domingo, 29 de junio de 2014

Conferencia del R.P. Jorge González Foster (s.j)


CONFERENCIA DEL R.P. JORGE GONZÁLEZ FOSTER (S.J) SOBRE “LA FORMACIÓN HUMANA EN EL COLEGIO, IDEAL Y DESVIACIONES”  (28 DE MAYO DE 1982).

El que funda un Colegio de Educación Secundaria, como el que ofrece sus conocimientos y su capacidad para colaborar en él, están mirando, al mismo tiempo, a un niño que ven con los ojos del cuerpo, y a un hombre que intuyen allá lejos, con los ojos del alma.
El niño, o el adolescente, que se presenta ante sus ojos, no depende del Colegio ni del educador: sus padres se lo ofrecen como es: alegre o triste, dócil o rebelde, locuaz y abierto,  tímido y cerrado, inteligente y rápido, o lento y torpe para aprender, egoísta o generoso.
Dios le dio sus cualidades, y su hogar y la vida fueron moldeando su alma y sus actitudes. Y en todos los niños hay valores y cualidades, que pueden enriquecerse, que pueden desarrollarse, que pueden transformar totalmente la imagen y el corazón del educando.
Y eso es lo que al mismo tiempo está mirando, allá lejos, el educador. A ese mismo niño, que continúa siendo la misma persona, pero que se ha enriquecido y transformado, no sólo con los conocimientos y normas aprendidos en el Colegio, sino principalmente con el crecimiento y evolución armónica de todas las posibilidades que Dios depositó en su alma y su cuerpo.
Porque el niño que entra al Colegio, no es ni un trozo de mármol, para que lo labre el escultor según su inspiración, ni una obra ya hecha que sólo hay que vestir y adornarla. Sino un ser vivo y palpitante, que crece, que cambia entre sus manos, que se resiste y que lucha, que se entrega y se da.
Por eso, ya en el siglo IV San Basilio Magno escribía: “Antes que al mejor escultor –y San Basilio conocía las estatuas de Fifias- antes que el mejor pintor –y pensaba en Apeles- yo pongo delante a aquel que es capaz de transformar las almas de los adolescentes”.
Porque la niñez y la adolescencia son esa etapa tan hermosa de la vida, abierta a todos los ideales, libre todavía de tantos contagios malsanos y de tantos intereses sórdidos.
Y cuando el educador, enamorado de su tarea, a pesar de todas las incomprensiones, a pesar de todas las repulsas, a pesar de todos los fracasos, sigue mirando hacia adelante, tratando de impulsar y encauzar lo grande y lo noble  que hay en el alma de todos los niños, entonces el educador, siente en sí mismo la incomparable satisfacción de una paternidad, que sólo viene de Dios.
El educador los ve, ya grandes, fuertes, firmes en sus convicciones, con sus debilidades y limitaciones, pero ricos de ideal y luchando por una superación.
¿Quién se atrevería a negar que ése, o aquél,  o el de mas allá no llegará a ser quizás un sabio, tal vez un profesional  distinguido, a lo mejor un jefe visionario, por qué no un héroe, o un artista de genio, acaso un apóstol ardiente,  un santo? ¿Por qué no?
Pero no pretendemos que todos o algunos sean sobresalientes, como algunos que hemos conocido y que antes fueron niños como ésos que están ahí, entrando al Colegio. La mayoría no van a empinarse sobre los demás, por los destellos de sus talentos, ni por las realizaciones de sus vidas. ¿Y no podrán ser ciudadanos amantes de su Patria, funcionarios correctos y serviciales, buenos padres de familia en su hogar, trabajadores honrados, amigos leales, en una palabra, “hombres” en la plenitud de la riqueza que este concepto encierra?
Porque el auténtico humanista es aquel que, conociéndose a sí mismo, aspira a ocupar en la sociedad el papel que le corresponde, entregando a los demás, sin egoísmo, todo lo que la naturaleza le ha dado, para el bien común; sin pretender, por ambiciones desmedidas, ocupar el puesto y la función para las que no está dotado.
El humanista es un enamorado de la verdad: que la investiga con su entendimiento, que la goza con el placer supremo de la contemplación; que la ama como el descanso de su espíritu; y que la comunica con la fruición de la generosidad.
El humanista siente la belleza: goza en sus manifestaciones; estimula las artes que la crean; comparte sus dolores y se exalta con sus triunfos.
El humanista ha disciplinado su mente: para entender con profundidad, para comprender con amplitud, para discurrir con seguridad, para concebir con precisión, para intuir con audacia, para retener con tenacidad, para formular con exactitud para expresar con claridad y aun con elegancia.
El humanista sabe ser inteligente: sin aislarse de las realidades concretas; sabe volar con alas de la fantasía, sin apartarse de los caminos del buen juicio; sabe amar las abstracciones del espíritu, sin despreciar el trabajo de las manos encallecidas; goza y se embriaga con las más puras manifestaciones del arte, pero con los pies en la tierra; sabe apreciar la técnica, sabe admirar la ciencia, sabe reverenciar el trabajo.
Se dirá tal vez que ese ideal de humanismo responde a otras épocas, que no es de nuestro siglo, que no es de nuestro medio: y que, en todo caso, no se ve cómo realizarlo.
Lo que pertenece a la esencia de las cosas, no cambia ni con el tiempo, ni con las circunstancia, ni con los caprichos y errores de los hombres. Porque, como dijo el poeta: “mientras exista una mujer hermosa, habrá poesía”, así también podemos decir: “mientras existan hombres en el mundo, habrá humanistas”.
Y por eso,  siempre será verdad que la meta de un Colegio, tiene que ser, fundamentalmente, el desarrollo armónico de todas las facultades, potencias y habilidades que hay en el adolescente, no en orden a una utilización inmediata de los conocimientos adquiridos, sino en orden a una plenitud de vida humana, en el cumplimiento de la vocación de cada uno en la sociedad.
Y por eso, para desarrollar sus valores morales, todo el sistema de vida del Colegio tiene que ayudarle a afrontar las propias responsabilidades, sin miedo, sin achicarse, con grandeza de alma; y a superar las dificultades con energía, constancia y honradez.
