sábado, 14 de abril de 2018

El AÑO EUCARÍSTICO NACIONAL


 TEMA  DE  FORMACIÓN  MES  DE  ABRIL  DEL  2018.

Acogiendo la invitación hecha por el Obispo de nuestra diócesis, en vistas a celebrar Año Eucarístico Nacional, luego de treinta y ocho años de realizado el último (1980), disponemos nuestro corazón y mente para profundizar en la persona de Cristo hecho eucaristía en nuestros altares, lo cual sin duda, va a repercutir en innumerables bendiciones al interior de la vida diocesana.

El tiempo de gracia para cada uno y la Patria es la persona de Cristo,  el mismo ayer hoy y siempre. No hay un Cristo del pasado y uno distinto del presente: su mensaje no puede quedar amarrado a una época determinada, ni solo del pasado, ni solo del presente ni solo del futuro, porque “es el mismo” ayer hoy y siempre.

CERRO TORO PARROQUIA PUERTO CLARO
Todo debe procurar hacerse #modo eucaristía, #modo santa misa desde la cual,  emerge y hacia la cual convergen,  toda la vida pastoral de la nuestra Iglesia. Más allá de ser sólo y primariamente una realidad “identificadora”,  la Eucaristía constituye la esencia de la Iglesia, de tal manera que sólo podemos hablar de un genuino espíritu católico desde la participación: frecuente, reverente, ordenada y comunitaria.

Señala un antiguo escrito anónimo ruso que “cuando Cristo se hace presente el tiempo se detiene porque la eternidad ha llegado”. No corresponde entonces hablar del “Cristo de hoy” ni del “Cristo de ayer”, pues con ello se desconoce la presencia permanente que ha tenido a lo largo de dos milenios, en la vivencia de una tradición cuya vigencia y vitalidad hunde su ser en la promesa hecha por Jesús al momento de ascender: “Yo estaré con vosotros todos los días” (San Mateo XXVIII, 20).

Hace un par de años celebramos el “Año de la Misericordia” en la cual el actual romano pontífice invitó a “reencontrar” la misericordia al interior de la vida pastoral de la nuestra Iglesia. Muchas iniciativas hubo. Algunas han perdurado en el tiempo y otras quedaron como buenas intenciones.

Ahora, luego de haber destacado la presencia de Cristo en el prójimo, el Año Eucarístico Nacional apunta a “reencantar” la denominada piedad eucarística, la cual supone el reconocimiento a la presencia “real y sustancial” de Jesús sobre nuestros altares, custodias, patenas, bandejas de comunión  y sagrarios.

En efecto, Cristo subsiste en cada una y en toda la hostia consagrada.A lo largo del ministerio sacerdotal, me ha tocado conocer sólo a una persona que cuestionara la presencia de Cristo en el prójimo, pero he visto sinnúmero de personas que ante el Santísimo Sacramento permanecen indiferentes, no mostrando interés ni deseo alguno de recibirle, evidenciando que la creciente apostasía ya no combate contra Cristo sino que soslaya su presencia como algo irrelevante y no incidente en la vida cotidiana. La creciente secularización se ha nutrido del vacío de nuestros templos y el silencio en nuestros altares.

El Año Eucarístico  debe ser una ocasión de “sacar brillo” a esta devoción centrada –especialmente- en la misma persona de Jesucristo. La piedad a Jesús Sacramentado, que se da en un acto de adoración reverente, antes, durante y después de cada Santa Misa, se asemeja a un cirio que,  aunque se consume en el silencio,  es capaz de irradiar su calor y luminosidad a todo lo que está a su alrededor, del mismo modo, el espíritu reverente y los diversos actos de culto eucarístico necesariamente van a predisponer a una diligente, creativa y amplia manifestación de las obras de caridad, a la que nos invita el Señor en el Evangelio. En consecuencia, la auténtica piedad eucarística se traduce en el amor al prójimo.

Evitando tener una visión nacida del espíritu maniqueo ni desde una filosofía hegeliana es importante distinguir en el presente Año Eucarístico Nacional entre lo principal y lo importante, pues la piedad y la caridad van de la mano, no se excluyen pero son ordenadas. Así dice San Bernardo de Claraval que “la caridad para ser verdadera es ordenada”.

Los mandamientos de Dios son todos importantes, pero los tres primeros se dirigen a la persona misma de Dios, por ello,  las faltas cometidas a este respecto suelen ser graves siempre, no así en lo que se refiere al prójimo y sus bienes, en lo cual puede encontrarse mayor parvedad.

