CUARTO DOMINGO / TIEMPO CUARESMA / CICLO “B”. LAETARE.
1.
“Ellos se
burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de
sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo
remedio” (2 Crónicas XXXVI, 16).
Este
Cuarto Domingo de Cuaresma se denomina “Laetate”,
en virtud de la antífona de inicio de la Santa Misa, denominada introito, y que está tomada del libro
del profeta Isaías (LXVI, 10): “Laetare,
Ierusalen: et conventum facite omnes qui diligitis eam: gaudete cum laetitia,
qui in tristitia fuistis: ut exultetis, et satiemini ab uberibus consolationis
vestrae”.
“Latetare” es
el imperativo del verbo “laetor” que
significa: “alegrarse”, “regocijarse”. De ese verbo deriva la
expresión “laeticia” (gozo, júbilo). ¿Por
qué esa alegría? Hoy lo sabemos, puesto que,
quien morirá, como lo anunció, al tercer día resucitará como lo
prometió. Por eso hablamos en este día de una penitencia atenuada, que
lleva a una “alegría comedida”
mezclada con trazos de tristeza, por lo que nuestra Iglesia nos recuerda lo
cerca que está la redención para lo cual ya hemos recorrido parte importante de
la Cuaresma.
Tal
como lo señalamos al inicio de estos cuarenta días, el pasado miércoles de
cenizas, este tiempo del Año Litúrgico es eminentemente penitencial,
significado por la austeridad de los signos de luces, flores, música,
ornamentos, lo cual en este día se ve algo “atenuado” con el uso del color
fucsia, de la temática de los himnos, y del uso de algunas flores en altar, lo
cual no implica una detención de la penitencia sino que incluye el recuerdo de que
tenemos el deber de aborrecer el pecado, con el firme propósito de no volver
a pecar, confesando sacramentalmente nuestros pecados, para procurar vivir en
estado de gracia, es decir, en amistad con el Buen Dios que se ha hecho
misericordia.
La
Primera lectura vincula el espíritu agrio de quien está alejado de Dios y del
cumplimiento a sus preceptos, hecho burla, desprecio y mofa. Suele haber una
concordancia entre quien se “hecha al
bolsillo” los mandamientos, llevando y promocionando una vida contra lo que
Dios y nuestra Iglesia nos piden, con un tipo de humor marcado por la burla y
el sarcasmo. Es que quien sabe lo que debe hacer, evitará proferir aquellas
expresiones, verbales y gestuales, que denigren y menosprecien al prójimo. El
germen del bullying nace no por una
falta de educación sino por haber impartido una enseñanza carente de
trascendencia, de espiritualidad, de sentido de Dios, la cual es la única capaz
de garantizar el reconocimiento a la grandeza de toda persona y de toda la
persona. ¡Si no queremos bullying, entonces, comencemos por hablar de Dios!
2.
“Allí nos
pidieron nuestros deportadores cánticos, nuestros raptores alegría: ¡Cantad
para nosotros un cantar de Sión!” (Salmo CXXXVII, 3).
Resulta
curioso pero no sólo los animales están en extinción en los circos, sino –también-
los payasos. Me llama la atención que
muchos niños, que antes reían con los “payasitos”
hoy los miran con desconfianza y cierta distancia. ¿A qué se debe?
Probablemente a tantas series televisivas donde el payaso termina siendo un
personaje siniestro. Por otra parte, en el fondo, aquel personaje ficticio es alguien que
aparenta ser lo que realmente no es. Una suerte de ilusión, que revestida de
un buen humor de fantasía, se transforma en una sonrisa sin alma. Si
absurdo es regar una flor plástica, o tocar una campana plástica, de la misma
manera lo es obligarse a estar sonriente con el corazón lloroso. Y, precisamente,
esa dicotomía es lo que produce distancia hacia una alegría artificial, la cual
es tan estéril como lo es el permanente el mal humor.
Por
esto los israelitas, que padecían el rigor de la lejanía obligada de su tierra
en Babilonia, exclaman melancólicamente:
¡como cantar himnos alegres en tierra extranjera! La alegría aparece
entonces unida a la libertad, cuya esencia es cumplir la voluntad de Dios.
