1. «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para
que comas el cordero de Pascua?» (San Mateo XIV, 12).
Siguiendo en esta espiral de coronación del tiempo
pascual, en el cual cada domingo hemos ido colocando una gema festiva como
engaste necesario, la liturgia nos invita en este día a dedicar este domingo a
contemplar de manera preferencial la promesa cumplida por nuestro Señor en
orden a permanecer permanentemente junto a nosotros hasta el final del tiempo
por medio de la Santísima Eucaristía.
Si bien hubo un día en semana santa donde celebramos la Institución
de la Santa Misa ,
es en este día denominado del Corpus Christi donde veneramos especialmente a Jesús
Sacramentado, el cual permanece en nuestros sagrarios día y noche, espera ser
alimento que sana para los enfermos durante la administración de la Extremaunción
y la recepción como viático de los enfermos, y muy especialmente, el Viernes
Santo como alimento que fortalece a quienes en la hora de la Pasión le acompañan
espiritualmente de pie junto a la Cruz.
Jesús en la
Hostia consagrada no sólo viene a nuestro encuentro en cada
Santa Misa, sino que permanece misteriosa pero visiblemente en cada templo
intercediendo por nosotros y esperando infructuosamente nuestra atención y
visita cada día.
En el texto de este día, el Evangelista San Marcos relata
minuciosamente los diversos preparativos que Jesús pide para celebrar la Ultima Cena. Sabiendo todo lo
que iba a padecer nuestro Señor es soberano de los acontecimientos. El guía con
seguridad a sus Apóstoles.
Desde aquel primer Jueves Santo, cada
Misa que celebra un sacerdote en cualquier rincón de la tierra tiene un valor redentor.
En la Misa no
sólo "recordamos" la Pascua del Señor, sino que realmente
"revivimos" los misterios santos
de nuestra redención, por amor a nosotros. ¡Gracias a la Misa , nosotros podemos tener un
verdadero anticipo de la Vida Eterna !
Es por ello que nuestra Iglesia ha
tenido en alta estima y veneración este don inestimable, pues en él se
contiene, real y verdaderamente, la
Persona misma del Señor, con su Cuerpo, su Sangre, y toda su
alma y divinidad. Mientras que en los demás
sacramentos se encierra la gracia salifica de Cristo; en éste hallamos al mismo
Cristo, autor de nuestra salvación. No solo una gracia mas y nueva recibimos
sino que participamos realmente de la vida de Cristo, autor de toda gracia.
Todo aquel que bien dispuesto comulga podría
repetir al salir de cada Santa Misa: “Ya
no soy yo el que vive es Cristo quien vive en mi”. ¿Cómo es posible que no
cambie nuestra vida si estamos con Dios en nuestra alma?
2. «Obedeceremos y haremos todo cuanto
ha dicho Dios» (Éxodo XXIV, 7).
Días antes de la institución de la Santa Eucaristía aquella
ciudad de Jerusalén estaba alborotada por la llegada de Jesús y por el
reconocimiento que los niños primero y la muchedumbre después hizo a Jesús: “Hossana al hijo de David, bendito el que
viene en el nombre del Señor”. Si entonces la multitud fue al encuentro de
Cristo, ahora es el Señor quien viene, busca, encuentra y permanece con sus discípulos:
Nadie quita sorpresivamente la vida a Cristo, sino que es El quien la ofrece
como hostia sin mancha para el perdón de nuestros pecados.
En ocasiones nos parece que los tiempos que vivimos son
los mas difíciles para la practica de la fe y de una vida virtuosa, como si ser
santo hoy tuviese muchas mas complicaciones que las que debieron superar los
cristianos de la era apostólica y posterior. Grave error si consideramos que
entonces era un grupo ínfimo en relación al resto de la población, y que carecían
de todos los recursos, pues eran miembros en su gran mayoría de sectores que
hoy señalaríamos como necesitados. Por otra parte, los perseguidores al unísono
detestaban a los cristianos, culpándolos de todos los males. Mas, fue por la
fuerza que recibían al comulgar que pudieron ser testigos de Cristo in illo tempore.
Sólo dos décadas después de la muerte y resurrección del Señor,
el Apóstol San Pablo critica fuertemente la vida falsa de los conversos del
puerto de Corinto, toda vez que cuando celebraban la cena del Señor hacían exactamente lo contrario a lo enseñado,
porque “algunos comen primero
su cena y así uno tiene
hambre, el otro está borracho” (1Corintios
XI, 20-22). Hermanos: El hecho de celebrar la Santa Misa como
memorial de Jesús nos exhorta a asumir el proyecto de Jesús. Quiere decir
asimilar sus acciones y sentimientos. Quiere decir imitar su vida compartida,
puesta completamente al servicio de la vida de las almas mas necesitadas.
Nuestra asistencia a la Misa no debe quedarse en el solo cumplimiento de
un deber. Es cierto que es un precepto, pero es más que eso, es un vivo anhelo
del alma de Cristo de donarse en cada celebración, reviviendo todo lo que padeció
por nuestra salvación:
Muchas veces comparamos la vida eucarística con el modo
como el cuerpo requiere de alimento: El enfermo que no come se termina
muriendo, y ello de modo semejante acontece con las potencialidades del alma:
abstenerse de comulgar permanentemente ocasiona un inevitable debilitamiento.
En realidad, en ocasiones y épocas de nuestra vida llevamos un catolicismo tísico,
tuberculoso y anémico, que sólo transparenta no el rostro divino de Jesús sino
una vergonzante y demacrada imagen de creyentes que no convence a nadie. De
esto, los únicos culpables somos nosotros, no Cristo, ni su Evangelio ni la Iglesia por El fundada.
