viernes, 24 de agosto de 2018

HASTA PRONTO…NOS VEMOS EN EL CIELO


TEMA  : “ HASTA PRONTO…NOS VEMOS EN EL CIELO”.

FECHA: HOMILÍA EXEQUIAL SRA.CECILIA FICA ESPAÑA / 2018

1.     La vida fue dada para buscar a Dios.

Queridos hermanos: En medio de la celebración del Mes de la Caridad Fraterna, donde hemos ido meditando -día a día- sobre las obras de misericordia que nos propone nuestra Iglesia, nos reunimos para dar cristiana sepultura al cuerpo de nuestra hermana Cecilia Fica España, rezando por el eterno descanso de su alma,   junto a sus seres queridos que le acompañan. Lo hacemos a la luz de las palabras del Señor: “Quien se une a mí con fe viva no muere para siempre”, las cuales resuenan con mayor fuerza en estas horas en las cuales hemos ido gradualmente asumiendo lo pasajero que resulta nuestro paso por este mundo a la luz de las promesas de bienaventuranza eterna hechas por el Señor, quien nos pregunta una vez más: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?”.
Nuestra mirada se encamina hacia el horizonte donde parece unirse el cielo y la tierra. ¡Tantas veces tenemos la oportunidad de ver los atardeceres a lo largo de nuestra costa generosa! Y precisamente cuando el sol parece dormir en la línea del horizonte se produce un efecto inverso emergiendo el mayor destello…Algo similar acontece con nuestra vida: Mientras se extingue nuestro paso por este mundo se enciende la luz inexorable  de la eternidad, permitiendo al creyente descubrir el misterio de la muerte no como una luz que se apaga definitivamente sino como un destello que se proyecta desde un inicio hasta el fin sin ocaso.
Con esta celebración dominical, culminamos un mes completo meditando respecto del capítulo sexto del Evangelio de San Juan, denominado el “Pan de Vida”, que constituye una carta de navegación para cada creyente. La institución de la Santa Misa, durante la Última Cena es el misterio central para la vida del creyente pues se trata de la misma persona de Jesucristo, perfecto Dios y hombre a la vez, que asumiendo la condición humana se queda “real y substancialmente presente” en medio nuestro bajo la humilde apariencia de un pan y vino, ahora transformados en todo Jesús.
Por ello,  al acercarnos a comulgar no vamos a recibir un trozo de pan que representa el amor de Dios sino que somos participes –por la gracia- del mismo Cristo. En la Misa no se trata de algo sino de alguien.
Nuestra hermana difunta convertida al cristianismo desde su infancia,  procuró como su santa patrona “llevar siempre consigo el Evangelio”, tal como lo recordaba respecto de santa Cecilia el actual Sumo Pontífice.
En efecto, Santa Cecilia es una de las cinco mujeres que resalta el Canon Romano por la fuerza de su testimonio ante la prueba del martirio prefirió mil muertes antes que infiel a su fe. Sin duda, como nuestra hermana difunta lo recordaba durante su estancia en el hospital, tuve oportunidad de bautizar a alguno de sus hijos, de darles la primera comunión y preparar a sus hijos, de confirmar a sus hijos, de bautizar a sus nietos, de celebrar el sacramento de la confirmación y  el santo matrimonio de ella, de cuidar a su retoño varón desde los doce años, hoy algo crecidito ya por cierto, de darle la extremaunción, y ahora de celebrar su Santa Misa de exequias. En su lecho de enferma ella me pidió celebrar esta Misa, la cual hago con fe y esperanza implorando que ahora pueda no sólo descansar sino gozar de todo lo que Jesús tiene preparado para “quienes procuran serle fieles”.
Sin duda,  es muy distinto asumir la muerte de un ser querido desde la realidad de un corazón impregnado por la fe que dejado al desamparo de lo fortuito y finito, tal como nos lo recuerda el Antiguo Testamento: “A los ojos de los necios parecen haber muerto, y su partida de este mundo es considerada sólo como una desgracia” (Sabiduría III, 1-5).
Sabiamente solía repetir nuestro santo contemporáneo de la Caridad Fraterna –San Alberto Hurtado Cruchaga- que: “La vida fue dada para buscar a Dios, la muerte fue dada para encontrarlo y la eternidad para poseerlo”. Palabras que son una síntesis de lo que ha de ser la vida espiritual de todo creyente, que procurará buscar el rostro del Señor en cada acontecimiento incluido el misterio de la partida de este mundo…Si Dios nos dio la vida de la nada…también, puede tomarla cuando estime oportuno…!Bendito sea su nombre! (Job I, 21).
Muchas veces buscamos a Dios, como seres falibles podemos equivocarnos y dar pasos en falso, pero nunca serán vanos aquellos pasos dados en procurar hacer el bien desde el seguimiento de los designios dados por Dios en su Palabra,  inscritos en la naturaleza y explicitados en la voz de nuestra conciencia. Es humano equivocarse, es cristiano convertirse y es divino perdonar, por ello,  el juez último de cada uno de nuestros actos y palabras será el Dios cuyo nombre es Nuestro Padre, en quien nuestra hermana difunta confió hasta  último de sus pensamientos.
Lo anterior nos llena de una confianza fundada en la bondad y misericordia de Dios, que a lo largo de toda nuestra vida  permanece como mendigo a las puertas de nuestro corazón esperando que le dejemos entrar para que habite no como la visita ocasional que viene por un momento y se va, sino para que more como el huésped permanente en nuestra alma, en la habitación principal de nuestras intenciones, proyectos y deseos. ¡No releguemos Cristo al baúl de los recuerdos ni a la despensa de lo accesorio, ni menos a la vitrina de los adornos!
Si, “tu rostro buscaré, Señor…No me escondas tu rostro” (Salmo XXVI, 8): Vale la pena vivir cuando es Dios quien lleva la batuta, cuando es Él quien guía nuestros pasos, cuando es Él quien inspira nuestras acciones, por lo cual no dejemos de buscar al Buen Dios que se dado a conocer para ser encontrado… con el rostro de quien gestado permanece en el vientre materno, con el rostro del niño que desea crecer y aprender, en el rostro del joven que anhela un mundo más justo y veraz, con el rostro del anciano olvidado cuya sabiduría permanece anhelosa de ser descubierta.

