TEMA DE FORMACIÓN
MES DE ABRIL DEL 2018.
Acogiendo la invitación
hecha por el Obispo de nuestra diócesis, en vistas a celebrar Año Eucarístico
Nacional, luego de treinta y ocho años de realizado el último (1980),
disponemos nuestro corazón y mente para profundizar en la persona de Cristo
hecho eucaristía en nuestros altares, lo cual sin duda, va a repercutir en
innumerables bendiciones al interior de la vida diocesana.
El tiempo de gracia para
cada uno y la Patria es la persona de Cristo, el mismo ayer hoy y siempre. No hay un Cristo
del pasado y uno distinto del presente: su mensaje no puede quedar amarrado a
una época determinada, ni solo del pasado, ni solo del presente ni solo del
futuro, porque “es el mismo” ayer hoy
y siempre.
CERRO TORO PARROQUIA PUERTO CLARO |
Todo debe procurar hacerse
#modo eucaristía, #modo santa misa desde la cual, emerge y hacia la cual convergen, toda la vida pastoral de la nuestra Iglesia.
Más allá de ser sólo y primariamente una realidad “identificadora”, la Eucaristía constituye la esencia de la
Iglesia, de tal manera que sólo podemos hablar de un genuino espíritu católico
desde la participación: frecuente, reverente, ordenada y comunitaria.
Señala un antiguo escrito
anónimo ruso que “cuando Cristo se hace
presente el tiempo se detiene porque la eternidad ha llegado”. No
corresponde entonces hablar del “Cristo
de hoy” ni del “Cristo de ayer”,
pues con ello se desconoce la presencia permanente que ha tenido a lo largo de
dos milenios, en la vivencia de una tradición cuya vigencia y vitalidad hunde
su ser en la promesa hecha por Jesús al momento de ascender: “Yo estaré con vosotros todos los días” (San
Mateo XXVIII, 20).
Hace un par de años
celebramos el “Año de la Misericordia” en la cual el actual romano pontífice invitó
a “reencontrar” la misericordia al interior de la vida pastoral de la nuestra
Iglesia. Muchas iniciativas hubo. Algunas han perdurado en el tiempo y otras
quedaron como buenas intenciones.
Ahora, luego de haber
destacado la presencia de Cristo en el prójimo, el Año Eucarístico Nacional
apunta a “reencantar” la denominada piedad
eucarística, la cual supone el reconocimiento a la presencia “real y sustancial” de Jesús sobre
nuestros altares, custodias, patenas, bandejas de comunión y sagrarios.
En efecto, Cristo
subsiste en cada una y en toda la hostia consagrada.A lo largo del ministerio
sacerdotal, me ha tocado conocer sólo a una persona que cuestionara la
presencia de Cristo en el prójimo, pero he visto sinnúmero de personas que ante
el Santísimo Sacramento permanecen indiferentes, no mostrando interés ni deseo alguno
de recibirle, evidenciando que la creciente apostasía ya no combate contra
Cristo sino que soslaya su presencia como algo irrelevante y no incidente en la
vida cotidiana. La creciente secularización se ha nutrido del vacío de nuestros
templos y el silencio en nuestros altares.
El Año Eucarístico debe ser una ocasión de “sacar brillo” a esta devoción centrada –especialmente- en la misma
persona de Jesucristo. La piedad a Jesús Sacramentado, que se da en un acto de
adoración reverente, antes, durante y después de cada Santa Misa, se asemeja a
un cirio que, aunque se consume en el
silencio, es capaz de irradiar su calor y
luminosidad a todo lo que está a su alrededor, del mismo modo, el espíritu
reverente y los diversos actos de culto eucarístico necesariamente van a
predisponer a una diligente, creativa y amplia manifestación de las obras de
caridad, a la que nos invita el Señor en el Evangelio. En consecuencia, la
auténtica piedad eucarística se traduce en el amor al prójimo.
