sábado, 24 de septiembre de 2016

Lo primero es lo primero

 DOMINGO VIGÉSIMO QUINTO / TIEMPO ORDINARIO / CICLO “C”.

En la primera lectura del  profeta Amós leemos la fuerte condena que Dios hace a quienes abusan del prójimo en sus bienes. Las múltiples artimañas usadas entonces para engañar y estafar no parecen haber variado ostensiblemente con las que se hace n en nuestros días: “achicar las medidas” y “aumentar el peso falsificando balanzas de fraude”, “comprar al débil y al pobre por un par de sandalias”, “vender el salvado del trigo”.

Padre Jaime Herrera, Chile


Dios tiene siempre presentes las obras que buscan “pisotear al pobre” y “hacer desaparecer a los humildes de la tierra” (Amós VIII, 4-7).

La primera observación es que tanto el profeta Amós,  como el inicio del evangelio (San Mateo V) no identifican ni homologan la pobreza  material con la sencillez y humildad, pues hay ricos que son humildes y pobres que son orgullosos. La humildad es mayor que la simple carencia de bienes. La humildad es mayor que el desprendimiento, pues tiene su raíz en el amor mismo, podríamos dar todos nuestros bienes y si no hay amor ¿De qué nos serviría?

El pobre es el que carece de seguridades, que voluntaria y libremente asume un estilo de vida que tiene el resguardo de la divina providencia, la cual en todo momento viene a nuestro auxilio porque en todo momento nos mira y sostiene. De tal manera que como hijos de Dios nada podemos hacer al margen de ella.

Sin duda cada uno debe esforzarse por producir, según el mandato dado por Dios a nuestros primeros padres –Adán y Eva- , y en ellos a la humanidad completa. Desde ese momento, el trabajo tuvo una parte integrante en la vida humana no pudiendo ser considerado como un añadido sino cono una realidad propia de la vida humana, que no podía ser tenida como una realidad gravosa.

A causa del pecado original, las consecuencias “cósmicas”…-holísticas al decir de algunos contemporáneos- afectaron la relación del hombre con su Dios, con el prójimo, consigo y con su entorno…En efecto, la impiedad, que lleva a desconocer el amor misericordioso de Dios; la falta de caridad, de la cual emanan divisiones, violencias, y menosprecios; las claudicaciones, depresiones y tibieza, que evidencian una voluntad impermeable a la gracia; y el abuso con la naturaleza, en la cual no se termina por descubrir la huella divina en cada rincón, sino el abuso, el descuido  y olvido del hombre.

Jaime Herrera González


Frente a Dios, solemos ser mezquinos en todo orden de cosas: en nuestro tiempo, en nuestros afectos, en nuestros bienes, dando un valor diferente a lo que efectivamente nos interesa en relación con quien es el único Dios verdadero, que se ha revelado como un Dios celoso: “Yo seré para ti tu único Dios, y tú serás para mí el único pueblo”. Es un Dios que no quiere corazones partidos o divididos sino que apunta a una realidad absoluta, donde sea realmente el primero y lo primero en todo….!the first is the first!

Al interior de nuestra Patria, por diversos caminos se está procurando implantar una sociedad donde el primer marginado de la vida pública es Dios mismo, todo lo cual se pretende imponer por una doble dictadura: la de una mayoría temporal y la del relativismo, por medio de  un conjunto de leyes que atentan directamente con la vida del hombre, desde su gestación hasta su muerte natural.
El desinterés por la vida política responde a un la “mala onda” hacia las prácticas de lo cosa pública, que ve el servicio como el camino para satisfacer los apetitos de poder, de placer y de poseer, han llevado a mirar en menos la política como politiquería y demagogia, ya denunciada desde hace décadas..

La sociedad está en riesgo de un cuadro de esquizofrenia porque sistemáticamente hemos excluido a Dios y pretendido  abusar de su paciencia. Como creyentes católicos, que somos mayoritariamente aún en nuestra Patria, no podemos tentar a Dios con nuestras actitudes neutrales y abúlicas ante el avance del progresismo ideológico. El igualitarismo es anticristiano; el generismo es anticristiano; el laicismo es anticristiano.

Con nuestros billetes sacados de un cajero automático  mantenemos funcionando el pub de moda o la botillería del barrio, pero a nuestros templos y al culto divino le asignamos –exclusivamente- las resonantes monedas sobrantes de un vuelto. Con claridad sentencia la Biblia: “Da con generosidad y serás rico, sé tacaño y lo perderás todo” (Proverbios XI, 24); “Cada uno debe dar según se lo haya propuesto en su corazón, no debe dar con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Corintios IX, 7).! Qué distinta la religiosidad de Abel que concedía a Dios las primicias de sus frutos con relación a nuestras mezquinas actitudes de tratar a Dios con las sobras de nuestras acciones, palabras e intenciones! Su generosidad le costó la vida ante la envidia desenfrenada de su hermano Caín que no entendía la rectitud de intención de su hermano menor. Para el creyente la generosidad con Dios es imitable,  para el no creyente sólo le resulta envidiable.

La mezquindad a la que nos inclina habitualmente la concupiscencia, nos hace no sólo olvidarnos del Dios uno Trino y postergar nuestro culto debido a su Persona Divina y su obra, sino –también- a olvidar la humanidad por la cual su propio Hijo Unigénito murió en el Calvario.