El adolescente tiene que aprender por experiencia, que el éxito no se obtiene sin esfuerzo y sin dificultades; que las dificultades se superan, aunando la habilidad y la inventiva con el empeño y la constancia; que la constancia exige sacrificios; y que los sacrificios son los que dan la más auténtica felicidad y los que van haciendo la grandeza del alma.
¿Cómo va a formarse esa grandeza del alma, si el alumno ve y siente que día a día van ablandándose las pruebas, van disminuyéndose los días y las horas de clase, y van sustituyéndose los objetivos que implican el esfuerzo de la síntesis, por controles que miden más bien habilidades y destrezas…o suerte?
¿Cómo pretender que se desarrollen armónicamente la inteligencia que penetra, la mente que comprende, el talento que intuye, la razón que juzga, la memoria que retiene, la imaginación que crea, la sensibilidad que vibra, el entusiasmo que dinamiza, si los planes de estudio, si las materias de los programas, si los métodos de la enseñanza, no contribuyen a ese desarrollo armónico de las diversas facultades?
Un plan de estudios tiene que ser completo y coherente: de acuerdo con los fines de la educación en la etapa correspondiente. No puede subordinarse a otras consideraciones de utilización momentánea, o de prejuicios injustificados.
Un plan de estudios tiene que contemplar una proporción de ramos que tienden más al raciocinio analítico más abstracto, como las matemáticas, la física y la filosofía, con los ramos que introducen al alumno en el criterio científico, que surge de la experimentación positiva: tiene que situar al alumno en el mundo de los hechos históricos y de su influjo en la cultura y desarrollo de los pueblos, dándole a conocer al mismo tiempo, las características del mundo físico que habitamos con sus posibilidades para la vida más humana de los hombres; y relacionarlo con éstos por el dominio del idioma propio y algún conocimiento de otras lenguas; tiene que desarrollar su sensibilidad y sus habilidades, haciéndolo gustar de las más puras manifestaciones de las diversas artes y poniéndolo en contacto con las diversas técnicas y contribuyendo a desarrollar las cualidades de su cuerpo.
Así, un plan de estudios, completos y coherente, tiende a formar hombres, en los años maravillosos de la segunda infancia y de la adolescencia.
Un plan de estudios así, no tiene por qué ser necesariamente rígido; ni uno solo para todos en la nación. Puede haber diversos planes, que tiendan a un mismo fin, acentuando más o menos determinados aspectos de la formación humana; y un mismo plan puede ser modificado, en la medida en que la experiencia y las circunstancias indiquen la convergencia de algunos cambios accidentales, como podría ser reforzar algún ramo con mayor número de horas o trasladar una materia de un curso a otro.
Pero alumnos y profesores de un Colegio no deben estar sometidos a la inestabilidad de cambios frecuentes de planes, que, como en un carrusel, van pasando, sin dejar nada más que la impresión de que no hay claridad de ideas, ni visión de objetivos.
Y no se diga que la ciencia avanza, y que el mundo cambia. Podrán y deberán cambiar los contenidos de algunas asignaturas. Pero la estructura misma de los planes no tiene por qué cambiar, como lo vemos con admiración en algunos grandes colegios de Europa, donde los planes de estudio han sido los mismos, por generaciones; y los padres han podido acompañar a sus hijos en los estudios, a través de los mismos libros que ellos tuvieron en sus manos.
Y tocamos el segundo de los tres factores que forman la trama de la enseñanza y formación intelectual en un Colegio: los programas de las materias de clases.
Los programas tienen que cumplir una doble función: primera, guiar al profesor, para indicarle cuáles son los conocimientos y habilidades que el alumno debe adquirir a través de la materia, para realizar el ideal de formación humanística. Y la segunda, señalar con precisión, sobre todo en aquellos ramos que van continuándose a través de varios años, cuáles son aquellos conocimientos y habilidades que el alumno necesita haber asimilado, para poder seguir con éxito las etapas siguientes.
En cuanto a lo primero, es evidente que los programas deben ser amplios y ambiciosos. Ni importa que alguno o varios puntos no alcancen a ser tratados. El profesor tiene que gozar de libertad y de iniciativa para encauzar su trabajo y la marcha progresiva de su curso, a través de tal o cual aspecto de la materia. ¿Y si pasa menos materia que en otro Colegio? ¿Qué importa, si no se han dejado temas fundamentales, y si se ha dominado bien la materia tratada? Si con ella los alumnos han adquirido y asimilado ideas que les serán toda la vida como pilares y puntos de referencias inconmovibles. “Non multa, sed multum”: no muchas cosas, sino muy a fondo, recomendaba aquel pedagogo innato que fue San Ignacio de Loyola.
Pero esta libertad con que debe moverse el profesor dentro de sus programas, no significa que no haya de respetarse aquella segunda función de éstos: en todos aquellos ramos que se enseña en forma graduada, en varios años, tiene que haber una clara y precisa determinación de lo propio de la materia en cada año, y de aquellos conocimientos insustituibles, que forman como los grados por los cuales se va subiendo, y sin cuyo dominio no debería pasar al curso superior.
Por no exigirse esta norma, ¡Cuántos profesores de matemáticas o de ciencias, en cursos superiores se quejan porque sus alumnos, al aplicar las leyes científicas a problemas concretos, los resuelven mal o no pueden intentar resolverlos, porque se equivocan en las multiplicaciones con fracciones o en las operaciones con decimales, y tienen que gastar horas de clase en enseñar materias de cursos inferiores¡