Aquel que es “alimento que fortalece y
quita los pecados” (Santo Tomas de Aquino), que podemos recibir hasta dos
veces un mismo día en la Santa Misa ,
aquel que prácticamente a toda hora podemos acercarnos recibir, lo dejamos
olvidado provocando no otra cosa que se añeje nuestra alma.
3. “La sangre de
Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios,
purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios
vivo! ” (San Pablo a los Hebreos IX, 14).
Nunca será suficiente el esfuerzo por recalcar lo que acontece durante la
celebración de la Santa Misa en nuestros
altares. Todos los antiguos sacrificios eran solo una figura del Sacrificio
definitivo de la Nueva
Alianza sellada con la Sangre de Cristo derramada en la Cruz. Durante la
Última Cena, anticipando ya su muerte, Jesús ofrece su Cuerpo y Su Sangre bajo
la apariencia de pan y vino. Por tanto, cada vez que
celebramos la Santa Misa
participamos del mismo sacrificio y recibimos Su Cuerpo y Su Sangre, que hacen posible la unión entre Dios y los
hombres. Proclamamos “¡Este es
el Misterio de nuestra fe!” porque
solo por medio de la fe conocemos esta verdad.
De modo semejante pasa con nuestra piedad eucarística, no
podemos improvisar nuestra participación en la Misa. Hay que asistir a
la Eucaristía con el ánimo bien dispuesto, y sabiendo a lo que se va, por ello
que puede ser muy eficaz el leer previamente los textos que para ese día
corresponden.
Luego, hay que estar atentos, procurando comprender lo
que se dice y rezar: Hemos de asumir no sólo donde estamos sin o sobre todo
ante quien estamos, y ello nos llevara a tener una disposición de respeto,
silencio y debida atención escuchando y participando plenamente en las
oraciones y cantos. Entendemos: No
somos espectadores sino actores.
En ocasiones, quizás nos privaremos de comulgar
sacramentalmente por diversas razones: por no tener la edad ni preparación
suficiente, por estimar oportuno diferir el acto de comulgar para previamente
confesarnos, porque en conciencia no encontrarnos en disposición espiritual para hacerlo, por
haber llegado atrasados a la Misa ,
es decir después de que haya sido proclamado el Santo Evangelio, por no tener
el periodo de ayuno que nos pide la
Iglesia de abstenerse de comer una hora antes de comulgar, o
por ya haber comulgado dos veces en un mismo día. En estos casos, puede ser
oportuno que al terminar la
Santa Misa hagamos una comunión espiritual donde reavivemos
nuestro deseo por estar con Cristo permanentemente. De la misma manera, a lo largo
del día, al pasar por un templo podemos hacer este acto de piedad eucarística
como es la comunión espiritual o de deseo, que predispone a que llevemos una
vida más según el querer de Dios. Querer
estar con Cristo es colocar el acento en el amor incondicional del Señor, capaz
de superar los olvidos, las ingratitudes, las traiciones. Recordemos con San
Pablo que “Ni las potestades, ni la
altura ni la profundidad ninguna otra criatura podrá jamás separarnos del amor
de Dios en Cristo Jesús” (Romanos
VIII,39).
4. Dios esta aquí y nosotros
en El.
El hecho de
celebrar hoy la Solemnidad
del Corpus Christi nos invita finalmente a tener presente que la misa termina
con un envío: a vivir lo recibido, a vivir lo contemplado, a vivir lo adorado.
Unidos a Dios, que es amor, y habiendo comulgado sacramental y espiritualmente
con Cristo, entonces viviremos el mandato de la caridad fraterna con urgencia y
sin recortes, evitando confundir lo que es la caridad en Cristo con la
solidaridad humana.
-La caridad no entiende de límites, ante ella,
todo ser humano tiene la puerta abierta. La solidaridad, por el contrario, en
ocasiones puede ser utilizada como instrumento ideológico e ideologizante, es
decir, como una pancarta de que divide y segrega.
-La caridad apunta más allá de las personas, y
nunca espera recompensa. La solidaridad, en algunos momentos, si no es
agasajada y aplaudida, va decreciendo hasta desaparecer. La caridad es
discreta, actúa mas que proclama, ama y no declama.
-La caridad viene de Dios, que es el surtidor
inagotable del verdadero amor. La
solidaridad puede surgir espontáneamente pero morir allá donde nace.
-La caridad es consecuencia del encuentro con
Cristo. La solidaridad, a golpe de sentimiento, viene condicionada por una
situación puntual y sin más perspectiva futura. La caridad no es ocasional ni
responde a estímulos: se vive lo que se es.
Quien se ha
encontrado con Dios, en el pan multiplicado, está llamado a ser caridad viva,
caridad continua e incomprendida, pensamiento y palabras, con las manos
abiertas y el corazón abierto.
Pero, también el
Señor, tiene derecho a nuestra caridad. En este día del Corpus Christi le decimos
que Él es la inspiración de muchas iniciativas de la Iglesia. Que ,
nuestros amores humanos, sirven de poco y se debilitan pronto cuando lo
intentamos arrinconar y reducir a la esfera de lo privado.
Hoy, como católicos,
nos vestimos de gala por fuera para decir al mundo que, nuestra fiesta, es
vivir con el Señor y en el Señor. Que nuestra vida, sin la
Santa Misa , no sería la misma. Que nuestra opción
por los más necesitados, y nuestra Iglesia es vanguardista como nadie en ese
terreno, no es por simple altruismo o
solidaridad: nos urge y nos empuja el amor de Dios que, dentro de un sagrario,
en un porta viático, o una custodia, nos invita a ser trampolines de amor, de
justicia, y de paz verdadera.
Amen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario