¿Y todo lo demás? Los seres animados
e inanimados. Y las personas que nos rodean
¿que fin tienen? ¿No hay contradicción entre los fines de las personas y
mi fin? No.
Hay cosas y hay personas que nos
acercan y otras que nos alejan de nuestro fin último que es Dios.
Por lo tanto, la contestación para resolver este problema de la
concordancia entre el medio que me rodea –cosas, personas, sociedad- y mi
actividad es esta: el sentido común. ¿Cuál es mi fin?
Yo tengo que usar de las cosas y personas si acaso me acercan o alejan de
Dios. Es de sentido común, que si voy a emprender un viaje un viaje no me
interesa primordialmente el color del bus sino principalmente hacia donde va.
¡Hay que saber donde va la micro! Ninguno tomaría cualquier bus que vaya a
cualquier parte.
La norma del mundo actual, que diariamente conocemos por la prensa y
conversaciones, es hacer lo que “me gusta” o “no me gusta”. Esta es una reina que exige adoración absoluta: la
reina Gana: “me da la gana” o “no me
da la gana”.
La norma de la santidad es esta: tanto cuanto me conduce o me aleja de Dios, cueste lo que cueste.
Por ejemplo: un viaje en tren. ¡Andar
en tren es de lo mejor! Entonamos más de una vez cuando como escolares
íbamos de paseo al Jardín botánico. Supongamos que nos ganamos el Loto
acumulado durante varios meses. Imaginemos que para ir a Santiago a cobrar
nuestro premio sólo dispusiéramos de buses para ir. Llegamos al terminal,
compramos un pasaje y nos dirigimos a los andenes. Miramos, y vemos un pullman
de última generación: con butacas, teléfono, pantalla, aire acondicionado
personal. Rápidamente nos subimos a el, y emprendemos el viaje. Sin darnos
cuenta del paisaje a causa de la buena película que vamos viendo, se acerca el
auxiliar a cobrar el pasaje. Le pasamos el boleto y algo sorprendido nos dice:
debe bajarse de este bus, porque no vamos para Santiago sino que vamos para
Arica. Le respondemos que no nos vamos a bajar porque estamos muy cómodos, lo
vamos pasando bien con la película, y el bonito el bus. ¿Y el premio que vamos
a cobrar? ¿Lo despreciamos por unas horas de placer en un bus?
¡Cuántos hombres hay que suben al tren del placer! Olvidando el fin
absoluto. ¿Hemos colocado el pie en el primer peldaño? Lo que tengo que hacer
es bajar de ese bus si acaso no me conduce hacia donde me dirijo. Algo
semejante pasa con Dios: si no me lleva a El, lo dejo; si me acerca lo tomo.
Hay que distinguir entre lo que es necesario bajo pena de pecado y lo que
no es bajo pena de pecado: por ejemplo, que actitud vamos a tomar, ¿Qué
queremos? ¿Salud o enfermedad? , ¿Riqueza o pobreza?, ¿Vida breve o extensa?,
¿Honor o deshonor? ¿Qué quieres?
Hemos de responder resueltamente: ¡Yo no elijo nada de lo que Dios no
quiera! ¡Yo elijo lo que Dios quiere! Todo lo que no tenga que ver con su
voluntad, con sus Palabra, con sus designios, nada tiene que ver conmigo. Con
la misma resolución que clamaba el Papa Urbano II al emprender la primera
cruzada: Era el año 1095 en el Concilio de Clermont al terminar su homilía con la frase del Evangelio “Renuncia a ti mismo, toma tu cruz y
sígueme” (San Mateo XVI, 24), la multitud, entusiasmada, manifestó
ruidosamente su aprobación con el grito ¡Deus
le volt! ¡Dios lo quiere!
San Pablo camino Damasco iba con plenos poderes para perseguir y apresar a
los cristianos. En el retiro anterior recordamos cómo fue su proceso de
conversión: de eximio perseguidor a católicos a fidelísimo seguidor de Cristo.
Todo ello en virtud de la gracia que lo
derriba del caballo. Pero más bien, lo derriba de donde el se había encumbrado.
En nuestra Patria utilizamos de manera peyorativa el término “trepador” para designar aquella persona que avanza en posiciones y
situaciones más que por méritos personales a costa de postergar los méritos
ajenos a cualquier costa. El Apóstol de los Gentiles antes de convertirse a
Cristo, estaba totalmente lleno de sí
mismo, por lo que Dios no cabía en su corazón, porque simplemente no había
espacio para El.
¿Qué quieres que yo haga Señor? ¡Qué
quieres! Delante del Señor preguntemos claramente.
1. La disponibilidad de
Cristo era radical: no
admitía vaguedades. Si es si y no es no, es algo tan obvio pero tan arduo de
entender e implementar en la vida cotidiana. No hay condiciones ni excusas.
Cristo respondió con plena disponibilidad al Padre porque el Padre Eterno no lo
dejó a la deriva. La certeza de la unión con Dios fue el fundamento de la
disponibilidad de Jesús, que implicaba: salir, moverse y dejar.
