Padre Jaime Herrera, primera comunión en Mantagua |
“Más
o menos”
A inicios de la década
del Ochenta, dos sacerdotes pamploneses llegaron para colaborar en la formación
sacerdotal del Pontificio Seminario de Lo Vásquez. Pasado un tiempo, y con
ocasión de su partida les consultaron respecto de cuál era la característica
que más les sorprendía de los chilenos, a lo cual uno de ellos respondió con
celeridad: la palabra “más o menos”.
En todo la utilizáis. Cómo te fue en el colegio, cómo está la comida, cómo me siento, cómo te
ves, cómo funciona el vehículo. A todo parece haber una respuesta, que en el
ámbito de los colores no es ni negro ni blanco sino gris, en parte para no
comprometerse y tomar una opción definida por algo.
El más o menos, es como lo que hay entre bucear y volar, es
decir…flotar. Quien hace lo primero: opta, debe esforzarse, no puede estar desatento.
En cambio, flotar requiere simplemente de…estar. No hay creatividad, constancia,
ni menos sacrificio. Y, esta manera de enfrentar la vida es característica de
nuestra estirpe religiosa, en la cual el catolicismo se suele vivir timoratamente, como deslavado y ajeno a
opciones definidas.
No deja de llamar la
atención que cuando en los ambientes sociales se habla de la identidad católica
y con un dejo de sabiduría uno suele señalar, casi como excusándose: soy católico, pero no fanático. Y, luego
se enumera todo lo que uno no está de acuerdo con la Iglesia y su doctrina
santa.
Recientemente, con
ocasión de la conmemoración del primer aniversario de la renuncia al ejercicio
del pontificado de Su Santidad Benedicto XVI, se publicó una encuesta en la
cual un porcentaje muy amplio de personas reconocían las virtudes del sucesor, mencionando a la
vez que en un porcentaje un poco menor que estaban de acuerdo a la regulación
artificial de la natalidad, a temas como el divorcio, el aborto, las relaciones
prematrimoniales, las uniones promiscuas de personas de igual sexo, la adopción
de niños por personas homosexuales.
Pero esta actitud no se detiene aquí, sino que
avanza al campo de Credo mismo, cuestionando la existencia del infierno, del
purgatorio, de la culpa como consecuencia de los pecados cometidos. ¡Todo
parece ser relativo, menos lo relativo por supuesto!
Todo lo anterior, nos lleva
a pensar que si uno le saca los ingredientes a un alimento éste pasa a ser otra
cosa. Por ejemplo: La Coca Cola, de acuerdo a lo que encontramos en internet,
contendría en su elaboración hojas de coca, nuez de cola, azúcar, aceite de
naranja, limón y vainilla, y jarabe de maíz. Si uno le saca ingredientes y se
queda con lo que es más dulce, va a quedarse con un puñado de azúcar, pero no va a tener un vaso de Coca Cola. Si
uno saca las partes del Credo Apostólico no va a tener una vida cristiana
convencida sino que va a manifestar una fe deslavada, porque va a tener una fantasía
religiosa de algo que parece pero no es.
Y, siguiendo con nuestro
primer ejemplo, de aquel sacerdote oriundo de Madre Patria, el segundo aspecto
que le sorprendía era de comer “jurel
tipo salmón”, es decir, le vendo algo que parece salmón pero es jurel.
Cuando afirmamos ser
católicos a nuestra manera, esto lo hacemos para que por medio del
adjetivo recortemos aquello que nos es
molesto, que nos pide un mayor esfuerzo, que nos invita a dar el primer paso.
“Hecha
la ley, hecha la pillería”.
Pero hay una segunda
frase: “hecha la ley, hecha la pillería”.
Es decir, si se puede pasar a llevar la ley, si se puede sacer una pingüe
ganancia, si se puede no cumplir lo que se exige: basta el letrero que diga no
pasar, para que procuremos ir a ver por qué no se puede pasar, basta que se nos
diga no conduzca a más de esta velocidad para que andemos más rápido. ¿De qué
país es la persona que esta semana rayó por primea vez la Torre Eiffel? Lo
imaginamos y acertamos: de Chile. El texto breve: “S y Mary Chile 2013”. ¿De qué
país es el que pintó no spray las milenarias piedras del Cuzco? De Chile. Hay
un sustrato que hace que mañosamente se trate de ir por la vida, dando lo mismo
si acaso es un empresario que evade los impuestos que corresponden, como si es el
vecino que para obtener una rebaja no exige su boleta. En la vida religiosa
acontece de modo semejante.
Andar por la vida
buscando evadir lo que está mandado, derechamente procurando hacer trampa, saltarse la fila y corriendo las cercas, es consecuencia y claro síntoma de una vida
espiritual que avanza por la mediocridad, por ello, en vez de procurar ser cada vez más perfecto
se opta por avanzar a paso lento, que hace detenerse a cada instante buscando,
como un mal estudiante, procurar el mayor número de recreos y el menor de
clases.
Por cualquier medio,
más que procurar hacer un esfuerzo mayor por cumplir lo que se debe y Dios nos
pide, se urden todos los caminos posibles para evitar terminar haciendo lo que
está mandado, de tal manera que inevitablemente se termina derivando por la espiral de la tibieza espiritual.
“La
ley del mínimo esfuerzo”.