 El profeta Amós entrega un mensaje muy claro frente a la presente cultura anticristiana que irremediablemente conduce a abusar de los más débiles y necesitados. Si a la mezquindad sumamos la limitación natural de los recursos, entonces tendremos una sociedad que excluye, que separa, y que segrega, de manera particular favoreciendo un igualitarismo que siempre ha terminado por provocar severas crisis al interior de las naciones. La situación es muy clara: como sucede en toda familia, el hogar común de los compatriotas –que es la Patria-  tiene ingresos limitados.

Muchas veces, como acontece con un niño pequeño  que pide bienes ilimitadamente a sus padres pensando en una disponibilidad total e inmediata de recursos, entonces, no faltan quienes promueven una economía estilo “Robin Hood”, que tiende a quitar bienes a los que tienen más, porque –a fin de cuentas- a los pobres ya les quitaron todo, y no tienen nada más que sacarles.  Por ese camino en vez de generar mayores riquezas, diversificando los recursos,  se termina simplemente repartiendo la pobreza.

Padre Jaime Herrera, Chile

Sin duda dar a quien necesita es prestar a Dios; y quitar a quien le corresponde es abofetear a Dios, de manera particular en no dar un sueldo digno y estable a quien trabaja con esfuerzo y dedicación. ¡Es uno d los pecados que claman al cielo!  

Es cierto que el sueldo siempre se presenta menor a nuestros requerimientos, y en oportunidades constatamos diversos tipos de sueldo: Así, está el sueldo cebolla…usted, lo ve, lo toma y se pone a llorar; sueldo canalla: sólo hace sufrir pero no se puede vivir sin él; sueldo mago: hace un par de movidas y desaparece; sueldo ateo; Ya uno duda de su existencia; Sueldo humor negro: uno ríe para no llorar; sueldo dietético: nos hace comer cada vez menos; sueldo Walt Disney: hace treinta años está congelado; sueldo tormenta: no sabemos cuando va a venir, ni cuánto va a durar; Sueldo desodorante: cuando más lo necesitamos, más nos abandona.

Más allá del sentido de humor, subyace una realidad que exige una mutua responsabilidad, una creciente fuerza de voluntad, y sin duda un acto de fe, pues “en vano se cansan los albañiles, si el Señor no construye la casa”. La buena voluntad es importante, el grado de participación en las decisiones es importante, el servicio a la comunidad es importante, la amistad cívica es importante,  pero lo que finalmente termina inclinando la balanza es el espíritu de piedad, la amistad de cada persona con Dios, y la capacidad de incidencia de la fe en las obras cotidianas.

No nos perdamos…no perdamos a otros…ni nos dejemos perder por otros: Sin Jesucristo no hay desarrollo humano posible en ninguna sociedad. Puede haber sucedáneos de progreso, puede crearse una fantasía de sana convivencia, pero si ello no parte en la gracia, si no se nutre con la gracia y no tiene como destino vivir en la gracia, cada uno y todos, nuestra vida social no será más que una campana vacía. Por esto, el Apóstol San Pablo no dejaba de exhortar vivamente a uno de sus más cercanos colaboradores: “Ante todo recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad” (1 Timoteo II, 1-2). ¡Que Viva Cristo Rey!


SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / PARROQUIA PUERTO CLARO CHILE
    

viernes, 23 de septiembre de 2016

La mirada de la misericordia

FESTIVIDAD PATRONAL DE LA PARROQUIA AÑO 2016.

A lo largo del año, el inicio de la primavera está jalonado por Dios celebraciones litúrgicas importantes, las cuales gira en torno a la Virgen María. En el Norte la primavera se inicia con la Festividad de la anunciación del Señor, y en nuestra región la llegada primaveral se abre con la festividad de Nuestra Señora de las Mercedes.

Una de las características de esta etapa es que los días son más extensos que las noches, les el tiempo donde la luz del sol destierra las penumbras, donde el calor del día seduce la naturaleza dándole un aroma, un color lleno de claridad y frescura. ¡El invierno queda atrás, la alborada se presenta en su esplendor!

Por cierto como creyentes, recibimos esta estación a la luz de la fe, experimentando con fuerza la certeza de victoria obtenida en aquella noche luminosa de la resurrección del Señor, quien muy temprano, al salir el sol, se presentaba vivo nuevamente en medio de los suyos.

Padre Jaime Herrera


Como creyentes fundamentamos toda esperanza sólo en  la persona de Jesucristo, a quien vemos como causa y ejemplo, autor y medio de todo anhelo por obtener una vida cada vez más auténticamente humana. Por ello, nuestra mirada en esta festividad se dirige a la Virgen María que concibió primero en su alma, y luego en su cuerpo, al autor de toda gracia como es Jesucristo nuestro Señor.

Nuestra esperanza, aunque tiene los pies puestos en la tierra nunca deja de tener su corazón en el cielo, acogiendo la exhortación del precio de la Misa: Sursuum corda ¡Levantemos el corazón! ¡Levantemos la vida! ¡Alcemos el estandarte de la fe! porque tenemos la poderosa razón de dar testimonio de lo que hemos recibido, de lo que hemos visto.

Como aquella periodista italiana escribía sus memorias titulándolas “confieso que he vivido”,  nos podemos decir: “confieso que he creído” en el amor y en la misericordia de Dios, de tal manera que nuestra fe es parte tan presente como decisiva de toda nuestra vida. Sin que las puertas del alma permanezcan con el cerrojo del egoísmo, sin que las ventanas del corazón estén tapiadas con la culposa incredulidad de quien no cree para entender ni entiende para creer.

