martes, 16 de junio de 2020


TEMA  : “LA OBLIGACIÓN  DE HACER EL BIEN A LOS FIELES”
FECHA: HOMILÍA  SOLEMNIDAD  PENTECOSTÉS  /  MAYO  2020
La primera lectura dice algo que nos puede resultar muy actual: “Al llegar el día de “pentecostés” estaban todos reunidos en  un mismo lugar, lo que acontece, en mayor o menor medida,  en muchos hogares en estos días como consecuencia de la medidas a las que el Ministerio de Salud ha invitado a seguir. Sin duda, en algunos casos ha servido para el reencuentro de la vida familiar que suele deambular por la  diáspora del activismo actual y en la vorágine del anhelo de agregar horas a cada jornada.
Sin duda, quienes estaban reunidos –entonces- en el Cenáculo de Jerusalén,  es porque fueron convocados por nuestro Señor, lo cual,  ahora no podemos sino verlo como manifestación de su providencia que así lo ha establecido. Si de algo estamos seguros los creyentes es que no es casualidad.
Ahora bien, estar reunidos puede hacerse de muchas maneras, y no significa necesariamente que prevalezca el mejor de los ánimos ni emerjan los más nobles sentimientos, puesto que,  para ello se requiere tener un espíritu común que haga “nuevas todas las cosas”.
Si Dios no se hace presente en la vida del hombre y de la sociedad, estar confinados bajo un mismo techo o en un mismo lugar,  puede empeorar lo que previamente se tenía. Mas, si se estamos juntos en el Espíritu Santo que unifica, da vida y fuerza, la convivencia entre hermanos, entre cónyuges, entre hijos y padres,  se cristaliza en la vivencia cotidiana de las virtudes necesarias para santificarnos.
Cuando Dios creó al hombre lo hizo un ser de “carne y hueso”, que tiene un alma que le confiere una condición espiritual, lo que ha de ser tenido como algo esencial, diferenciándose del resto de las creaturas del resto del universo.
Siendo el alma,  el santuario de Dios en cada persona, tal como pregunta el Apóstol ¿No sabéis acaso que sois templo de Dios?, podemos decir que  la razón de su dignidad y vocación emerge de la unión que tenga cada uno con Dios, de quien proviene y hacia quien se encamina cada uno de nuestros pasos, pues,  es voluntad de Dios, es deseo del Señor,  que todos alcancemos la santidad lo cual, pasa por creer en todo aquello que cree nuestra Iglesia, convertirnos permanentemente y procurar abandonar el pecado para vivir en estado de gracia.
Con frecuencia el Señor Jesús exhortaba a cada uno de sus discípulos a interiorizar su mensaje, a sanar el corazón: iluminando su conciencia por medio de cada palabra y cada gesto, del que fueron testigos presenciales no virtuales a largo de su vida pública antes y después de su muerte y resurrección. Aquellos cuarenta días y los siguientes esperaron con expectación el cumplimiento de  la promesa en vistas al “envío de un Defensor”. Recordaban en esos días, las dudas, vacilaciones, traiciones, negaciones, promesas incumplidas, cobardías que hicieron en un momento decir a Jesús: “Sois tardos de entender… ¡Hasta cuándo tengo que soportaros!”.
Desde un inicio los apóstoles comprendieron que debían cultivar la piedad, el espíritu religioso, la intimidad con Jesucristo en la oración, la comunión con los sentimientos de su Sagrado Corazón del que les costaba sintonizar hasta el punto que el Señor les dijo: “¡Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón!”,  añadiendo como fue profetizado que al ser puesto en la cruz “mirarán todos su Corazón traspasado”.
SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS 2020

