lunes, 9 de abril de 2018

CULMINANDO EL VÍA LUCIS DE LA OCTAVA


    SEGUNDO DOMINGO / TIEMPO  DE PASCUA.

1   “Estando con las puertas cerradas”.

Las apariciones de Jesús a sus discípulos distan una semana una de otra: en efecto, una fue la tarde de Pascua y la siguiente fue “después de ocho días”. Este relato nos muestra que el don de la fe viene de manera diferente a  personas que son diferentes: Juan, el menor y predilecto del Señor creyó ante la evidencia de la “tumba vacía”; María Magdalena cree cuanto el Señor “la llama por su nombre” ; los discípulos creyeron “al ver al Señor resucitado” comer un trozo de pan; Tomás sólo lo hace “al tocar las manos y costado” del Corazón de Jesús; los peregrinos de Emaús “en la fracción del pan”.   Ellos como cada uno de nosotros somos llamados a creer de diferentes maneras ¡para creer lo mismo! Distintas miradas hacia un mismo origen.

CURA PARROCO DE PUERTO CLARO CHILE

Luego que las mujeres regresaron corriendo a contar lo visto y vivido ante el sepulcro vacío, los apóstoles estaban “con las puertas cerradas” en el cenáculo de Jerusalén. Era obvio, si ya existía al momento del procesamiento de Jesús la sospecha que el impostor condenado tenía varios seguidores, incluso recriminaron a uno que terminó negándolo en tres ocasiones…más, por toda aquella cosmopolita ciudad, porque los sucesos ocurrieron durante los días de la principal fiesta nacional hebrea como era la Pascua, el falso rumor esparcido por los guardias se había diseminado como reguero de pólvora por la ciudad. Esto les hizo ocultarse por el temor a correr la misma suerte del Señor: ser puestos en una cruz hasta morir o desangrados o asfixiados.

Las “puertas cerradas” manifestaban un temor sí, pero también evidenciaban que a Cristo resucitado ninguna  petrea realidad ni una simple llave le impediría su manifestación victoriosa sobre las tinieblas de la muerte que suelen tener el sello de la incertidumbre, de la soledad aún vivida en comunidades, y de la cerrazón que es consecuencia del pecado: “y estando las puertas cerradas donde los discípulos se encontraban por miedo a los judíos (v.19).

El miedo al que se refiere el Evangelista no era menor, por algo lo cita, aún más si es por una razón –también- personal del propio San Juan: todos ellos parecen dejarse conducir por la irreversibilidad humana de la muerte. Temen que el bien obrado por el Señor, que las múltiples gracias concedidas en tantos milagros, que las propias palabras de Jesús anunciando su regreso, simplemente se las hubiese llevado el viento del fracaso.

Las “puertas cerradas” indican temor e ignorancia. En ocasiones es el miedo a quienes detentan el poder en el mundo. ¿Qué pensarán? ¿Qué dirán? ¿Qué harán? ¿Le agradará o tal vez, molestará? Son cuestionamientos que todos alguna vez nos hemos hecho ante una decisión que tomar respecto a quien detenta algún grado de autoridad.

Con excesiva liviandad de juicio y en ocasiones con la facilidad de dejarse formar por la simple información carente de todo acto de discernimiento, terminamos repitiendo como algo nuestro, diversas afirmaciones simplemente por el hecho que “lo dice alguien”, o bien, porque “lo dicen muchos”. Cautivados por la imagen individual o la masa colectiva, nuestros criterios y verdades parecen cambiar según sean los “vientos que imperan”. Frente a las voces tumultuosas preferimos guardar silencio haciendo que Cristo sea nuevamente estigmatizado y la verdad del resucitado sea discriminada por los antidiscriminación. ¿Quién es capaz de responder públicamente la inmensa cantidad de ofensas y amenazas que actualmente hacen al mundo creyente en las Redes sociales diversas personas bajo el pretexto de defender supuestas minorías?

¿Seremos capaces desde la evidencia del Resucitado hacer ver al que se tiene por discriminado y es abiertamente discriminante que el amor vence siempre y puede más que nuestro pecado?

Nuestro Señor entra en los espacios cerrados de nuestra vida.  Ya no se muestra en los sepulcros sino en medio de la vida y de la existencia cotidiana. Es en la Iglesia, donde Jesús escogió hacerse visible, presente y vivo en el mundo actual, por lo que la luz del resucitado ilumina los más ocultos y cerrados espacios del miedo y la ignorancia para hacerlos espacios habitables a la caridad, a la verdad, y a la vida.