Esa fe arraigada en Cristo nos permite ampliar el horizonte de nuestra vida y existencia, la cual fue dada para procurar alcanzar cosas grandes, para tiempos donde el reloj no tiene la última palabra, y virtudes que al estar escritas con mayúscula sólo tienden a multiplicarse ante la adversidad.

Es lo que experimentaron uno a uno quienes fueron conociendo el poder irrefutable del resucitado, permitiendo vivir un domingo realmente sin ocaso: quien vio desterrar sus múltiples pecados y fue salvada  de ser condenada por lapidación, la primera; el apóstol cuyas lágrimas eclipsaron su triple negación el segundo; el más joven discípulo, el tercero; la Virgen María, la madre que en virtud de su fe permaneció de pie  junto a la cruz cuando todos parecieron vacilar y no pocos huidizamente se escabulleron en la nebulosa del temor y la traición, el Dios de la misericordia es nuestra esperanza.

Así como cada uno de ellos cambió su vida y hubo un antes y después desde que vieron al Señor, muerto y resucitado, cada uno de nosotros, que hemos sido permanentemente objeto de la misericordia divina a lo largo de toda nuestra vida,  debemos procurar descifrar para nuestro tiempo, la grandeza, la sublimidad, la perennidad y la esperanza que entraña el hecho de creer en Dios. Si hoy  nos parece imposible vivir sin Dios, también lo es quedarse al margen de sus caminos y preceptos.

Parroquia de Puerto Claro, Chile


Sin duda estamos orgullosos de ser católicos, lo cual no sólo es ocasión de una sana alegría sino de un serio compromiso asumido en la mañana de nuestra vida cristiana cuando fuimos insertados en las aguas bautismales.

a). Junto a Santa María Magdalena, seremos “Pregoneros de la misericordia”: como nadie pecó, como nadie se arrepintió, como nadie fue perdonada. Ello le hizo desafiar la tristeza y desesperanza reinante en el ambiente  de Jerusalén en las horas siguientes a la pasión y muerte del Señor. La hora de los lamentos ella lo hizo búsqueda; el tiempo del reposo le condujo al intrépido servicio. Fue premiada con ser la primer testigo de Jesús  resucitado, quien la invitó a comunicar “a sus hermanos lo que había visto”.

b). En San Juan Apóstol descubrimos “el mutuo respeto intergeneracional”: El notable el respeto que tuvo juan evangelista al ceder el privilegio de entrar al sepulcro  antes a Simón Pedro. El que fue constituido para confirmar la fe de sus hermanos, ahora verifica lo visto y oído: si buscaban entre los muertos al que estaba vivo, por su apostolado, ahora llevarían al vivo entre los muertos a causa del pecado. En este tiempo jubilar hemos ido conociendo, desde aquel Vía Crucis de la Misericordia, pasando por el mes de la caridad fraterna, que la verdaderamente la misericordia es el nombre bíblico del amor. Es el amor con tres características específicas, que todo joven descubre gradualmente: gratuito, personal y entrañable.

Misericordia y gratuidad.
En efecto, en la medida que uno va madurando comienza a descubrir que no todo es retribuíble, que no todo tiene interés, que no todo es  ganancia, que hay una dimensión del amor con aroma divino que es gratuito, se da y comparte de manera espontánea y sin dilación, produciendo una felicidad que nada puede arrebatar porque de suyo es un amor que nos identifica con el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como Yo os he amado”.

Lo anterior, lleva necesariamente a valorar la riqueza que Dios ha dado en cada persona, de manera especial al haberla revestido de la gracia bautismal, por lo que el amor misericordioso en todo momento lleva a una mutua inclusión entre generaciones, no despreciando –entonces- la falta de experiencia en la juventud ni el carácter añejo del paso de los años de la senescencia, por el contrario, más que percibir carencia en unos , descubriremos lozanía y abnegación, y más que quedarse en la inamovilidad y el conformismo de otros, valoraremos la próvida perseverancia y la convicción.

Sólo así vamos a desterrar las sendas contrarias al Santo Evangelio que siempre terminan segregando, distanciando y marginando, a unos contra otros y no a unos con otros, a unos por otros tal como  exige la divina misericordia.

Misericordia personal.

Sin duda una tentación presente en nuestra cultura es la masificación  en  nuestras relaciones personales. El populista igualitarismo se filtra silenciosa y sigilosamente  -también- en la vida familiar, en la vida laboral, en la vida social, olvidando el carácter específico del amor que siempre obra en primera persona, como si fuera el objeto único a complacer y a proteger.

Nuestro Señor resucitado no ama genéricamente, como si formásemos parte de una masa compacta, sino que nos ama de manera propia, tal como es la realidad de nuestra alma y de nuestra vida: única, inmortal e irrepetible. Esto le confiere al amor misericordioso una necesidad que emerge de su exclusividad, lo cual lejos de encandilarnos por su grandeza nos ha de conducir al compromiso de buscar aquella oveja perdida, aquella necesidad que sólo la mirada atenta de nuestro Señor ha tenido con cada uno, y quiere contemplar desde cada bautizado por medio de la vivencia de la caridad. De la misericordia a la misericordia, por esto con el Salmista exclamamos en este tiempo jubilare: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo CXVIII).

Misericordia entrañable.