Este día de Pentecostés coincide con el inicio del mes que honramos al Sagrado Corazón de Jesús. Sin duda,  no es algo fortuito, particularmente a estas horas y en estos de días donde nuestra sociedad parece deambular como a tientas, sin saber cómo y por dónde caminar, generando un espíritu de temor, incertidumbre, que no deja de mostrar signos evidentes de desolación, violencia, y desconfianza tanto por el presente como por el futuro.
Llevamos meses de desencuentro a causa del estallido violentista cuyas huellas encontramos a diario en el centro y periferia de las ciudades, afectando el emprendimiento, la educación, la vida familiar, y hasta el culto religioso mismo con las dos pandemias que han sobrevenido los últimos siete meses, culminado con una corona cuyas consecuencias mostrarán su crudeza , en unos meses, pero que sabemos dejarán huellas imborrables en las personas, familias y sociedad.
Hemos experimentado que el espíritu del mundo actual, ante quien adora hasta la saciedad gran parte de la sociedad,  en la exacta medida que ha ido desplegando los placeres ha ido replegando los deberes hacia Dios, llegando a expulsarlo de su vida olvidándolo en sus prioridades e intereses cotidianos, haciéndolo prácticamente  un  “paria” de la cultura. ¿Qué diremos? Con el Evangelio en la mano: “No tentarás al Señor tu Dios”.

Los grandes conflictos religiosos de cruzadas y persecuciones, sumados al surgimiento de herejías y apostasías que persisten hasta nuestros días, palidecen ante los males del mundo presente, puesto que si antiguamente se combatía al Dios y sus creyentes, en la vida presente simplemente no se persigue, no se margina, sino que se prescinde, señalando que no es tema relevante la religión y la fe.
Más grave aún es el hecho que el virus secular está incubado en parte de nuestra Iglesia misma,  tal como lo hemos visto con ocasión de la pandemia donde se ha llegado a cerrar templos innecesaria e inoportunamente, se ha negado el acceso a la comunión de los enfermos, se ha obligado a fieles comulgar en la mano, todo lo cual nos lleva a implorar que la misericordia de Dios este un paso más adelante que su  justicia.
Sabemos que el valor de cada Santa Misa es infinito. Una sola gota derramada por Cristo en el Calvario, y que se hace presente en cada altar,  tiene a los ojos de Dios Padre y de su Iglesia,  una dimensión sublime,  que los ángeles pueden percibir pero no recibir de modo real como nosotros al momento de comulgar presencialmente, haciendo que el Cuerpo  de Cristo sea nuestro alimento  y no nuestro sólo deseo como sería en una comunión virtualizada, que,  siendo meritoria y deseable, nunca será comparable con nutrirnos eucarísticamente con quien es el Pan de Vida.
Entonces, nos podemos preguntar al respecto: ¿Cuántas gracias posibles no han sido recibidas en estos 73 días?…¿Cuántas benditas almas de purgatorio ven retrasada su libertad de aquel lugar,  a causa que no se han ofrecido sufragios por ellos?...¿Cuantos pecados graves impiden poder hacer una comunión presencial reparadora y recibir los beneficios de la comunión espiritual,  inocua a causa del falta de la gracia?
Cada interrogante suplica del  Cielo la gracia que antes que termine la pandemia se ilumine la mente y corazón de los todos los fieles (sin excepción por cierto) en orden a valorar en justicia a Aquel que se recibe en cada Santa Misa teniendo presente que,  con dolor es menester reconocer que, para muchos bautizados hoy,  la Eucaristía no pasa de ser un pan bendito, colocado sobre una mesa, ubicada en un lugar de reunión, en la cual participan creyentes o no, que asisten si están con ganas de acudir. ¿Estos son los criterios para tratar al Señor Jesús? Sabiendo todo lo que hizo por nosotros y que lo vive en cada Santa Misa hoy?
Queridos hermanos: El mayor acto de caridad de un sacerdote es ofrecer a los fieles el mayor de los bienes como es el que cada día viene en nuestras manos a los altares para “dar vida en abundancia2. Este es el punto esencial de una necesidad esencial que tiene cada fiel y cada comunidad que no comprende cómo se priva de un bien tal que el mismo Cristo dijo “el que come de este Pan vive para siempre”.
Es verdad,  nadie está moralmente obligado a lo imposible. El Evangelio, el catecismo y las normas pontificias dadas respecto de la vida litúrgica señalan claramente cuáles son las exigencias y condiciones para comulgar debidamente, debiendo abstenerse quien no esté preparado y en conciencia no debe comulgar sacramentalmente. Desde niños sabemos que no comete falta aquel feligrés que  está gravemente enfermo y debe de modo impostergable cuidar a un enfermo.
Aquí entra el caso de no asistir a la Misa si existe certeza o alto grado de contagiar o contagiarse de una enfermedad grave. Respecto de tener certeza,  ello es imposible en la actualidad,  aun tomando toda precaución como es el caso de tantos facultativos, servidores de sanidad que se han contagiado, incluso como sacerdotes sabemos de enfermos que se contagian en los hospitales en los pabellones quirúrgicos habida consideración que se vuelve a operar en ellos en unas horas,  porque se toman las oportunas medidas de sanitización  y esterilización, a pesar que la posibilidad de contagio intrahospitalario siempre permanece, más los hospitales no son cerrados…menos por tres o cuatro meses, tal como sucede con la Casa de Dios. 
En cuanto al “alto grado posible” en relación al costo beneficio de la medida es incomparable colocar en balanza una realidad como es Cristo como alimento del alma con la incertidumbre de aquello que puede o no suceder. Hay quienes juegan con las cifras en la prensa: el 80% de los contagiados vive en Santiago el resto en todo el país de Arica a la Antártica. El 70% de los contagiados tiene menos de 50 años –la base de contaminante es centenial y milenials- y el 90% de los fallecidos son mayores de 75 años.
Respecto de la fe y la practica sacramental, incluida la confesión, la gran mayoría son personas mayores y el grado de incredulidad se ubica en los segmentos más nóveles. Con el acto de prohibir el culto presencial total se priva a quienes sí asisten y colaboran en la comunidad que libremente han elegido.  
SANTA MISA PUERTO CLARO CHILE