Evitando tener una visión
nacida del espíritu maniqueo ni desde una filosofía hegeliana es importante
distinguir en el presente Año Eucarístico Nacional entre lo principal y lo
importante, pues la piedad y la caridad van de la mano, no se
excluyen pero son ordenadas. Así dice San Bernardo de Claraval que “la caridad para ser verdadera es ordenada”.
Los mandamientos de Dios
son todos importantes, pero los tres primeros se dirigen a la persona misma de Dios, por ello, las faltas cometidas a este respecto suelen
ser graves siempre, no así en lo que se refiere al prójimo y sus bienes, en lo
cual puede encontrarse mayor parvedad.
Por tanto, debemos abocar
nuestros mejores esfuerzos, la mayor creatividad, y el uso generoso de recursos
en orden a realzar la presencia eucarística de Cristo para que sea: más
buscado, más descubierto y más vivencializado.
PADRE JAIME HERRERA DIÓCESIS VALPARAÍSO
|
Para que la Patria se
replantee ser una sociedad más fraterna y equitativa es necesario que mire a Jesucristo, “la piedra que desecharon los constructores es la piedra fundamental” (Salmo
CXVII). Una
mayor confesionalidad, en Cristo que es el Corazón de la Iglesia, que implica
una vivencia más honda y permanente de la fe, nos hará estar más disponibles y serviciales a
todos nuestros hermanos.
De ahí surge el lema dado
para este Año Eucarístico: ¿Qué haría
Cristo en mi lugar? (San Alberto Hurtado). La
respuesta es evidente. Por esto instituyo en camino para “parecernos a Él” por medio de la oración, los sacramentos y las
diversas prácticas de piedad, que tanto bien hacen a nuestra alma. Es tiempo,
por lo tanto de: Confesarse, de ir a la Santa Misa con mayor frecuencia,
comulgar debidamente preparados y
dispuestos, y –por cierto- hacer apostolado desde cada comunión bien recibida. En
realidad, el católico en este mundo nunca será capaz de ahondar plenamente en
las grandezas que encierra el misterio eucarístico, celebrado desde aquella
Ultima Cena en Jerusalén. “El exceso de
la bondad es el menos peligroso de los excesos” (S.S. Pablo VI). La
medida del amor es amar sin medida (Concilio de Trento) y
eso se experimenta en cada Santa Misa donde el Dios eterno hecho hombre viene
en figura de lo perecedero, y nos concede el don inestimable de múltiples
gracias concedidas a la medida de la grandeza de Dios y no a la medida de las
súplicas del hombre. ¡Dios siempre puede más!
El mejor antídoto para
tantas debilidades y miserias evidenciadas a algunas diócesis de nuestra Patria
que han quebrado las confianzas, por pecados y delitos, es –una vez más- volver
a lo esencial…es decir, a mirar a Cristo en nuestros altares y sagrarios por
medio de la adoración, a recibir la comunión frecuente y reparadora de tanto
pecado. Así lo recordaba el actual Sumo Pontífice a los Obispos respecto del
valor de la oración ante el Santísimo Sacramento: “La primera tarea del obispo es estar con Jesús en la oración. La
primera tarea del obispo no es hacer planes pastorales…!no, no! Rezar, esta es
la primera tarea. La segunda tarea es “ser testigo, es decir,
predicar”…predicar la salvación que el Señor Jesús nos ha traído. Estas dos
tareas no son fáciles, pero que son precisamente las que hacen fuertes la
columna de la Iglesia. Si estas columnas se debilitan porque el obispo no reza
o reza poco, se olvida de rezar; o porque el obispo no anuncia el Evangelio, se
ocupa de otras cosas, la Iglesia se debilita, sufre el pueblo de Dios, sufre
porque las columnas son débiles” (S.S. Papa Francisco , Capilla
de Casa Santa Marta 22 de Enero 2016).
¡Que Viva Cristo Rey!
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