TEMA : “SACERDOTE…SÓLO SACERDOTE”.
FECHA :
HOMILÍA POR LOS CURAS PÁRROCOS JULIO /
2018.
1.
“Los
que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer” (San Marcos VI, 31).
SACERDOTE JAIME HERRERA GONZÁLEZ
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Desde
la realidad que se compare podemos hablar de “mucho” o “poco” tiempo, toda vez
que hubo y hay sacerdotes que han permanecido por cuatro décadas como párrocos,
lo cual nos coloca en un tiempo breve; en tanto que si miramos a quienes han
servido en nuestra parroquia la gran mayoría lo ha hecho en tiempos muy
acotados, lo que nos ubica en mucho tiempo.
Lo
cierto es que para un sacerdote diocesano el hecho de ejercer como pastor propio implica el cumplimiento
de su vocación en el sentido que la “pertenencia” o anclaje a una diócesis y a una comunidad determinada, constituye
parte de su consagración y, por tanto,
de su identidad.
Los
criterios aplicados en la actualidad suelen valorar la capacidad de cambio
frecuente. Los jóvenes egresados de una universidad hoy aspiran a estar sólo unos pocos años en cada trabajo, cambiándose con
mucha facilidad. Antes se compraba la casa definitiva, el reloj definitivo, el vehículo para toda la vida y se aspiraba a
estar en un mismo trabajo para toda la vida laboral. Mirada la vida del
sacerdote diocesano, y habida consideración de la habitualidad con que se van asumiendo
y dejando las responsabilidades pastorales, sin duda en tiempos de crisis como
son los que navegamos, resulta
conveniente y hasta necesario una permanencia en el tiempo del clero secular, pues permite a
los fieles tener la seguridad de saber con quién están y al sacerdote poder
conocer a quiénes está llamado a ser el pastor
propius del cual habla el código de derecho canónico.
El
tiempo transcurrido permite macerar
las comidas y evaluar mejor las innovaciones implementadas, una de las cuales
ha sido la aplicación en las últimas décadas de un tiempo de permanencia breve
de los sacerdotes diocesanos en las parroquias, llegando al extremo que algunos feligreses ni se enteraban que
había estado tal sacerdote en sus comunidades.
PARROQUIA PUERTO CLARO CHILE
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Es
que “la Caridad de Cristo nos urge” (2
Corintios V, 14) y
los últimos tiempos no están lejanos, por lo cual debemos vivir pensando cada
día como si fuere el primero, el último,
y el único de nuestra vida.
La
maravilla de la vida del creyente es que mirando el acontecimiento de la Encarnación
del Verbo, se produce una realidad donde lo
divino asume lo humano y lo humano se reviste de lo divino, permitiendo que lo que
hacemos cotidianamente no sea monótono ni ordinario puesto que se engasta con
la trascendencia de lo sublime. Entonces, descubrimos que en cada jornada se
juega nuestra eternidad, adquiriendo una novedad que no se agota con la moda y se cansa con el solo paso del tiempo.
¡El que ama en Dios siempre es joven!
Como
sacerdotes estamos insertos en esta realidad que finalmente es la causa
definitiva que sostiene nuestra vida, toda vez que somos puestos como un “puente” que conecta un extremo a otro,
permitiendo que el Señor venga a este
mundo, que por este mismo medio busca, encuentra y vive con Dios y vive de Dios.
Al avanzar por un puente no nos detenemos en él, pasamos por él, entonces, el sacerdote no es referente de sí sino que es
un instrumento puesto al servicio de los fieles y de quienes, por la gracia, están llamados a serlo.
SACERDOTE
DE VALPARAÍSO CHILE
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De
modo semejante, el sacerdote diocesano es un puente que es alzado para conectar, por lo que debe estar enraizado firmemente a
uno y otro extremo, es decir, a Dios por medio de la fidelidad a los votos
hechos -(promesas sacerdotales) - y a
las almas con todas sus vicisitudes.
El
cultivo de una pastoral con “olor a
ovejas” requiere necesariamente de hacerlo desde la unión con Jesucristo,
el Pastor Bueno, que cuida, acompaña, alimenta, guía. Nunca nos cansaremos de
dar gracias a Dios por el don inmerecido del sacerdocio, que invita a “servir y no ser servido” (San
Mateo XX, 28).
Por
esto, personalmente en cerca ya de tres décadas como sacerdote, y más de dos
como Párroco tengo la certeza de nunca haber rechazado una destinación ni
tampoco de haber siquiera motivado destinación pastoral alguna…!Nada pedir…Nada
rechazar! ¡Todo dar!
Esto
implica que como sacerdote consagrados podemos servir de manera ilimitada, sin
otra condición ni limitación más que la
de procurar imitar a Jesucristo Sumo Sacerdote, quien se hace presente por
medio de nuestra voz, usando nuestra voluntad y libertad, para venir cada día a
nuestros altares, misión que no tiene comparación con ninguna otra realidad en
este mundo.
Sin
duda, se trata de una sublime misión que exige de una inmensa responsabilidad,
particularmente en estos días en los cuales cada sacerdote es fuertemente
cuestionado fuera y dentro de nuestra Iglesia.
MISA DIÓCESIS DE VALPARAÍSO CHILE
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Que
inmensa alegría constituye el hecho para un sacerdote y Cura Párroco que sean los mismos niños de ayer, quienes hoy
–ya como adultos- me acompañen en esta celebración de la Santa Misa, que
ofrecemos por la vida y ministerio de tantos curas párrocos que en el pasado y futuro dedican sus mejores
esfuerzos por hacer que nuestra sociedad, busque, encuentre y viva según los
mandamientos de Dios y su Iglesia.
San
Pablo nos recuerda que “nuestra lucha no
es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las
potestades, contra las dominaciones de este mundo tenebroso, contra los
espíritus del mal que están en las alturas”, (Efesios
VI, 12-13) en
consecuencia “a tales males tales remedios” por eso la fuerza del
sacerdote diocesano permanece anclada sobre nuestros altares, y en cualquier
lugar donde encontremos, la mirada de la
fe se hunde en nuestros sagrarios, donde Jesús está en medio de nuestro templo,
en medio de nuestras comunidades y en medio de nuestra vida sacerdotal.
Tengo
la certeza que como sacerdote, no fui constituido como un gestor cultural, ni
como un gerente de asistencia social, tampoco como director de un museo que
conserva valiosas antigüedades, ni como vendedor de novedades, simplemente
tengo la convicción que “un pastor según
el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a
una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina” (San
Juan María Vianney), por lo que inmerecidamente
consagrado, procuraré hasta el último instante en este mundo proclamar de
palabra y acción que el sacerdocio católico es la dignidad más excelsa que
existe sobre la tierra, el gran don de Dios que el Señor se digna conceder a
pobres creaturas, saturadas de defectos y miserias. ¡Ya sabía Él que así
éramos! Y, a pesar de ello, nos ha hecho
partícipes de poderes y gracias que ni a los mismos ángeles otorgó, llegando a
la realidad que cada día pasa en nuestra parroquias, en orden a confiarnos
poderes sobre la persona de su Divino Hijo, de tal manera que allí donde existe
un sacerdote aparece Cristo Sacramentado, como alimento y vida de nuestras
almas.
PUERTO CLARO VALPARAÍSO CHILE |
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