Por tanto, debemos abocar nuestros mejores esfuerzos, la mayor creatividad, y el uso generoso de recursos en orden a realzar la presencia eucarística de Cristo para que sea: más buscado, más descubierto y más vivencializado.

PADRE JAIME HERRERA DIÓCESIS VALPARAÍSO

Para que la Patria se replantee ser una sociedad más fraterna y equitativa es necesario  que mire a Jesucristo, “la piedra que desecharon los constructores es la piedra fundamental” (Salmo CXVII). Una mayor confesionalidad, en Cristo que es el Corazón de la Iglesia, que implica una vivencia más honda y permanente de la fe,  nos hará estar más disponibles y serviciales a todos nuestros hermanos.

De ahí surge el lema dado para este Año Eucarístico: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? (San Alberto Hurtado). La respuesta es evidente. Por esto instituyo en camino para “parecernos a Él” por medio de la oración, los sacramentos y las diversas prácticas de piedad, que tanto bien hacen a nuestra alma. Es tiempo, por lo tanto de: Confesarse, de ir a la Santa Misa con mayor frecuencia, comulgar debidamente  preparados y dispuestos, y –por cierto- hacer apostolado desde cada comunión bien recibida. En realidad, el católico en este mundo nunca será capaz de ahondar plenamente en las grandezas que encierra el misterio eucarístico, celebrado desde aquella Ultima Cena en Jerusalén. “El exceso de la bondad es el menos peligroso de los excesos” (S.S. Pablo VI). La medida del amor es amar sin medida (Concilio de Trento) y eso se experimenta en cada Santa Misa donde el Dios eterno hecho hombre viene en figura de lo perecedero, y nos concede el don inestimable de múltiples gracias concedidas a la medida de la grandeza de Dios y no a la medida de las súplicas del hombre. ¡Dios siempre puede más!

El mejor antídoto para tantas debilidades y miserias evidenciadas a algunas diócesis de nuestra Patria que han quebrado las confianzas, por pecados y delitos, es –una vez más- volver a lo esencial…es decir, a mirar a Cristo en nuestros altares y sagrarios por medio de la adoración, a recibir la comunión frecuente y reparadora de tanto pecado. Así lo recordaba el actual Sumo Pontífice a los Obispos respecto del valor de la oración ante el Santísimo Sacramento: “La primera tarea del obispo es estar con Jesús en la oración. La primera tarea del obispo no es hacer planes pastorales…!no, no! Rezar, esta es la primera tarea. La segunda tarea es “ser testigo, es decir, predicar”…predicar la salvación que el Señor Jesús nos ha traído. Estas dos tareas no son fáciles, pero que son precisamente las que hacen fuertes la columna de la Iglesia. Si estas columnas se debilitan porque el obispo no reza o reza poco, se olvida de rezar; o porque el obispo no anuncia el Evangelio, se ocupa de otras cosas, la Iglesia se debilita, sufre el pueblo de Dios, sufre porque las columnas son débiles” (S.S. Papa Francisco , Capilla de Casa Santa Marta 22 de Enero 2016).

¡Que Viva Cristo Rey!





lunes, 9 de abril de 2018

CULMINANDO EL VÍA LUCIS DE LA OCTAVA


    SEGUNDO DOMINGO / TIEMPO  DE PASCUA.

1   “Estando con las puertas cerradas”.

Las apariciones de Jesús a sus discípulos distan una semana una de otra: en efecto, una fue la tarde de Pascua y la siguiente fue “después de ocho días”. Este relato nos muestra que el don de la fe viene de manera diferente a  personas que son diferentes: Juan, el menor y predilecto del Señor creyó ante la evidencia de la “tumba vacía”; María Magdalena cree cuanto el Señor “la llama por su nombre” ; los discípulos creyeron “al ver al Señor resucitado” comer un trozo de pan; Tomás sólo lo hace “al tocar las manos y costado” del Corazón de Jesús; los peregrinos de Emaús “en la fracción del pan”.   Ellos como cada uno de nosotros somos llamados a creer de diferentes maneras ¡para creer lo mismo! Distintas miradas hacia un mismo origen.