Entre las diversas acepciones  que encontramos en la lengua hebrea de la expresión misericordia está el término de “matriz”, por lo cual inferimos que la misericordia cobija la vida y la entrega, de tal manera que la historia de cada creyente puede ser tenida como parte viva de esa misericordia. Una entraña vida del amor de Dios que nos invita así a dejar nuestro pasado en manos de la misericordia de Dios; a amparar nuestro presente en manos de la bondad de Dios, y a depositar nuestro futuro en los designios de la providencia de Dios.


Lo anterior, lleva a asumir las necesidades de los demás en primera persona, procurando atender como propio aquello que el mundo nos presenta como ajeno, lo cual sin duda experimento San Juan Apóstol quien ocuparía un lugar de excepción en la vida de la Iglesia naciente. Lo que él vivió junto a Jesús lo transmitió en su palabra y acción hasta el último de los largos años de vida que Dios le concedió.

c). Con Simón Pedro buscamos “la unidad de los hijos de Dios”: “Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad”. El mandato de nuestro Señor en orden a que sus discípulos permanecieron unidos, lleva a trazar el camino de la unidad desde la misericordia y desde la verdad, pues no ha de darse una división entre uno y otro, entre bondad y fidelidad, entre misericordia y verdad, toda vez que,  tanto mal puede ocasionar una verdad inmisericorde, como una misericordia sin verdad.
El Apóstol Pedro experimentó la misericordia al ver la mirada de nuestro Señor, que aún lleno de dolor por la triple negación no dejó de conceder una nueva oportunidad al discípulo que confirmaría en la fe y sería roca inamovible de la fe para todas las generaciones.
Sin duda que –como dice el Antiguo Testamento- “Hay creyentes que tienen la verdad les falta misericordia” (Proverbios XVI, 6), pero, sólo con misericordia y verdad se corrige el pecado sentenciará nuestro Señor.


Sacersdote Jaime Herrera
Con inmensa alegría celebramos esta fiesta patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro en el Jubileo de la Misericordia (2015-2016). Aquí, hemos celebrado: El Año del Rosario (2002-2003), el Año de la Eucaristía (2004-2005); el Año del Sacerdocio (2009-2010);  el Año de la Fe (2012-2013);  despedimos el pasado Milenio con la celebración del Año de Dios Padre (1999), el Año del Espíritu Santo (1998),  para dar paso al Nuevo Milenio de la Fe con la Celebración del Gran Jubileo del 2000. Entonces, como hoy la figura de nuestra Madre Santísima nos ha acompañado con su presencia e intercesión, en la cual no ha dejado de exhortarnos a “hacer todo lo que Él nos diga”, de manera especial en la vivencia de la  Misericordia en este Año Santo donde podemos obtener la Indulgencia Plenaria de manera cotidiana. Que María, la Madre de la Misericordia nos alcance un corazón que en todo momento mire a Dios, y que permanezca atento a las necesidades, primero espirituales y también materiales de nuestros hermanos. ¡Que viva Cristo Rey!



SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO/ VALPARAÍSO



domingo, 11 de septiembre de 2016

El amor misericordioso es más fuerte

DIÓCESIS VALPARAÍSO PADRE JAIME HERRERA   
HOMILÍA DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE 2016 / SAN JUAN APÓSTOL 

En este hermoso templo, cobijado bajo el patrocinio de San Juan Apóstol, el más joven y cercano colaborador de Nuestro señor, nos hemos reunido para la celebración de la Santa Misa correspondiente al domingo vigésimo cuarto del tiempo ordinario del año litúrgico.

“¡Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestra gloria dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia!” Con estas palabras tomadas del Salmo CXVII contemplamos el Día de Dios –día domingo- en el cual,  en virtud de la gloriosa resurrección del Señor,  la muerte fue derrotada de una vez para siempre. Desde ese momento, el paso del pueblo elegido por el desierto -celebrado anualmente- adquiere un nuevo sentido, el definitivo por cierto, toda vez que es sellado por lo que hizo Jesucristo desde lo alto del Calvario,  donde “entregando su espíritu” murió por cada uno de nosotros, demostrando con ello, que la medida del amor de Dios es verdaderamente amar sin medida.

Hay un antes y un después de ese acto, que fue anunciado en el amanecer de un día como hoy, para alegría de todos los que acompañaron a Jesús camino al calvario, y habían permanecido expectantes durante dos días, hasta que en la alborada del día sin ocaso,   constituido con propiedad como Día del Señor, se presentó ya resucitado a los suyos tal como lo hace en nuestro altar en esta tarde. ¡Es el Señor! ¡Es Jesús! ¡Señor mío! Fueron las expresiones que surgieron espontáneamente al verle nuevamente junto a ellos, lo cual denota no un entusiasmo pasajero ni una felicidad meramente sentimental, sino la firme convicción nacida de la fe recibida y cuyo objeto contemplaba su mirada: “Jesucristo, el Camino, la Verdad y la Vida”. Bienaventurados porque creyeron y vieron lo que creyeron.

En efecto, como aconteció con los jóvenes peregrinos de Emaús, estamos en la hora vespertina, hora del canto de  los zorzales, de los frescos aromas y del rezo incesante de las vísperas y rosarios. Aquella tarde del día de la resurrección, cabizbajos, tristes, como quien no tiene otro horizonte más que seguir la cadencia de sus pasos, llevados por la inercia de tener que volver, regresaban a su tierra porque “ya habían pasado dos días y nada se podía hacer”. El peso de los hechos de los que fueron testigos  hacia más lento sus pasos.

