TEMA
: “ HASTA PRONTO…NOS VEMOS EN EL CIELO”.
FECHA:
HOMILÍA EXEQUIAL SRA.CECILIA FICA ESPAÑA / 2018
1.
La
vida fue dada para buscar a Dios.
Queridos
hermanos: En medio de la celebración del Mes de la Caridad Fraterna, donde
hemos ido meditando -día a día- sobre las obras de misericordia que nos propone
nuestra Iglesia, nos reunimos para dar cristiana sepultura al cuerpo de nuestra
hermana Cecilia Fica España, rezando por el eterno descanso de su alma, junto a sus seres queridos que le acompañan. Lo
hacemos a la luz de las palabras del Señor:
“Quien se une a mí con fe viva no muere para siempre”, las cuales resuenan
con mayor fuerza en estas horas en las cuales hemos ido gradualmente asumiendo
lo pasajero que resulta nuestro paso por este mundo a la luz de las promesas de
bienaventuranza eterna hechas por el Señor, quien nos pregunta una vez más: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que
está vivo?”.
Nuestra
mirada se encamina hacia el horizonte donde parece unirse el cielo y la tierra.
¡Tantas veces tenemos la oportunidad de ver los atardeceres a lo largo de
nuestra costa generosa! Y precisamente cuando el sol parece dormir en la línea
del horizonte se produce un efecto inverso emergiendo el mayor destello…Algo
similar acontece con nuestra vida: Mientras se extingue nuestro paso por este
mundo se enciende la luz inexorable de
la eternidad, permitiendo al creyente descubrir el misterio de la muerte no
como una luz que se apaga definitivamente sino como un destello que se proyecta
desde un inicio hasta el fin sin ocaso.
Con
esta celebración dominical, culminamos un mes completo meditando respecto del
capítulo sexto del Evangelio de San Juan, denominado el “Pan de Vida”, que constituye una carta de navegación para cada
creyente. La institución de la Santa Misa, durante la Última Cena es el
misterio central para la vida del creyente pues se trata de la misma persona de
Jesucristo, perfecto Dios y hombre a la vez, que asumiendo la condición humana
se queda “real y substancialmente presente”
en medio nuestro bajo la humilde apariencia de un pan y vino, ahora
transformados en todo Jesús.
Por
ello, al acercarnos a comulgar no vamos
a recibir un trozo de pan que representa el amor de Dios sino que somos participes
–por la gracia- del mismo Cristo. En la Misa no se trata de algo sino de alguien.
Nuestra
hermana difunta convertida al cristianismo desde su infancia, procuró como su santa patrona “llevar siempre consigo el Evangelio”,
tal como lo recordaba respecto de santa Cecilia el actual Sumo Pontífice.
En
efecto, Santa Cecilia es una de las cinco mujeres que resalta el Canon Romano
por la fuerza de su testimonio ante la prueba del martirio prefirió mil muertes
antes que infiel a su fe. Sin duda, como nuestra hermana difunta lo recordaba
durante su estancia en el hospital, tuve oportunidad de bautizar a alguno de
sus hijos, de darles la primera comunión y preparar a sus hijos, de confirmar a
sus hijos, de bautizar a sus nietos, de celebrar el sacramento de la confirmación
y el santo matrimonio de ella, de cuidar
a su retoño varón desde los doce años, hoy
algo crecidito ya por cierto, de darle la extremaunción, y ahora de
celebrar su Santa Misa de exequias. En su lecho de enferma ella me pidió
celebrar esta Misa, la cual hago con fe y esperanza implorando que ahora pueda
no sólo descansar sino gozar de todo lo que Jesús tiene preparado para “quienes procuran serle fieles”.
Sin
duda, es muy distinto asumir la muerte
de un ser querido desde la realidad de un corazón impregnado por la fe que dejado
al desamparo de lo fortuito y finito, tal como nos lo recuerda el Antiguo
Testamento: “A los ojos de los necios
parecen haber muerto, y su partida de este mundo es considerada sólo como una
desgracia” (Sabiduría III, 1-5).
Sabiamente
solía repetir nuestro santo contemporáneo de la Caridad Fraterna –San Alberto
Hurtado Cruchaga- que: “La vida fue dada
para buscar a Dios, la muerte fue dada para encontrarlo y la eternidad para
poseerlo”. Palabras que son una síntesis de lo que ha de ser la vida
espiritual de todo creyente, que procurará buscar el rostro del Señor en cada
acontecimiento incluido el misterio de la partida de este mundo…Si Dios nos dio
la vida de la nada…también, puede tomarla cuando estime oportuno…!Bendito sea su nombre! (Job
I, 21).
Muchas
veces buscamos a Dios, como seres falibles podemos equivocarnos y dar pasos en
falso, pero nunca serán vanos aquellos pasos dados en procurar hacer el bien
desde el seguimiento de los designios dados por Dios en su Palabra, inscritos en la naturaleza y explicitados en
la voz de nuestra conciencia. Es humano equivocarse, es cristiano convertirse y
es divino perdonar, por ello, el juez último
de cada uno de nuestros actos y palabras será el Dios cuyo nombre es Nuestro
Padre, en quien nuestra hermana difunta confió hasta último de sus pensamientos.
