HOMILÍA EXEQUIAL /
PARROQUIA VIRGEN DEL CARMEN 2016.
1. BÚSQUEDA DE CERTEZAS.
En este día, la Iglesia
honra la memoria de San Juan Pablo II, a quien tuvimos la oportunidad de acoger
en nuestra ciudad hace casi tres décadas, un día dos de abril. En aquella
oportunidad, quienes estuvimos presentes en las alturas de Rodelillo,
escuchamos con atención el mensaje que dirigiera el Romano Pontífice explícitamente a la ciudad
e implícitamente al mundo entero.
En parte de su
intervención el Santo Padre recordó las múltiples preocupaciones de los padres por sus hijos,
reflejada en la actitud de San José y la Virgen María quienes “no encontraban a su hijo y desconocían las
razones profundas de aquel extravío”, añadiendo luego el Santo Padre una
pregunta que ahora repetimos: ¿Por qué no
pensar que esta preocupación de María y José es semejante a tantas angustias e
inquietudes de los padres y madres de todas las épocas?
Hoy, este templo cobija
las múltiples interrogantes, y numerosos cuestionamientos que anidan en lo más hondo
de nuestros corazones. Una vez más percibimos lo revelado por nuestro Dios: sólo
Cristo explica todos los misterios de la
vida humana, sus gozos y tristezas; preguntas y respuestas, incertidumbres y
certezas. Nada escapa a la voz de Cristo que hoy más que nunca resuena con
fuerza: “Sin mi nada podéis”...“Yo soy el
camino, la verdad y la vida”.
En ocasiones, la
cultura que estamos inmersos nos presenta múltiples beneficios, los cuales sin
duda nos hacen vivir de una manera no sólo diferente a la de nuestros
antepasados, sino que en algunos aspectos muy favorables a nuestras
aspiraciones. Nunca antes contamos con tantos medios de comunicación, lo cual
no garantiza por cierto una verdadera cercanía; nunca como antes hemos tenido
más acceso a medios de información lo cual no garantiza una mejor formación;
nunca como antes hemos podido acceder a tantos bienes de consumo y en ocasiones
por ellos verificamos que se nos consume la vida.
Y es que la tentación que
entraña una sociedad de la satisfacción
en ocasiones lleva al vacío del alma, a beber el sinsabor de un mundo que avanza
ciego de espaldas al Dios que lo creo. “inquieto
está nuestro corazón mientras no descanse en ti Señor” afirmaba San Agustín
de Hipona
(Confesiones, 1,1,1).
El citado Sumo Pontífice visitó en reiteradas
oportunidades su natal Polonia. En la
tercera visita, hizo hincapié en no dejarse seducir por la tentación de
pretender edificar una sociedad sin Dios, adorando los nuevos becerros del placer, del poder y del tener.
Cuántas veces hemos
emprendido, a lo largo de nuestra vida, la ilusión de caminar al margen de la
voluntad de Dios experimentando –a poco andar- la liviandad y caducidad de las
pretendidas autonomías humanas, las cuales sin duda, corroen la vida en
comunidad que se nutre del anhelo por servir, por amar, por ayudar, sabiendo
que todos necesitamos de todos, y nadie se basta sólo de sí mismo. La presencia
de Dios en nuestro corazón nos hace ir al encuentro de quien está a nuestro
lado y nos hace permeables -casi sensiblemente-
a sus requerimientos, pues nada que sea propiamente relativo a la vida humana
puede quedar al margen de lo que de suyo pertenece a nuestra condición de hijos
de Dios.
No somos barcos a la
deriva en medio de un mar impetuoso, nos sabemos parte de quienes vamos
navegando con Jesucristo que es –finalmente- quien sostiene, en todo momento, el timón de nuestra alma. El Señor Jesús prometió
que no sucumbiríamos en medio del mar tempestuoso, más no dijo que amainarían
las tempestades. ¡Zarandeados, mas no derribados! ¡Conmovidos, mas no vencidos!