¿Tienen que ser los programas uniformes en todo el país? No necesariamente. Para todos los Colegios que siguen un mismo plan de estudios, debe haber un paralelismo bastante estricto, a fin de que los alumnos que, por  diversas razones se cambian de un Colegio a otro, puedan empalmar bien en los diversos ramos y seguir sus estudios con provecho. Pero para conseguir este resultado y obviar esa dificultad, sólo se requiere que los niveles mínimos en los ramos escalonados, sean exigidos con rigor para la promoción de curso.
Y ahora pasemos al complejo tema de la metodología, que incluye los sistemas de evaluación, información y promoción.
En primer lugar, recordemos que no existe el sistema completo, perfecto, siempre mejor que todos los demás. La metodología no es un fin en sí mismo, sino un medio o conjunto de medios; y como todos los medios, puede ser reemplazado por otros, puede tener o no tener mejores resultados en determinados casos y para determinadas personas y circunstancias.
En segundo lugar, conviene apreciar debidamente la enorme influencia que pueden tener en el proceso de formación humana, las aplicaciones de diversos métodos de enseñanza y de evaluación, tanto para bien como para mal. No creo equivocarme al afirmar que el deplorable descenso en su formación intelectual, con que egresan hoy día los alumnos de los Cuartos Años medios, comparado con el grado de preparación con que salían hace veinte años los alumnos de los Sextos Años, se debe en gran parte, no sólo a la funesta reforma de planes y programas del año 1965, sino también a los fuertes cambios introducidos junto con ella, en la metodología y en la evaluación.
En tercer lugar, quiero señalar que, dentro de la variedad y flexibilidad de la metodología, cuando un Colegio ha adoptado un plan de estudios, con sus programas precisos y coherentes, y un sistema general de métodos de enseñanza y de evaluación, el conservarlo y defenderlo como patrimonio del Colegio durante largos años, da a ese mismo conjunto de disposiciones prácticas, un valor, un peso de formación, que facilita su realización más perfecta; y por ello mismo, marca poderosamente a los alumnos con rasgos de responsabilidad y seriedad.
Y en cuarto lugar, no olvidemos que, a pesar de las presiones con que influyen las pruebas de admisión a las Universidades; a pesar de las opiniones y actitudes imperantes entre una masa mayoritaria de profesores tímidos y rutinarios, que aceptan mansamente sistemas y métodos que les vienen ya aderezados de parte de autores o grupos pedagógicos; a pesar de todo esto, cada Colegio y cada profesor gozan de una amplia libertad para adoptar su metodología a las necesidades de sus alumnos y a sus propias cualidades de maestro y educador.
En cuanto a este punto, creo que es un deber de hidalguía reconocer en este acto público, que desde hace más de veinte años, se ha ido aflojando poco a poco la asfixiante coraza de acero, con que el llamado “estado docente” oprimió injustamente durante tanto tiempo a educadores y alumnos, impidiéndoles, por terror de los exámenes, el pleno ejercicio de la libertad de enseñanza y la igualdad ante la ley, consagrada en la Constitución de la República.
Hoy día, si un Colegio, si un profesor se amarran y traban con libros de textos inadecuados, o con procedimientos de enseñanza y evaluación contraproducentes, será culpa de su propia responsabilidad, tal vez por falta de iniciativa creadora, tal vez por falta de audacia.

