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“ PETRI APOSTOLI POTESTATEM ACCIPIENS ” (San Francisco de Asis).
Treinta y dos años han transcurrido desde que tímidamente comenzamos, junto
a un numeroso grupo de jóvenes a participar en las jornadas vocacionales
organizadas en el Seminario Diocesano de Lo Vásquez.
Esporádicamente en 1980, y luego sistemáticamente en 1981, contando con 16
años, tuvimos la oportunidad de participar en las importantes celebraciones
litúrgicas con ocasión del Congreso Eucarístico Nacional, al cual, entre otros importantes
prelados de naciones vecinas, vino invitado el recientemente electo Papa
Francisco.
Si bien las primeras palabras del Santo Padre hicieron hincapié en la
lejanía de su origen natal, la Escritura Santa señala que “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro
Dios”, lo cual más allá de ser una expresión chauvinista entraña la
realidad de un amor de Dios que traspasa fronteras, haciendo que aquel confín
sea el centro e inicio de múltiples bendiciones para la Iglesia tal como fue
profetizado por el beato Karol Wojlyla al denominar a nuestra tierra de America
como el continente de la esperanza, lo cual ya lo es si sólo se considera el
hecho que la mitad de los católicos del mundo viven aquí, donde desde 1492 se
alzaron los estandartes de la Cruz, de la Virgen, de la Santa Misa y del Papa.
En efecto, cada uno de estas realidades marca indeleblemente la espiritualidad,
religiosidad, y vida pastoral de esta parte del mundo.
Extraños mostos y sustancias parecen ilusionar a importantes sectores de la
prensa que una vez más se equivocaron rotundamente al analizar y proyectar la
vida de nuestra Iglesia. Desde el anecdótico comentarista que con amplia
tribuna lucraba anunciando el fin de la
Iglesia Católica, como hace unos meses lo hizo por un año entero preconizando
el fin del mundo, una vez más la Iglesia sale fortalecida y da un ejemplo de
fresca lozanía. Se especulaba sobre graves rencillas internas entre purpurados
que difícilmente se pondrían prontamente de acuerdo, y la realidad fue muy
distinta: bastaron dos días para alcanzar la unanimidad requerida.
La voz del Espíritu Santo finalmente sopla cuando, como y donde quiere:
cuando todos aventuraban un Pontífice cuya característica inexcusable fuese su
juventud, permitió Dios que fuese un hombre de vasta experiencia, avanzado en
canas y calvicie, de la tercera edad, como reiterando la plena vigencia de
cobijar la posibilidad de tener por tercera vez, en el último cuarto de siglo,
un Sumo Pontífice que carga con el peso de la cruz y de los años, aún más
considerando que desde hace décadas el Papa Bergoglio cuenta con un solo
pulmón, lo que no ha sido óbice para el fiel cumplimiento a los ministerios y
oficios que el Señor y su Iglesia le han demandado desde hace mucho tiempo
hasta al presente.
En las últimas semanas, y con ocasión de la renuncia del recordado
Pontífice sajón, no faltaron quienes, siguiendo los ímpetus de las volubles
mayorías, esbozaban en la prensa de farándula
eclesial que el Romano Pontífice tendría un carácter temporal, casi con
fecha y circunstancia de vencimiento, llegando a decir en algunos casos que
fuese un cargo de hasta cuatro o seis años como lo son, en algunos los
parlamentarios, de la alta y baja cámara.
Lo cierto, es que incluso los propios hijos de San Ignacio de Loyola han
afirmado que no tenían entre los posibles papables a un hijo de la Compañía de
Jesús, por ser el Pontífice entrante de muchos años. Sabia es nuestra la
Iglesia en no desatender la voz del Paráclito que le hace ir, como siempre, “mar
adentro” bajo el timón de quien prometió
“hacer todo para mayor gloria de Dios”. Con el natural desplante de la
juventud, un entrevistado joven bonaerense respondía que ellos “pensaban que seria el Cardenal Sandri,
pero, que una vez electo Bergoglio felices todos”, con lo cual podemos
intuir que hubo fieles de la Nación con emblema albi celeste que tampoco lo
incluían entre sus mas hondas cavilaciones.
Mas allá del anecdotario de una elección papal, la edad no jugo un papel
relevante para elegir al Sucesor de Pedro, como tampoco tuvo incidencia el tema
de la salud, sólo sabemos, citando al Papa Urbano II que “Dios lo quiere”.
