martes, 1 de abril de 2014

Es por voluntad de Dios


HOMILÍA CARLOS MARTINEZ ALVEAR & MARIA JOSE CISA SANTANA.
"El matrimonio es un trabajo de todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de orfebrería porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la mujer y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre al marido. Crecer también en humanidad, como hombre y mujer” (Su Santidad Francisco, 14 de Febrero del 2014).
 
Queridos hermanos: Carlos y María José, estimados padrinos y madrinas. Con inmensa alegría nos reunimos en esta tarde para participar de la celebración de la Santa Misa en la cual estos novios recibirán el sacramento del matrimonio.  Lo hacen en un templo que cobija la imagen de Nuestra Madre Santísima, venerada aquí desde el 8 de Diciembre de 1691,  bajo el título del Santísimo Rosario.

No pasará desapercibido el hecho que la etimología de esta ciudad nos refiera a la palabra “puchuncahuin” que significa: “lugar de fiestas”. Y, es que para los creyentes no hay dicotomía entre tener una fe arraigada en el alma con el hecho de poder participar debidamente de aquellos momentos donde el alma se llena y comparte del gozo de saberse amada por Dios,  y además, de poder compartir esa felicidad con quienes Dios ha puesto a nuestro lado. Si como indica el axioma “es bueno que lo bueno se comunique”, entonces, es bueno hacer fiesta por el gozo de saber que dos  almas se unen en este día bajo la mirada de Dios y de su Iglesia.
Siempre buscamos razones para hacer fiesta: un cumpleaños u onomástico, un aniverario, una graduación, una festividad patria, un logro deportivo. Si celebramos es por algo, no por que sí. Nada más triste y breve que celebrar sin razón. Por esto, lo que hoy nos convoca es el resultado de una doble invitación. La que nos hace Dios y aquella que nos hacen los novios. A estos, se refirió el Papa Francisco hace unos días recomendándoles cómo deberían celebrar su boda: "Hacedla de forma que sea una auténtica fiesta, porque el matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, ¡no una fiesta mundana!¡Imaginad acabar la fiesta bebiendo té! No puede ser. ¡Sin vino no hay fiesta!” (Su Santidad, Francisco, 14 de Febrero 2014).
En estos días se afanan los autores para dar explicación sobre el origen del mundo. La moderna cosmología sitúa su inicio en unos miles de años. Más, la Biblia nos dice muy simplemente que Dios creó todo e hizo al hombre a su imagen y semejanza. Es decir muy parecido a Él, de tal manera que la única creatura en la cual Dios como en un espejo se contempla es cada persona, de ahí se funda su mayor grandeza y nace su más honda vocación a la santidad, la cual consiste en un parecerse a Dios lo más posible.
Lo anterior puede parecer imposible, y humanamente lo es, pero no para Dios quien todo lo puede porque todo lo es.
Aún, cuando lo inconmensurable que podemos contemplar nos haga -en ocasiones- enmudecer, como puede ser subir a lo alto de una montaña, o explorar los recónditos lugares de nuestro mar el cual -de vez en cuando- “no tan tranquilo nos baña”, aquí desde lo alto del Cerrillo de la Virgen María, ubicado a unas cuantas cuadras,  se divisa todo el valle, y desde los acantilados que verticales caen hacia la Playa de Maitencillo Sur, se avizora la mano poderosa de Aquel que todo lo hizo bien. Más, todo ello resulta muy diminuto  ante lo que para Dios vale el alma de uno solo de quienes colmamos este templo tradicional. Cuánta razón tenía San León Magno al clamar en la Misa de Nochebuena: “¡Reconoce cristiano tu dignidad! Porque el Hijo de Dios se vino del cielo para salvar tu alma” (Sermón I, en la Natividad del Señor 1-3).
Nos ha llamado Dios a la vida: ambos fueron un regalo que con seguridad arrancó más de una lágrima de alegría y esbozó una sonrisa en vuestros padres al saber de vuestra existencia y de vuestro nacimiento. La infancia, adolescencia y juventud del novio tuvo grandes momentos en la vecina localidad de Maitencillo. Gratos recuerdos de amaneceres y atardeceres marcados por el sol estival, en la compañía de sus seres queridos, que hoy les acompañan con su fe y oración aquí, y con sus cantos y bailes en forma posterior para hacer gala al nombre de esta festiva ciudad.
Sean agradecidos de lo que Dios les ha concedido: vuestras familias, con sus grandezas, desafíos y carencias. A este mundo nadie viene por casualidad, y tenemos la certeza que toda vida gestada ha contado previamente con la mirada de Dios. Lo que Dios piensa no deja de crear, lo que no deja de crear no deja de amar. El sólo hecho de ser parte hoy del banquete de la vida es prueba fehaciente del amor de Dios. ¡Aquí y ahora nos ama!
Nuestra vida no avanza por la senda del azar. ¡No hay coincidencia sino deicidencia! Dios en nuestra vida en todo tiene injerencia y por lo tanto preeminencia. Según esto, si bien ambos tienen certeza del día que se conocieron, y “atinaron”, del día que se pusieron a andar, a pololear, el día de vuestro noviazgo, nada de lo cual ha dejado de estar en la mirada y bajo la providencia divina. Nuestros pasos Él nos dirige, por lo que el hecho de haberse conocido formaba parte de un proyecto de Dios, de tal manera que para alcanzar la santidad mutuamente Dios preparó el alma de quien en unos momento escuchará de vuestros labios, de una vez para siempre: “Prometo serte fiel, en lo favorable y en lo adverso con salud o enfermedad para así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Tantas veces escuchamos estas palabras, y en ocasiones, por la premura,  no profundizamos en todo su significado: ¡Por primera vez lo dirán! Vuestros labios y oídos lo dirán y escucharán originalmente. Son palabras que engloban un carácter permanente y definitivo: “Para siempre”
