TEMA : “LA OBLIGACIÓN DE HACER EL BIEN A LOS FIELES”
FECHA: HOMILÍA
SOLEMNIDAD PENTECOSTÉS /
MAYO 2020
La
primera lectura dice algo que nos puede resultar muy actual: “Al llegar el día de “pentecostés” estaban todos
reunidos en un mismo lugar, lo que
acontece, en mayor o menor medida, en muchos
hogares en estos días como consecuencia de la medidas a las que el Ministerio
de Salud ha invitado a seguir. Sin duda, en algunos casos ha servido para el
reencuentro de la vida familiar que suele deambular por la diáspora del activismo actual y en la
vorágine del anhelo de agregar horas a cada jornada.
Sin
duda, quienes estaban reunidos –entonces- en el Cenáculo de Jerusalén, es porque fueron convocados por nuestro Señor,
lo cual, ahora no podemos sino verlo
como manifestación de su providencia que así lo ha establecido. Si de algo
estamos seguros los creyentes es que no es casualidad.
Ahora
bien, estar reunidos puede hacerse de muchas maneras, y no significa necesariamente
que prevalezca el mejor de los ánimos ni emerjan los más nobles sentimientos,
puesto que, para ello se requiere tener
un espíritu común que haga “nuevas todas
las cosas”.
Si
Dios no se hace presente en la vida del hombre y de la sociedad, estar
confinados bajo un mismo techo o en un mismo lugar, puede empeorar lo que previamente se tenía.
Mas, si se estamos juntos en el Espíritu Santo que unifica, da vida y fuerza,
la convivencia entre hermanos, entre cónyuges, entre hijos y padres, se cristaliza en la vivencia cotidiana de las
virtudes necesarias para santificarnos.
Cuando
Dios creó al hombre lo hizo un ser de “carne
y hueso”, que tiene un alma que le confiere una condición espiritual, lo que
ha de ser tenido como algo esencial, diferenciándose del resto de las creaturas
del resto del universo.
Siendo
el alma, el santuario de Dios en cada
persona, tal como pregunta el Apóstol ¿No
sabéis acaso que sois templo de Dios?, podemos decir que la razón de su dignidad y vocación emerge de
la unión que tenga cada uno con Dios, de quien proviene y hacia quien se
encamina cada uno de nuestros pasos, pues, es voluntad de Dios, es deseo del Señor, que todos alcancemos la santidad lo cual,
pasa por creer en todo aquello que cree nuestra Iglesia, convertirnos
permanentemente y procurar abandonar el pecado para vivir en estado de gracia.
Con
frecuencia el Señor Jesús exhortaba a cada uno de sus discípulos a interiorizar
su mensaje, a sanar el corazón: iluminando su conciencia por medio de cada palabra
y cada gesto, del que fueron testigos presenciales no virtuales a largo de su
vida pública antes y después de su muerte y resurrección. Aquellos cuarenta
días y los siguientes esperaron con expectación el cumplimiento de la promesa en vistas al “envío de un Defensor”. Recordaban en esos días, las dudas,
vacilaciones, traiciones, negaciones, promesas incumplidas, cobardías que
hicieron en un momento decir a Jesús: “Sois
tardos de entender… ¡Hasta cuándo tengo que soportaros!”.
Desde
un inicio los apóstoles comprendieron que debían cultivar la piedad, el espíritu
religioso, la intimidad con Jesucristo en la oración, la comunión con los
sentimientos de su Sagrado Corazón del que les costaba sintonizar hasta el punto que el Señor les dijo: “¡Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón!”, añadiendo como fue profetizado que al ser
puesto en la cruz “mirarán todos su Corazón
traspasado”.
SOLEMNIDAD
DE PENTECOSTÉS 2020
Este
día de Pentecostés coincide con el inicio del mes que honramos al Sagrado Corazón
de Jesús. Sin duda, no es algo fortuito,
particularmente a estas horas y en estos de días donde nuestra sociedad parece
deambular como a tientas, sin saber cómo y por dónde caminar, generando un espíritu
de temor, incertidumbre, que no deja de mostrar signos evidentes de desolación,
violencia, y desconfianza tanto por el presente como por el futuro.
