HOMILÍA CARLOS
MARTINEZ ALVEAR & MARIA JOSE CISA SANTANA.
"El matrimonio es un trabajo de
todos los días, se puede decir que artesanal, un trabajo de orfebrería porque
el marido tiene la tarea de hacer más mujer a la mujer y la mujer tiene la
tarea de hacer más hombre al marido. Crecer también en humanidad, como hombre y
mujer” (Su Santidad Francisco, 14 de Febrero del 2014).
No pasará desapercibido
el hecho que la etimología de esta ciudad nos refiera a la palabra “puchuncahuin” que significa: “lugar de fiestas”. Y, es que para los
creyentes no hay dicotomía entre tener una fe arraigada en el alma con el hecho
de poder participar debidamente de aquellos momentos donde el alma se llena y
comparte del gozo de saberse amada por Dios,
y además, de poder compartir esa felicidad con quienes Dios ha puesto a
nuestro lado. Si como indica el axioma “es
bueno que lo bueno se comunique”, entonces, es bueno hacer fiesta por el
gozo de saber que dos almas se unen en
este día bajo la mirada de Dios y de su Iglesia.
Siempre buscamos
razones para hacer fiesta: un cumpleaños u onomástico, un aniverario, una graduación,
una festividad patria, un logro deportivo. Si celebramos es por algo, no por que
sí. Nada más triste y breve que celebrar sin razón. Por esto, lo que hoy nos
convoca es el resultado de una doble invitación. La que nos hace Dios y aquella
que nos hacen los novios. A estos, se refirió el Papa Francisco hace unos días
recomendándoles cómo deberían celebrar su boda: "Hacedla de forma que sea una
auténtica fiesta, porque el matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, ¡no
una fiesta mundana!¡Imaginad acabar la fiesta bebiendo té! No puede ser. ¡Sin
vino no hay fiesta!” (Su
Santidad, Francisco, 14 de Febrero 2014).
En estos días se afanan
los autores para dar explicación sobre el origen del mundo. La moderna
cosmología sitúa su inicio en unos miles de años. Más, la Biblia nos dice muy simplemente
que Dios creó todo e hizo al hombre a su imagen y semejanza. Es decir muy
parecido a Él, de tal manera que la única creatura en la cual Dios como en un
espejo se contempla es cada persona, de ahí se funda su mayor grandeza y nace
su más honda vocación a la santidad, la cual consiste en un parecerse a Dios lo
más posible.
Lo anterior puede
parecer imposible, y humanamente lo es, pero no para Dios quien todo lo puede
porque todo lo es.
Aún, cuando lo
inconmensurable que podemos contemplar nos haga -en ocasiones- enmudecer, como
puede ser subir a lo alto de una montaña, o explorar los recónditos lugares de
nuestro mar el cual -de vez en cuando- “no
tan tranquilo nos baña”, aquí desde lo alto del Cerrillo de la Virgen María,
ubicado a unas cuantas cuadras, se
divisa todo el valle, y desde los acantilados que verticales caen hacia la
Playa de Maitencillo Sur, se avizora la mano poderosa de Aquel que todo lo hizo
bien. Más, todo ello resulta muy diminuto
ante lo que para Dios vale el alma de uno solo de quienes colmamos este
templo tradicional. Cuánta razón tenía San León Magno al clamar en la Misa de
Nochebuena: “¡Reconoce cristiano tu
dignidad! Porque el Hijo de Dios se vino del cielo para salvar tu alma” (Sermón I, en la Natividad del
Señor 1-3).
Nos
ha llamado Dios a la vida: ambos fueron un regalo que con
seguridad arrancó más de una lágrima de alegría y esbozó una sonrisa en
vuestros padres al saber de vuestra existencia y de vuestro nacimiento. La
infancia, adolescencia y juventud del novio tuvo grandes momentos en la vecina
localidad de Maitencillo. Gratos recuerdos de amaneceres y atardeceres marcados
por el sol estival, en la compañía de sus seres queridos, que hoy les acompañan
con su fe y oración aquí, y con sus cantos y bailes en forma posterior para
hacer gala al nombre de esta festiva ciudad.
