TEMA : “
LAS BUENAS OBRAS
COMO CARTA DE
PRESENTACION ”.
FECHA:
HOMILÍA EXEQUIAL SR RENATO
RENCORET KARLSONN / 2020.
Estimada Rosa Galleguillos
de Rencoret, hermanos en el Señor: Se suele afirmar que nadie elige el día de
su partida. Yo estimo que algunos sí, porque al dejar sus vidas en las manos de
Dios aceptan cada acontecimiento de su vida, incluida la última jornada, como
parte de un proyecto que es esencial para ellos.
El hecho de estar en este
templo, donde día a día elevamos oraciones, rezamos el santo rosario,
celebramos la Santa Misa, se administra el perdón de los pecados, se
constituyen nuevos hijos de Dios y de su Iglesia, no es algo casual, como tampoco
lo es como consecuencia de un acto acostumbrado. Es respuesta de Iglesia a la
fe vivida por aquel que ha partido de este mundo.
Por esto sus esposa, hijos
y familiares pueden preguntar al Señor con los versos de una canción hoy: “¿Quién más que tu merece el cielo?” Si
bien el tono de nuestras palabras en estas circunstancias suelen invitar a
crecer en la fe, robustecer la esperanza en la Vida Eterna, e inclinar nuestras
acciones cotidianas hacia la vivencia de la caridad fraterna, por medio de la
meditación de las denominadas prostrimeríades, no dejamos de invitar a una
conversión de vida que, sin duda constituye el mejor homenaje y eficaz recuerdo
que podemos hacer a quien ya ha partido de este mundo.
Un buen y viejo amigo
sacerdote me recomendó para estos días leer una novela sobre la vida de un curita
de una pequeña parroquia parisina. Con el humor propio de un autor de origen escoses, en un momento señala que “para presentarse en el Cielo se necesita que la diferencia para caer al
infierno sea menor a las de merecer el Cielo”.
Lo anterior, dice relación con lo que la Santa Biblia enseña
respecto de las obras que realizamos a lo largo de este mundo, pues serán ellas,
nuestra “carta de presentación” en el umbral del Cielo. Para entenderlo
mejor, es semejante a cuando llega una visita con las manos ocupadas porque
trae algo en ellas para compartir…A esa visita de inmediato se le confiere la
mejor bienvenida al hogar.
Al Cielo nada material nos
llevaremos: Externamente con lo que vinimos a él, partiremos de él, por lo que
lo que llevaremos en nuestras manos a las puertas del Cielo serán las obras de
bien que hicimos, la gran mayoría no visibles a los ojos de muchos porque, acontece en la vida del creyente algo
semejante al vuelo de un avión.
Según el dato más seguro
de aeronáutica mundial, en abril de año pasado (2019) fueron 5.5 millones de vuelos diarios,
bastando la caída de uno sólo de ellos, para ser motivo de noticia por meses y
del temor de muchos al subirse a un avión. El mal siempre es noticia de primera
plana, el bien nunca es titular, sólo lo es, al llegar a golpear la puerta del Cielo y
mostrar la “carta de presentación”
que constituyen las obras de bien realizadas, sobre cualquier intención y
deseo.
Nuestro anhelo por la
salvación de nuestros difuntos debe aplicarse por medio de una conversión real
que lleve a modificar todo aquello (pecado) que nos puede estorbar y alejar del
bien único necesario que es para siempre estar junto a Dios. Una y otra vez
repetiremos: ¡Cielo ganado, todo ganado;
Cielo perdido, todo perdido!
Estos días de Pascua de
Resurrección nos hacen ver el mundo desde la vida que ha vencido el poder de la
muerte en la persona de Jesucristo, perfecto Dios y hombre a la vez, quien habiendo prometido estar al
tercer día junto a nosotros, no deja de cumplir su otro promesa de estar “todos los días junto a nosotros hasta el
fin del mundo”.
Un antes y un después
marca el acontecimiento que nuestra Iglesia ha vivido y anunciado desde hace
dos milenios, muchas veces lo ha debido
hacer ante la manifiesta adversidad en
extensas persecuciones tal como fueron las vividas en los tres primeros siglos,
y en épocas de florecimiento espiritual donde la vida de los santos –como San
Francisco de Asís, San Francisco Javier, y San Maximiliano María Kolbe- fueron
capaces de refrescar el aire rancio de una sociedad en evidente decadencia.
En la actualidad, vemos cómo un virus ha colocado al hombre y
sus poderes en su lugar…si hace sólo un par de meses se anunciaba que se poblaría
Marte y hoy sólo anhelamos terminar sanos el año en curso. El hecho de la
resurrección de Jesús nos permite vislumbrar que es la vida de los santos la única
capaz de rejuvenecer a nuestro Iglesia, tan fuertemente mancillada a causa de la
tibieza espiritual, de la promiscuidad doctrinal y el debilitamiento de la fe.
Hoy, que despedimos a nuestro
hermano Renato Rencioret Karlsonn, y con su testimonio de vida en medio de
nuestra Parroquia por ocho décadas, recordamos
que los Santos nunca pasan de moda, viviendo en un presente sin ocaso, por lo
que su ejemplo sumado a un poder de intercesión, les hace tener una voz que
resuena con mayor fuerza en los momentos de mayor prueba como son los que
estamos viviendo en la hora presente.
Un santo no desespera ni
teme a nada porque sabe que la hora de Dios es la más conveniente para las
cosas del alma, en tanto que, apoya toda
su seguridad en Aquel que nunca defrauda ni su amistad destiñe, tal como acontece
en la vida personal y social. Por eso, un verdadero hombre de fe no deja de
repetir lo que los apóstoles dijeron a Jesús: “Scio qui credidi” ¡Sé en quien he creído!
