SEGUNDO DOMINGO / TIEMPO DE PASCUA.
1 “Estando
con las puertas cerradas”.
Las
apariciones de Jesús a sus discípulos distan una semana una de otra: en efecto,
una fue la tarde de Pascua y la siguiente fue “después de ocho días”. Este
relato nos muestra que el don de la fe viene de manera diferente a personas que son diferentes: Juan, el
menor y predilecto del Señor creyó ante la evidencia de la “tumba vacía”; María Magdalena cree cuanto el Señor “la llama por su nombre” ; los
discípulos creyeron “al ver al Señor
resucitado” comer un trozo de pan; Tomás sólo lo hace “al tocar las manos y costado” del Corazón de Jesús; los peregrinos
de Emaús “en la fracción del pan”. Ellos
como cada uno de nosotros somos llamados a creer de diferentes maneras ¡para
creer lo mismo! Distintas miradas hacia un mismo origen.
CURA PARROCO DE PUERTO CLARO CHILE |
Luego
que las mujeres regresaron corriendo a contar lo visto y vivido ante el
sepulcro vacío, los apóstoles estaban “con las puertas cerradas” en el cenáculo
de Jerusalén. Era obvio, si ya existía al momento del procesamiento de Jesús la
sospecha que el impostor condenado tenía varios seguidores, incluso
recriminaron a uno que terminó negándolo en tres ocasiones…más, por toda
aquella cosmopolita ciudad, porque los sucesos ocurrieron durante los días de
la principal fiesta nacional hebrea como era la Pascua, el falso rumor
esparcido por los guardias se había diseminado como reguero de pólvora por la
ciudad. Esto les hizo ocultarse por el temor a correr la misma suerte del
Señor: ser puestos en una cruz hasta morir o desangrados o asfixiados.
Las
“puertas cerradas” manifestaban un
temor sí, pero también evidenciaban que a Cristo resucitado ninguna petrea realidad ni una simple llave le
impediría su manifestación victoriosa sobre las tinieblas de la muerte que
suelen tener el sello de la incertidumbre, de la soledad aún vivida en
comunidades, y de la cerrazón que es consecuencia del pecado: “y estando las puertas cerradas donde los
discípulos se encontraban por miedo a los judíos” (v.19).
El
miedo al que se refiere el Evangelista no era menor, por algo lo cita, aún más
si es por una razón –también- personal del propio San Juan: todos ellos
parecen dejarse conducir por la irreversibilidad humana de la muerte. Temen
que el bien obrado por el Señor, que las múltiples gracias concedidas en tantos
milagros, que las propias palabras de Jesús anunciando su regreso, simplemente
se las hubiese llevado el viento del fracaso.
Las
“puertas cerradas” indican temor e
ignorancia. En ocasiones es el miedo a quienes
detentan el poder en el mundo. ¿Qué pensarán? ¿Qué dirán? ¿Qué harán? ¿Le
agradará o tal vez, molestará? Son cuestionamientos que todos alguna vez nos
hemos hecho ante una decisión que tomar respecto a quien detenta algún grado de
autoridad.
Con
excesiva liviandad de juicio y en ocasiones con la facilidad de dejarse formar
por la simple información carente de todo acto de discernimiento, terminamos
repitiendo como algo nuestro, diversas afirmaciones simplemente por el hecho
que “lo dice alguien”, o bien, porque “lo dicen muchos”. Cautivados por la
imagen individual o la masa colectiva, nuestros criterios y verdades parecen
cambiar según sean los “vientos que imperan”. Frente a las voces
tumultuosas preferimos guardar silencio haciendo que Cristo sea nuevamente
estigmatizado y la verdad del resucitado sea discriminada por los
antidiscriminación. ¿Quién es capaz de responder públicamente la inmensa
cantidad de ofensas y amenazas que actualmente hacen al mundo creyente en las
Redes sociales diversas personas bajo el pretexto de defender supuestas
minorías?
¿Seremos
capaces desde la evidencia del Resucitado hacer ver al que se tiene por discriminado
y es abiertamente discriminante que el amor vence siempre y puede más que
nuestro pecado?
Nuestro
Señor entra en los espacios cerrados de nuestra vida. Ya no se muestra en los sepulcros sino en
medio de la vida y de la existencia cotidiana. Es en la Iglesia, donde Jesús
escogió hacerse visible, presente y vivo en el mundo actual, por lo que la luz
del resucitado ilumina los más ocultos y cerrados espacios del miedo y la
ignorancia para hacerlos espacios habitables a la caridad, a la verdad, y a la
vida.