En la cultura nuestra parece reinar el espíritu de la conformidad, de la tibieza y de la nostalgia. Casi diríamos de una suerte de estancamiento espiritual donde al no avanzar irremediablemente se termina retrocediendo, lo cual conlleva hacia una parálisis moral inserta no sólo en el ámbito personal sino extendido en la vida social.


           SACERDOTE JAIME HERRERA GOINZÁLEZ CHILE
                                               
La naturaleza debilitada sumada a una fe desnutrida hace que el vicio se anteponga a la virtud, el odio impere sobre el perdón, el egoísmo sobre la generosidad, y el desamor sobre la misericordia, creando todo ello,  un ambiente de crispación y desinterés social que a todas luces resulta evidente. Allí donde se enfría la esperanza se termina congelando la caridad,

En el ADN de la vida social debe insertarse necesariamente la dimensión trascendente y espiritual de la vida humana, tal como lo reconoce sabiamente la actual Carta Magna vigente, en su primer artículo donde recuerda que “los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos”, por cierto, a la luz de la Declaración de Principios dada en Marzo de 1974:  “En consideración a la tradición Patria y al pensamiento de la mayoría de nuestro pueblo, el gobierno de Chile respeta la concepción cristiana sobre el hombre y la sociedad. Fue ella la que dio forma a la cultura occidental de la cual formamos parte, y es su progresiva pérdida, o desfiguración la que ha provocado, en buena medida, el resquebrajamiento moral que hoy pone en peligro esa misma civilización. De acuerdo con lo anterior, entendemos al hombre como un ser dotado de espiritualidad, de ahí emana con verdadero fundamento la dignidad de la persona humana”.

El actual Catecismo de la Iglesia, al momento de describir la persona humana la define con las palabras de San Agustín: “Dei capax”, un ser con capacidad de Dios: de amar y ser amado por Dios; de mirar y ser observado  por Dios; de buscar, encontrar y vivir según el itinerario de la gracia que viene de lo alto, y ha hecho de cada persona  un ser “poco inferior a los ángeles” cuyo destino definitivo no está señalado en las cosas que pasan sino en las que no pasan, no se pierden, ni se hurtan, pues el anclaje último nuestro es llegar a ser “ciudadanos del cielo”, tal como recuerda el Apóstol San Pablo a los filipenses (III, 12), sentenciando –luego- que estamos llamados a ser “conciudadanos de los santos” (Efesios  II, 19).

La ideología ha visto perder su “sistema” pero no se ha diluido su nocividad, claramente denunciada a lo largo de los últimos cien años por las enseñanzas pontificias, desde  el Papa León XIII quien señaló que el comunismo marxista era como una “mortal enfermedad” que coloca en peligro de muerte a la sociedad humana. Consabida es aquella cita de la Encíclica Divini Redemptoris (número 60), de Su Santidad Pio XI que definió el comunismo como “intrínsecamente perverso”, advirtiendo que “no se puede admitir que los creyentes colaboren con el marxismo en ningún terreno”, puesto que siempre termina por ofrecer “una falseada redención de los más humildes” (Concilio Pastoral Vaticano II, Gaudium et Spes, 20-21).

Un creyente no puede adherir ni pactar con aquellos “sistemas ideológicos que se oponen radicalmente a su fe y a su concepción del hombre ni a la ideología marxista, a su materialismo ateo” (P.P. Juan Pablo II, Carta Apostólica 80º Aniversario Rerum Novarum, número 26).

El comunismo en cuanto “mesianismo secularizado” (Catecismo de la Iglesia, número 676) implica la aniquilación de la fe desde la fe misma mediante la confusión de los espíritus, es negación de Dios, del amor de un Dios personal, del Dios que de la nada hizo todo y cuya mirada todo lo contempla, y cuya providencia todo lo cuida. Por esta razón, la incompatibilidad entre el marxismo y cristianismo es esencial, por lo que no ha de sorprender que todos aquellos valores, principios y virtudes que procura la Iglesia sean permanentemente atacados y perseguidos por un sistema ideológico que prescindiendo de Dios prescinda de su criatura a la vez. No seamos ilusos, si acaso persiguen a Dios, de seguro,  perseguirán al hombre.

Ante ello la Iglesia no deja de alzar su voz: pues “fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede dejar de reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta ahora ha reprobado, esas perniciosas doctrinas y conductas, que son contrarias a la razón y a la experiencia humana universal y privan al hombre de su innata grandeza” (Gaudium et Spes, números 20-21).

Es esa grandeza y dignidad la que el hombre ha visto durante largo tiempo coartada con la implementación de un sistema ateo y materialista, haciendo de la persona humana un rollo de conflictos, de subsistencia en un estado de constante crisis y de enemistad con el prójimo, todo lo que ha sido sintetizado como la “crispación social”, lo cual responde a una insatisfacción interior –del alma- que se expresa de múltiples maneras. ¡Hambre de Dios! ¡Sed de verdad! ¡Ansia de certezas! ¿Dónde encontrar todo ello sino en quien dijo de sí mismo: “Yo soy el Pan de vida(San Juan VI)…”El que beba del agua que Yo daré no tendrá jamás sed” (San Juan IV, 14)”Yo soy la verdad” (San Juan XIV, 6).
El hecho de abandonarse plenamente en la persona de Jesucristo nos lleva a una determinada opción: o vivimos según sus enseñanzas o vivimos según los criterios del mundo. Simple: o somos de Cristo, o somos del mundo.

