíos,  no ya desde una autonomía limitada sino desde una permanente comunidad de vida y amor, en la cual,  la complementariedad involucra todo vuestro ser en vistas a una mayor perfección y santidad desde la vida en común. En efecto, la experiencia del amor es una experiencia de unión, una conciencia de que Dios hace que dos se hagan uno en virtud de la gracia que viene de lo alto: “Estad juntos,  unos a otros en el respeto a Cristo “ (Efesios V, 21).
Por esta razón, el templo se reviste de flores y nuestra oración se eleva hacia lo alto con la certeza que ambos parten hoy una etapa basilar. Ante la bella imagen, cuya advocación precede incluso a la misma denominación de nuestra ciudad, imploramos por ambos, que sean fieles, que vivan para ser y hacer feliz, que sean padres atentos y cariñosos procurando que vuestra descendencia sea educada en el esplendor de la verdad emanada de la Sagrada Escritura, que compartan no sólo las lágrimas de una alegría ilimitada sino también de aquellas que la hora de la prueba les haga brotar en amargura, que la comunicación  les mantenga esta nueva expresión que hoy descubren a la luz de la fe como es lo nuestro.
Que Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro obtenga las gracias necesarias para que desde la perspectiva de la fe escriban la historia de un matrimonio y una familia que buscó a Cristo, encontró a Cristo y vivió en Cristo.
¡Que Viva Cristo Rey!

IGLESIA DE PUERTO CLARO 2020


Actividades Febrero 2020















jueves, 16 de enero de 2020


TEMA   :   “NADA ENFRÍA EL AMOR DE DIOS POR NOSOTROS”.
FECHA : HOMILÍA  BENDICIÓN BANCO BICE  /  DICIEMBRE  2019
Agradezco la oportunidad de compartir un momento de oración y bendición al inaugurar esta Sucursal del Banco BICE en nuestra ciudad de Viña del Mar. Sin duda, en este tiempo donde celebramos el nacimiento de Jesús está  marcado por la esperanza de una época en la cual se abran nuevos impulsos, se expanda el desarrollo espiritual y material en nuestra Patria, y produzca el reencuentre entre quienes están llamados a una historia común.
Dios ha tomado la iniciativa de intervenir en la vida del hombre y de la sociedad de manera definitiva en la persona de Cristo, Palabra única dada al mundo.
Todos los misterios de la vida humana encuentran respuesta en lo que Jesús enseñó e hizo. Su paso resulta decisivo en nuestra vida. No es algo cosmético mi mágico, sino que deviene de Dios que actúa  en medio nuestro en toda época.
Lo importante es estar atentos a  procurar cumplir su voluntad escuchando sus designios para lo cual hago entrega al Señor Gerente General en unos momentos de los santos evangelios en los cuales podemos encontrar la carta que Dios ha enviado al mundo.

BENDICIÓN BICE VIDA

No hay que cansarse en hacer el bien pues todo lo bueno hecho desinteresadamente siempre redundará en mayores bendiciones. En una sucursal se atienden personas que acuden a solicitar un servicio financiero, el cual,  como todo servicio,  ha de estar revestido del modo como Cristo nos lo pide hacer con nuestro prójimo.
De igual manera,  el mundo de las finanzas es iluminado por las Sagradas Escrituras en orden a descubrir que “el hombre es el autor, el medio y el fin de toda la vida económica y social”(Catecismo de la Iglesia número 2459 ), según lo cual,  ha de ser visto en primer lugar como un servicio que a la vez permite desplegar todas las las capacidades y talentos del intelecto y organización  en vistas a permitir un desarrollo que alcance al mayor número de personas, que vaya desterrando la precariedad, y amplíe el abanico del emprendimiento por camino de la realización de la persona y la familia, vista y protegida en toda época como célula primaria de la sociedad.


