BODAS PLATINO
/ CHANDIA CASTRO & BELLO AGUAYO / 1956-2017
ACERDOTE JAIME HERRERA CHILE |
Don José y doña Rosa: Gracias por permitirnos el gozo
de celebrar con vosotros y por vosotros las Bodas de Diamante, realidad que sin
duda resulta inhabitual en nuestro tiempo.
Ambos fueron el comienzo
de una jornada que ya se ha extendido por más seis décadas y que no pretende
terminar, pues nos enseña la Sagrada
Escritura que “los pensamientos de Dios
son eternos”…como lo es vuestro amor. Contrajeron el santo matrimonio el 31 de agosto
de 1956, en la entonces capilla donde nos cobijamos hoy bajo el patronazgo de nuestra
Señora de Puerto Claro.
Lo hicieron en el mes con
el mayor número de festividades votivas en honor de la Santísima Virgen María y
en la cual celebramos la fiesta patronal
cada 24 de Septiembre: Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro. Ciertamente, la presencia de la Virgen fue decisiva en las Bodas de Cana de Galilea,
donde gracias a su intervención Jesús
realizó su primer milagro, y lo ha sido a lo largo de vuestra extensa vida
matrimonial.
Ambos han tenido la
oportunidad de visitar muchos lugares a lo largo del mundo, han hecho un sin
fin de cosas donde lo han pasado muy bien, pero, sin duda, ahora recuerdan tales momentos porque estaban
acompañados por aquella persona que Dios les concedió para escribir la vida
juntos, la cual permanece ahora a vuestro
lado.
No fue casualidad el hecho
de conocerse sino que ello responde a la libérrima voluntad de Dios, que han
sabido estar a la altura de esa vocación recibida.
El 1471 un día como hoy regresaba a la casa del Padre el gran teólogo
católico que escribió el texto “La imitación
de Cristo”. Un programa de vida estupendo para crecer en la virtud y la
santidad, cuyos consejos son aplicables para la vida matrimonial, pues están
llamados a ser “imitadores de Dios”,
cada uno y juntos que son: “Mucho hace el
que mucho ama. Mucho hace el que todo lo hace bien. Bien hace el que sirve más
al bien común que a su voluntad propia” (Libro Primero, número 2).
Sabemos que uno de los
frutos preciados del Santo matrimonio es la descendencia. Los hijos son fruto
de un amor, que hace visible y mayormente posible la unión como esposos. Dios les concedió siete hijos, que fruto de un
amor generoso supieron recibir y cobijar: Patricia, José, Elizabeth, Guillermo,
Juan y Hugo, Leonardo.
Respecto de vuestros
hijos diremos que el número siete implica un sentido de perfección y plenitud. En
la antigüedad Dios creó el mundo en siete días; la gran ciudad de Jericó cayó
luego de siete días y siete vueltas que el Señor pidió dar a los israelitas (Josué VI, 15).
Ya en el Nuevo Testamento Simón Pedro ante el tema del perdón, como realidad
fundamental en la enseñanza del Señor, le
pregunta: ¿cuántas veces debo perdonar a
mi hermano…¿Siete veces? A lo que Jesús responde: ¡Setenta veces siete! Recalcando con ello el acto de perdonar de
manera indefinida e ilimitada (San Mateo XVIII, 21-22).
No dudamos que han podido
experimentar la riqueza de “ver a los hijos de sus hijos” en cada
uno de sus once nietos y de sus ocho bisnietos. Numerosa descendencia que en su
origen tuvo a quienes no dudaron en dar un si a Dios y un si recíproco, ambos
sin fecha de vencimiento.
La celebración de estas Bodas
de Platino las han querido hacer como Dios manda, como la Iglesia vivamente
recomienda y como el sentido común lo anuncia…en medio de la celebración de la Santa Misa, con el fin de
alabar a Dios por quien es, con el fin de agradecer a Dios por tantos dones recibidos,
de interceder por las necesidades espirituales y materiales, y para hacer proclive
a vuestro favor la gracia de la misericordia que Dios libre y profusamente no
deja de conceder.
La presencia del Señor no
ha sido una estrella fugaz en la vida de vuestra familia.
Dios ha permanecido a vuestro lado a pesar de los silencios y del distanciamiento
del caminar a través del paso de los años.
Sin duda, el acto de
venir hace sesenta y un años atrás a este lugar sagrado, y de participar en la
Santa Misa de manera frecuente, revistió de verdadera vitalidad vuestra unión y
fortaleció el compromiso mutuo con la medida del amor de Dios, que siempre ama sin medida. ¡Grande es el amor
de Dios! ¡Todo lo puede, todo lo espera, todo lo perdona! ¡Siempre puede más!
Cara a Dios el sacerdote,
y frente a Dios los jóvenes novios de entonces, recibieron la bendición en
latín del ministro de Dios.
Para mantener el camino
querido por Dios fue necesario incluir unos criterios bien precisos: “El encanto puede ser falso y la belleza puede ser vana, per la mujer que
teme al Señor es la que procura alabanza” (Proverbios XXXI, 30).