Lo anterior nos hace cuestionarnos seriamente respecto de qué estandarte defenderemos con nuestra vida, a través de nuestras palabras, de nuestras acciones y de nuestros sentimientos. La novedad del Evangelio es para el creyente de hoy un riesgo, un desafío que implica una más perfecta identificación con toda la vida de Jesús, y que tiene como promesa la vida Eterna definitiva, por cierto, y el ser partícipes de la construcción del Reino de Dios presente ya en medio nuestro.

Para ello, la vivencia de las obras de misericordia son un imperativo intransable, que hará reconocer al mundo lo que descubrieron los no creyentes en los primeros cristianos, y que les hizo preguntarse: ¿Qué les hace tratarse con amor a los cristianos? ¿Por qué son capaces de perdonar? ¿Por qué son felices en medio del martirio? ¿Por qué comparten con generosidad sus bienes? ¿Por qué visitan a los que están condenados de por vida?

La respuesta la descubrieron una vez que conocieron a cristo en los Evangelios: al leer las nueve bienaventuranzas donde la lógica de Dios se presenta para los hombres como necedad y locura, y luego al meditar las parábolas de la misericordia, de las cuales hemos escuchado tres en esta tarde, y en juicio a las naciones descrito en San Mateo. ( XXV, 35- 45).

Verdaderamente el nombre de Dios es misericordia. Lo sabemos al mirar a Jesucristo en la Cruz, lo percibimos en medio nuestro al hacerse presente en cada Santa Misa en nuestros altares y estar en nuestros sagrarios día y noche velando por todos, lo experimentamos cada vez que recibimos la absolución en el sacramento de la confesión.

Inmersos en el Año de la Misericordia, al que nos ha invitado Su Santidad Francisco,  recordamos la invitación a la vivencia del verdadero perdón del cristiano, que ha de estar revestido de magnanimidad y diligencia; sencillez y sigilo, pero –también- a recordar que la implementación de una amnistía para quienes están en una edad senescente, padeciendo de enfermedades terminales, lejos de impedir el cumplimiento de la justicia termina por sublimarla por el camino más excelente de la caridad. Tan absurda es la ley del talión que fue desechada explícitamente por el mismo Cristo como la desfachatada con consigna pagana de no perdonar ni olvidar. Ante ello sólo diremos: “¡El amor es más fuerte! El amor vence siempre!” (Su Santidad Juan Pablo II).

Sabemos que la intercesión de la Virgen María siempre ha sido una característica de la piedad popular de nuestra Patria. De Norte a Sur, en cada templo, en cada hogar, hay una imagen que evoca el rostro de nuestra Madre Santísima que nos ha rescatado de tantos peligros y tentaciones. ¡Cuántos rosarios se rezaron para sacar nuestra Patria de la esclavitud de la ideología marxista! ¡Cuántos sacrificios hechos para desterrar la ideología perversa que tanto mal ha hecho a lo largo del mundo entero! ¡Aquello que algunas naciones tardaron siete décadas en obtener nuestra Patria se vio liberada en sólo tres años!

Hace 333 años, un día 11 de Septiembre, se puso fin al sitio de Viena, lo cual la Iglesia (Inocencio XI)  lo interpretó como señal de una especial protección de la Santísima Virgen cuya imagen fue colocada en todos los estandartes aquel día, por lo que, de inmediato,  se instituyó la fiesta litúrgica del Dulce Nombre de María, como ofrenda votiva a dicha liberación nacional. Las fuerzas y los civiles que defendían la ciudad y Europa entera, celebraron una Santa Misa en la cual el sacerdote en vez de terminar con el tradicional Ite Missa est, grito con fuerza “!Ioannes vinces” (Juan vencerá).

Una vez más, se hace necesario recordar en esta celebración eucarística el poder de la oración, el cual  como una verdadera “llave del cielo” nos permite abrir las puertas de la gracia, para que nuestra Patria procure permanecer fiel a los designios de Dios y nunca olvide los múltiples beneficios que tan generosamente nos ha dado el Señor por medio de su Madre.  ¡Que Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / SACERDOTE DIOCESANO / CHILE
      

          

lunes, 5 de septiembre de 2016

El Obispo de la Primacía de Jesucristo

25º ANIVERSARIO DEFUNCIÓN ARZOBISPO EMILIO TAGLE.

1.      “Tomo, pues  Señor Dios al hombre y lo dejo en el jardín del Edén, para que lo labrase y cuidase” (Génesis II, 15).

 Obispos sin la cruz en el bolsillo: Notable ejemplo

Para muchas generaciones de nuestra quinta región la figura del recordado Arzobispo  Emilio Tagle Covarrubias quedó indeleblemente signada en el “alma mater” de la vida religiosa, no sólo por el hecho de haber pasado más de veinte años como titular de la Diócesis de Valparaíso, sino porque las diversas  instituciones católicas vigentes hasta nuestros días,  durante su gobierno pastoral se vieron fuertemente multiplicadas, gracias a la iniciativa y constancia de Monseñor Emilio Tagle.

Sin duda, su figura frágil a primera instancia no develada la fuerza interior cuyo pilar era la arraigada fe profesada desde su infancia. Nacido en tiempo de gran prosperidad en el país, donde la cultura se expresaba de maneras muy masivas, y sobre todo en momentos donde nacían almas notables para la Iglesia en Chile: Teresa de Los Andes (1900) Laura Vicuña Pino (+1904), Alberto Hurtado (1901), Fray Francisco Valdés Subercaseaux (1908). La devoción al a Santísima Virgen se vivía –intensamente- al interior de los hogares; la religión se predicaba  en los colegios y escuelas, las vocaciones eran pródigas en generosidad y número, la devoción del Sagrado Corazón se expandía con fuerza notable gracias a la iniciativa del Padre Mateo Crawley.Boevey, el Apóstol Moderno del Sagrado Corazón. Sin duda,  el Papa San Pio X hizo llegar su santidad hasta el confín de la tierra que sí “ha contemplado por -ille tempore- las maravillas de la misericordia de Dios”.