Por múltiples razones,
que incluso un célebre historiador no ha dejado pasar en alto como es que no
hubo Edad Media en Chile, a causa dirán otros de una manera de ser donde la
figura materna es tremendamente relevante y por lo tanto proclive a
sobreproteger a sus descendientes, o a causa de no haber tenido en el último
siglo conflictos armados que suelen marcar a varias generaciones con el estigma
de la pobreza, la religiosidad en
nuestra Patria no es dada a asumir fácilmente y con presteza el sacrificio. Por
ello, tenemos la tentación de aplicar la ley del mínimo esfuerzo para todo
ámbito de cosas.
“Soy
católico a mi manera”.
Todo lo anterior se
resume en una frase muy característica nuestra: Ser católico a mi manera. El
Santo Evangelio de este día termina con una sentencia: “Tu si sea si y tu no sea no”. Nada de “medias tintas”, porque el amor de Dios no nos ha sido dado ni a regañadientes
ni con mezquindad, por el contrario es gratuito, generoso, eterno. Para el
hombre es difícil poder describirlo porque todo le es limitado por lo que los
sentidos y su conocimiento le señalan, en cambio, el amor de Dios es el Dios
del amor.
No algo sino alguien
que ama, y en su caso es Dios mismo, por lo que las categorías humanas sólo pueden
describirlo análogamente de manera limitada. Así, lo hace San Patricio de
Irlanda en el Siglo IV: “Me envuelvo en
el día de hoy y ato a mí la fuerza de Dios para orientarme. El poder de Dios
para sostenerme, la sabiduría de Dios para guiarme, el ojo de Dios para
prevenirme, el oído de Dios para escucharme, la palabra de Dios para apoyarme,
la mano de Dios para defenderme, el camino de dios para recibir mis pasos, el
escudo de Dios para protegerme, los ejércitos de Dios para darme seguridad
contra las trampas de los demonios, contra las tentaciones de los vicios,
contra todos aquellos que desean el mal, de lejos o de cerca, estando yo solo o
en multitud”.
Una de los grandes
desafíos es definir sintéticamente realidades que de suyo son complejas. Así,
si alguien nos dice ¿Qué es la liturgia? Responderemos: lo que la Iglesia cree,
es lo que la Iglesia celebra. En consecuencia, la Sagrada liturgia es la
celebración de la fe. Y, en ella, por medio de las oraciones, de los silencios,
de los gestos y de los cantos se expresa lo que uno tributa a Dios y lo que Él
quiere recibir de su Iglesia.
Entonces, al cantar reconocemos a Dios, y
alabamos el amor que nos tiene. Uno de estos himnos, entonado las más de las
veces por los pequeños dice: “El amor del
Señor es maravilloso, ¡Grande es el amor de Dios! Tan alto que no puede estar
arriba de Él, tan bajo que no puede estar debajo de Él; tan ancho que no puede
estar afuera de El ¡Grande es el amor de Dios!”.
El testimonio de los
Santos y la vida litúrgica de la Iglesia, son un aval importante al momento en el cual nosotros podamos ahondar en
el misterio que implica el Amor de Dios. Si bien siempre resulta sorprendente,
en el sentido que va más allá de lo que imaginamos, y que en ocasiones puede “encandilarnos” por su magnificencia, en
todo momento hemos de estar conscientes que es un amor que “acompaña” en la adversidad, que no se detiene en un
sentimentalismo ávido de exteriorización, sino que “apaña”, es decir cobija
porque sale al encuentro de quien lo requiere y busca, a veces no plenamente consiente…es
que, en ocasiones, “el corazón tiene
razones que la razón desconoce”.
Si el hombre es por
esencia definible como un Dei Capax
entonces, de modo semejante diremos que Dios, que es todo, ha sido capaz de
hacerse verdaderamente hombre sin dejar de ser Dios a causa de su inmenso amor.
La Santa Biblia en cada
página habla de Dios, quien ha querido darse a conocer no sólo como quien ama mucho,
sino como Aquel que “es amor” (1 San
Juan IV). Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para que el hombre
pudiese estar apto para el cielo,
para lo cual ya en este mundo –en el tiempo presente- obrase en consecuencia,
haciendo de su vida de apostolado un camino creíble como creyente.
En efecto, en el ámbito
de la evangelización ninguna acción, ninguna intención, ninguna emoción, podrá
anteceder el imperativo de amar. Vacía sería una actividad, estéril aquel
propósito y hueco aquel sentimiento si no nace del amor de Dios, si no avanza
por el amor de Dios y si no tiene el amor de Dios como destino final.
Es el Apóstol San
Pablo, quien nos refiere tan precisamente la grandeza del amor de Dios en una
de sus cartas. El mismo de autodefine como “testigo
del amor de Dios”, por ello nos recuerda que “la caridad de Cristo nos urge” (2 Corintios V,14), es decir, una
vez que se ha conocido del amor de Dios es imposible desentenderse
gratuitamente de Él, de tal manera que cada actitud, cada pensamiento y deseo
no sea sino la búsqueda de contagiar de la certeza, de la verdadera alegría, de
saberse amados por un Dios que se hizo semejante para que semejantes de El
fuese cada uno desde la condición de hijos en el Hijo.
Nuestra mirada se
vuelca hacia la Santísima Virgen. Como ninguno se supo destinataria y custodia
del amor de Dios, que es el único capaz de mover la voluntad y la inteligencia
en orden a cumplir en espíritu y letra todo lo que Dios nos pide. Por
esto, a Ella se le aplican con propiedad las palabras de San Agustín referido a
cómo el apóstol manifiesta su amor a Dios cumpliendo su voluntad: Dilige, et quod vis fac ¡Ama y haz lo que quieras! (Homilía VII,
párrafo 8 de Cartas de San Juan)
Jaime Herrera G, párroco Nuestra Señora de Puerto Claro, Valparaíso, Chile
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