sábado, 4 de mayo de 2013

¡CALICES DE ORO, SAYALES ROIDOS! ,El poverello de Asís, San Francisco


        En Semana Santa, Dios habitualmente nos permite gozar de privilegios especiales. El Domingo de Ramos que la inicia, es el día donde el mayor número de feligreses acude a nuestros templos. La extensa Vigilia pascual, señalada por el hiponatense como “la madre de todas ellas”, deja entrever la piedad mas honda a través de los cirios encendidos que iluminan nuestros templos.
 
         Es indudable que la vida de la Iglesia pasa por la vivencia y celebración de la Sagrada Liturgia. La cual es celebración de aquello que creemos. Si falla la fe se desacraliza la liturgia, si, por el contrario, crece la fe  se diviniza.  Un acto litúrgico entraña la participación de toda la persona. Con todo nuestro ser alabamos a nuestro Dios. Así lo comprendió nuestra Iglesia a lo largo de dos mil años: cada época ha ido profundizando en la vida litúrgica, la cual no puede quedar al margen de la profundización en la fe, sino más bien, va a ser un resultado de ello. Sin teología nuestro culto –simplemente- se trivializa. Desgraciadamente, las diversas instancias teológicas a ras de tierra hacen que nuestra liturgia trate de ser como un acto humano más y no la celebración del misterio de Cristo que es, perfecto Dios y hombre a la vez.
 
        "Echarse a Cristo al bolsillo” puede ser algo de suyo patético para el creyente. De inmediato se rechaza. Pero, ello es lo que hacemos con una comunión indigna, la cual se puede terminar recibiendo por infinitud de pequeños actos suprimidos o mal hechos: reverencias que parecen morisquetas, posturas litúrgicas que más que manifestar presteza y atención se muestran como signo de insulso aburrimiento, por no decir simple hastío en ocasiones. Ceremonias abreviadas como si la palabra de Cristo aburriera: predicar menos y escuchar más.

         “Cortito y fervorosito”…lo curioso es que lo único extenso es la homilía, las moniciones, la presentación de dones, el rito de la paz, y lo mas breve, la plegaria eucarística, donde el Canon Romano suele ser tomado como una reliquia difícil de recitar. Conviene recordar aquella antigua frase “si la misa se te hace larga es porque tu corazón es corto”, señala el camino del santo madrileño. Quien se tiene que notar en la celebración litúrgica es Jesucristo. Por ello,  procuraremos entregar  lo mejor para Dios, casa que bien  han entendido los santos ¡siempre!. Uno de ellos, muy en boga en nuestros días, porque fue elegido por el Sumo Pontífice como especial patrono, es Francisco de Asís. 
 
        Habitualmente se le presenta con indumentaria simple, porque de hecho así fue la que indudablemente uso, mas se extiende indebidamente la pobreza a las ceremonias y culto litúrgico en general lo cual no forma parte de las enseñanzas del poverello. Que el religioso sea pobre forma parte de sus votos consagratorios, pero la Sagrada Liturgia implica una realidad de la cual el consagrado forma parte principal, y los feligreses no pueden ser abstraídos de ella, con la salvedad que tiene algo mas: presencia real, eternidad que llega, esplendor de la verdad, por lo cual algo de belleza y nobleza ha de tener.

          Sencillez no es sinónimo de paupérrimo, sencillez no es abuso. Noble sencillez declaraba el sínodo pastoral de los sesenta, lo cual va en la línea de dar el esplendor debido a un culto que en nuestras manos, como vasijas de barro esconde un tesoro y don inestimable.
 
           En el camino espiritual de San Francisco la perfección nace de una profunda ascesis personal, aplicada a si mismo, con exigentes penitencias, una constante lucha para vencer al hombre viejo que hablaba San Pablo, y que la austeridad personal sirve de trampolín para lograr nuevos vencimientos y libertades. El corazón crece cuando el cristiano se restringe: ¡una esclavitud que libera, una pobreza que enriquece! 

         Por ello le era fácil aplicar el simple axioma el cual, pronunciado en sus labios, fue exteriorizado en su vida: “cálices de oro sayales roídos”. Lo mejor para Dios por ser Dios. Las primicias ofrecidas en el culto no eran los frutos que sobraban, eran los primeros y mas requeridos, los que mayormente durarían.
 
          De la misma manera los objetos del culto han de manifestar que las primicias se dan al Señor no lo que sobra, no lo que pasa sino lo que permanece, no lo que es simple para todos tener como la fruta que cae a la vera del camino sino las primeras grandezas que hombre puede crear, y ofrecer al Señor.

         Nada de bagatelas con Dios. Con uno, por supuesto. “Sayales roídos” pero, nos cuesta ver cleryman roídos por el paso del tiempo pero si en ocasiones vemos ornamentos del culto divino roídos por el paso de los años, y vasos litúrgicos cuya belleza y pureza están lejos de lo que nuestra  Iglesia pide para su confección y uso sagrado. 

           No temer dar lo mejor para Dios tal como el poverello de Asís lo hizo. La sencillez que hace mención el Concilio Pastoral no puede darse autónomamente de la nobleza que igualmente el Sínodo reclama para el culto divino. Nuestra luz medieval de Asís clamaba fervientemente que los cálices fuesen elevados diariamente por los sacerdotes, pues sin sacerdote no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay presencia real de Cristo en el mundo. El mundo se fragua en cada Misa, por lo que no se entiende un sacerdote que no se vincule diariamente a dicho misterio. El consagrado ministerialmente no sólo celebra la Eucaristía sino que está llamado a ser en su vida una Eucaristía. 

          Los objetos de culto han de ser usados para el servicio de Dios exclusivamente. El buscar un mejor espíritu de pobreza no pasa por relegar a museos aquellos objetos, ornamentos, mobiliarios, templos que con esfuerzo y múltiples privaciones, a veces por tiempo de muchas generaciones de fieles daban a la Iglesia. ¡Ser pobre no implica empobrecer la vida litúrgica! Por esto San Francisco, que si sabia de pobreza, en su carta tercera  a toda la Orden escribió: “Amonesto por eso y exhorto en el Señor que, en todos los lugares en que moran los hermanos, se celebre solamente una misa por día, según la forma de la Santa Iglesia”.

                                                                              PBRO. JAIME HERRERA GONZALEZ.

                                                                      
 

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