TEMA
DE FORMACIÓN PARA LAICOS MES DE
MARZO 2015.
Selfie Padre Jaime Herrera y acólitos Puerto Claro |
¿Dónde
va Padre? “Voy a hacer
un machitún”…Lo que hasta hace unos años podía ser una simple humorada
dicha a alguna persona que preguntaba respecto de hacia dónde se dirigía un
sacerdote con cura de almas (Párroco), en estos días adquiere una connotación
que entraña desde la sorpresa hasta el absurdo.
Con preocupación
constatamos ciertos ejemplos, crecientes e indesmentibles, referidos a la
celebración de algunos actos litúrgicos en los cuales, se
incorporan elementos ajenos y contrarios a puntos esenciales de la doctrina y vida de los
fieles católicos.
En la actualidad, la
inmediatez -tiempo real- de los
medios de comunicación hace que la recepción de las imágenes, recibidas -en
ocasiones- sin textos explicativos o referenciales, induzca a emitir juicios valóricos
que no cuenten con todos los elementos necesarios.
Pero, tratándose de celebraciones litúrgicas donde existen
rituales y normas muy exactas, se hace más evidente el carácter nocivo de la
incorporación de algunos signos precristianos, y abiertamente contrarios a la fe.
El “retorno a lo
esencial” no puede ser entendido como un anhelo de primitivismo,
en caso contrario, los creyentes
anglosajones volverán su mirada a Stonehadge, los sudamericanos mirarán hacia las
alturas de Machu Picchu, los creyentes de Egipto hacia las pirámides predinásticas,
y los devotos guadalupanos deberán nuevamente
subir los agudos peldaños de aquellas
pirámides donde un día se hacían grotescos sacrificios humanos.
Nuestra liturgia
católica actual es convocada a asumir el desafío de tener que ser no sólo el puente que vincula el cielo y la tierra,
en el caso de los sacramentos y lo hace más propicio en el caso de los
sacramentales, sino que el acto litúrgico en si está llamado a explicar y enseñar
la fe con mayor prolijidad, pues, los sacramentos y sacramentales han llegado a
ser, en el mejor de los casos, el único
camino que en la práctica religiosa se tiene para profundizar en las verdades
de nuestra fe. En general diremos que lo poco que se sabe sobre las verdades
de nuestra fe son aquellas que se han
recibido al interior de nuestros templos.
Quienes hoy acuden a los
ritos fúnebres, a matrimonios, a ceremonias de bautismo, con frecuencia, visitan de manera esporádica nuestros
templos, por lo que el criterio pastoral exigible, junto a la acogida y a la
caridad fraterna, deberá estar marcado -en el futuro- por el imperativo de la formación y la catequesis litúrgica, impartida a
través del modo celebrativo. ¡Aprender lo que se ve, para ver lo que se
vive!
Sacerdote Jaime Herrera en San José de Casablanca. |
No se trata de
multiplicar palabras, ni de extender el ceremonial por cualquier razón, sino que se precisa celebrar con piedad,
fidelidad y verdadero sentido de Iglesia.
Recordemos: ¡Palabras
conmueven, ejemplos arrastran! Son innumerables las conversiones cuando la sagrada
liturgia se celebra con unción, piedad y armonía. Mas, no podemos dejar de
preguntarnos cuántos feligreses se han alejado de la vida de nuestra Iglesia a
causa de celebraciones litúrgicas que resultan desvaías y carnavalescas en sus
actos, e incomprensibles por el uso del lenguaje utilizado, con fines de mayor acercamiento, que finalmente terminan resultando como
desconocidos y ajenos a la vida y espíritu de la Iglesia, al sensus fidei del
verdadero y nuevo Pueblo de Dios.
El tema del sincretismo
religioso no es algo nuevo en lo que es la historia de nuestra Iglesia.