En este lugar, diariamente tendrán la oportunidad de llevar a cabo el proyecto que Dios Padre tiene para cada persona en orden a continuar su obra creadora, por medio del trabajo,  que más haya de ser un medio legítimo de sustentación,  es un camino de santificación personal porque en él pasamos largas horas del días en las cuales podemos hacer mucho bien, si acaso por este camino, optamos decididamente avanzar. Ello es nuestra opción pero –también- implica  nuestra responsabilidad.
Jesús al momento de asumir la condición humana sin dejar de ser Dios, se hizo semejante en todo a nosotros menos en consentir un pecado, por esto,  enseña el evangelio de San Lucas que vivió durante tres décadas en la localidad de Nazaret, siguiendo las enseñanzas y el mismo oficio de su padre –San José Custodio- como carpintero, en condiciones muy distintas a las que en el presente entraña dicha labor.
En efecto, hoy un carpintero puede pedir (on line) a su casa la madera para que un computador diseñe y –hasta – compacte el mueble que se desea tener. Por entonces,  había que tener la paciencia de ver crecer los árboles, la destreza para cortarlos, la fuerza para trasladarlo hasta la propia casa, y la persistencia en el tallado.
Aunque para ejercer la virtudes en el trabajo diario nos hemos referido a un oficio manual ello es replicable a los demás ámbitos de la vida laboral, en la cual,  la experiencia indica que resultará tanto más provechosa cuanto más sean las virtudes sostenidas en el tiempo y la sociedad. Si acaso todos reman en virtud,  toda la empresa será virtuosa.
Como creyentes entendemos que el mundo de las finanzas debe estar enriquecido por la calidad de las personas que en él intervienen, según lo cual, mientras más esfuerzo se coloque en practicar el bien en todas sus formas tanto mejor será para la empresa cuyo valor más excelente se funda en cada uno de sus colaboradores a nivel de directivos, de funcionarios y de los servicios.
Impartimos la bendición sobre esta nueva sucursal del Banco BICE Viña del Mar –en pleno corazón de nuestra ciudad bella- con alegría y esperanza en este tiempo del Navidad, donde esperamos que el anhelo por la venida de Jesús e inicio del nuevo año abra los corazones y los llene de una paz que naciendo en el corazón se despliegue a toda la sociedad con los frutos de mayor crecimiento, mayor cohesión, e donde la caridad sea el alimento cotidiano que fortalezca la vida en el hogar y en el trabajo. ¡Que Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA



“!QUE VIVA CRISTO REY!
15 de Enero 2020: MISA ANIVERSARIO 30° SACERDOCIO PADRE JAIME HERRERA
Con estas palabras culmina el sacerdote cada homilía desde hace tres décadas.
En un clima de profunda piedad y fe, el templo de Nuestra Señora del Carmen de Viña del Mar albergo el sábado pasado a cientos de feligreses que coparon al mediodía el recinto con su presencia y alegría con ocasión de Trigésimo Aniversario del Orden Sacerdotal del Padre Jaime Herrera González, quien a lo largo de toda su vida ha  estado ligado a este tradicional templo viñamarino. Numerosos feligreses convergieron desde las comunidades donde el sacerdote ha  colaborado al igual que de una docena de colegios en los cuales ha ejercido como capellán y profesor de religión por largos años.
Especial importancia tiene el hecho que entre los asistentes hubo acólitos de la  tradicional parroquia de la Ciudad Jardín que ahora tienen familias numerosas (doce,  diez , y  siete hijos ) y comprometidas con la Iglesia entre ellos, dos acólitos que asistieron al celebrante durante la Santa Misa y quienes estaban en el coro.
Renuente a los aplausos,  el Padre Jaime Herrera suele recordar que “en la casa de Dios no se aplaude al siervo”, debió asumir la alegría de la nutrida concurrencia que lo aplaudió  al momento que el sacerdote saludó a su madre quien le dijo: “No dejas de sorprenderme. Me haces tan feliz de  tenerte como un hijo fiel a Dios y su Iglesia”, lo cual fue replicado  en aplausos y parabienes de los asistentes  mientras el Coro entonaba el Te Deum de Antoin Charpentier.
Durante los 30 años el sacerdote ha servido en diversas comunidades: La Purificación de Nuestra Señora” en Algarrobo, Vicario Parroquial de San Juan Evangelista en El Quisco, Vicario Parroquial de Nuestra Señora de las Mercedes de Lagunillas, Vicario en San Nicolás de Hijuelas, Vicario Parroquial en Virgen del Rosario de Quilpué, Párroco de Puerto Claro en Valparaíso.



En el ámbito de la educación ha colaborado como: Profesor en Liceo Municipal San Juan Evangelista, Colegio Teresa de Los Andes,  Liceo Carlos Alessandri de Algarrobo, Escuela Internado de San José de Casablanca, Fundación Duoc-UC Sede Valparaíso, Colegio Guardiamarina Riquelme y Colegio Patricio Lynch de Playa Ancha, Colegio Mackay (Primer Viernes y Mes de María)  y en el  Saint Peter’s School de Viña del Mar, en cual ya ha cumplido 29 años como capellán.
De igual manera,  durante doce años sirvió como Capellán Militar en Regimiento Maipo de Playa Ancha, en tanto que en la actualidad ejerce como Capellán de una Fundación en Santiago y como Cura Párroco en Nuestra Señora de Las Mercedes de Cerro Toro donde ha bautizado a la fecha sobre 3.500 niños.
IMÁGENES  DE LA SANTA MISA Y RECEPCIÓN.
        Sacerdotes: J.Orellana, J. Herrera, A. Chamorro