CURA PARROCO DE PUERTO CLARO CHILE

Luego que las mujeres regresaron corriendo a contar lo visto y vivido ante el sepulcro vacío, los apóstoles estaban “con las puertas cerradas” en el cenáculo de Jerusalén. Era obvio, si ya existía al momento del procesamiento de Jesús la sospecha que el impostor condenado tenía varios seguidores, incluso recriminaron a uno que terminó negándolo en tres ocasiones…más, por toda aquella cosmopolita ciudad, porque los sucesos ocurrieron durante los días de la principal fiesta nacional hebrea como era la Pascua, el falso rumor esparcido por los guardias se había diseminado como reguero de pólvora por la ciudad. Esto les hizo ocultarse por el temor a correr la misma suerte del Señor: ser puestos en una cruz hasta morir o desangrados o asfixiados.

Las “puertas cerradas” manifestaban un temor sí, pero también evidenciaban que a Cristo resucitado ninguna  petrea realidad ni una simple llave le impediría su manifestación victoriosa sobre las tinieblas de la muerte que suelen tener el sello de la incertidumbre, de la soledad aún vivida en comunidades, y de la cerrazón que es consecuencia del pecado: “y estando las puertas cerradas donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos (v.19).

El miedo al que se refiere el Evangelista no era menor, por algo lo cita, aún más si es por una razón –también- personal del propio San Juan: todos ellos parecen dejarse conducir por la irreversibilidad humana de la muerte. Temen que el bien obrado por el Señor, que las múltiples gracias concedidas en tantos milagros, que las propias palabras de Jesús anunciando su regreso, simplemente se las hubiese llevado el viento del fracaso.

Las “puertas cerradas” indican temor e ignorancia. En ocasiones es el miedo a quienes detentan el poder en el mundo. ¿Qué pensarán? ¿Qué dirán? ¿Qué harán? ¿Le agradará o tal vez, molestará? Son cuestionamientos que todos alguna vez nos hemos hecho ante una decisión que tomar respecto a quien detenta algún grado de autoridad.

Con excesiva liviandad de juicio y en ocasiones con la facilidad de dejarse formar por la simple información carente de todo acto de discernimiento, terminamos repitiendo como algo nuestro, diversas afirmaciones simplemente por el hecho que “lo dice alguien”, o bien, porque “lo dicen muchos”. Cautivados por la imagen individual o la masa colectiva, nuestros criterios y verdades parecen cambiar según sean los “vientos que imperan”. Frente a las voces tumultuosas preferimos guardar silencio haciendo que Cristo sea nuevamente estigmatizado y la verdad del resucitado sea discriminada por los antidiscriminación. ¿Quién es capaz de responder públicamente la inmensa cantidad de ofensas y amenazas que actualmente hacen al mundo creyente en las Redes sociales diversas personas bajo el pretexto de defender supuestas minorías?

¿Seremos capaces desde la evidencia del Resucitado hacer ver al que se tiene por discriminado y es abiertamente discriminante que el amor vence siempre y puede más que nuestro pecado?

Nuestro Señor entra en los espacios cerrados de nuestra vida.  Ya no se muestra en los sepulcros sino en medio de la vida y de la existencia cotidiana. Es en la Iglesia, donde Jesús escogió hacerse visible, presente y vivo en el mundo actual, por lo que la luz del resucitado ilumina los más ocultos y cerrados espacios del miedo y la ignorancia para hacerlos espacios habitables a la caridad, a la verdad, y a la vida.

¡Abrid las puertas al Redentor! Fue la gran invitación que hace más de tres décadas hacía el Magno Pontífice venido de un país lejano. 

MISA PRIMER VIERNES BOSQUES MONTEMAR

 .     “Paz a vosotros”.

Tal como suele acontecer con las bendiciones del cielo, la iniciativa  la toma el Señor. Es Él quien primeramente saluda con una invitación que cambiará la actitud y vida de aquellos -temerosos apóstoles- vespertinamente presentes: el tradicional saludo semita de Shalom indica que es un regalo del cielo la ausencia de conflictos.

Entonces, ¿qué era la paz para un judío? Primero, era un buen saludo, un buen deseo. Más que ser la simple ausencia de peleas, consistía en un deseo de bienestar amplio, donde el alma esté plena y grata permanentemente. Como procurando decir a todos una realidad que no puede quedar bajo llave: ¡Soy feliz! Una felicidad que abarca toda la hondura de nuestro ser, por lo que no puede poseerse bajo encierro.