Llevamos
meses de desencuentro a causa del estallido violentista cuyas huellas
encontramos a diario en el centro y periferia de las ciudades, afectando el
emprendimiento, la educación, la vida familiar, y hasta el culto religioso
mismo con las dos pandemias que han sobrevenido los últimos siete meses,
culminado con una corona cuyas
consecuencias mostrarán su crudeza , en unos meses, pero que sabemos dejarán
huellas imborrables en las personas, familias y sociedad.
Hemos
experimentado que el espíritu del mundo actual, ante quien adora hasta la
saciedad gran parte de la sociedad, en
la exacta medida que ha ido desplegando los placeres ha ido replegando los
deberes hacia Dios, llegando a expulsarlo de su vida olvidándolo en sus
prioridades e intereses cotidianos, haciéndolo prácticamente un “paria” de la cultura. ¿Qué diremos? Con el
Evangelio en la mano: “No tentarás al
Señor tu Dios”.
Los
grandes conflictos religiosos de cruzadas y persecuciones, sumados al
surgimiento de herejías y apostasías que persisten hasta nuestros días, palidecen
ante los males del mundo presente, puesto que si antiguamente se combatía al
Dios y sus creyentes, en la vida presente simplemente no se persigue, no se
margina, sino que se prescinde, señalando que no es tema relevante la religión
y la fe.
Más
grave aún es el hecho que el virus secular está incubado en parte de nuestra
Iglesia misma, tal como lo hemos visto
con ocasión de la pandemia donde se ha llegado a cerrar templos innecesaria e
inoportunamente, se ha negado el acceso a la comunión de los enfermos, se ha
obligado a fieles comulgar en la mano, todo lo cual nos lleva a implorar que la
misericordia de Dios este un paso más adelante que su justicia.
Sabemos
que el valor de cada Santa Misa es infinito. Una sola gota derramada por Cristo
en el Calvario, y que se hace presente en cada altar, tiene a los ojos de Dios Padre y de su
Iglesia, una dimensión sublime, que los ángeles pueden percibir pero no
recibir de modo real como nosotros al momento de comulgar presencialmente,
haciendo que el Cuerpo de Cristo sea
nuestro alimento y no nuestro sólo deseo
como sería en una comunión virtualizada, que, siendo meritoria y deseable, nunca será
comparable con nutrirnos eucarísticamente con quien es el Pan de Vida.
Entonces,
nos podemos preguntar al respecto: ¿Cuántas gracias posibles no han sido
recibidas en estos 73 días?…¿Cuántas benditas almas de purgatorio ven retrasada
su libertad de aquel lugar, a causa que
no se han ofrecido sufragios por ellos?...¿Cuantos pecados graves impiden poder
hacer una comunión presencial reparadora y recibir los beneficios de la
comunión espiritual, inocua a causa del
falta de la gracia?
Cada
interrogante suplica del Cielo la gracia
que antes que termine la pandemia se ilumine la mente y corazón de los todos
los fieles (sin excepción por cierto) en orden a valorar en justicia a Aquel
que se recibe en cada Santa Misa teniendo presente que, con dolor es menester reconocer que, para muchos
bautizados hoy, la Eucaristía no pasa de
ser un pan bendito, colocado sobre una mesa, ubicada en un lugar de reunión, en
la cual participan creyentes o no, que asisten si están con ganas de acudir.
¿Estos son los criterios para tratar al Señor Jesús? Sabiendo todo lo que hizo
por nosotros y que lo vive en cada Santa Misa hoy?
Queridos
hermanos: El mayor acto de caridad de un sacerdote es ofrecer a los fieles el
mayor de los bienes como es el que cada día viene en nuestras manos a los
altares para “dar vida en abundancia2. Este es el punto esencial de una
necesidad esencial que tiene cada fiel y cada comunidad que no comprende cómo
se priva de un bien tal que el mismo Cristo dijo “el que come de este Pan vive para siempre”.
Es
verdad, nadie está moralmente obligado a
lo imposible. El Evangelio, el catecismo y las normas pontificias dadas
respecto de la vida litúrgica señalan claramente cuáles son las exigencias y
condiciones para comulgar debidamente, debiendo abstenerse quien no esté preparado
y en conciencia no debe comulgar sacramentalmente. Desde niños sabemos que no
comete falta aquel feligrés que está
gravemente enfermo y debe de modo impostergable cuidar a un enfermo.