Y planteemos ahora algunos aspectos prácticos de la formación en el Colegio, sus planes y programas, sus métodos y sistemas de evaluación, cuyas modificaciones dependen de la Dirección del Colegio y de sus formadores.
a). Uno de los influjos más perniciosos en la adopción o elaboración de planes y programas, es el inmediatismo: centrar el interés de los alumnos y la línea de selección de la enseñanza en aquello que puede serles útil a muy corto plazo, menospreciando aquellos estudios que tal vez no van a ser nunca utilizados por la mayoría o la totalidad del curso, pero que tienen un valor formativo, sea del discurso intelectual, sea de la cultura humana.
Nunca en mi larga vida he tenido que aplicar o recordar la mayoría de los teoremas que estudié en geometría, ni las reglas de las figuras y modos del silogismo en lógica, ni el procedimiento de obtención del cloro, en Química. Pero, ¡por Dios¡ que agradezco a mis profesores, por las veces que me exigieron el rigor y la precisión en el estudio.
Claro que esto no significa que hayan de descuidarse ciertas materias de aplicación inmediata, que son necesarias para avanzar en cualquier estudio, como las operaciones aritméticas; o para la cultura, como las reglas de ortografía y puntuación.
b). Otra de las desviaciones que en estos últimos años ha causado graves daños en la enseñanza secundaria, en lo que podríamos llamar el “universitarismo precoz”.  El fuerte crecimiento de la población escolar en el nivel secundario, lleva consigo ineludiblemente la ampliación del anhelo y la aspiración por entrar a la Universidad. Las universidades, como es lógico, hacen más severo el nivel de las exigencias, Los Colegios ven a muchos de sus ex alumnos fracasar en la admisión o en los primeros años de universidad. Y entonces discurren, como la mejor solución, especializar a grupos de alumnos que van a seguir tal o cual carrera, adelantándoles materias que son propias de una enseñanza universitaria ya especializada, descuidando la formación general humana.
¡Profundo error! Lo que los alumnos necesitaban no era mayor extensión de conocimientos, medio sancochados, sino mejor formación de estudio: más capacidad de análisis y de síntesis; y en muchos casos, saber leer mejor, saber traducir, saber redactar, saber valorizar el alcance de una definición o el rigor de un raciocinio.
c). Otra plaga que ha azotado a nuestros colegios desde hace algunos años, es la tendencia a la llamada “investigación” científica a nivel escolar. Los profesores no usan textos o no enseñan determinados puntos de la materia, sino que envían a sus alumnos a averiguar donde sea y como sea, los conocimientos de que se trata. Los alumnos parten, cuaderno y lápiz en mano. Si hay enciclopedias en alguna parte a su alcance, copian trozos de ellas, generalmente sin el menor discernimiento; y en algunos casos, recortan el artículo, para copiarlo en la casa con más tiempo.

Si no encuentran enciclopedias, entrevistan a alguna persona, y copian, bien o mal, lo que esta persona les dicta. Y los profesores van acumulando kilos y más kilos de papel, que a veces ni siquiera leen, y ponen algunas notas excelentes, sobre todo si la investigación está bien presentada en su cartulina de color.

No pretendo burlarme de una saludable tendencia a tratar de que los alumnos comprueben en forma experimental las enseñanzas que se les dan, sobre todo en el campo de las ciencias físico-químicas y biológicas. Pero pretender que va a formarse mejor una mentalidad científica, a nivel de enseñanzas básica y media, haciendo perder a los alumnos un tiempo precioso, dándoles una visión falsa de lo que es y ha sido la investigación científica, y dejándolos sin una formulación clara y precisa de la verdad, eso, podrá ser más excitante y entretenido, pero no es formación humana.

d). Y aquí tocamos otra de las más graves desviaciones pedagógicas: el horror a la definición. ¿Será por ese sutil influjo de la filosofía existencialista que lo ha invadido todo en los últimos cuarenta años ; será por un deformado antimemorismo; será por efecto de las formulaciones imprecisas de los programas, escritos en un lenguaje a veces pedante y oscuro. Lo cierto es que hoy día muchos profesores evitan  las definiciones; llegando este nefasto influjo hasta la enseñanza de la Religión en los Colegios Católicos, donde no se les enseñan a los niños los diez mandamientos, porque es como una definición. Cuando, precisamente, una definición bien hecha es el punto de partida y la guía segura de referencia para el desarrollo de todo un tema.

e). Este mismo horror a la definición, junto con otras razones extrínsecas y generalmente no valederas, ha llevado a reemplazar los buenos libros de texto, por cuadernos de apuntes, que se toman en clase, y que después no se leen, o se leen sin provecho, porque están plagados de errores, y muchas veces incompletos, sucios, desordenados.

¡Qué importante es un buen libro de texto! ¡Qué necesario es que los alumnos tengan entre sus manos, libros de diversas materias, en los cuales encuentren los temas bien expuestos, con método, claridad y exactitud! Y que no consista el mérito del libro en la diagramación de flechas y llaves y textos en diversos colores, con gran variedad de tipos de letras y esquemas y dibujos, como si el ser racional necesitara sobre todo asimilar la materia por su presentación plástica, como la presentación de la propaganda de productos comerciales, y no como la aceptación intelectual por una lectura repetida y razonada.

Nuestra juventud no lee; sólo mira y oye; y por eso no sabe, por eso no discurre, por eso no se expresa.

Yo sé que van a decirme que los libros son caros, y que no hay libros adaptados a los actuales planes y programas, que han estado cambiando continuamente. Esta objeción es válida sólo en parte, porque de hecho hay buenos libros de texto; porque se pueden reeditar libros caídos en desuso y que siguen siendo valiosos; y se pueden editar otros nuevos. Y el dinero empleado en aliviar la edición de libros nuevo de texto, será una excelente inversión. Y ese dinero se hallará, si hay voluntad para ello.