Misa 30° Años Sacerdocio 2020 Valparaíso Chile

Alcaldesa de Viña  del Mar Virginia Reginatto Bozzo

   Sr. Álvaro Chanique Valdés (ex acolito carmelirtas)

Sr. Jorge Castro, Ex Alcalde Valparaiso

Sr. Chistian Widow Lira (ex acólito carmelitas) 

P. Andrés Chamorro de la Cuadra (San Bernardo)

 Rito de Incensación Misa Aniversario Viña del Mar

Fieles Parroquia Virgen del Carmen de Viña del Mar

Sr. Juan José de la Torre (rito de comunión

                       Sr. Matías Chánique Monreal 

Sr. Pedro Pablo Simonetti (Misa Parroquia Carmelitas)

    Saludo Padre Jaime Herrera González a su madre 

         Procesión de salida monaguillos Santa Misa

Sacerdote Diócesis de Valparaíso Chile


Familia Juárez de Suárez (Viña)


Diputado Urrutia, Alcaldesa Reginatto; J.Wilkins Cook

Pablo Dropelmann; G. Jeanneret; R.González Camus

Recepción en Pérgola Saint Peter’s School

Familia: González-Soler & Berríos Echevarría

Familia Corvalán Constantino, Elba Vda. Herrera

             Saludo de Directores Fundación 

Familia Niemann Figari & Carrasco Figari

Familia Gatica Riffo e hijos Tomás Jesús    y Mario

Juan Pablo , Hugo Herrera, Milenna  Sconnio; Paulina Herrera 

   M. Valdes, P. Müencke; Familia Widow ; Familia Chánique

 Sr. Eduardo Nanjarí Chamy; Ana María Chamy de Nanjarí

Grupo Rezo del Santo Rosario Valparaíso 2020

Hermanos Widow Lira  Enero 2020

Torta Aniversario Padre Herrera de Mariana Alliende



TEMA  :      “REVITALIZAR UN SACERDOCIO EUCARÍSTICO”.
FECHA: HOMILÍA XXX° ANIVERSAERIO ORDENACIÓN SACERDOTAL
Como una gracia especial acudimos hoy a este templo, dedicado a Nuestra Señora del Carmen,  con el fin de dar gracias a Dios por el don del sacerdocio instituido por Jesús en la Ultima Cena, por medio del cual,  celebramos su presencia y misión  salvadora.
Jesús instituye el sacerdocio con el fin de acercar su gracia al mundo tal como queda estupendamente figurado en el milagro de la multiplicación de los panes donde,  luego de decirles a sus apóstoles: “!Dadle vosotros de comer¡” (San Lucas IX, 134) les hace testigos y participes del milagro y manda repartir a ellos –generosamente- el pan. Todo un simbolismo que nos revela  que la esencia del sacerdocio está centrado en el misterio de la Santísima Eucaristía,  al extremo que todo adquiere sentido desde la centralidad eucarística del sacerdocio y todo lo pierde desde su eventual alejamiento.
El Papa Juan Pablo II decía frecuentemente que “el sacerdote vale lo que vale su misa”, reviviendo con ello la enseñanza  del Santo Cura de Ars,  Patrono del clero diocesano,  en orden a que es la misión más importante del sacerdote: “Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al santo sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios” (San Juan María Vianney).
Debemos tener claro que Jesús no vino al mundo a jugar a ser hombre, sino que vino para salvarlo del pecado, por esto la Encarnación de Cristo se vive de modo privilegiado en la Eucaristía donde ofrece su vida en rescate “pro multis” (San Mateo XX, 28).
Para ello, sobreviene la tarea a todos de multiplicar las vocaciones sacerdotales toda vez que las soluciones dadas en las últimas décadas en nuestra diócesis han dejado a nuestros fieles en un ambiente espiritual en el cual ingente número de fieles parecen deambular como ovejas sin  pastor.  Lo menos que podemos pedir es que cada parroquia tenga un sacerdote de guía, y ya o en la actualidad esto no es posible siendo las comunidades menos visibilizadas las que primero quedan sin sacerdote.


