sábado, 16 de mayo de 2020


TEMA  :    “ LAS  BUENAS  OBRAS  COMO  CARTA  DE  PRESENTACION ”.
FECHA: HOMILÍA  EXEQUIAL  SR  RENATO  RENCORET  KARLSONN  / 2020.
Estimada Rosa Galleguillos de Rencoret, hermanos en el Señor: Se suele afirmar que nadie elige el día de su partida. Yo estimo que algunos sí, porque al dejar sus vidas en las manos de Dios aceptan cada acontecimiento de su vida, incluida la última jornada, como parte de un proyecto que es esencial para ellos.
El hecho de estar en este templo, donde día a día elevamos oraciones, rezamos el santo rosario, celebramos la Santa Misa, se administra el perdón de los pecados, se constituyen nuevos hijos de Dios y de su Iglesia, no es algo casual, como tampoco lo es como consecuencia de un acto acostumbrado. Es respuesta de Iglesia a la fe vivida por aquel que ha partido de este mundo.

Por esto sus esposa, hijos y familiares pueden preguntar al Señor con los versos de una canción hoy: “¿Quién más que tu merece el cielo?” Si bien el tono de nuestras palabras en estas circunstancias suelen invitar a crecer en la fe, robustecer la esperanza en la Vida Eterna, e inclinar nuestras acciones cotidianas hacia la vivencia de la caridad fraterna, por medio de la meditación de las denominadas prostrimeríades, no dejamos de invitar a una conversión de vida que, sin duda constituye el mejor homenaje y eficaz recuerdo que podemos hacer a quien ya ha partido de este mundo.
Un buen y viejo amigo sacerdote me recomendó para estos días leer una novela sobre la vida de un curita de una pequeña parroquia parisina. Con el humor propio de un  autor de origen escoses,  en un momento señala que “para presentarse en el Cielo se necesita que la diferencia para caer al infierno sea menor a las de merecer  el Cielo”. 

Lo anterior,  dice relación con lo que la Santa Biblia enseña respecto de las obras que realizamos a lo largo de este mundo, pues serán ellas,  nuestra “carta de presentación” en el umbral del Cielo. Para entenderlo mejor, es semejante a cuando llega una visita con las manos ocupadas porque trae algo en ellas para compartir…A esa visita de inmediato se le confiere la mejor bienvenida al hogar.  


Al Cielo nada material nos llevaremos: Externamente con lo que vinimos a él, partiremos de él, por lo que lo que llevaremos en nuestras manos a las puertas del Cielo serán las obras de bien que hicimos, la gran mayoría no visibles a los ojos de muchos porque,  acontece en la vida del creyente algo semejante al vuelo de un avión.
Según el dato más seguro de aeronáutica mundial, en abril de año pasado (2019)  fueron 5.5 millones de vuelos diarios, bastando la caída de uno sólo de ellos, para ser motivo de noticia por meses y del temor de muchos al subirse a un avión. El mal siempre es noticia de primera plana, el bien nunca es titular, sólo lo es,  al llegar a golpear la puerta del Cielo y mostrar la “carta de presentación” que constituyen las obras de bien realizadas, sobre cualquier intención y deseo.

Nuestro anhelo por la salvación de nuestros difuntos debe aplicarse por medio de una conversión real que lleve a modificar todo aquello (pecado) que nos puede estorbar y alejar del bien único necesario que es para siempre estar junto a Dios. Una y otra vez repetiremos: ¡Cielo ganado, todo ganado; Cielo perdido, todo perdido!
Estos días de Pascua de Resurrección nos hacen ver el mundo desde la vida que ha vencido el poder de la muerte en la persona de Jesucristo, perfecto Dios y hombre a  la vez, quien habiendo prometido estar al tercer día junto a nosotros, no deja de cumplir su otro promesa de estar “todos los días junto a nosotros hasta el fin del mundo”.
Un antes y un después marca el acontecimiento que nuestra Iglesia ha vivido y anunciado desde hace dos milenios, muchas veces  lo ha debido hacer  ante la manifiesta adversidad en extensas persecuciones tal como fueron las vividas en los tres primeros siglos, y en épocas de florecimiento espiritual donde la vida de los santos –como San Francisco de Asís, San Francisco Javier, y San Maximiliano María Kolbe- fueron capaces de refrescar el aire rancio de una sociedad en evidente decadencia.
En la actualidad,  vemos cómo un virus ha colocado al hombre y sus poderes en su lugar…si hace sólo un par de meses se anunciaba que se poblaría Marte y hoy sólo anhelamos terminar sanos el año en curso. El hecho de la resurrección de Jesús nos permite vislumbrar que es la vida de los santos la única capaz de rejuvenecer  a nuestro Iglesia,  tan fuertemente mancillada a causa de la tibieza espiritual, de la promiscuidad doctrinal y el debilitamiento de la fe.

Hoy, que despedimos a nuestro hermano Renato Rencioret Karlsonn, y con su testimonio de vida en medio de nuestra Parroquia  por ocho décadas, recordamos que los Santos nunca pasan de moda, viviendo en un presente sin ocaso, por lo que su ejemplo sumado a un poder de intercesión, les hace tener una voz que resuena con mayor fuerza en los momentos de mayor prueba como son los que estamos viviendo en la hora presente.
Un santo no desespera ni teme a nada porque sabe que la hora de Dios es la más conveniente para las cosas del alma, en tanto que,  apoya toda su seguridad en Aquel que nunca defrauda ni su amistad destiñe, tal como acontece en la vida personal y social. Por eso, un verdadero hombre de fe no deja de repetir lo que los apóstoles dijeron a Jesús: “Scio qui credidi” ¡Sé en quien he creído!
Estas palabras pueden sellar lo que fue la vida permanente de nuestro hermano. Su “domicilio” como creyente fue constante y conocido, y cómo no,  si desde niño acudió  a este templo, participando en todas las actividades desarrolladas, de tal manera que, ninguna cosa que se halla hecho aquí en los setenta años escapó de su presencia y ayuda.