Aquí
entra el caso de no asistir a la Misa si existe certeza o alto grado de
contagiar o contagiarse de una enfermedad grave. Respecto de tener certeza, ello es imposible en la actualidad, aun tomando toda precaución como es el caso de
tantos facultativos, servidores de sanidad que se han contagiado, incluso como
sacerdotes sabemos de enfermos que se contagian en los hospitales en los pabellones
quirúrgicos habida consideración que se vuelve a operar en ellos en unas horas,
porque se toman las oportunas medidas de
sanitización y esterilización, a pesar que la posibilidad
de contagio intrahospitalario siempre permanece, más los hospitales no son
cerrados…menos por tres o cuatro meses, tal como sucede con la Casa de Dios.
En
cuanto al “alto grado posible” en
relación al costo beneficio de la medida es incomparable colocar en balanza una
realidad como es Cristo como alimento del alma con la incertidumbre de aquello
que puede o no suceder. Hay quienes juegan con las cifras en la prensa: el 80%
de los contagiados vive en Santiago el resto en todo el país de Arica a la
Antártica. El 70% de los contagiados tiene menos de 50 años –la base de contaminante
es centenial y milenials- y el 90% de los fallecidos son mayores de 75 años.
Respecto
de la fe y la practica sacramental, incluida la confesión, la gran mayoría son personas
mayores y el grado de incredulidad se ubica en los segmentos más nóveles. Con
el acto de prohibir el culto presencial total se priva a quienes sí asisten y
colaboran en la comunidad que libremente han elegido.
SANTA
MISA PUERTO CLARO CHILE
La
gravedad de la medida tomada en diversas partes del mundo es muy distinta: en
algunos países se hizo consulta a los párrocos sobre la medida; en otras como
en Chile se dictó por un anuncio dado por el Comité Permanente del Episcopado
(cinco de ellos) que indicaron que obedeciendo las directrices del Ministerio
de Salud se suprimía el culto público a partir del 19 de marzo hasta la fecha.
Mas personalmente he buscado y no he encontrado ningún texto ministerial
(Minsal) que indique prohibición de clausurar
los templos en nuestra Diócesis a la fecha,
por el Corvid 19, lo que me hace incomprensible una norma que se funda
en un supuesto inexistente: afirmando algo que no aparece en el Diario Oficial
de Chile hasta ahora.
Mas,
el problema es más hondo, porque, -finalmente- se aplica una medida general que
no considera (no escucha porque no consulta) las realidades locales, muy
diversas unas de otras. Ello evidencia una falla estructural en la orgánica
pastoral que es urgente modificar y se refiere al rol más protagónico que debe
tener cada obispo en su propia diócesis. El Obispo es el Pastor de cada
diócesis, nadie mejor que él puede conducir el rebaño encomendado puesto que desde su fidelidad goza más hondamente del
Espíritu de Dios. ¡Nuestra Iglesia se divide en diócesis no en federaciones!
En
Italia murieron a la fecha más de un centenar de sacerdotes (120) , volver a
tener un número semejante implica “gestar” al menos 360 jóvenes seminaristas
porque la proporción de ordenados que llegan a la meta es de un tercio solamente. En nuestra Patria esto seria
lapidario por la agudeza de la crisis vocacional que se arrastra desde hace
casi tres décadas, pero como creemos en un Dios que no delega su primacía en
bondad y generosidad, estamos ciertos que premiará aquellas comunidades
creyentes donde la primera línea incluyó
a consagrados, tal como fue un día un frente de batalla, una peste, una persecución
donde “la sangre derramada por los mártires
fue semilla de nuevos cristianos”.
Intuyo
que para quien no le interesa que haya nuevos creyentes, o que aquel que estime
innecesaria la conversión no tenga cabida el martirio, el sacrificio la oración
y la penitencia, pero para quienes nos sabemos deudores de la misericordia de
Dios no es opción callar, cerrar, ni escondernos, menos ahora en medio de la
batalla. Por esto, dar la cara a Dios
presencialmente aquí en esta diócesis no es una actitud de ir “porfiando” sino de ir “per-fe-ando”…aquello de que hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres, fue valido y lo es en el presente. ¡Que Viva Cristo Rey!
Padre Jaime Herrera González / Cura Párroco de Nuestra Señora de las
Mercedes de Puerto Claro / Diócesis Valparaíso
/ Chile
MISA ANIVERSARIO PADRE JAIME HERRERA
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