Estas palabras pueden
sellar lo que fue la vida permanente de nuestro hermano. Su “domicilio” como creyente fue constante
y conocido, y cómo no, si desde niño
acudió a este templo, participando en
todas las actividades desarrolladas, de tal manera que, ninguna cosa que se
halla hecho aquí en los setenta años escapó de su presencia y ayuda.
Para los recientes días de
Semana Santa su mayor sufrimiento –que llegó a las lágrimas- lo constituyó el
hecho de no poder asistir y colaborar en esta pequeña comunidad. Entre otras
cosas él nos ayudaba para el Domingo de Ramos, para hacer el monumento al Santísimo,
y para bajar los telones morados en la Vigilia. Conviene saber que hubo algo
que no delegó nunca, y fue hacer el fuego para ser bendecido y encender el
cirio pascual al inicio de la Madre de todas las Vigilias, Eucaristía cuya
gracia resuena como un eco en cada domingo que Renato Rencoret Karlsonn no dejó
de asistir salvo por razones serias de salud.
Para quien sostiene no
tener fe el cerrar un templo es como cerrar un galpón, en este sentido, da lo mismo si acaso es un garaje, un local comercial,
un estadio, o una iglesia. Para muchos bautizados el templo no pasa de ser un “lugar
de reunión de conocidos”, que es igual que si permanece abierto o no porque uno
puede juntarse a orar en cualquier parte. Para el católico el templo es la Casa
de un Dios que acoge a sus hijos siempre, especialmente en los momentos de mayor
angustia y necesidad, y que cada día se hace presente en la Persona de su Hijo
Unigénito en cada altar, por lo que de modo real y substancial, como dice San
Pablo: “cada vez que comulguemos, comemos
y bebemos el precio de nuestra salvación”, es decir: ¡Estamos con Cristo!
¡Participamos de su vida! ¡Vivimos de Cristo!
Sabia y tempranamente lo
asumió nuestro hermano que procuró permear su vida familiar y laboral con la
verdad de Cristo y de su Iglesia evitando que la fe caminase por veredas
paralelas, que es una lacra propia de la vida del creyente de nuestro tiempo,
que fácilmente se deja seducir por dejar a Cristo fuera: o del hogar, o del trabajo,
o del estudio, o de la diversión, o de la amistad; o de la familia.
Queridos hermanos: Si el
patio de nuestra parroquia pudiera hablar
nos contaría de las veces que aquel pequeño niño de los ojos azules subía y
bajaba con presteza del polvoriento cerro, tras un volantín en vuelo o un balón
de futbol; nos hablaría del entusiasmo de un joven que asistía con regularidad
a cuanto evento se organizaba; nos diría de aquel adulto que con su familia ya formada colaboraba
en la construcción del velatorio, del campanario, de la casa parroquial y de
los salones, nos hablaría del eco de esa voz que dentro del templo parecía
hacer callar la voz de todos y que fuera de él, anunciaba la venta de empanadas benéficas; nos
hablaría del paso ya cansado pero persistente de aquel adulto mayor que en
silencio plantaba flores y las regaba, para luego compartir una once con el
grupo de señoras, de la cual, como matrimonio siempre participó desde su
fundación en ya lejano 1980.
Hay jóvenes que pueden
tener la sabiduría de un anciano, tal
como hay veteranos que pueden tener la lozanía vital de un joven. Un conocido actor, como es el
que interpretó a Jesucristo en la película La Pasión hace un tiempo dijo: “prefiero ser un desconocido aquí que un
desconocido allá arriba”. Esto se aplica a cabalidad en la vida de nuestro
hermano por quien aplicamos los méritos del Santo Sacrificio de la Misa hoy.
¡Sin duda, en el examen de la vida para ingresar al Cielo ha sacado nota de
excelencia!
En la justicia y
misericordia de Dios colocamos nuestra esperanza que nuestro querido Renato
Rencoret Karlsonn tendrá las puertas abiertas en el Cielo luego de haber
recorrido el empinado camino de la santidad como un reconocido hijo de nuestra
Iglesia aquí, para –ahora- ser
reconocido entre los mejores hijos allá. Estoy cierto que la oración hecha en
este día en momentos tan particulares, que son de purificación y conversión
para todos, será como la campana que invitará a los ángeles de Dios a repetir
al unísono lo que en cada corazón lleno de fe proclama en este lugar santo: “Ven bendito de mi Padre, al lugar
preparado para ti desde toda la eternidad” (San
Mateo XXV, 34).
En su última visita a La
Serena donde se escapaba con doña Rosa para visitar a sus familiares me trajo
de obsequio unas ricas papayas y un magneto de la Cruz del Milenio ubicada en la
ciudad de Coquimbo. Significativa imagen que nos evoca el lugar donde estuvo
pendiente la salvación del mundo tal como entonamos cada Viernes Santo en este
mismo lugar: Cristo Resucitado mutó un medio de muerte en camino de vida;
Cristo Resucitado es el único capaz de cambiar las lágrimas de amargura de una
momentánea partida, por lágrimas de alegría de un encuentro para siempre;
Cristo Resucitado derriba definitivamente el muro hasta entonces infranqueable
de la muerte, en la puerta abierta por la que imploramos haya transitado un “top ten” de la fe católica de nuestros
días y de nuestra comunidad parroquial.
Casi alzando su mano debe
estar la imagen de la Virgen en este lugar, como diciendo: ¡Aquí estoy! Porque
Ella ocupa un lugar decisivo en el camino de la salvación del mundo, y por
cierto, de cada uno de nosotros que
podemos repetir que “nunca hemos sido
defraudados cuantas veces hemos recurrido a su protección de Madre”, a la
que veneró bajo el título Patronal de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto
Claro durante prácticamente toda su vida.
¡Que Viva Cristo Rey!
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