Nuestro
Dios dibujó para el hombre una unión perdurable, tal como la describió Jesús: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.
Es la voz de Dios la que
habla al momento en que el hombre y la mujer sellan sus vidas ante el altar de
Dios, por lo que el carácter permanente del compromiso emerge por el hecho de ser signo y presencia del
amor de Dios. Es una decisión de vida,
que no sólo implica el permanecer juntos por un tiempo sino conlleva un ser
esposos para siempre.
Entonces la
indisolubilidad del santo matrimonio no es una cadena que obliga externamente sino que es una condición que
permite la plena libertad de quien se ha casado
por la Iglesia ante Dios. Sin duda, “Dios
no es rival de nuestra libertad sino que es su primer garante”, también en
lo que dice relación con el santo matrimonio.
a).
Escuchar la voz de Dios en la Biblia y la oración.
Dirán los medios de
comunicación que no es políticamente correcto lo que señalaremos porque está
contra lo que masivamente se suele sostener: Muchas veces terminamos
descubriendo con el paso de los años que
lo mejor para nosotros quizás no era lo
que al principio deseaba el corazón (Jeremías XVII, 9).
Muchos profetas elegidos por Dios inicialmente no acabaron de descubrir cuál
era la voluntad de Dios, revelándose a sus designios. Sino que sólo lograron hacerlo
cuando siguieron su palabra revelada en la Santa Biblia y en la oración,
confiada, perseverante y humilde.
El matrimonio responde a
la necesidad innata de amor y de compañía, este debe hacerse desde un sano
discernimiento y la madurez de la fe. ¡El amor ciego no existe! Puesto que sólo
se ama lo que se conoce y se ama lo que hay de Dios en cada uno.
b),
Escuchar el consejo y experiencia de los mayores.
En segundo lugar, hace
seis décadas ambos se vieron enfrentados a una disyuntiva, que plantearon sin
duda a sus padres, los cuales siempre quieren lo mejor para sus hijos y
constituyéndose como verdaderos “intérpretes
del amor de Dios” para su descendencia.
La mocedad es impulsiva
y la juventud inmediatista, por lo que
suele sentirse incomprendida y puede ser que la fuerza de la emoción dictamine
a seguir ciegamente los impulsos del corazón, asumiendo luego que no se
consideró otra perspectiva propuesta por los mayores, haciendo caso omiso de la
voz de quienes deseaban sólo nuestro bien, sumergiéndose –con ello- en una relación sin amor insertos en una institución divinamente hecha para fraguar
la felicidad, convertida a causa de la novel obstinación en fuente de aflicción.
¡Jóvenes, escuchen siempre
la voz de sus mayores. Vean el ejemplo de estos esposos que dicen con su vida
que el amor para siempre es una realidad!
c).
Escuchar la fe del cónyuge elegido.
El ámbito de ayer y hoy
permanece inalterable: mismo esposos, mismo templo, misma promesa mismo Dios.
Con El paso de los años `puede envejecer el cuerpo pero no el alma, porque ésta
goza de la lozanía propia de la piedad verdadera.
En efecto, los novios deben
prestar atención respecto de la fe de quien será su cónyuge para toda la vida. Muchos
hogares suelen quedar a medio construir porque les faltó el material especial
del amor por las cosas de Dios y del procurar cumplir su voluntad en todo.
Al consultar hoy sobre el
destino de la vida del hombre de inmediato se nos responde respecto de la
felicidad…y se olvida que el primer fin nuestro es alabar y agradecer a Dios
los dones recibidos. Ya lo dijo nuestro recordado San Alberto Hurtado: “La vida fue dada para buscar a Dios, la
muerte para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”. A veces el deber y
el programa del Señor pasa por lágrimas de dolor y sufrimiento que sólo luego
de un tiempo transcurrido, se trasforman en lágrimas de respuesta de felicidad.
Las cosas que más cuestan
esfuerzo, dedicación y atención, son las que más terminamos valorando. El camino expedito de la facilidad atrae una
felicidad fantasiosa, que parece que es, pero no es verdadera. ¡Es la felicidad
payasesca! Que por dentro llora y por fuera ríe. Y eso no sirve para fundar una
familia para seis décadas. Es necesario entonces, tener un mismo pensar, un
mismo sentir respecto de las cosas de Dios, de su Iglesia y del orden de la
sociedad.
Imploramos al finalizar
nuestra meditación invocando el auxilio de Nuestra Patrona, la Virgen de las
Mercedes de Puerto Claro, cuya mirada se detuvo hace sesenta y un años en la de
dos jóvenes que siguieron la aventura desafiante de cumplir un programa de vida
permanente en el Santo Matrimonio.
Que ese manto protector
los cuide en todo momento, y les anime en la adversidad a implorar a Aquella
Madre nuestra de la cual nunca se ha oído decir que quien recurriese a Ella, su
plegaria fuese desatendida.
Hoy estas seis décadas
son el regalo que estos esposos colocan a los pies de la Virgen, para agradecer
los múltiples dones recibidos a lo largo de estos años. ¡Que Viva Cristo Rey!
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