Si la esclavitud les hacía a los israelitas en el exilio estar como
ensimismados, la posterior libertad recuperada,
les hizo experimentar el gozo interior nacido de la plena realización, la cual,
en todo momento tenía a Dios como protagonista principal. El Buen humor es
más que esbozar una sonrisa fácil; el buen humor es más que reír por algo, el
buen humor surge por la convicción de estar con bien con Dios. El buen humor cristiano
no es circunstancial sino que es relacional: porque amamos a Dios y a su
Creación, y porque experimentamos a diario su cercanía es que somos plenamente
felices.
Esa
libertad no es el fin último del hombre. Fuimos creados para vivir con Dios,
por lo que la libertad siempre irá de la mano con la fidelidad. No
conozco infiel feliz, pero, nunca he
conocido a alguien que siendo fiel no sea feliz. ¡Se le nota! ¡No lo puede
evitar! La infidelidad como toda mentira,
según el refranero popular, “tiene piernas cortas”: no llega lejos y
dura poco, lo mismo pasa con las alegrías superficiales, mundanas y payasescas:
son breves y falsas.
Siempre
recordamos que el bien es esencialmente difusivo, contagioso. Como solía
decir San Alberto Hurtado: “Un fuego que
contagia otro fuego”. En una cultura abiertamente renuente a la fe, como
nunca antes lo había experimentado la Iglesia en nuestra Patria, se requiere
del testimonio de cada bautizado para lograr, apoyados en la fuerza de la
gracia, lograr que la llama humeante aún, pueda revitalizarse en el alma de
tantos que van por el mundo alejados de
Dios y de su prójimo. Hace unos días me encointre en una transitada avenida
con un hombre que estaba durmiendo en la mitad de la vereda. Como me era
iumpisible agacharme para preguntarle cómo estaba opté por rápidamente llamar a un fono de emergencia, los cuales “llegaron más rápido que una piza” en
tres veloces motocicletas.
Mas,
en los minutos previos a su arribo, observé cómo ninguna persona atinó a mirar
siquiera al hombre. No era su problema, seguían su caminar. Bueno, el hombre sólo
tenía las consecuencias de un abuso etílico. Pero, el hecho de la carencia
total del deseo de ayudar, de hacer algo, de tomar parte de una situación
complicada en apariencia es sintomático y extensible a muchas otras que
acontecen en la vida diaria.
Han
pasado dos milenios y la tarea de impregnar el mundo del espíritu de Cristo
sigue plenamente vigente. La historia de un hombre que yace en una calle se
repite a diario, como las páginas en blanco de cuantos pasan de largo. Si
leemos con detención la segunda lectura de esta Santa Misa veremos la
invitación que nos hace San Pablo a ser apóstoles, testigos y misioneros de la
verdad de Cristo y de su Iglesia: “Con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo mostrar
en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, Jesús, a fin de por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús” (Efesios
II, 6-7).
3.
“El que obra la
verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas
según Dios” (San Juan III, 21).
Ahora
bien, ¿de qué manera podemos implementar la invitación que el Señor nos hace?
Básicamente, nos centraremos en dos
medios. El primero, ofrecer a Dios una penitencia efectiva, que nos cueste
algo que para nosotros es importante y necesario. En esto la creatividad es
amplia y hemos de implorar al Espíritu Santo que nos ilumine para optar por
aquella penitencia que arrebate la misericordia de Dios. ¡Que por cierto no le cuesta
mucho ser arrebatada! “Un corazón quebrantado y humillado tú no lo
desprecias, Señor”. Todo lo que se revista de esa humildad detiene la
mirada de Dios…y lo que El mira, no deja de atender porque está
–permanentemente- a la puerta llamando.
El
segundo medio para responder a la invitación de este día es acercarnos al
sacramento de la confesión.
Recordemos lo que dijo Nuestro Señor: “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente, que por
noventa y nueve justos”. Cada confesión saca una sonrisa en el cielo.
Por tanto, la confesión sacramental instituida por Jesús, es el camino más
seguro para fortalecer la vida pastoral de cualquier comunidad, es la senda más
poderosa para acrecentar las virtudes, y finalmente es la escuela por donde
ningún santo de la Iglesia ha dejado de estar matriculado ni ha dejado de ser
un alumno aventajado. ¡No se llega a la Bienaventuranza eterna sin el
sacramento de la confesión!
A la
Virgen María en este día de Laetare,
a quien veneramos en las letanías como “causa
de nuestra alegría" y “refugio
de los pecadores” encomendamos estos días de Cuaresma donde avanzamos a
paso firme hacia el misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús. Amén.
Párroco Jaime Herrera González. Nuestra Señora de las
Mercedes de Puerto Claro
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