Para los recientes días de Semana Santa su mayor sufrimiento –que llegó a las lágrimas- lo constituyó el hecho de no poder asistir y colaborar en esta pequeña comunidad. Entre otras cosas él nos ayudaba para el Domingo de Ramos, para hacer el monumento al Santísimo, y para bajar los telones morados en la Vigilia. Conviene saber que hubo algo que no delegó nunca, y fue hacer el fuego para ser bendecido y encender el cirio pascual al inicio de la Madre de todas las Vigilias, Eucaristía cuya gracia resuena como un eco en cada domingo que Renato Rencoret Karlsonn no dejó de asistir salvo por razones serias de salud.
Para quien sostiene no tener fe el cerrar un templo es como cerrar un galpón, en este sentido,  da lo mismo si acaso es un garaje, un local comercial, un estadio, o una iglesia. Para muchos bautizados el templo no pasa de ser un “lugar de reunión de conocidos”, que es igual que si permanece abierto o no porque uno puede juntarse a orar en cualquier parte. Para el católico el templo es la Casa de un Dios que acoge a sus hijos siempre, especialmente en los momentos de mayor angustia y necesidad, y que cada día se hace presente en la Persona de su Hijo Unigénito en cada altar, por lo que de modo real y substancial, como dice San Pablo: “cada vez que comulguemos, comemos y bebemos el precio de nuestra salvación”, es decir: ¡Estamos con Cristo! ¡Participamos de su vida! ¡Vivimos de Cristo!

Sabia y tempranamente lo asumió nuestro hermano que procuró permear su vida familiar y laboral con la verdad de Cristo y de su Iglesia evitando que la fe caminase por veredas paralelas, que es una lacra propia de la vida del creyente de nuestro tiempo, que fácilmente se deja seducir por dejar a Cristo fuera: o del hogar, o del trabajo, o del estudio, o de la diversión, o de la amistad; o de la familia.
Queridos hermanos: Si el patio de nuestra parroquia pudiera hablar nos contaría de las veces que aquel pequeño niño de los ojos azules subía y bajaba con presteza del polvoriento cerro, tras un volantín en vuelo o un balón de futbol; nos hablaría del entusiasmo de un joven que asistía con regularidad a cuanto evento se organizaba; nos diría de aquel  adulto que con su familia ya formada colaboraba en la construcción del velatorio, del campanario, de la casa parroquial y de los salones, nos hablaría del eco de esa voz que dentro del templo parecía hacer callar la voz de todos y que fuera de él,  anunciaba la venta de empanadas benéficas; nos hablaría del paso ya cansado pero persistente de aquel adulto mayor que en silencio plantaba flores y las regaba, para luego compartir una once con el grupo de señoras, de la cual, como matrimonio siempre participó desde su fundación en ya lejano 1980.   

Hay jóvenes que pueden tener la sabiduría de un anciano,  tal como hay veteranos que pueden tener la lozanía vital  de un joven. Un conocido actor, como es el que interpretó a Jesucristo en la película La Pasión hace un tiempo dijo: “prefiero ser un desconocido aquí que un desconocido allá arriba”. Esto se aplica a cabalidad en la vida de nuestro hermano por quien aplicamos los méritos del Santo Sacrificio de la Misa hoy. ¡Sin duda, en el examen de la vida para ingresar al Cielo ha sacado nota de excelencia!
En la justicia y misericordia de Dios colocamos nuestra esperanza que nuestro querido Renato Rencoret Karlsonn tendrá las puertas abiertas en el Cielo luego de haber recorrido el empinado camino de la santidad como un reconocido hijo de nuestra Iglesia aquí,   para –ahora- ser reconocido entre los mejores hijos allá. Estoy cierto que la oración hecha en este día en momentos tan particulares, que son de purificación y conversión para todos, será como la campana que invitará a los ángeles de Dios a repetir al unísono lo que en cada corazón lleno de fe proclama en este lugar santo: “Ven bendito de mi Padre, al lugar preparado para ti desde toda la eternidad” (San Mateo XXV, 34).

En su última visita a La Serena donde se escapaba con doña Rosa para visitar a sus familiares me trajo de obsequio unas ricas papayas y un magneto de la Cruz del Milenio ubicada en la ciudad de Coquimbo. Significativa imagen que nos evoca el lugar donde estuvo pendiente la salvación del mundo tal como entonamos cada Viernes Santo en este mismo lugar: Cristo Resucitado mutó un medio de muerte en camino de vida; Cristo Resucitado es el único capaz de cambiar las lágrimas de amargura de una momentánea partida, por lágrimas de alegría de un encuentro para siempre; Cristo Resucitado derriba definitivamente el muro hasta entonces infranqueable de la muerte, en la puerta abierta por la que imploramos haya transitado un “top ten” de la fe católica de nuestros días y de nuestra comunidad parroquial.
Casi alzando su mano debe estar la imagen de la Virgen en este lugar, como diciendo: ¡Aquí estoy! Porque Ella ocupa un lugar decisivo en el camino de la salvación del mundo, y por cierto, de cada uno de nosotros  que podemos repetir que “nunca hemos sido defraudados cuantas veces hemos recurrido a su protección de Madre”, a la que veneró bajo el título Patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro durante prácticamente toda su vida.
¡Que Viva Cristo Rey!








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