Hay tantos “salfates” (+) en la actualidad que contagian tristeza y pesimismo: se gozan en anunciar día a día el nuevo terremoto, la sequía, la inundación, como consecuencias de intrigas. Mas su mensaje es estéril porque sólo gira hacia la desventura, el nuestro, el de los creyentes, el de quienes hemos sido invitados a ver al Resucitado pasa las crisis, supera los pecados y aplaca los males: No lo olvidemos ni callemos: ¡Cristo ha resucitado!

+ Comentarista televisivo nocturno que lucra con anuncios de intrigas palaciegas y catástrofes naturales en Chile.

3.      “Trae tu mano y húndela en mi corazón”.


      DON JAIME HERRERA COLEGIO MONTEMAR


Mas, las palabras no fueron suficientes entonces incluso las pronunciadas por el Señor, como no lo son tampoco en nuestros días y repetidas con insistencia por su Iglesia Santa: por ello dice en plural “les mostró las manos y el costado”, pues toda gracia es de suyo dada en beneficio de todos los bautizados, y lo que uno recibe como don de modo misterioso se comunica en beneficio de toda la Iglesia, en especial de aquellos miembros más debilitados y necesitados de la gracia. Nunca ahondaremos suficientemente en la grandeza del Corazón de Cristo que tuvo la delicadeza de aceptar el desafío que el apóstol Tomás le planteó al momento de procurar hundir su mano en aquel cuerpo ya resucitado. Aquel exigió ver y tocar a Cristo y Él se lo concedió: aún más, Jesús no condena en Tomás su falta de fe, sino que le proporciona lo que le ayuda a crecer en la fe.

Las heridas visibles de su cuerpo ya resucitado confirman que cumplió su promesa y que ha salido victorioso del poder hasta entonces omnímodo de la muerte. De modo misterioso el cuerpo de Cristo es como el nuestro –pero- a la vez, diverso del nuestro: puesto que, por una parte “come un trozo de pescado asado” y por otra “traspasa una puerta estando ésta cerrada”.

Cuatro son las nuevas características del cuerpo humanizado y resucitado del Señor Jesús: “incorruptible, glorioso, poderoso y espiritual”, tal como lo describe el Apóstol San Pablo (1 Corintios XV, 42-44). Hemos de añadir el carácter físico de aquel cuerpo porque el mismo Cristo muerto en Cruz fue resucitado del sepulcro: ¡la misma persona crucificada fue resucitada!

El mandato de continuar la misión de Cristo dada en principio a sus Apóstoles va revestido de una gracia, de un carácter, de un “empoderamiento” –en expresión actual- que les permitirá, si están en plena comunión con Él, actuar realmente “en su nombre”: la autoridad del que es mandado es igual a la del que mandó, así, Dios Padre está totalmente presente en la obra de Jesús; a la vez que nuestro Señor estará plenamente presente en el ministerio de sus apóstoles, por esto: “Sopló y les dijo. Recibid el Espíritu Santo” (v.22).

Sólo en el momento en que Cristo “respira en el alma de sus discípulos” estos se ven con la entereza de abrir las puertas de salir a la calle, y anunciar vivamente la resurrección del Señor:

Hasta ese momento todo era lamento, silencio, pesadumbre y nostalgia paralizante, a partir de aquel encuentro con Jesús Resucitado todo cambió para ellos, pues con resolución hasta el martirio no vacilaron y conjuntamente “se levantaron y pusieron en camino”.

Amén.

   

lunes, 2 de abril de 2018

Registro de imágenes Semana Santa en Puerto Claro 2018





“RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS”


SOLEMNIDAD DE LA RESURRECCION DEL SEÑOR.

1.     “Surrexit enim sicut dixit” (San Mateo XXVIII, 5).

Los cuarenta días de cuaresma, en un tiempo eminentemente penitencial, dieron paso a la llegada triunfal del Señor a Jerusalén, donde los más pequeños habitantes de la cosmopolita ciudad recibieron al Señor reconociéndolo como el Mesías esperado. Tras cada uno de sus saludos se encerraba el reconocimiento al Hijo de David que viene en nombre del Señor nuestro Dios.

Con ello, implícitamente anunciaban lo que sus ojos veían: a Cristo, perfecto Dios y hombre que en la intimidad de un templo, al inicio de su predicación señaló con toda claridad: “Hoy se ha cumplido esta palabra”. Por lo que a las puertas de Jerusalén aquel día estaban junto a los pequeños y sencillos, una multitud de enfermos, endemoniados, y pecadores, que a lo largo de los tres años de la vida pública de Jesús habían sido plenamente restablecidos en su grandeza y dignidad.