Si miramos el Antiguo Testamento, a semanas de haber salido de Egipto, donde los israelitas padecían severa
esclavitud, camino a la tierra prometida, en instancias que el patriarca Moisés estaba recibiendo el más
importante de los mensajes desde el cielo -en el monte Sinaí- paralelamente, hubo
un grupo que fue capaz de crear un becerro de oro y rendir culto a un dios
falso. Los ejemplos se multiplican a lo largo de toda la Biblia, por lo que
simplemente diremos que dejemos un pueblo por un tiempo sin el debido amor a
Dios y de inmediato surgirá la idolatría.
Pero, hay otros
ídolos que cautivan el corazón del hombre actual, estos son: El poder, el placer,
y el tener, ante los cuales no se vacila en quemar: ideales, compromisos,
vocaciones, y consagraciones. Sea
con el fin de obtener, o bien, para no perder
las cuotas de placer y poder, se es capaz de sostener en el tiempo mentiras, y
actitudes burdas.
Nuestra Iglesia Católica, en el cumplimiento de la
misión encomendada por el Verbo Encarnado, al momento de llevar a todos y en todo el Santo Evangelio que es Jesucristo, perfecto Dios y
perfecto hombre a la vez, se ha
incorporado a las comunidades de una manera profunda, evitando ceder
a la fácil tentación de crear colonias o ghuettos separados de todas aquellas realidades
a evangelizar por medio de los Sacramentos, de la Palabra y de la vivencia de
la Caridad Fraterna.
La evangelización
emerge desde la Encarnación como un llamado para volver a Dios y con el fin de
vivir con Dios para siempre, por eso se busca, se
acerca, descubre, encuentra, purifica,
enriquece y defiende la expansión del Reino de Dios, presente ya en medio
nuestro e implorado ardientemente en la oración: Adveniat Regnum Tuum.
Sin ánimo de detenernos
en el tema, diremos que nuestra Iglesia, a diferencia de lo hecho por
algunos movimientos religiosos, no
tuvo un inconveniente insalvable para comprender las exigencias al momento de
impregnar las culturas, porque la finalidad esencial era dar a conocer la
fe recibida y vivida, pues, desde el
día de la Anunciación: “Dios no quita
nada, sino que lo da todo”. “Debe ser, por lo tanto, firmemente creída como verdad de fe
católica que la voluntad salvífica universal de Dios Uno y Trino es ofrecida y
cumplida una vez para siempre en el misterio de la encarnación, muerte y
resurrección del Hijo de Dios”
(Declaración
Domine Iesus, número 14, Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de Agosto del2000).
En efecto, nuestra
Iglesia conoce la riqueza de la gracia de Dios, que eleva y perfecciona la
naturaleza, posibilitando y encaminando la vida del hombre y de la sociedad a
su fin más noble.
Todo en la Iglesia nos
habla de universalidad.
Así fue al inicio, es en el presente y lo será en el futuro. Si consideramos el
origen de los Papas desde Simón Pedro al Sumo Pontífice actual, constatamos
diversidad de dones, nacionalidades, y culturas. De modo semejante, acontece
con quienes son participes de la plenitud del sacerdocio en el episcopado., donde
los ejemplos se multiplican, tal como es el caso de quien fuera prefecto de la
Sagrada Congregación para el Culto Divino hace unos años, monseñor Albert
Malcolm Ranjith o quien ejerce como Arzobispo de Filadelfia Monseñor Charles Chaput,
quien próximamente será el anfitrión del Encuentro Mundial de las Familias, y
cuyos ancestros son de nativos sioux americanos.
Todo en la Iglesia nos
habla de unidad: Desde ella
nuestra Iglesia Católica es maestra de humanidad, por esto, allí donde el Santo
Evangelio ha llegado se ha constatado una forma de vida diferente, la cual sólo
puede ser posible de mantener si se es fiel a esa vocación a la que Cristo la
ha llamado, apoyados en tres pilares fundamentales: vida sacramental
centrada en la Santa Misa, devoción creciente el torno a la Virgen María y
profunda fidelidad a las enseñanzas del magisterio pontificio de todos los
tiempos.
En torno e estos tres
puntos esenciales nuestra Iglesia se abre a la cultura, al mundo –entendido
como ámbito de la evangelización-y a la historia. Y, esta comunidad de creyentes,
se presenta como portadora del don recibido desde el Cielo en orden a ser
custodia de la verdad y no como pordiosera de bagatelas.