Demos libros de texto a nuestros alumnos; libros bien hechos, que tengan lectura y no sólo figuras; y la cultura del país progresará.

f). Quedan todavía diversos puntos concretos, que muestran el desconocimiento de los fines y metas de la educación secundaria, y que frecuentemente son recordados en la prensa, como manifestaciones del apagón cultural, voy a enumerar algunos solamente. La pésima ortografía, puntuación y redacción en  castellano. La incapacidad para traducir, en los idiomas extranjeros. El trauma que significan para alumnos mayores las operaciones con fracciones decimales, que antes dominaban los alumnos de once o doce años. La supresión de la enseñanza del sistema métrico decimal, y de la regla de tres, con su planteamiento y raciocinio: ahora los alumnos quieren recetas, para resolver el problema con las calculadoras, pero sin entender.

El naufragio de los jóvenes ante la ubicación de los hechos y personajes históricos en el tiempo y en el espacio. Y en lugar de todo eso que antes se daba y ahora se ha perdido ¿Qué se ha ganado?

g). Pero aún nos queda una última y gravísima desviación, que está dañando el proceso educativo: todo un sistema de evaluación y calificaciones, con notables fallas.

Muchos profesores casi no usan la interrogación oral, y centran todo el proceso de evaluación en pruebas escritas más o menos frecuentes; y como las notas, con sus decimales, van acumulándose por adicción y promedios, el alumno rara vez hace una síntesis global, con la que tendría una visión de conjunto, cuyas líneas fundamentales deberían  ser lo que va a quedar por largo tiempo en su memoria y en su cultura. Para colmo de males, recientemente se está implantando una nueva reforma, por la cual se suprime la prueba global de fin de año, que tenía algo de ese valor de síntesis.

Y si a esta falla, relacionada con la materia que evalúa, se añade el uso indiscriminado de las llamadas “pruebas objetivas”, que se corrigen mecánica o electrónicamente, y en las cuales el alumno, mediante simples rayas debe manifestar sus conocimientos, sin redactar una frase, sin poder expresar un juicio personal y crítico, guiado las más de la veces por intuición, o adiestramiento y no tanto por raciocinio, entonces, ¿podremos extrañarnos de que nuestros alumnos salgan del  Colegio, sin saber pensar, sin saber juzgar, sin saber expresarse?

Se dirá que las pruebas de composición y redacción exigen de los profesores mucho tiempo para corregirlas. Pero, ¿el alumno está en el Colegio para el profesor, o el profesor para el alumno?

Se dirá que en las pruebas de composición el profesor puede incurrir en muchos errores subjetivos de apreciación, al corregirlos. Pase. Pero, en la confección de las llamadas pruebas objetivas, ¿no entran muchos factores subjetivos? Los autores más calificados en evaluación aseguran que es sumamente difícil preparar buenas pruebas objetivas, con su correspondiente escala de puntaje, para que ellas sean confiables y justas. Pregunta: ¿Todos los profesores tienen el tiempo y la preparación para confeccionarlas?

Para terminar, voy a hacer brevemente algunas reflexiones sobre otro factor, importantísimo, en la tarea de contribuir a formar hombres, de los alumnos del Colegio. Y son los profesores, los educadores.

Que sean ante todo personas enamoradas de su misión, llenas de ideal, optimistas frente al futuro, sacrificados, ya que ninguna obra grande crece, sin el aliento del sacrificio.

Podrán saber más o menos de la materia que enseñan; podrán cometer más o menos errores, porque son humanos; podrán ser más o menos sensibles al desaliento  por las incomprensiones de los demás y las fallas de su propia personalidad.

Pero, si ven en su misión de educadores, más que de simples profesores la noble y opaca misión del sembrador; si, como cristianos, ven en cada alumno un hijo de Dios que ellos deben hacer más plenamente humano, más semejante al Padre; y en sí mismo tratan de reproducir al menos algunos de los rasgos de Aquel que fue llamado por excelencia “el Maestro”, entonces, en este Colegio cristiano se superarán las pequeñeces de los egoísmos en los corazones y en los brazos abiertos por la caridad; y las limitaciones se sobrellevarán con la divina serenidad de los humildes.

Y los que un día entraron aquí niños, sensibles a todos los influjos, y con las pupilas abiertas a todos los resplandores, saldrán con la mirada dirigida hacia la altura para tomar sus decisiones, con el andar firme y decidido del que tiene una fe; con el rico brebaje de conocimientos del que aprendió a estudiar; y con el generoso corazón de aquel que sabe y quiere dar.

jueves, 26 de junio de 2014

El reinado Social del Sagrado Corazón de Jesús. por el R.P. Enrique Ramière, s.i

EL REINADO SOCIAL DEL CORAZÓN DE JESÚS 

 
 

                                                                                                                       R.P. Enrique  Ramière S. I.

Interrogado San Juan, el Apóstol del Corazón de Jesús, por Santa Gertrudis, sobre los motivos que le habían hecho silenciar, en su Evangelio, los tesoros de gracia y de consolación que descubrió en el Corazón de Jesús durante la última Cena, le respondió que tal revelación estaba reservada para los últimos tiempos de la sociedad cristiana como remedio a su languidez y para reavivar su indiferencia. 

Si es verdadera esta promesa, tenemos derecho a creer que el renacer de las almas y la regeneración de la sociedad dependen del establecimiento del Reinado del Corazón de Jesús. Por otra parte, aunque no tuviéramos la seguridad que dicha promesa nos proporciona, no nos cabría dudar de esta afirmación. Nos basta recordar lo que es en sí mismo y lo que significa para nosotros el Corazón de Jesús, para convencernos de que no hay otra fuente donde los hombres y las naciones puedan ir a captar cuantos auxilios les son necesarios para su  santificación  y para su felicidad. 