Hermanos: Dios no deja
de querernos, dejémonos querer por Dios; Dios no deja de buscamos, dejémonos
encontrar por Dios. Nuestro mundo esta inflado
en sus seguridades, sumergido en los reiterados anuncios en orden a que todo depende
de cada uno, que todo está centrado en cada uno, mas irremediablemente, el
tiempo y la gracia, hacen que la bruma de la fantasía inexorablemente de
paso al mediodía del amor de Dios, ¡Quien siempre puede más y es más fuerte!.
En efecto, la verdadera riqueza del hombre pasa por el desasimiento
de sus seguridades llegando a preguntarse en todo momento, aun en medio de una
cultura adversa a la fe: ¿Qué tienes tú que no te haya sido dado por tu Dios?
2. CONFIANZA EN DIOS.
Entonces, encontramos una respuesta que realmente es
capaz de satisfacer todas nuestras necesidades, y que no relega a ninguno de
nuestros deseos. Confiamos en el poder de Dios, somos partícipes de su
constante protección, y por ello avanzamos en la seguridad que, a pesar del
rugir de las aguas turbulentas, del ímpetu de los vientos huracanados, de la
noche oscura, la Palabra de Dios y su presencia cumplida en la celebración de
la Santa Misa de cada día, nos hace contemplar y ser partícipes del fin y la
raíz de nuestra confianza que es el amor de Dios, de tal manera que con el
salmista una y otra repetimos: “El Señor
es mi pastor nada me habrá de faltar” (Salmo XXIII).
Por medio del don de la
fe, que hemos recibido como un regalo el día de nuestro bautismo, asumimos el
hecho de la partida de nuestro hermano como una oportunidad para renovar
nuestra confianza en los designios de Dios, el cual como suele afirmar la sabiduría
de los hijos de nuestra tierra: “Dios por
algo hace las cosas”. Pero, no basta
con solamente saber ni solamente repetir esta frase, cuando se hace
necesario enfrentar el temprano retorno de un familiar y amigo ante la presencia de Dios.
Hay múltiples aspectos
que nos exhortan a nutrir nuestra confianza en la hora presente.
a).
Dios es el que convoca: Ante el hecho evidente de la
muerte, sabemos que ningún segundo, ningún minuto, ninguna hora antes de los
que Dios permita saldremos de este mundo sin que Él no deje de permitirlo. Por
ello si nada escapa de su mirada, tampoco nada queda al margen de su Divina
Providencia.
b).
Dios es un Padre que sabe esperar: Inmersos en un mundo
donde todo parece ser requerido para ayer, y donde la urgencia reviste las
amistades y quereres, vivimos con la premura de la falta de tiempo. O
atrasados, o apurados pero rara vez
contamos con el tiempo necesario. Esto
hace que seamos impacientes lo que termina, muchas veces, friccionando y fracturando nuestras
relaciones personales y sociales. A diferencia nuestra, el señor tiene una
paciencia que jamás se agota, dándonos en todo momento una nueva oportunidad,
indicándonos un nuevo camino, y permanentemente enviándonos múltiples auxilios
espirituales para llamarnos junto a sí
en el momento que mejor esté dispuesta nuestra alma. Él no quiere
sorprendernos, pero sí desea que estemos en todo momento bien preparados, con
la maleta hecha de una vida afín a la vocación a la que estamos llamados desde
nuestra creación: un día “ser ciudadanos
del Cielo” (Filipenses III, 20).
c).
Dios no se deja vencer en generosidad: Aunque el hombre y
nuestra sociedad haga infinitud de obras opuestas a la voluntad de Dios,
sabemos que la última palabra le pertenece. Cuando surgen incertidumbres que
parecen no tener respuesta en infinitud de puntos suspensivos, y cuando la
consistencia de la realidad parece ser inmodificable como es el misterio de la
muerte, el punto final Dios se lo ha reservado. Y Él siempre puede más que
nuestro pecado, puede más que la inevitabilidad del morir, haciendo revertir
las falsas afirmaciones mundanas como aquella que dice: “Todo tiene solución menos la muerte” Para el que verdaderamente confía
en Dios, la muerte tiene un nombre,
tiene un rostro y es la persona de Jesucristo quien nuevamente nos repite: “Aquel que se une a mí con fe viva no morirá
para siempre” (San Juan XI, 26)…por
lo que la sagrada liturgia sentencia en una de sus plegarias que donde abunda el pecado sobreabunda la
gracia.
d).