En efecto, no resulta
comprensible ni aceptable que ad intra
eclessia se tienda a mirar el pasado con nostalgia, abrogando -parcial e
indebidamente- la riqueza de la vida, de la experiencia, de los dones, de las
conversiones, que la voluntad de Dios ha hecho propicio por medio de la
Tradición viva, la cual es parte del carácter indeleble de nuestra Iglesia.
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¿Avanzar es lo mismo
que recorrer? Cegados por la ideología del progresismo feroz, los nietos del
modernismo promueven una vivencia de la fe desde un punto histórico único de la
Iglesia, olvidando la riqueza que implica el camino por el cual los católicos
hemos recorrido durante dos milenios, aun en los momentos en que haya
experimentado el sentimiento de
zozobra y socialmente hubiese sido vista aquella Iglesia como un cadáver, ha
tenido la fuerza interior, dada por Quien la dirige para emerger con nuevos
bríos.
Ese caminar sostenido
ha sido iluminado por la enseñanza infalible del Romano Pontífice, a quien y en
quien se prometió de una vez para siempre: “El
poder del mal no prevalecerá sobre ti y tus sucesores”. Este carácter fue
dado con la finalidad de cumplir la
misión dada por Jesús el Buen Pastor: “Ve
y confirma a tus hermanos”…”Apacienta el rebaño”…”cuida mis ovejas”. Por
ello, la Iglesia siempre ha estado de
salida: desde aquel Pentecostés en Jerusalén, hasta nuestros días, prueba
de lo cual, es el testimonio de tantos
santos, mártires y beatos que han dado su vida en los lugares más inhóspitos y
adversos logrando con su vida y martirio, la conversión de tantas almas y sociedades.
Son los liberacionistas
quienes se suelen quedar en la orilla, puesto que, siempre quieren retornar al punto inicial,
olvidando que estamos llamados a ser
peregrinos, que vamos a la casa del
Señor (Salmo CXXII, 1)
por
medio de un “valle de lágrimas” y una vida eclesial no exenta de vicisitudes. Nuestro
Señor prometió que aquella barca no
se hundiría, no que no tendría que enfrentar tormentas y oscuridades.
Digamos claramente con
el Apóstol San Pablo: “Somos ciudadanos
del cielo”, no tenemos derecho a permanecer anclados a este mundo, tal
como es lo que promociona el progresismo
teológico actual que promueve una espiritualidad, una pastoral y una
liturgia de bomerang, es decir,
del retorno constante a un origen cuyo
crecimiento de suyo siempre será estéril, porque desconoce la riqueza de una
tradición viva. Al negar el camino recorrido y no valorar las luces del
Espíritu Santo que ha sostenido a cada instante ese caminar, el católico liberal se queda en la orilla con
la sequedad de las novedades temporales y sin la savia vivificante de la
tradición y magisterio perenne.
Si queremos ver cómo
está nuestra vida interior miremos como está nuestra vida litúrgica, pues, en ella celebramos
lo que creemos, y eventualmente vivimos
aquello que creemos.
Entonces, la vida del
creyente manifestada entre otras realidades -también-
en la Sagrada Liturgia, se enriquece permanentemente, por lo tanto, la
incorporación de ritos paganos, previos o durante cualquier acto religioso, constituyen
un peligro inminente para la vida de los creyentes, pues confunden no sólo a
los fieles sino a quienes están llamados a serlo en virtud del apostolado.
El Sumo Pontífice
actual nos invita a “salir a la calle”,
a “hacer lío”: por esto, no puede quedarse
encerrada en una sacristía, como tampoco en las aulas, en las CEBs, en los
encuentros, en las oficinas, en las curias, en las conferencias, pues la
vida de la Iglesia no termina ni ha
comenzado en ellas, pero si cada día nace
en nuestros altares. Es muy claro: lo santo
lleva lo santo, lo pagano, a lo pagano.
Pbro. Jaime Herrera e la Parroquia de Puchuncaví
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