La solución propuesta de colocar diáconos, religiosas o laicos a cargo de una comunidad católica resulta engañosa porque nunca será un bien prescindir del ministerio sacerdotal puesto que en su vida hacen presente el amor de Cristo Sumo y Eterno sacerdote por las almas que han recibido un día la gracia del bautismo.
El sacerdote antes que servidor es un consagrado, lo que tiene consecuencias muy claras en  orden a procurar llevar un estilo de vida que manifieste a todos los que confían en el Señor,  que pueden contar con un sacerdote porque su vida le pertenece  a Dios, perviviendo –casi instintivamente- por medio del sensus fidei, que cuentan con el Señor porque tienen la asistencia  de un sacerdote, muy contrario a la lógica emergente del liberalismo protestante  que separa la Iglesia de Cristo, separa la evangelización de los sacramentos y separa al sacerdote de la Misa,  relativizando con ello,  su real importancia.
Durante treinta años he procurado practicar lo asimilado por una adecuada formación teológica y espiritual  en vista a centrar el sacerdocio junto al altar, del cual emerge nuestra certeza y converge nuestra gratitud, teniendo a Cristo como el alimento cotidiano que nos permite siempre dar un nuevo paso, levantar una vez más nuestro mente hacia la búsqueda de la verdad y,  ansiar las realidades que no se pierden, no se hurtan, ni quedan obsoletas.
En efecto, el sacerdocio vive de la Eucaristía, y la Eucaristía vive en el sacerdote, por lo que las tres décadas que han transcurrido, sumados a los años de formación en el Seminario Pontificio de Lo Vásquez, y desde los siete años donde comencé a participar en Misa en este templo durante una década, marca una huella indeleble donde descubro que ha sido la mano providente de Dios la que ha guiado mis pasos en todo momento, por lo que bien puedo decir que el Señor es el mejor pagador, y que vale la pena dedicar la vida por su causa que se juega sobre cada altar.
Sin duda, como en todo ámbito y realidad donde se desarrolla la vida humana: en la familia, en la vida matrimonial, en el mundo del trabajo y de la educación el fatalismo del acostumbramiento es una tentación siempre presente que inhibe el saberse sorprendido  por la grandeza y deslumbrado por la generosidad del amor de Dios que,  como a Moisés le hizo sacar agua fresca de una roca inerte en medio del desierto, nos hace ver la luz del Redentor del hombre,  envuelto en pañales en el tiempo de navidad y triunfante saliendo al tercer día de un sepulcro vacío en el tiempo pascual.
Lo anterior,  exige procurar celebrar y participar en cada Santa Misa como si fuera la primera, la única y la última de nuestra vida, con una devoción, atención y piedad,  que nos alejen tanto de la rutina como de la búsqueda enfermiza de novedades, transformando la liturgia sacra en un espectáculo para mirar y no un misterio insondable del cual subsistir.
Sin duda, la fe es el don que nos permite descubrir la riqueza de un sacerdocio eucarístico, lo cual,  no está reservado al ámbito de los consagrados sino que es patrimonio de todo aquel que ha sido bautizado y está llamado a dar razón de su esperanza desde la fe,  capaz de subsistir en medio de las mayores pruebas y desafíos.
Lo primero que todo sacerdote debe ser,  es ser un verdadero creyente, desde esa realidad,  nacen las convicciones,  se modera la voluntad y,  se ilumina la inteligencia para saber dónde, cómo y qué hacer para cumplir la voluntad de Dios, única realidad que es capaz de satisfacer el ansia de buscar, el deseo de encontrar y de vivir para siempre.
Sin duda, que alguno se preguntará qué lugar tiene el sacerdote en una sociedad que avanza a pasos agigantados en medio de un evidente eclipse de la fe. Si es un hombre de fe necesariamente optará por los pasos dados por Jesús,  que fueron anunciados como un “signo de contradicción” (San Lucas II, 34-35) para el mundo y los suyos, toda vez que dice Jesús: “Si a mí me rechazan a vosotros también” (1 Tesalonicenses IV, 8).
El exitismo y la fama obtenida -muchas veces- por colocar el sacerdocio de rodillas al servicio del mundo,  sólo conllevan  frustración que asemeja la alegría exteriorizada por un payaso que por fuera tiene una careta sonriente y por dentro un alma sufriente. Sin duda,  el testimonio de dos grandes arzobispos que ha tenido nuestra Iglesia local, ha resultado decisivo al momento de tomar opciones y dar a conocer a Jesucristo en las casi cuatro décadas que llevo haciendo apostolado y en las tres que ejerzo como sacerdote.
Como se lo dije a un amigo de muchos años –no digo viejo amigo porque reconocería mi propia vejez-…el largo caminar  de preparación y ministerio, no ha sido fácil,  porque ya desde la etapa de formación, y durante años,  el proceso secularizador en nuestra Patria,  ha sido favorecido ad intra y ad extra ecclesia, por lo que la baja sostenida de la fe no responde solamente a la perseverancia de los ateos y agnósticos,  sino que se debe a la inercia y falta de compromiso del mundo de los creyentes, incluidos los consagrados, con y sin mitra. 
Mas, habiendo iniciado un ministerio sacerdotal en Enero de 1990 donde el 75% del país se declaraba creyente católico,  vislumbro que en el futuro lo haré –en los años que Dios me conceda- como parte de una minoría,  lo que lejos de restar ímpetu,  exhorta a responder con brío a los desafíos en la búsqueda de obtener mayor gloria a Dios.
En este sentido, entiendo que la gracia de las dificultades que el mundo presenta a un creyente hoy, terminan siendo  como un impulso que nos hace apoyarnos más en el poder, la bondad, la misericordia y,  la justicia de Dios,  que nunca defrauda,  porque si acaso –en ocasiones- no se anticipa en responder,  siempre lo hace a su medida que supera todo anhelo y necesidad nuestra. Por eso, junto al apóstol pasados treinta años una vez más reitero: “¡Se en quien he confiado!” (2 Timoteo I, 12).
La certeza de contar con el apoyo de Dios a todo evento no nos hace inmunes a las asechanzas del Demonio quien,  si a alguien le interesa desviar de la búsqueda del cumplimiento de la voluntad de Dios,  es a sus consagrados, pues,  sabe mejor que nadie que un sacerdote no sólo está llamado a ser testigo de Dios sino que,  por medio de toda su vida y ministerio,  ha de ser medio eficaz de santidad en la Iglesia y el mundo entero. A este respecto con su experiencia y santidad solía repetir el Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”.
No basta por tanto una buena formación durante el Seminario, no basta una variada experiencia pastoral previa, no basta una extensa e intensa convivencia con las realidades del mundo actual, pues como un barniz espurio se diluye todo ello, de no mediar una fe y una primacía de Jesucristo en el corazón sacerdotal.
Para lo anterior,  la búsqueda en vistas a profundizar día a día en amistad con Jesucristo es algo basilar en nuestra vida consagrada, toda vez que fue el  mismo Señor Jesús quien dijo: “Ya no os llamo siervos, sino mis amigos” (San Juan XV, 15) porque, sabemos lo que Dios hace con nosotros y en medio del mundo, constatando a diario en las calles, hospitales, campos, colegios, hogares, conventos, cómo la misericordia de Dios está hoy tan vigente como lo estuvo en la diáfana mirada del recién nacido de Belén aquella Noche Santa que celebramos hace sólo  unos días atrás.