En efecto, creados “imagen y semejanza de Dios” como consecuencia del pecado original, muchas generaciones habían alzado un mundo que paulatinamente se había alejado de su Creador y Dios. Cada vez más hondamente la denominada “ciudad de los hombres”, que hoy llamaríamos ciudadanía, había ido dando la espalda a los designios y mandamientos de Dios, hasta que, en la plenitud de los tiempos, “el Verbo se hizo carme y habitó entre nosotros”.

Al inicio de nuestra Semana Mayor, como aquellos que recibieron y a quienes sanó de sus dolencias,  pudieron ingresar, fuimos convocados a participar de cada acontecimiento, que encerraba un aroma de eternidad, de vida sobrenatural y de insondable misterio, con lo cual fuimos experimentando la maravilla de ser partícipes en primera persona de cada momento descrito en los santos evangelios,  no ya como ajenos y lejanos espectadores,  sino –ahora- como testigos y protagonistas de lo que fue sucediendo.

PADRE JAIME HERRERA/ CARDENAL JORGE MEDINA

Por cierto, lo que el Señor hizo lo realizó por cada uno de nosotros: “Me amo y se entregó por mí”. Al mirar los signos de su realeza diversa de las de este mundo como fueron su corona, los tres clavos, la lanza que traspasó su Sagrado Corazón, el manto de purpura sanguíneo que cubrió todo su cuerpo, se pudo descubrir que realmente Cristo “nos amó hasta el extremo”.
No se trata de detenerse en  las actitudes de aquellos que estaban alrededor de los hechos el viernes y sábado: Un discípulo cercano que por treinta monedas vendió al Señor para obtener su condenación en el infierno; un pusilánime Simón Pedro cuya voluntad gelatinosa renegó contumazmente de Cristo en tres oportunidad, nueve discípulos que declaraban morir por el Señor ahora sepultaban dichas promesas entre los recovecos de la ciudad; empoderados  servidores públicos que aplicaban indultos injustos a Barrabás y condenas cobardes a Jesucristo; una ciudadanía vociferante en la cual sepultada la virtud florecía lo peor de cada uno, nivelando para abajo y no para arriba.

Todo esto es un llamado a cada uno de los que ahora, en esta Noche santa, celebramos la Madre de las Vigilias, en la cual entramos por otra puerta.
El domingo pasado por la puerta que se abrió para que ingresara Jesús camino a la Cruz; ahora la puerta de un sepulcro que se abre para que entremos en el misterio de Jesús ya Resucitado.

Sin duda, la resurrección gloriosa de Cristo es fundamental para interpretar toda su vida, y es –además- el fundamento de nuestra fe, puesto que sin aquella manifestación de la divinidad y de su humanidad, vana habría quedado nuestra fe, puesto que en ella, tenemos la certeza de la posibilidad, de nuestra futura Vida Eterna, junto al amor de Dios en el Cielo. Por tanto, esta fiesta de Pascua de Resurrección es la fiesta de nuestra Redención.

En la misma debilidad humano de los testigos de la resurrección esta iniciada como un icono perfecto, la certeza de la presencia del Señor ya resucitado. Hemos visto que eran tan simples, tan desprovistos de los poderes y capacidades de la cultura actual, tan circunscritos al ámbito que vivían diariamente…nada de “conocer el mundo”…”nada de espíritus cosmopolitas”…”nada de muy versados”.
Y,  anclaron su certeza en testimoniar lo que aconteció un día como hoy a estas mismas horas: Un sepulcro vacío pregonaba al mundo entero que realmente la vida, la gracia, la fidelidad, habían vencido el poder hasta entonces aparentemente total de la muerte, había nutrido cada fibra del alma con el poder venido de lo alto, y daba sentido a quien focalizaba su existencia en el poder del Señor.
  
En efecto, se cumplió lo que nos enseña el Apóstol San Pablo: “Sólo cuando soy débil entonces soy fuerte”, certeza ante la cual el incrédulo como el creyente pueden constatar que aquella Iglesia , fundada por el Señor, luego del misterio de la resurrección, se ha ido expandiendo a través de los siglos, y filtrado en cada sociedad, por todo el mundo, en sus estructuras y realidades más diversas en virtud de la unidad de la fe fortalecida en este día santo, que ilumina la noche más oscura con una claridad que no tiene ocaso.