Ambas palabras, resuenan -de modo especial- en medio de una cultura que por todos los medios nos habla de lo transitorio, de lo desechable, de lo limitado. Ambos, en dos palabras: ¡Si, acepto! que esperamos escuchar con fuerza, nos colocarán en una realidad especial. Dios no pasa. Dios no tiene fecha de vencimiento. Dios no pasa de moda. Su amor es eterno.
Y, ambos, por medio de esas dos simples palabras, prometerán -de por vida- hacer mutuamente presente el amor de Dios. Vuestra vida de esposos dirá, por la generosidad, la entrega, la compañía, la paz, la fe, que  efectivamente se pertenecen uno al otro, por lo que la felicidad para ambos  tiene,  a partir de esta celebración, una voz, un rostro, una vida, un alma, un  cuerpo, y una mirada,  cual es la de quien está a vuestro lado…con cara de decir: ¡Si, acepto! lo antes posible.
Enamorados para toda la vida.
El Primer consejo para un matrimonio estable consiste en estar enamorados: que a su vez, rubrica el Papa Francisco, significa pronunciar frecuentemente tres palabras: “permiso, gracias y perdón. ¿Puedo? Es la petición amable  de entrar en la vida de algún otro con respeto y atención…¿Sabemos dar gracias? En vuestra relación ahora y en vuestra futura vida matrimonial es importante mantener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios…y a los dones de Dios se les dice gracias”.
Mas, añadió el Santo Padre que “no hay ninguna persona que sea perfecta”. Incluso la “mujer diez” que a estas alturas debe ser la “mujer cien…de cien años”. Por ello, el secreto para la felicidad es pedir perdón. Luego, cito textual del Papa: “Todos sabemos que no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. No digamos la suegra perfecta…Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón”.
Los ojos son la puerta del alma: aprendan a mirarse de manera transparente, de frente, sin doblez ni “con chanfle” como dicen en nuestros campos. En veracidad, sin atisbo de falsedad.
Doble unidad en todas las cosas.
La segunda invitación que hace el Papa Francisco a los novios es reconocer en todo momento lo necesario que es uno para el otro en orden edificar el matrimonio: “El amor es una realización, una realidad que crece y podemos decir, como ejemplo, que es como construir una casa. Y, la casa se construye juntos, ¡No solos!” Todo proyecto, todo deseo, toda vuestra vida a partir de hoy no es ya individual, tampoco es una realidad colectiva, sino que es mutuamente propia, porque “no son como uno,  sino uno sólo” según enseñó Nuestro Señor (San Mateo XIX, 6).
Centrar el matrimonio en Cristo.
La tercera invitación del Sumo Pontífice actual, exhorta a colocar los cimientos del matrimonio sobre Cristo, la roca firme. “No querréis construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios. Pues, para que un matrimonio sea feliz, no basta con que dure para siempre. La cantidad es importante como la calidad. Un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, es importante la calidad”. Para esto, es necesario que ambos “miren al Cielo”, que vuestros sentimientos sintonicen perfectamente porque participan de una fe común. Cómo no recordar las palabras que  Antoine de Saint-Exupéry: “La experiencia nos enseña que amar no significa en absoluto mirarnos el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección” (Tierra de hombres, Obras Completas, Editorial Plaza y Janés, año 1967 página 32).
Consagrar la vida esponsal y familiar a la Virgen María.
Ante este hermoso altar de factura tirolesa, vemos en el centro el sagrario, que es el lugar donde guardamos las hostias consagradas, la imagen tricentenaria de la Santísima Virgen María la cual, presidiendo, nos invita a reconocer su fiel compañía a lo largo de toda nuestra vida, a imagen de lo que lo fue a lo largo de la vida pública de Nuestro señor, en cuyo señero inicio lo encontramos en el relato de las Bodas en Cana de Galilea. Cono entonces, imploramos que derrame su bendición y nos enseñe a cumplir “todo lo que Jesús nos enseñe” (San Juan II, 1-11).
Carlos y María José: los invito a juntar vuestras manos, y ante esta imagen repetir la oración que un día pronunció vuestro recordado sacerdote Miguel Ortega Riquelme, el cual durante tanto tiempo acompañó a Carlos en el Colegio Seminario Menor, para su Primera Comunión y la Confirmación, que recibió en el Santuario de la Virgen de San Cristóbal. Con dicho presbítero se granjeó una verdadera amistad. Su recuerdo hoy se hace compañía por medio de la Plegaria que dicho sacerdote escribiese un día a María Santísima:
“Dame tus ojos, Madre, para saber mirar; si miro con tus ojos jamás podré pecar. Dame tus labios, Madre, para poder rezar; si rezo con tus labios,  Jesús me escuchará. Dame tu lengua, Madre, para ir a comulgar; es tu lengua, materna de gracia y santidad. Dame tus labios, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo, valdrá una eternidad. Dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad; cubriendo con tu manto,  al Cielo he de llegar. Dame tu cielo, Oh Madre, para poder gozar, ¿Si tú me das cielo, qué más puedo anhelar? Dame Jesús, Oh Madre, para poder amar; esta será mi dicha por una Eternidad. Amén”.

Padre Jaime Herrera González, Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro / Valparaíso.

 

                   

 

 

 

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