Desgraciadamente las naciones no quieren comprenderlo y multitud de personas, cegadas por el error, se obstinan en negarlo. Procuremos nosotros al menos, bajo la luz de la verdad, penetrarnos profundamente de ello. En espera de que una amarga experiencia obligue a la sociedad que lejos de ella se debate en dolorosas convulsiones, a volver a esta fuente de aguas vivas, vayamos a buscar en ella la fuerza y la vida. Establezcamos en nosotros el reinado del Corazón de Jesús, a fin de que este divino Corazón pueda entonces servirse de nosotros para extender tan bienhechor reinado a las almas que nos rodean. 

JESUCRISTO QUIERE ESTABLECER SU IMPERIO POR EL AMOR 

Expongamos primero lo que queremos significar al hablar del Reinado del Corazón de Jesús. ¿Por qué emplear una expresión poco habitual en el lenguaje y no decir sencillamente el reinado de Jesucristo? La razón es parecida a la que nos hace distinguir, en la persona adorable del Salvador, su Corazón, para hacer de él objeto especial de nuestro culto. Honrando al Corazón de Jesús dirigimos nuestra honra a Jesucristo, Verbo encarnado, Hijo de Dios vivo e Hijo del Hombre. Pero en esta adorable e infinita persona, que encierra junto a la totalidad de atributos divinos las riquezas todas de la humanidad, nos es grato fijar nuestros ojos en un atributo especial que nos hace más dulce y asequible nuestra unión con ella.  

Consideramos su amor cuyo órgano es este Corazón, y por él, como puerta siempre abierta, entramos en este augusto templo cuya entrada, sin él, nos hubiera sido vedada. Y puesto que el mismo Hijo de Dios en sus relaciones con nosotros, guiado por su Corazón, no se ha ocupado más que en glorificar su amor, aun a expensas de sus restantes atributos, no haremos sino imitarle al dirigir de un modo especial nuestros pensamientos y nuestro culto hacia un amor tan liberal y un Corazón tan misericordioso. He aquí la razón por la cual preferimos pensar en el Corazón de Jesús y hablar del Corazón de Jesús, en vez de hacer simplemente a Jesucristo objeto de nuestros pensa­mientos y reflexiones.

 He aquí también, por qué al intentar establecer con nuestro divino Salvador esta unión perfecta que le hará reinar por entero sobre nosotros y nos pondrá en disposición de cumplir en toda su amplitud los designios de su amor, no decimos solamente el reinado de Jesucristo sino el reinado del Corazón de Jesús.  Tal expresión nos indica de ante­mano que el Hijo de Dios al descender al mundo para conquistar a la humanidad, no quiso establecer por la fuerza y el temor su imperio sobre nosotros, sino únicamente por el amor. Para vencernos, no quiso este divino Guerrero emplear más armas que su Corazón. 

De ahí proviene la dificultad de esta conquista; pero, al mismo tiempo, ahí radica su gloria. Si hubiese querido reinar por la fuerza, nada le hubiera sido más fácil, teniendo a su alcance los corazones humanos; le bastaba con aparecer al mundo con esa majestad que conmueve los cielos y hace temblar la tierra; sólo con una palabra las naciones se hubieran postrado a sus pies. Y ni aun era preciso su intervención directa; una legión de ángeles tenía sobrado poder para someterle la tierra. De haber querido reinar por el temor, la empresa no le ofrecía mayores dificultades. Antes de su venida al mundo, ningún otro sentimiento era más accesible al corazón del hombre, que el temor de Dios. El mismo Satanás tenía un gran número de naciones sujetas a su tiranía principalmente por el terror.   Bastaba con que los Apóstoles de Jesucristo, como nuevos Moisés, hubiesen medido sus fuerzas con los ministros de Satanás; con que hubiesen reproducido por todos los países del globo las plagas de Egipto y el milagro del Mar Rojo, y muy pronto el mundo entero hubiera reconocido la autoridad de su divino Maestro. 

Mas tal empresa no era digna de Dios. Someter los pueblos por la fuerza es lo que hacen los conquistadores mortales; dominarlos por el terror puede hacerlo cualquier poder superior, con la sola presentación de males a los que no sea posible resistir. Pero someterlos solamente con el po­der del amor; dominar todos sus feroces instintos con la debilidad voluntaria de la dulzura; apagar las vergonzosas concupiscencias con el encanto austero de la pureza; ahogar todo egoísmo con los lazos de la abnegación; vencer la pereza con el heroísmo del sacrificio, y la codicia extremando la renuncia; dejar a Satanás en posesión de todas las armas que le había proporcionado el pecado y de las que tan hábilmente se ha  servido para perder a los hombres, y oponer a tales armas una sola arma: el amor; dejar el corazón humano con todas las heridas que le produjo la caída original, y sobre todas estas llagas extender un solo bálsamo: el amor; dejar en la sociedad cuantas influencias perversas y tiránicas crearon las pasiones y que cuarenta siglos lograron sedimentar y a todas estas influencias, hasta entonces irresistibles, no oponer más que una sola influencia: el amor; y con esta sola vencer todas las influencias sociales; con este solo remedio curar todas las llagas morales; con esta sola arma triunfar de todas las malicias infernales; establecer en el mundo el reinado del amor sobre las ruinas del reinado del odio satánico y del egoísmo humano; sustituir la ley del temor, única que había hasta entonces podido mantener la sociedad de los fieles, por una ley nueva que se re­sumiera por entero en el amor; hacer de esta caridad divina, que es la ley de los Santos en el cielo, la única ley para los peregrinos en la tierra, he aquí unía empresa que sólo un Dios podía concebir. La ha concebido Jesucristo y desde hace dieciocho siglos está en vías de ejecución. Es la empresa que llamamos el reinado del Corazón de Jesús. 