Como la luz que emana de nuestro cirio pascual parece impregnar cada rincón de nuestro templo, de la misma manera de verdad de Cristo, de la cual nuestra Iglesia es garante y servidora fiel, ha de ser irradiada de palabra y acción por cada uno de nosotros, llamados a ser testigos del resucitado en medio de nuestro mundo.

Quizás, como los apóstoles humanamente constatemos lo limitado de nuestras fuerzas, de nuestras capacidades, de las virtudes y los talentos. Y, es así probablemente. Mas, nuestros poderes, nuestras certezas, nuestras convicciones no están sujetas a los requerimientos mundanos ni son validados por las eventuales aprobaciones de las mayorías siempre mutables. Nuestras rodillas y nuestras conciencias sólo se han de doblar ante Jesucristo y sus enseñanzas dadas en la consonancia bimilenaria de su santo magisterio.


                                                                            SACERDOTE JAIME HERRERA


2.    “Cuando aún estaba oscuro” (San Juan XX, 1).

Enseña el Papa San León Magno que Jesús como buen hijo y fiel amigo “se apresuró a resucitar ¡cuánto antes! Porque tenía prisa en consolar a su madre y a sus discípulos: estuvo en el sepulcro, solamente los días necesarios para cumplir las antiguas profesáis”. Resucitó al tercer día, pero destaca el evangelista que aconteció “al amanecer”. Por cierto, los hijos conocen mejor que nadie las necesidades de quien los trajo al mundo, y una madre sabe perfectamente las necesidades de sus hijos. En consecuencia, no ha de extrañarnos que Jesús tuviese esta delicadeza hacia cada uno de sus seres queridos. Había mostrado una caridad diligente ante la viuda de Naim; había demostrado afecto y tristeza ante la partida de su amigo Lázaro en Betania; había llorado por el futuro de su Patria…ante ello, nos debemos preguntar:

¿Qué haría Cristo hoy en nuestro lugar? ¿Seremos capaces de tener una diligencia similar a la que tuvo hacia su familia y amistades? ¿Tenemos el cuidado atento de ir donde los conocidos y cercanos que están pasando por alguna dificultad espiritual o material?

Saquemos como propósito, que al inicio del Año Eucarístico Nacional, como fruto de estos días de resurrección, tengamos una presteza afectiva y efectiva, hacia padres, hermanos, abuelos, primos, y amistades.

Que ellos no dejen de ver en cada uno de nosotros, el ideal del bautismo hecho presencia eficaz en el mundo, en los pequeños pero importantes momentos de la vida diaria; busquemos a la luz de lo que Dios nos pida, los instantes propicios para asumir con propiedad nuestra identidad, cual es: “ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”.

No tenemos otro camino: o de la luz o de la oscuridad, de la vida o de la muerte, de la gracia o del pecado. Ante el resucitado no caben medias tintas ni corazones divididos…De Diosa o del mundo.

3.    Instaurare omnia in Christo (Eph.I, 10).

Ante el mundo que vive de apariencias; ante el mundo donde los valores son invertidos; ante el mundo donde la fe es recortada y mutilada…el misterio de la Resurrección de Cristo nos invita a colocar al Señor en las entrañas mismas de todas las cosas.

Dice un antiguo canto que hemos entonado en este tiempo: “A Dios queremos en nuestras leyes, en las escuelas y en el hogar”. Hoy, el Señor nos pide mirarlo a Él de frente y procurar fielmente caminar junto a Él.

Y, así en medio de una sociedad que presenta leyes que violan los mandamientos de Dios y mancillan el orden natural con sus imposiciones decimos: “A Dios queremos en nuestras leyes”.

Ante la secularización de la sociedad, antaño mayoritariamente confesional hoy ampliamente paganizada, queremos una educación valórica, moral y religiosa que respete a Dios y al prójimo, procurando que en nuestras universidades sean el cultivo de quienes defiendan la vida desde su concepción y eviten promocionar silencio de los inocentes por nacer, decimos: “A Dios queremos en las escuelas”.

En medio de una sociedad que permite legalmente el suicidio de sí misma, al favorecer la propagación de lo que Juan Pablo II denominó “el cáncer de vida hogareña”, decimos: “A Dios queremos en la familia”.

Imploremos a Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, que la alegría de esta Noche Santa se multiplique a tantos lugares donde el dolor e incertidumbre parecen haberse apoderado de naciones enteras. Sólo Cristo Vivo puede cambiar el sentido de una lágrima de dolor en fuente inagotable de felicidad. ¡Que Viva Cristo Rey!
 

SACERDOTE JAIME HERRERA