¡Abrid las puertas al Redentor! Fue la gran invitación que hace más de tres décadas hacía el Magno Pontífice venido de un país lejano. 

MISA PRIMER VIERNES BOSQUES MONTEMAR

 .     “Paz a vosotros”.

Tal como suele acontecer con las bendiciones del cielo, la iniciativa  la toma el Señor. Es Él quien primeramente saluda con una invitación que cambiará la actitud y vida de aquellos -temerosos apóstoles- vespertinamente presentes: el tradicional saludo semita de Shalom indica que es un regalo del cielo la ausencia de conflictos.

Entonces, ¿qué era la paz para un judío? Primero, era un buen saludo, un buen deseo. Más que ser la simple ausencia de peleas, consistía en un deseo de bienestar amplio, donde el alma esté plena y grata permanentemente. Como procurando decir a todos una realidad que no puede quedar bajo llave: ¡Soy feliz! Una felicidad que abarca toda la hondura de nuestro ser, por lo que no puede poseerse bajo encierro.

Hay tantos “salfates” (+) en la actualidad que contagian tristeza y pesimismo: se gozan en anunciar día a día el nuevo terremoto, la sequía, la inundación, como consecuencias de intrigas. Mas su mensaje es estéril porque sólo gira hacia la desventura, el nuestro, el de los creyentes, el de quienes hemos sido invitados a ver al Resucitado pasa las crisis, supera los pecados y aplaca los males: No lo olvidemos ni callemos: ¡Cristo ha resucitado!

+ Comentarista televisivo nocturno que lucra con anuncios de intrigas palaciegas y catástrofes naturales en Chile.

3.      “Trae tu mano y húndela en mi corazón”.


      DON JAIME HERRERA COLEGIO MONTEMAR


Mas, las palabras no fueron suficientes entonces incluso las pronunciadas por el Señor, como no lo son tampoco en nuestros días y repetidas con insistencia por su Iglesia Santa: por ello dice en plural “les mostró las manos y el costado”, pues toda gracia es de suyo dada en beneficio de todos los bautizados, y lo que uno recibe como don de modo misterioso se comunica en beneficio de toda la Iglesia, en especial de aquellos miembros más debilitados y necesitados de la gracia. Nunca ahondaremos suficientemente en la grandeza del Corazón de Cristo que tuvo la delicadeza de aceptar el desafío que el apóstol Tomás le planteó al momento de procurar hundir su mano en aquel cuerpo ya resucitado. Aquel exigió ver y tocar a Cristo y Él se lo concedió: aún más, Jesús no condena en Tomás su falta de fe, sino que le proporciona lo que le ayuda a crecer en la fe.

Las heridas visibles de su cuerpo ya resucitado confirman que cumplió su promesa y que ha salido victorioso del poder hasta entonces omnímodo de la muerte. De modo misterioso el cuerpo de Cristo es como el nuestro –pero- a la vez, diverso del nuestro: puesto que, por una parte “come un trozo de pescado asado” y por otra “traspasa una puerta estando ésta cerrada”.

Cuatro son las nuevas características del cuerpo humanizado y resucitado del Señor Jesús: “incorruptible, glorioso, poderoso y espiritual”, tal como lo describe el Apóstol San Pablo (1 Corintios XV, 42-44). Hemos de añadir el carácter físico de aquel cuerpo porque el mismo Cristo muerto en Cruz fue resucitado del sepulcro: ¡la misma persona crucificada fue resucitada!

El mandato de continuar la misión de Cristo dada en principio a sus Apóstoles va revestido de una gracia, de un carácter, de un “empoderamiento” –en expresión actual- que les permitirá, si están en plena comunión con Él, actuar realmente “en su nombre”: la autoridad del que es mandado es igual a la del que mandó, así, Dios Padre está totalmente presente en la obra de Jesús; a la vez que nuestro Señor estará plenamente presente en el ministerio de sus apóstoles, por esto: “Sopló y les dijo. Recibid el Espíritu Santo” (v.22).

Sólo en el momento en que Cristo “respira en el alma de sus discípulos” estos se ven con la entereza de abrir las puertas de salir a la calle, y anunciar vivamente la resurrección del Señor:

Hasta ese momento todo era lamento, silencio, pesadumbre y nostalgia paralizante, a partir de aquel encuentro con Jesús Resucitado todo cambió para ellos, pues con resolución hasta el martirio no vacilaron y conjuntamente “se levantaron y pusieron en camino”.

Amén.

   

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