DEBEMOS   CONSAGRARLE  NUESTROS CORAZONES. 

Demasiadas pruebas tenemos de que esta empresa no está aún terminada. Pero llegará a término, y de nosotros depende el apresurar su realización con la generosidad de nuestro apoyo. Los retrasos sufridos son prueba de la gravedad de los obstáculos que encuentra; mas, por otra parte, los triunfos alcanzados ya, no dejan lugar a dudas sobre el resultado final.

Si una primera manifestación de Jesucristo bastó para derribar de sus tronos a los Césares del paganismo, y para atraerle adoradores de todos los pueblos del globo, ¿no será suficiente una manifestación más ostensible para generalizar este triunfo? La obra comenzada por los primeros apóstoles de un modo tan glorioso, será completada por estos nuevos apóstoles, cuya venida ha sido predicha por los santos ya desde hace siglos, y que serán, a título especial, los apóstoles del Corazón de Jesús.  

El sol divino que con sus primeros rayos disipó las tinieblas de la noche, al alcanzar su cenit rasgará la niebla que todavía cubre la tierra.

¿Quién no ha observado, en primavera, una niebla espesa velando casi por completo la luz del sol en el mismo instante en que éste iba a rasgar su manto para inundar la tierra con sus bienhechores rayos? ¿No es por ventura al producirse el ataque más violento cuando, muchas veces, la victoria viene a coronar los esfuerzos de un valeroso general? No temamos, pues, por el desenlace de la lucha: Aquel, bajo cuyo estandarte combatimos tiene por divisa "El Invencible", y salió de su reposo para vencer, no para ser vencido. Su armadura es­tá hecha a prueba de toda clase de golpes, su espada alcanza las almas, su flecha aguzada derriba los enemigos a sus pies. Tales armas son su Corazón, que está presto a oponerlo, como antaño hiciera, a todo los po­deres de Satanás, a todos los egoísmos y todas las tiranías; y tampoco podrá resistir el mundo el peso de esta arma divina que ya lo venció hace dieciocho siglos. 

Pero ya lo hemos indicado: de nosotros depende acelerar, por la generosidad de nuestra cooperación, este triunfo del Corazón de Jesús, apresurando el establecimiento en nosotros de su reinado. ¿Qué hacer para ello? Hallaremos la solución en el mismo título que encabeza estas líneas: El Reinado del Corazón de Jesús. 

Tales palabras nos indican claramente que todas las luchas que el Corazón de un Dios ha librado en el mundo no tienen otra finalidad que la conquista de nuestro corazón, ya que el reinado del corazón no puede establecerse más que sobre corazones.

Además, en esto se distingue la misión de Jesucristo de las demás empresas; su religión se eleva por ello sobre cualquier otra, sin exceptuar siquiera la religión judaica; he aquí lo que permite a toda persona de buena fe distinguir la verdadera Iglesia de las sectas herejes. 

Los conquistadores que valiéndose de la espada someten los Imperios pueden lograr una obediencia pasiva; pueden, como hizo Alejandro, hacer enmudecer ante ellos a todo el Universo; pero, ganarse los corazones y, sobre todo, curarlos y regenerarlos, ni siquiera sueñan en  ello. 

Todas las falsas religiones de la antigüedad impusieron a sus servidores duros sacrificios, llegando incluso a exigirles la inmolación de sus niños, obedeciendo ellos a este bárbaro requerimiento; pero ninguna de estas religiones tan exigentes ha pedido a los hombres el sacrificio de sus corazones, ninguna les ha enseñado lo que podían hacer para reformarlos y para curar sus dolorosas heridas. 

Únicamente la verdadera religión, la que Dios reveló al hombre en el Sinaí, les formuló este mandato y les ha enseñado esta ciencia fundamental. Mas la ley mosaica no tuvo virtud para hacer comprender y practicar lo que enseñaba a los hombres.

Insistentemente repetía Dios a su pueblo, por boca de los profetas, que los sacrificios de animales no tenían ningún valor ante sus ojos de no ir acompañados por el sacrificio del corazón; cosa que no comprendía aquel pueblo tosco. Le parecía haber cumplido todas sus obligaciones ofreciendo las primicias del campo e inmolando los recentales de sus rebaños; y si algunas almas escogidas profundizaban más en los designios del legislador divino, era porque presentían las influencias del Corazón de Jesús. 