La santidad es atemporal: No es una moda, no responde a otra fuerza que la emanada del amor de Dios,  ni busca otro horizonte que la de dar fiel cumplimento a su Santa y Libérrima voluntad. El clima espiritual imperante, sin duda que favorecía la vivencia activa de las virtudes e incentivaba  el cumplimiento de los preceptos, por lo que la balanza se inclinaba a lo que fuese más positivo.

Nuestra Patria había sufrido las consecuencias de un conflicto externo (1879-1883) de varios años e interno más breve (1891), pero de una envergadura insospechada con la mayor violencia política fratricida de toda la historia con 10.000 víctimas. No sería la primera ni la última vez que moriría más gente en una guerra “puertas adentro” que “puertas afuera”.

Con una paz externa e interna el país vio entonces nacer en su seno lo que no era fruto de una ideología ni el resultado exclusivo de una componenda tranzada en pactos recíprocos.
Esta celebración de los veinticinco años de la partida de monseñor Emilio Tagle a la Casa de Padre sin duda es ocasión para rezar por su eterno descanso, retribuyendo con nuestra plegaria los innumerables desvelos que prodigó en su larga y fecunda vida pastoral en toda nuestra diócesis de Valparaíso.

De manera especial, cuando nos disponemos a celebrar el próximo año,  el 19 de Agosto el Centenario de su natalicio, lo cual, sin duda, será una oportunidad de retomar sus enseñanzas y recordar su testimonio. Sabiamente una periodista dijo respecto de él que, estando de acuerdo o desacuerdo con él,  una vez que se le conocía,  “es imposible no dejar de tenerle cariño”.
Durante su episcopado en Valparaíso fundó diecinueve parroquias (¡casi una sede cada año!), centrando la vida religiosa en torno a las comunidades de familia de familias.

Por expresa solicitud del Romano Pontífice, que exhortó vivamente a los obispos en Chile a promocionar las vocaciones sacerdotales,  Monseñor Emilio Tagle procuró dotar de sacerdotes, lo cual exigió la creación del Seminario Pontificio de Lo Vásquez, invitando a sacerdotes provenientes de la Madre Patria para complementar adecuadamente la formación de los futuros sacerdotes diocesanos. Un clero con una impronta muy particular, distintivo para toda una la región donde el mar se junta con el campo, y en la cual se ubica el principal santuario mariano de nuestro país, y hacia el cual,  si bien convergen cada ocho de diciembre sinnúmero de fieles, no es menor el hecho de la visita diaria, que a toda hora recibe la imagen evocadora del dogma de la Inmaculada Concepción, “sine labe concepta” en su atrio.

Como sabemos, durante su Episcopado se desarrolló el Concilio Pastoral Vaticano II, en el cual intervino en una de sus secciones. Con firmeza debió sortear múltiples dificultades que la segunda mitad de la década del sesenta se iniciaban, como fue la ideologización de la religión con la incipiente Teología de liberación, que afectó fuertemente la vida espiritual de nuestra parroquia durante largos años; la conmoción universitaria, el inicio de movimientos violentistas en los centros educacionales y en algunas poblaciones, el cuestionamiento al celibato sacerdotal y a la virtud de la castidad; la secularización de muchos sacerdotes y la exclaustración de religiosos y religiosas, el rechazo ad intra et ad extra ecclesia local a la encíclica Humana Vitae, lo cual tendría consecuencias insospechadas en forma posterior en una sequedad espiritual, manifestada en el desplome de la práctica religiosa frecuente y en el derrumbe del número de seminaristas y sacerdotes diocesanos inmersos en  una creciente apostasía ambiental.

Sin duda la época que él vino al mundo fue muy distinta en la cual en medio del mundo debió ejercer como Arzobispo-Obispo de nuestra diócesis porteña. La organización diocesana tuvo un gran impulso durante esos años, cuya coronación pudo testificar el sucesor de Pedro cuando visitó esta diócesis,  en una celebración masiva donde la participación de la familia y renovación de los votos matrimoniales no dejó de destacar el Santo Padre, quien con lágrimas en los ojos dijo, “verdaderamente este es el valle del paraíso”…El Vigía de la Fe observaba feliz,  como un padre orgullos,  aquella  obra que Dios le permitió realizar durante tantos años.

Una vez sacerdote siempre se es sacerdote, su paternidad no tenía fecha de vencimiento ni estaba amarrada a volátiles circunstancias o pasajeras motivaciones, con Cristo en el horizonte pudo sortear múltiples dificultades y llevar la identidad diocesana de la Iglesia en Valparaíso a lugares muy lejanos.

