miércoles, 1 de mayo de 2024

 TEMA  : “LO QUE DIOS HA UNIDO NO LO SEPARE EL HOMBRE”.

FECHA: HOMILÍA  BODAS  DE  ORO CATEDRAL VALPARAÍSO  /  2024

Queridos hermanos, estimados esposos Juan y María, con gran alegría nos reunimos para celebrar las Bodas de Oro de vuestro matrimonio, lo cual han querido hacerlo en medio de la celebración de la Santa Misa, repicando con esto las palabras del Apóstol San Pablo: “El que se case, se case en el Señor”.  Sin duda ello nos lleva a recordar que todo ser humano está llamado destellar como un “Dei capax”. La única creatura que lleva inscrito en su ser más íntimo, en su corazón, la huella de dónde proviene y el medio por el cual ha de  alcanzar la plenitud sin límite, que es la bienaventuranza eterna.

Ciertamente, estar en este lugar sagrado dispone de una manera más fácil nuestra alma para recordar aquellas realidades que no pasan, no se pierden ni se hurtan, como son las que se refieren a nuestra vida espiritual que tiende en todo momento a una mayor perfección y amistad con Dios, que se ha comunicado y revelado para dar sentido a toda nuestra existencia.

Hace cinco décadas, ante el altar de Dios quienes eran novios prometieron mutuamente vivir unidos “siendo fieles, con salud o enfermedad, para así amarse y respetarse todos los días de la vida”, con lo cual, sus almas quedaron perpetuamente unidas, según el designio original dado por Dios, y que fue explicitado por Jesús: “El hombre tiene que dejar a su padre y a su madre  se unirá a su mujer y no serán sino una sola cosa, de tal manera que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”(San Mateo XIX, 5-6).

Contraviniendo el refranero popular que repite “en martes no te cases ni embarques”, desafiaron a los augurios de la cabalística en el año iniciado un martes, colocaron sus confianzas en la voluntad de Dios, recibiendo el santo matrimonio, que hoy con aún mayor certeza renuevan no desde los sueños y deseos sino apoyados en la madurez que deviene del camino mutuo recorrido.

Como hicieron los gentiles ante el testimonio dado por los Apóstoles que nos relata la Primera lectura, hoy –igual como entonces- nos alegramos y glorificamos la Palabra del Señor, pues nuestra celebración eucarística tiene en todo momento como centro la persona de Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre, que ofrece su vida para nuestra salvación y gloria del Padre Eterno.

 

El camino recorrido por ambos en cinco décadas es motivo para dar gloria a Dios que “todo lo ha hecho bien”, en tanto que para las generaciones “emergentes” constituye una prueba irrefutable que el amor para toda la vida existe porque Dios no deja de conceder su bendición a quienes la imploran ni los esposos olvidan que “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles”.

En una cultura que vive lo inmediato, que todo marca como transitorio, estamos habituados a normalizar la fragilidad de las relaciones signándolas con un carácter quebradizo, lo cual,  se ha llegado a legalizar en directa oposición a lo que el Señor Jesús indica: “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

Ambos –Juan y María- son una predicación elocuente, puesto que,  al venir voluntariamente a renovar las promesas del santo matrimonio le enseñan a todos lo que estamos aquí,  que lo dicho por el Señor, lejos de ser algo bonito y pasado, es actual, creíble y posible. Por ello, como Iglesia estamos muy felices en esta mañana –vísperas del día del Señor- de celebrar en esta Catedral las Bodas de Oro tal como el Papa Juan Pablo II nos invitaba a hacerlo en su recordada Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” (22 Noviembre 1981).

La mutua entrega, en medio de vicisitudes favorables y adversas, ha permitido avanzar juntos hasta llegar hoy no a la meta de una cumbre lograda  sino al punto de partida de un camino nuevo, que implica la grandeza del descubrimiento que cada jornada, cada acontecimiento, y por qué no decirlo, cada acción,  ha de revestirse del carácter sublime que implica la vida mutua cuando el Señor está presente en medio del hogar.

Mas, no sólo la enseñanza se dirige a vuestra familia inmediata como son hijos y nietos, sino a toda la sociedad que ve en este ejemplo una realidad, necesaria para enmendar el rumbo incierto en el que se encuentra sumergida. Conviene a este respecto recordar las palabras que el Santo Padre pronuncio en Rodelillo en la Santa Misa a la que probablemente muchos de los presentes estuvimos presentes:   “La familia es el punto de apoyo que la Iglesia necesita hoy para encaminar el mundo hacia Dios y para devolverle la esperanza que parece haberse difuminado ante sus ojos(Juan Pablo II, Misa a la Familia en Rodelillo, 2 abril 1987). Invoquemos a la Virgen María que nos obtenga la bendición para quienes en un momento renovarán las promesas matrimoniales. ¡Que Viva Cristo Rey!