Así lo leemos en la plegaria del Huerto de los Olivos. Allí se nos presenta
un Jesús en medio de la tristeza, la angustia y la incertidumbre. ¡Pero sin
perder su Señorío divino y humano! Es el
momento más crucial de su vida. Es la hora decisiva, ya no hay otro momento. Es
inminente la hora del cumplimiento de la misión que su Padre Dios le había
encargado. La voluntad de Dios está primero, antes que cualquier deseo
personal.
En todo momento Jesús se nos presenta como el gran disponible, abierto a
todo lo que el Padre le pida: “Mi
alimento es hacer la voluntad del que me envió”. No sorprende que cuando la
traición ya ha sido anunciada oraría expresando su deseo humano, sin que llegue
a ser un impedimento al plan de Dios: “Padre
mío, si es posible, que pase de mi este cáliz, pero que no se haga como yo
quiero, sino como quieres tu”.
2. La disponibilidad de
Cristo era permanente:
Sabiamente escribió san Bernardo que la caridad para ser
verdadera debe ser ordenada. Por ello, la disponibilidad, que es un eco de la
caridad, se debe encaminar primeramente hacia los que están a nuestro lado.
Nuestro prójimo son los mas cercanos: familia, amigos, vecinos, cercanos,
conocidos. Realidad preferencial pero no exclusiva pues nos debemos a todos
cuantos nos requieran. Ninguno imagina a nuestro Señor a una persona: «No, mira, yo soy Galileo, tu
eres samaritano, no te puedo atender. Seguramente en tu ciudad habrá alguien
que te echará una mano». Eso es imposible. Entonces nosotros, que
nos decimos seguidores de Cristo, ¿No tenemos que actuar de igual modo? E
imitar la permanente disponibilidad de Jesús.
Max Jacob, converso |
La disponibilidad consiste en adecuar nuestra voluntad a la voluntad de
Dios. Y aquí esta la raíz de la santidad, para ello hay que pagar un precio y
es el gran amor a Dios. El identificarse con Cristo disponible no nos hace
perder la propia personalidad sino que por el contrario nos permite llevarla a
su plenitud. Los santos, que son todos conversos a Jesucristo, se identificaron
con El manteniendo su propio carácter. No hay ningún carácter que con la ayuda
de la gracia de Dios no se pueda mejorar.
Tenemos el ejemplo del pintor y poeta, nacido en la
Borgoña hacia 1901: Max Jacob. Nació en el seno de una familia semita, llevo
una vida licenciosa junto a tres amigos, uno de los cuales era Picasso. Por las
adoquinadas calles de la parte baja de Montmartre, deambulaban más de noche que
de día. Ello hasta que un día en la pared de su habitación contemplo la imagen
de Jesucristo.
Fue tal la impresión, que al despuntar el alba corrió al
Santuario del Corazón de Jesús ubicado a pocas cuadras de su hogar, y pidió ser
bautizado. Su petición fue aceptada con la salvedad que aquello que profesaba
en el Credo debería hacer el esfuerzo por vivirlo cotidianamente durante un
tiempo, por lo que pasados unos meses fue incorporado a las aguas bautismales,
oficiando como padrino su amigo y reconocido pintor parisino.
Compuso unas hermosas letanías en honor a la Virgen, y
vivió junto a un monasterio benedictino hasta que en medio de la segunda gran
guerra fue detenido. Su cuerpo fue encontrado teniendo en el bolsillo un Santo
Rosario. El haber visto a Cristo un día hizo cambiar para siempre a Max Jacob.
Santa Edith Stein |
La experiencia de conversión es común a los santos. Así
sucede con otra hija de Sión, la reconocida filósofa Teresa Benedicta de la
Cruz, en vida llamada Edith Stein. Nos reservamos la opinión que tenia nuestro
recordado Capellán Enrique Pascal García Huidobro sobre las mujeres que se
dedicaban a la filosofía… ¡Que decir de lo afirmado por las universitarias del
reconocido historiador Retamal Faverau…Lo cierto es que nuestra Santa citada
era brillante. Judía de pura cepa nació el día de Yon Kipour de 1891.
Inmersa en el campo de la fenomenologia, en el año 1921, tras la muerte de un muy cercano
amigo, Edith decide acompañar a la viuda, pensando que se iba a encontrar con
una mujer totalmente desconsolada ante la perdida de su esposo tan querido. La
muerte le causaba siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia
sentir la urgencia de dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida.
En este momento de su vida, ya vivía interiormente una
cierta kenosis, pues había
experimentado el vacío de las aspiraciones de sus ideas filosóficas. Estas no
eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad mas
profunda, mas completa. Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y
lagunas. Ella buscaba más. Fue por tanto de gran impacto para ella, encontrar
que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y una
gran fe en Dios. Viéndola, Stein deseaba conocer la fuente de esa paz y de esa
fe.
Teresa Benedicta de la Cruz |
Mientras estaba en casa de la viuda, Edith tiene acceso a
leer la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior, Santa
Teresa de Jesús. Paso una noche entera leyendo un libro hasta que lo termino.
Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página hasta que
finalmente su raciocinio se sometió a la gracia haciéndola pronunciar aquellas
palabras desde su corazón femenino: ¡Esta
es la verdad! Ingresó como religiosa de clausura carmelita, hasta que, luego de muchos padecimientos fue asesinada
en agosto de 1942.
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