Dios valora la oración de intercesión: En tres oportunidades
nuestro Señor destacó el poder de orar, y aún más, de la fuerza
incontrarrestable de la plegaria hecha por nuestros seres queridos. Garantizó
con el cumplimiento de su palabra que “todo
lo que pidamos en su nombre Él nos lo concederá” (San
Juan XIV, 13), añadiendo posteriormente que “donde dos o más estén en su nombre, El estará en medio nuestro” (San
Mateo XVIII, 20). Y, aquí somos más de dos, hay un
sinnúmero de fieles que han querido elevar su oración y juntar sus intenciones
por el descanso eterno del alma de nuestro joven hermano. En ocasiones, podemos
pensar que a causa de nuestra maldad, Dios no acoge nuestras oraciones, mas,
fue el mismo Cristo quien nos recordó que: “si
vosotros siendo malos dais cosas buenas a vuestros hijos ¡Cuánto más vuestro
Padre de los cielos dará cosas buenas a quienes se lo imploran con sinceridad!”
(San
Lucas XI, 13).
e).
Dios no deja de premiar las buenas acciones: En los Santos Evangelios
son múltiples los milagros y gracias que Dios concede por medio de la acción eficaz
de quienes interceden por otros, tal como leemos cuando cuatro amigos colocan
con gran esfuerzo a un inválido a sus pies para sanarlo, lo cual Jesús dice que
a causa de la fe de aquellos amigos, el hombre fue sanado. Toda una lección
para valorar debidamente cualquier esfuerzo hecho en bien de quien lo requiera:
la compañía, el consejo oportuno, un simple vaso de agua fresca, la debida
corrección fraterna, la visita al enfermo, la ayuda afectiva y efectiva a quien
lo necesite. Todo ello nos hace tomar
conciencia del deber que como creyentes tenemos de servir “como Jesús lo hacía”. El estilo de la vida de Jesús tiene su plena
vigencia si consideramos qué es el hombre, por dónde avanza y hacia dónde
encamina sus pasos, por ello nuestras acciones, por pequeñas que parezcan,
adquieren aroma de eternidad si acaso se realizan desde el amor a Dios.
f).
Poder de la intercesión maternal: Más, dejamos para el
final la razón de esperanza que está presente desde el inicio. El poder de
intercesión de Nuestra Madre Santísima. ¡Quien más que Ella sabe respecto del
sufrimiento humano! Con toda la crudeza de lo acontecido aquel Viernes Santo,
en el cual a quien esperó vivamente antes de engendrar, y concibió primero en
el alma y luego en su cuerpo, se transformó en experta
en humanidad, nos acompaña ahora para descifrar desde la fe, el misterio que encierra la partida de nuestro hermano.
Nuestra celebración
hoy, más allá de ver patenté la realidad de la partida de un hermano, desde la vida nos habla de vivir. Es la
persona de Jesucristo que todos vimos muerto en la cruz, quien permanece vivo
en medio nuestro en esta Santa Misa, la cual celebramos para alabar y agradecer
a Dios, para interceder e implorar el perdón necesario en medio de este Año
santo de la Misericordia.
Hermanos, el gran Juan
Pablo II repetía con frecuencia: “No
temáis, abrid de par en par las puertas a Cristo”, lo que implica dejar en
sus manos, en su mirada, en su voz, en su bondad la eterna salvación de un joven
que a sus pies hoy implora junto a los Apóstoles “¿Señor dónde podemos ir?”(San Juan VI. 68). Anhelando
escuchar, sentir y mirar a Aquel que dijo: “Venid
bendito de mi Padre al lugar preparado para ti desde toda la eternidad” (San
Mateo XXV, 34). ¡Que Viva Cristo Rey!
PADRE
JAIME HERRERA GONZÁLEZ / CURA PÁRROCO DE PUERTO CLARO / VALPARAÍSO
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