¡Abrid
las puertas al Redentor! Fue la gran invitación que hace más
de tres décadas hacía el Magno Pontífice venido de un país lejano.
MISA PRIMER VIERNES BOSQUES MONTEMAR |
Tal
como suele acontecer con las bendiciones del cielo, la iniciativa la toma el Señor. Es Él quien primeramente
saluda con una invitación que cambiará la actitud y vida de aquellos -temerosos
apóstoles- vespertinamente presentes: el tradicional saludo semita de Shalom indica que es un regalo del
cielo la ausencia de conflictos.
Entonces,
¿qué era la paz para un judío? Primero, era un buen saludo, un buen deseo. Más
que ser la simple ausencia de peleas, consistía en un deseo de bienestar
amplio, donde el alma esté plena y grata permanentemente. Como procurando
decir a todos una realidad que no puede quedar bajo llave: ¡Soy feliz! Una
felicidad que abarca toda la hondura de nuestro ser, por lo que no puede
poseerse bajo encierro.
Hay
tantos “salfates” (+)
en la actualidad que contagian tristeza y pesimismo: se gozan en anunciar día a
día el nuevo terremoto, la sequía, la inundación, como consecuencias de
intrigas. Mas su mensaje es estéril porque sólo gira hacia la
desventura, el nuestro, el de los creyentes, el de quienes hemos sido invitados
a ver al Resucitado pasa las crisis, supera los pecados y aplaca los males: No
lo olvidemos ni callemos: ¡Cristo ha resucitado!
+ Comentarista televisivo nocturno
que lucra con anuncios de intrigas palaciegas y catástrofes naturales en Chile.
3.
“Trae tu mano y húndela en mi corazón”.
DON JAIME HERRERA COLEGIO MONTEMAR
|
Mas, las palabras no fueron suficientes entonces incluso las pronunciadas por el Señor, como no lo son tampoco en nuestros días y repetidas con insistencia por su Iglesia Santa: por ello dice en plural “les mostró las manos y el costado”, pues toda gracia es de suyo dada en beneficio de todos los bautizados, y lo que uno recibe como don de modo misterioso se comunica en beneficio de toda la Iglesia, en especial de aquellos miembros más debilitados y necesitados de la gracia. Nunca ahondaremos suficientemente en la grandeza del Corazón de Cristo que tuvo la delicadeza de aceptar el desafío que el apóstol Tomás le planteó al momento de procurar hundir su mano en aquel cuerpo ya resucitado. Aquel exigió ver y tocar a Cristo y Él se lo concedió: aún más, Jesús no condena en Tomás su falta de fe, sino que le proporciona lo que le ayuda a crecer en la fe.
Las
heridas visibles de su cuerpo ya resucitado confirman que cumplió su promesa y
que ha salido victorioso del poder hasta entonces omnímodo de la muerte.
De modo misterioso el cuerpo de Cristo es como el nuestro –pero- a la vez,
diverso del nuestro: puesto que, por una parte “come un trozo de pescado asado” y por otra “traspasa una puerta estando ésta cerrada”.
Cuatro
son las nuevas características del cuerpo humanizado y resucitado del Señor
Jesús: “incorruptible, glorioso, poderoso
y espiritual”, tal como lo describe el Apóstol San Pablo (1
Corintios XV, 42-44). Hemos de añadir el carácter físico
de aquel cuerpo porque el mismo Cristo muerto en Cruz fue resucitado del
sepulcro: ¡la misma persona crucificada fue resucitada!
El
mandato de continuar la misión de Cristo dada en principio a sus Apóstoles va
revestido de una gracia, de un carácter, de un “empoderamiento” –en expresión actual- que les permitirá, si están
en plena comunión con Él, actuar realmente “en
su nombre”: la autoridad del que es mandado es igual a la del que mandó,
así, Dios Padre está totalmente presente en la obra de Jesús; a la vez que
nuestro Señor estará plenamente presente en el ministerio de sus apóstoles, por
esto: “Sopló y les dijo. Recibid el
Espíritu Santo” (v.22).
Sólo
en el momento en que Cristo “respira
en el alma de sus discípulos” estos se ven con la entereza de abrir las
puertas de salir a la calle, y anunciar vivamente la resurrección del Señor:
Hasta
ese momento todo era lamento, silencio, pesadumbre y nostalgia paralizante, a
partir de aquel encuentro con Jesús Resucitado todo cambió para ellos, pues con
resolución hasta el martirio no vacilaron y conjuntamente “se levantaron y pusieron en camino”.
Amén.
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