Afloraba por los poros lo que reinaba en su alma: al amor misericordioso de Dios llegaba en la silenciosa visita que realizaba a los enfermos en los hospitales, especialmente a los niños,  una caridad afectiva y efectiva que no se limitaba a un esporádico llamado de saludo, sino que la mayoría de las veces,  iba de la mano de un presente cuyo valor radicaba en la preocupación generosa de quien permanentemente procuraba acompañar como aquel  pastor fiel y veraz del que hablan los santos evangelios. Buenos libros a sus sacerdotes y sus seminaristas –sin excepciones-, trozos de pastel preparados por su hermana religiosa para las familias, el servicio funerario a familias de escasos recursos, un aporte económico a familias que pasaban penurias producto de diversas calamidades. Con el paso de los años uno van recaudando muchos testimonios de su silenciosa labor hecha, aplicando en todo momento aquella norma que sólo los santos saben vivir a la perfección y delicadeza necesaria: “no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. Todo ello, muy distinto al que suele imponer la impronta farisaica del liberalismo que llega hacer de la caridad un negocio donde el marketing pasa a jugar un papel relevante.

  SACERDOTE DIOCESIS DE VALPARAÍSO CHILE
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La  presencia del venerado Pastor de Valparaíso no estaba recluida a un sector territorial de la diócesis sino que prodigiosamente se desplegaba en toda su extensión, permitiéndole tener un conocimiento de sus fieles de la costa, del campo y la ciudad de primera fuente, a los cuales nutria espiritualmente con homilías en un estilo de frases que iban dejando espacio pata meditarlas, las cuales muchas de ellas quedaron posteriormente plasmadas en sus  numerosas cartas pastorales, en la cercana presencia con los enfermos en la Santa Misa dominical transmitida por las tardes que se editaba por aquellos años en el primer canal católico de Chile y en las frecuentes visitas que hacia especialmente a los moribundos.

Con sagrada regularidad visitaba a sus sacerdotes teniendo un alma magnánima, no elitista ni selectiva –“barrera” en la jerga local- lo que le permitía mantener una cercanía con el clero, que no sólo le respetaba como su legítimo pastor sino que le apreciaba como su propio padre y hermano.
Prueba de ello es la libertad que siempre tuvo al momento de elegir a sus inmediatos colaboradores, los cuales aun teniendo reconocidas diferencias, en modo alguno  dejaban de percibir el afecto de su Obispo logrando implementar una pastoral cruzada por varias generaciones de sacerdotes, jóvenes y experimentados, chilenos y extranjeros, diocesanos y religiosos, lo que repercutía en una pastoral de conjunto que ilustraba una identidad, un rostro preciso del clero inserto en la porción de la Iglesia diocesana en Valparaíso.

Un punto de su quehacer pastoral que alcanzó connotación mundial, fue aquella sanción dada a quienes vistiesen indecorosamente en las playas, algo que recientemente ha salido al tapete con ocasión del uso del burkini por parte de musulmanas en las costas mediterráneas. El tiempo daría la razón al Pastor que colocaba una severa sanción referida a una materia que tendría insospechadas repercusiones en la vida moral. La exacerbación de las pasiones que para algunos resultaba por entonces una “simple travesura” se manifestaría posteriormente en un estilo de vida donde el desenfreno moral se transformaría en la plaga undécima del Siglo XXI. Con dolor y molestia -por cierto- vemos que aquel canal de televisión dependiente de la Iglesia en Valparaíso emita actualmente programas degradantes. El nuevo becerro de oro que es el rating y con ello el dinero que se obtiene producto de él, evidencia la vigencia de las enseñanzas que un día proclamase el Arzobispo porteño.

Es cierto que muchas veces no se puede impedir el avance de determinadas situaciones, pero el creyente nunca puede dejarse seducir por la vía del entreguismo fácil e inmartirial de no dar oportuno y solido testimonio de lo que Dios quiere hacer por medio de su Iglesia: ¡El católico que no es apóstol es un apóstata! Y, esto nos lleva a tener presente que no somos “hijos del siglo” sino que desde el bautismo ¡sólo por medio de él- somos “hijos de Dios” e “hijos  de su Iglesia”, que es única, santa, católica, apostólica y romana, pues el actual Sumo Pontífice allí reside!

Sin duda la voz del Pastor que procuró ser fiel y veraz, resuena en nuestro tiempo, y su imagen queda impresa en la historia como aquel Obispo que en todo momento, sin dejarse avasallar por los criterios, por los reconocimientos, por los aduladores, por los respetos humanos,  implementó un estilo pastoral de la primacía de Jesucristo, tal como nos lo dice el texto del Evangelio correspondiente a este día: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

  PADRE JAIME HERRERA EN MISIONES USA 2016


Con firmeza supo defender la verdad de Dios y de la Iglesia, aplicando sabiamente el principio que “la verdad tiene fuerza en que es verdad” (San Mateo VI, 33), por lo que no necesitó “golpear mesas”, “evadir diálogos” y “evitar saludos”, “alzar estridentemente su voz”…por el contrario: era como aquel publicano que citó Nuestro Señor en una de sus parábolas… “se sienta al final del templo sin alzar la mirada”  porque reconoce su indignidad. Se cumplía en todo su ministerio episcopal que siempre “puede más una gota de miel que mil de hiel”, lo que Dios no dejó de premiar con creces: diecinueve parroquias, un seminario pontificio, quince liceos y escuelas. Simple: Cada catorce meses una parroquia, cada dieciocho meses un colegio, y  un Seminario Pontificio que a su partida llegó a cobijar cerca de un centenar de seminaristas. A Nuestra Madre de Lo Vásquez, y a la Virgen de las Mercedes de Puerto Claro a la que confió su ministerio episcopal en Valparaíso, imploramos una vez más para que descanse en paz. ¡Que Viva Cristo Rey!

PADRE JAIME HERRERA GONZÁLEZ / DIÓCESIS DE VALPARAÍSO