2.     La muerte fue dada para encontrar a Dios.

          LA MUERTE DESPUNTA LA VIDA
Madre de seis hijos, cuyas edades fluctúan actualmente entre las cuatro y dos décadas, tuvo oportunidad de ver cómo iban creciendo, hasta poder conocer a cada uno de sus nueve nietos y un bisnietos, verificando en vida la promesa hecha por Dios en la Santa Biblia: “a los hijos de tus hijos los verás” (Salmo CXXVIII, 6).

Siguiendo con la enseñanza de nuestro Santo Chileno, ahora nos recuerda que “la muerte fue dada para encontrar a Dios”, lo cual emerge desde la convicción que Dios es misericordioso y espera como aquel padre de la parábola que nuestro  último día en este mundo sea el primero en la eternidad, donde –entonces-  hará una gran fiesta pues su hijo que todos creían que había muerto está vivo. A ello apunta la expresión que hemos recordado hace un momento, cuando las mujeres fueron de madrugada al sepulcro donde habían dejado el cuerpo inerte de Jesús: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”( San  Lucas XXIV, 5).
Como creyentes confiamos en Jesús que venció la muerte, y creemos que luego de nuestro paso por este mundo, tan marcado de sinsabores y dificultades, estamos llamados a resucitar para siempre, participando de un gozo que nada y nadie nos podrá arrebatar jamás.
En este mundo las alegrías se suelen extinguir de manera vertiginosa. El espíritu de la nostalgia y el solo acto de recordar tiempos mejores es prueba de ello, mas junto a Dios viviremos de manera intensa, plena y perpetua, por lo cual aunque juntásemos todas las alegrías de toda la vida, éstas serían ínfimas ante el menor de los gozos que tendremos junto a Dios y nuestros seres queridos…porque serán eternos y no perecederos como los actuales.

El acto de encontrar a Dios es algo definitivo para lo cual debemos prepararnos en la vida presente procurando vivir en estado de gracia, prefiriendo la amistad de Dios como la más deseable y entrañable. El encontrar a Dios no es algo que se pueda improvisar sino que debe ser el resultado de una vida de permanente búsqueda, donde las virtudes y valores no sean las fantasías parciales de un mundo caduco sino las que efectivamente conduzcan integralmente a la felicidad de cada uno y de todos. Digámoslo claramente: ¡La eternidad se juega aquí y ahora!…mañana puede ser tarde, por eso estamos en los tiempos favorables para salvarnos, para cambiar radicalmente de vida.
3.     La Eternidad fue dada para poseer a Dios.
Estamos en el templo dedicado a Nuestra Madre del Cielo, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, con el regalo especial de celebrar el Día del Señor para rezar por nuestra hermana difunta Cecilia Fica España.

HASTA PRONTO: EN EL CIELO NOS VEMOS
Imploramos por aquella que tempranamente creyó en Dios, que cobijó en su vientre a sus seis hijos que le acompañan, que prodigó cariño hacia cada uno de sus seres queridos, pueda ahora gozar de una vida en paz, en felicidad, y en amor, lo cual anheló durante toda su vida y para lo cual ofreció, en la última etapa de su vida por medio de la enfermedad,  sus dolencias y padecimientos “uniéndolos a los del Señor en la cruz”  (Colosenses I, 24-28)  para su bien espiritual y el de los suyos, quienes a la luz de la fe ven su partida como la llegada a destino, como recalar en el Puerto Claro de la Eternidad a la que todos estamos llamados a participar. (Por esto, si tienen a alguien que aman en el cielo, tendrán un pedazo del cielo en medio vuestro).


Sea la Virgen Madre quien tienda su mano abierta la que cubra con su manto de bondad a nuestra hermana que golpeando las puertas del cielo implora la misericordia del Señor por medio de la intercesión universal de la Virgen y de la oración incesante de nuestra Iglesia que clama cotidianamente en nuestros altares: ¡Que Viva Cristo Rey!

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