En consecuencia,  el sacerdote no sólo puede sino que debe ocupar un lugar insustituible en la edificación de la Iglesia pues,  se debe a la persona de Cristo que cumple la promesa de estar junto a nosotros todos los días hasta el fin del mundo,  lo cual, el Señor  ha querido dejar en las manos, en la mente, en  el corazón de cada sacerdote que dice durante la consagración: “Esto es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre” (San Mateo XXVI, 26).
¡El Dios hecho hombre viene al mundo en nuestras manos! En este mundo nunca acabaremos  de tomar plena conciencia de lo que implica esta realidad, de cómo el Señor, por medio de su Iglesia elige y consagra a hombres que perpetúan su misión salvífica y sanadora la cual,  parece sobresalir cuanto más frágil y débil a los ojos del mundo resulta aquel que  tiene el poder que ni los ángeles siquiera imaginan.
Durante estas tres décadas he procurado vivir el sacerdocio en tres realidades muy concretas: El mundo de la educación, el mundo de la familia, y el anuncio de la palabra inserta en la liturgia. Para ello, el ámbito de la vida parroquial que tiene plena vigencia en nuestros días, como la más cercana presencia de nuestras Iglesia hacia el –domus ecclesiae-  el hogar familiar…la Iglesia doméstica.
Imploro en esta tarde sabatina aquellas gracias que Nuestro Señor no niega a nuestra Madre del Cielo, que continúe protegiendo mi vida sacerdotal como parte de un don dado por el Señor a su Iglesia, contando como ha sido hasta hoy, con la cercanía y amistad de cuantos por amor a Dios han abierto las puertas de sus corazones y de sus hogares para que un simple cura de sotana anunciara en todo momento,  lo que un día ya lejano  proclamó el Gran Pontífice: “No temáis, abrid de par en par las puertas a Cristo” (Juan Pablo II, 22 de Octubre 1978) ¡Que Viva Cristo Rey!