En medio del tiempo penitencial de la Cuaresma, precedido por el Domingo de
Laetare, el orbe católico se llenó de
gozo al escuchar las palabras: “Habemus
Papam”. Dicha alegría tenía el origen en el amor de Dios, pues aún sin
saber el nombre del elegido la muchedumbre presente ante la logia de la
basílica, y gran parte de los 1.200 millones de católicos veían cambiar las
lágrimas de dolor por la inesperada abdicación de Benedicto XVI por lágrimas de
alegría. El caminar del creyente, al paso del don de la fe, tan presente este
Año, conduce a dar el paso de la tristeza al gozo, de la incertidumbre a la
certeza.
En el atardecer de aquel día representaba para las naciones hermanas de
Chile y Argentina una fecha muy singular, pues era el aniversario centuagésimo
noveno de la Solemne Inauguración del Monumento al Cristo Redentor de Los
Andes, en recuerdo de una paz, en la cual un Santo Pontífice haría de abnegado
y feliz mediador en los años venideros.
La voz del
gran predicador en eco se hizo oír a 3854 metros ese día: “Se desplomarán
primero estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a
los pies del Cristo Redentor”. Ahora, esa paz doblemente sellada, se
fortalece al poder contar con la persona del Romano Pontífice cuya más honda
identificación es con la persona de Cristo, a quien representa y hace las veces
de su presencia dulce (Santa Catalina de Siena al Papa Gregorio XI).
Lo que hace cercana la persona del Papa
a los fieles es el vínculo de la fe. Más allá de capacidades, curriculum,
trayectoria, que pueden tenerse buenamente, está el hecho de verlo como quien
viene –como Pedro- a “confirmarnos en la
fe”. No en una creencia cualquiera, ni de una fe hecha a imagen y semejanza
de los valores de un mundo que esta alejado de Dios. La Fe de Bergoglio es la
fe de Ratzinger, Wojtyla, Luciani ,
Montini, Roncali, Pacelli, Ratti, Della Chiesa, Sarto, Pecci, hasta llegar al
pescador de Galilea, puesto por Jesús como “columna
y baluarte de verdad” (1 Timoteo III,15).
Es una fe que nada tiene que ver con la
que profesan aquellos que ante el advenimiento del nuevo Pontífice buscan
desesperadamente obtener pingues ganancias
para confirmarse en sus heterodoxias. El paso dado por los cardenales y
miembros de la curia vaticana parece
excitar la rebelión espiritual y eclesial de quienes ni siquiera tienen el
valor y el coraje suficiente como para dejar una Iglesia cuya fe no comparten,
y que sistemáticamente pretenden derruir.
La persona que hoy dirige nuestra
Iglesia, criado en la lengua de Cervantes, hermosamente puede ser llamado como
el Papa, expresión que nace de un acrónimo del latín “Petri Apostoli Potestatem Accipiens”, es decir, "el que sucede al apóstol Pedro”. Desde
que la voz de Pedro se extinguió producto del martirio luego de cumplir durante
34 años el mandato dado por el Señor: “Apacienta mis corderos”, han tomado el
signo del encargo dado por el Nazareno, 265 pontífices, provenientes de los más
recónditos lugares de la tierra. Entre los españoles, Dámaso I, Calixto III, Alejandro VI y
Benedicto XIII, y debieron transcurrir 510 años para que la elección de un Papa
de habla hispana. Cada uno ha sido -analizada la historia- providencial para su
tiempo y claves para el tiempo que la Iglesia ha vivido.
No tiene sentido en consecuencia el
espíritu rupturista que algunos pretender dar a los noveles jornadas del
Sucesor de Pedro: su origen americano viene a complementar la riqueza que
significo para la Iglesia tener un día a pontífices venidos de África, Galilea,
Jerusalén, Siria, Grecia, Holanda, Portugal,
España, Francia, Alemania e Inglaterra. En tanto que las acciones desplegadas,
más allá de un carácter anecdótico no representan lo fundamental que es tener
en la Sede de Pedro a quien el Espíritu Santo iluminó a los cardenales para
continuar navegando por las turbulentas aguas del mundo sin sucumbir a las
fuerzas de las olas del liberacionismo ni de la dictadura del relativismo
imperante.
Las variopintas denominaciones que han tenido los Papas a la fecha son
múltiples. Mas, el Romano Pontífice actual escogió el del poverello de Asís, cuya misión de
“arreglar la Iglesia” que recibió en la ermita de San Damián permanece
plenamente vigente hasta nuestros días. Hay mucho que cambiar, y lo primero es
el corazón, pues el otro nombre de la Nueva Evangelización es la conversión, la
cual nace de un encuentro con Aquel que dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (San Juan XIV, 6), “El mismo ayer, hoy y siempre” (Hebreos
XIII, 18).
PBRO. JAIME HERRERA GONZALEZ, SACERDOTE DE VALPARAISO
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