La gravedad de la medida tomada en diversas partes del mundo es muy distinta: en algunos países se hizo consulta a los párrocos sobre la medida; en otras como en Chile se dictó por un anuncio dado por el Comité Permanente del Episcopado (cinco de ellos) que indicaron que obedeciendo las directrices del Ministerio de Salud se suprimía el culto público a partir del 19 de marzo hasta la fecha. Mas personalmente he buscado y no he encontrado ningún texto ministerial (Minsal)  que indique prohibición de clausurar los templos en nuestra Diócesis a la fecha,  por el Corvid 19, lo que me hace incomprensible una norma que se funda en un supuesto inexistente: afirmando algo que no aparece en el Diario Oficial de Chile hasta ahora.
Mas,  el problema es más hondo, porque,  -finalmente- se aplica una medida general que no considera (no escucha porque no consulta) las realidades locales, muy diversas unas de otras. Ello evidencia una falla estructural en la orgánica pastoral que es urgente modificar y se refiere al rol más protagónico que debe tener cada obispo en su propia diócesis. El Obispo es el Pastor de cada diócesis, nadie mejor que él puede conducir el rebaño encomendado puesto que  desde su fidelidad goza más hondamente del Espíritu de Dios. ¡Nuestra Iglesia se divide en diócesis no en federaciones!
En Italia murieron a la fecha más de un centenar de sacerdotes (120) , volver a tener un número semejante implica “gestar” al menos 360 jóvenes seminaristas porque la proporción de ordenados que llegan a la meta es de un tercio solamente. En nuestra Patria esto seria lapidario por la agudeza de la crisis vocacional que se arrastra desde hace casi tres décadas, pero como creemos en un Dios que no delega su primacía en bondad y generosidad, estamos ciertos que premiará aquellas comunidades creyentes  donde la primera línea incluyó a consagrados, tal como fue un día un frente de batalla, una peste, una persecución donde “la sangre derramada por los mártires fue semilla de nuevos cristianos”.
Intuyo que para quien no le interesa que haya nuevos creyentes, o que aquel que estime innecesaria la conversión no tenga cabida el martirio, el sacrificio la oración y la penitencia, pero para quienes nos sabemos deudores de la misericordia de Dios no es opción callar, cerrar, ni escondernos, menos ahora en medio de la batalla.  Por esto, dar la cara a Dios presencialmente aquí en esta diócesis no es una actitud de ir “porfiando” sino de ir “per-fe-ando”…aquello de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, fue valido y lo es en el presente.  ¡Que Viva Cristo Rey!
Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro / Diócesis Valparaíso  / Chile


MISA ANIVERSARIO PADRE JAIME HERRERA

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