Pero cuando este divino Corazón se hubo revelado a los hombres manifestándoles su amor con las humi­llaciones de Belén y los tormentos del Calvario, sólo entonces los corazones se dejaron dominar; se reconoció en­tonces que el verdadero reino de Dios reside en el interior; que la consagración filial de un corazón que se confía a su paternal amor le es incomparablemente más agradable que las más ricas ofrendas y que los sacrificios más cruentos.  Solamente entonces la religión del amor se estableció por fin en la tierra; se suprimieron las observancias farisaicas y en lugar de esta carga que abrumaba las almas sin hacerlas mejores, un sólo precepto, doble en su unidad, fue promulgado a los hombres : Amaréis al Señor Dios vuestro con todas vuestras! fuerzas, y a vuestro prójimo como a vosotros mismos. 

LA IGLESIA, ESPOSA Y DEPOSITARÍA DEL CORAZÓN DE JESÚS. 

Así como el carácter propio de la obra de Jesucristo es, pues, el haber tenido como único fundamento la inspiración del amor, y como instrumento la sola virtud del Corazón de Jesús, también el carácter propio de la religión de este Hombre-Dios es el tener por fin el don del corazón humano y por efecto la comunicación del amor Divino.

Y este carácter es en tan alto grado propio de la sociedad de la que es Jefe Jesucristo, que no podría ser imitado por las sociedades rivales que intentan usurpar el nombre y prerrogativas de la verdadera Iglesia.   Observemos las sectas herejes o cismáticas que más cuidadosamente han conservado las antiguas tradiciones; la Iglesia anglicana, la Iglesia rusa.. ¿Qué les falta para que puedan ser confundidas con la verdadera Iglesia. Tienen una jerarquía como nosotros, y los prelados que la forman están dotados de mayores riquezas que los nuestros; poseen magníficos templos, ceremonias espléndidas, sacramentos; recitan el Credo, enseñan el Evangelio y el Decálogo.

¿Qué les falta, pues? Les falta lo que sólo podrían hallar en la influencia del Corazón de Jesús: les falta el calor, la unción, la piedad, el don del corazón. De ahí esa ausencia de vida, esa sequedad dolorosa que induce a desertar a las almas más nobles de estas ramas desgajadas, para reunirse con el tronco divino, con la Iglesia santa, que recibe la savia vivificante del Corazón de Jesús. 

Escuchemos a una de estas almas generosas en el relato que nos hace de su retorno, con un estilo que lleva en sí la prueba de su sinceridad: "Sería muy largo y difícil enumerar todas las razones que persuadieron a mi espíritu. En cuanto a mi corazón, ¡oh!, en seguida comprendió que sólo la práctica del catolicismo podía satisfacerle; comprendió que para el hombre que os necesita, ¡ Dios mío!, para el hombre que siente su dependencia de Vos, sois su finalidad, que sólo Vos podéis ser su término y su vida, que para el verdadero cristiano, en una palabra, la única religión posible es la católica, que sólo ella penetra en la existencia humana, que sólo ella se identifica con esta existencia para formar una parte integrante de la misma, mientras que las demás religiones están, a lo más, al margen de la vida. ¡Ah!, ¿cómo no va a ser verdadera esta religión, única que puede consolar y curar?... Sólo ella nos inicia en el misterio de la vida, es decir, en la verdadera existencia que consiste en la unión con Vos; sólo ella nos enseña a vivir con el alma, a olvidar nuestro cuerpo, a vivir espiritualmente. ¡quién narrará las delicias de un alma católica! ¿Quién dirá con qué amor os manifestáis ante ella?". 

Sin duda ninguna la verdadera Iglesia, la Esposa legítima de Jesucristo, posee varias notas, exclusivamente propias, que la distinguen de todas las sectas adúlteras; pero de todas estas notas ninguna es más apta para impresionar un corazón, que sienta a Dios, como ésta: sólo la verdadera Esposa del Salvador posee el Corazón de su celeste Esposo, y sólo ella está vinculada a Él por el corazón.  Este es su privilegio que nadie osa disputar, y tal privilegio puede bastarle. Mientras quede patente que sólo hay una Iglesia del Corazón de Jesús, que tomen las demás tanto como quieran el nombre de Iglesias cristianas. 

De todo lo cual podemos deducir la siguiente conclusión: Si queremos que crezca en nosotros el espíritu de la Iglesia, si queremos unirnos a ella más estrechamente, ser más católicos, es preciso que establezcamos en nos­otros sin reserva alguna el Reinado del Corazón de Jesús. Cuanto más unamos nuestro corazón con este di­vino Corazón y más participemos de sus dulces efluvios, tanto más se realizará en nosotros el fin que movió al Hijo de Dios a descender al mundo, cumpliéndose así la voluntad del Padre celestial y haciéndonos más capaces de cumplir esta voluntad misericordiosa para con nuestro prójimo. 

¡Oh, si los hombres quisieran ser santos! ¡Cuán fácilmente hallarían la salud! iQué habrían de hacer para arrancar del mundo las más dolorosas espinas de que se halla sembrado y para librarse en su peregrinación de las pruebas más amargas? Dirigir la mirada hacia el Corazón de Jesús que permanece junto a ellos; poner su confianza en este divino Corazón, esforzarse en imitarlo, recibir las gracias que tanto desea comunicarles, dejarse subyugar por su amor y permitirle el establecimiento de su reinado sobre ellos. No sería preciso otra cosa para restablecer en el mundo la paz, la unión y la serenidad del Paraíso, ya que no sus encantos.

(Fragmento de la obra "Le Régne Social du Coeur de Jesús", Toulouse 1892).