Lo
anterior nos llena de una confianza fundada en la bondad y misericordia de
Dios, que a lo largo de toda nuestra vida
permanece como mendigo a las
puertas de nuestro corazón esperando que le dejemos entrar para que habite no
como la visita ocasional que viene por un momento y se va, sino para que more
como el huésped permanente en nuestra alma, en la habitación principal de
nuestras intenciones, proyectos y deseos. ¡No releguemos Cristo al baúl de los recuerdos
ni a la despensa de lo accesorio, ni menos a la vitrina de los adornos!
Si,
“tu rostro buscaré, Señor…No me escondas
tu rostro” (Salmo XXVI, 8):
Vale la pena vivir cuando es Dios quien lleva la batuta, cuando es Él quien
guía nuestros pasos, cuando es Él quien inspira nuestras acciones, por lo cual
no dejemos de buscar al Buen Dios que se dado a conocer para ser encontrado…
con el rostro de quien gestado permanece en el vientre materno, con el rostro
del niño que desea crecer y aprender, en el rostro del joven que anhela un
mundo más justo y veraz, con el rostro del anciano olvidado cuya sabiduría
permanece anhelosa de ser descubierta.
2.
La
muerte fue dada para encontrar a Dios.
LA MUERTE
DESPUNTA LA VIDA
|
Madre
de seis hijos, cuyas edades fluctúan actualmente entre las cuatro y dos
décadas, tuvo oportunidad de ver cómo iban creciendo, hasta poder conocer a
cada uno de sus nueve nietos y un bisnietos, verificando en vida la promesa
hecha por Dios en la Santa Biblia: “a los
hijos de tus hijos los verás” (Salmo CXXVIII, 6).
Siguiendo
con la enseñanza de nuestro Santo Chileno, ahora nos recuerda que “la muerte fue dada para encontrar a Dios”,
lo cual emerge desde la convicción que Dios es misericordioso y espera como
aquel padre de la parábola que nuestro
último día en este mundo sea el primero en la eternidad, donde
–entonces- hará una gran fiesta pues su
hijo que todos creían que había muerto está vivo. A ello apunta la expresión
que hemos recordado hace un momento, cuando las mujeres fueron de madrugada al
sepulcro donde habían dejado el cuerpo inerte de Jesús: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”(
San Lucas XXIV, 5).
Como
creyentes confiamos en Jesús que venció la muerte, y creemos que luego de
nuestro paso por este mundo, tan marcado de sinsabores y dificultades, estamos
llamados a resucitar para siempre, participando de un gozo que nada y nadie nos
podrá arrebatar jamás.
En
este mundo las alegrías se suelen extinguir de manera vertiginosa. El espíritu
de la nostalgia y el solo acto de recordar tiempos mejores es prueba de ello,
mas junto a Dios viviremos de manera intensa, plena y perpetua, por lo cual
aunque juntásemos todas las alegrías de toda la vida, éstas serían ínfimas ante
el menor de los gozos que tendremos junto a Dios y nuestros seres
queridos…porque serán eternos y no perecederos como los actuales.
El
acto de encontrar a Dios es algo
definitivo para lo cual debemos prepararnos en la vida presente procurando
vivir en estado de gracia, prefiriendo la amistad de Dios como la más deseable
y entrañable. El encontrar a Dios no
es algo que se pueda improvisar sino que debe ser el resultado de una vida de
permanente búsqueda, donde las virtudes y valores no sean las fantasías
parciales de un mundo caduco sino las que efectivamente conduzcan integralmente
a la felicidad de cada uno y de todos. Digámoslo claramente: ¡La eternidad se
juega aquí y ahora!…mañana puede ser tarde, por eso estamos en los tiempos
favorables para salvarnos, para cambiar radicalmente de vida.
3.
La
Eternidad fue dada para poseer a Dios.
Estamos
en el templo dedicado a Nuestra Madre del Cielo, bajo la advocación de Nuestra
Señora de las Mercedes de Puerto Claro, con el regalo especial de celebrar el
Día del Señor para rezar por nuestra hermana difunta Cecilia Fica España.
HASTA PRONTO: EN EL CIELO NOS VEMOS
|
Imploramos
por aquella que tempranamente creyó en Dios, que cobijó en su vientre a sus
seis hijos que le acompañan, que prodigó cariño hacia cada uno de sus seres
queridos, pueda ahora gozar de una vida en paz, en felicidad, y en amor, lo
cual anheló durante toda su vida y para lo cual ofreció, en la última etapa de
su vida por medio de la enfermedad, sus
dolencias y padecimientos “uniéndolos a
los del Señor en la cruz” (Colosenses
I, 24-28) para
su bien espiritual y el de los suyos, quienes a la luz de la fe ven su partida
como la llegada a destino, como recalar en el Puerto Claro de la Eternidad a la
que todos estamos llamados a participar. (Por esto, si tienen a alguien que
aman en el cielo, tendrán un pedazo del cielo en medio vuestro).
Sea
la Virgen Madre quien tienda su mano abierta la que cubra con su manto de
bondad a nuestra hermana que golpeando las puertas del cielo implora la
misericordia del Señor por medio de la intercesión universal de la Virgen y de
la oración incesante de nuestra Iglesia que clama cotidianamente en nuestros
altares: ¡Que Viva Cristo Rey!
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