En Semana Santa, Dios habitualmente nos permite gozar de privilegios
especiales. El Domingo de Ramos que la inicia, es el día donde el mayor número
de feligreses acude a nuestros templos. La extensa Vigilia pascual, señalada
por el hiponatense como “la madre de
todas ellas”, deja entrever la piedad mas honda a través de los cirios
encendidos que iluminan nuestros templos.
Es indudable que la vida de la Iglesia pasa por la vivencia y celebración
de la Sagrada Liturgia. La cual es celebración de aquello que creemos. Si falla
la fe se desacraliza la liturgia, si, por el contrario, crece la fe se diviniza.
Un acto litúrgico entraña la participación de toda la persona. Con todo
nuestro ser alabamos a nuestro Dios. Así lo comprendió nuestra Iglesia a lo
largo de dos mil años: cada época ha ido profundizando en la vida litúrgica, la
cual no puede quedar al margen de la profundización en la fe, sino más bien, va
a ser un resultado de ello. Sin teología nuestro culto –simplemente- se
trivializa. Desgraciadamente, las diversas instancias teológicas a ras de tierra hacen que nuestra
liturgia trate de ser como un acto humano más y no la celebración del misterio
de Cristo que es, perfecto Dios y hombre a la vez.
"Echarse a Cristo al
bolsillo” puede ser algo
de suyo patético para el creyente. De inmediato se rechaza. Pero, ello es lo
que hacemos con una comunión indigna, la cual se puede terminar recibiendo por
infinitud de pequeños actos suprimidos o mal hechos: reverencias que parecen
morisquetas, posturas litúrgicas que más que manifestar presteza y atención se
muestran como signo de insulso aburrimiento, por no decir simple hastío en
ocasiones. Ceremonias abreviadas como si la palabra de Cristo aburriera:
predicar menos y escuchar más.
“Cortito y fervorosito”…lo curioso es que lo único extenso es la homilía, las moniciones, la presentación de dones, el rito de la paz, y lo mas breve, la plegaria eucarística, donde el Canon Romano suele ser tomado como una reliquia difícil de recitar. Conviene recordar aquella antigua frase “si la misa se te hace larga es porque tu corazón es corto”, señala el camino del santo madrileño. Quien se tiene que notar en la celebración litúrgica es Jesucristo. Por ello, procuraremos entregar lo mejor para Dios, casa que bien han entendido los santos ¡siempre!. Uno de ellos, muy en boga en nuestros días, porque fue elegido por el Sumo Pontífice como especial patrono, es Francisco de Asís.
“Cortito y fervorosito”…lo curioso es que lo único extenso es la homilía, las moniciones, la presentación de dones, el rito de la paz, y lo mas breve, la plegaria eucarística, donde el Canon Romano suele ser tomado como una reliquia difícil de recitar. Conviene recordar aquella antigua frase “si la misa se te hace larga es porque tu corazón es corto”, señala el camino del santo madrileño. Quien se tiene que notar en la celebración litúrgica es Jesucristo. Por ello, procuraremos entregar lo mejor para Dios, casa que bien han entendido los santos ¡siempre!. Uno de ellos, muy en boga en nuestros días, porque fue elegido por el Sumo Pontífice como especial patrono, es Francisco de Asís.
Habitualmente se le presenta con indumentaria simple, porque de hecho así
fue la que indudablemente uso, mas se extiende indebidamente la pobreza a las
ceremonias y culto litúrgico en general lo cual no forma parte de las
enseñanzas del poverello. Que el
religioso sea pobre forma parte de sus votos consagratorios, pero la Sagrada
Liturgia implica una realidad de la cual el consagrado forma parte principal, y
los feligreses no pueden ser abstraídos de ella, con la salvedad que tiene algo
mas: presencia real, eternidad que llega, esplendor de la verdad, por lo cual
algo de belleza y nobleza ha de tener.
Sencillez no es sinónimo de paupérrimo, sencillez no es abuso. Noble
sencillez declaraba el sínodo pastoral de los sesenta, lo cual va en la línea
de dar el esplendor debido a un culto que en nuestras manos, como vasijas de
barro esconde un tesoro y don inestimable.
En el camino espiritual de San Francisco la perfección nace de una profunda
ascesis personal, aplicada a si mismo, con exigentes penitencias, una constante
lucha para vencer al hombre viejo que hablaba San Pablo, y que la austeridad
personal sirve de trampolín para
lograr nuevos vencimientos y libertades. El corazón crece cuando el cristiano
se restringe: ¡una esclavitud que libera, una pobreza que enriquece!
Por ello le era fácil aplicar el simple axioma el cual, pronunciado en sus
labios, fue exteriorizado en su vida: “cálices
de oro sayales roídos”. Lo mejor para Dios por ser Dios. Las primicias
ofrecidas en el culto no eran los frutos que sobraban, eran los primeros y mas
requeridos, los que mayormente durarían.
De la misma manera los objetos del culto han de manifestar que las
primicias se dan al Señor no lo que sobra, no lo que pasa sino lo que
permanece, no lo que es simple para todos tener como la fruta que cae a la vera
del camino sino las primeras grandezas que hombre puede crear, y ofrecer al
Señor.
Nada de bagatelas con Dios. Con uno, por supuesto. “Sayales roídos” pero, nos cuesta ver cleryman roídos por el paso del tiempo pero si en ocasiones vemos
ornamentos del culto divino roídos por el paso de los años, y vasos litúrgicos
cuya belleza y pureza están lejos de lo que nuestra Iglesia pide para su confección y uso
sagrado.
No temer dar lo mejor para Dios tal como el poverello de Asís lo hizo. La sencillez que hace mención el
Concilio Pastoral no puede darse autónomamente de la nobleza que igualmente el
Sínodo reclama para el culto divino. Nuestra luz medieval de Asís clamaba
fervientemente que los cálices fuesen elevados diariamente por los sacerdotes,
pues sin sacerdote no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay presencia real de
Cristo en el mundo. El mundo se fragua en cada Misa, por lo que no se entiende
un sacerdote que no se vincule diariamente a dicho misterio. El consagrado
ministerialmente no sólo celebra la Eucaristía
sino que está llamado a ser en su vida una
Eucaristía.
Los objetos de culto han de ser usados para el servicio de Dios
exclusivamente. El buscar un mejor espíritu de pobreza no pasa por relegar a
museos aquellos objetos, ornamentos, mobiliarios, templos que con esfuerzo y
múltiples privaciones, a veces por tiempo de muchas generaciones de fieles
daban a la Iglesia. ¡Ser pobre no implica empobrecer la vida litúrgica! Por
esto San Francisco, que si sabia de pobreza, en su carta tercera a toda la Orden escribió: “Amonesto por eso y exhorto en el Señor que,
en todos los lugares en que moran los hermanos, se celebre solamente una misa
por día, según la forma de la Santa Iglesia”.
PBRO. JAIME HERRERA
GONZALEZ.
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