Sean
agradecidos de lo que Dios les ha concedido: vuestras familias,
con sus grandezas, desafíos y carencias. A este mundo nadie viene por
casualidad, y tenemos la certeza que toda vida gestada ha contado previamente
con la mirada de Dios. Lo que Dios piensa no deja de crear, lo que no deja de
crear no deja de amar. El sólo hecho de ser parte hoy del banquete de la vida
es prueba fehaciente del amor de Dios. ¡Aquí y ahora nos ama!
Nuestra
vida no avanza por la senda del azar. ¡No hay coincidencia
sino deicidencia! Dios en nuestra vida en todo tiene injerencia y por lo tanto
preeminencia. Según esto, si bien ambos tienen certeza del día que se
conocieron, y “atinaron”, del día que se pusieron a andar, a pololear, el día
de vuestro noviazgo, nada de lo cual ha dejado de estar en la mirada y bajo la
providencia divina. Nuestros pasos Él nos dirige, por lo que el hecho de
haberse conocido formaba parte de un proyecto de Dios, de tal manera que para
alcanzar la santidad mutuamente Dios preparó el alma de quien en unos momento
escuchará de vuestros labios, de una vez para siempre: “Prometo serte fiel, en lo favorable y en lo adverso con salud o
enfermedad para así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.
Tantas veces escuchamos
estas palabras, y en ocasiones, por la premura,
no profundizamos en todo su significado: ¡Por primera vez lo dirán!
Vuestros labios y oídos lo dirán y escucharán originalmente. Son palabras que engloban un carácter permanente y
definitivo: “Para siempre”.
Ambas palabras, resuenan
-de modo especial- en medio de una cultura que por todos los medios nos habla
de lo transitorio, de lo desechable, de lo limitado. Ambos, en dos palabras:
¡Si, acepto! que esperamos escuchar con fuerza, nos colocarán en una realidad
especial. Dios no pasa. Dios no tiene fecha de vencimiento. Dios no pasa de
moda. Su amor es eterno.
Y, ambos, por medio de
esas dos simples palabras, prometerán -de por vida- hacer mutuamente presente
el amor de Dios. Vuestra vida de esposos dirá, por la generosidad, la entrega,
la compañía, la paz, la fe, que efectivamente
se pertenecen uno al otro, por lo que la felicidad para ambos tiene,
a partir de esta celebración, una voz, un rostro, una vida, un alma, un cuerpo, y una mirada, cual es la de quien está a vuestro lado…con
cara de decir: ¡Si, acepto! lo antes posible.
Enamorados
para toda la vida.
El Primer consejo para
un matrimonio estable consiste en estar enamorados: que a su vez, rubrica el
Papa Francisco, significa pronunciar frecuentemente tres palabras: “permiso, gracias y perdón. ¿Puedo? Es la
petición amable de entrar en la vida de
algún otro con respeto y atención…¿Sabemos dar gracias? En vuestra relación
ahora y en vuestra futura vida matrimonial es importante mantener viva la
conciencia de que la otra persona es un don de Dios…y a los dones de Dios se
les dice gracias”.
Mas, añadió el Santo
Padre que “no hay ninguna persona que sea
perfecta”. Incluso la “mujer diez”
que a estas alturas debe ser la “mujer cien…de
cien años”. Por ello, el secreto para la felicidad es pedir perdón. Luego,
cito textual del Papa: “Todos sabemos que
no existe la familia perfecta, ni el marido o la mujer perfectos. No digamos la
suegra perfecta…Existimos nosotros, los pecadores. Jesús, que nos conoce bien,
nos enseña un secreto: que un día no termine nunca sin pedir perdón”.
Los ojos son la puerta
del alma: aprendan a mirarse de manera transparente, de frente, sin doblez ni “con chanfle” como dicen en nuestros
campos. En veracidad, sin atisbo de falsedad.
Doble
unidad en todas las cosas.
La segunda invitación
que hace el Papa Francisco a los novios es reconocer en todo momento lo
necesario que es uno para el otro en orden edificar el matrimonio: “El amor es una realización, una realidad
que crece y podemos decir, como ejemplo, que es como construir una casa. Y, la
casa se construye juntos, ¡No solos!” Todo proyecto, todo deseo, toda
vuestra vida a partir de hoy no es ya individual, tampoco es una realidad
colectiva, sino que es mutuamente propia, porque “no son como uno, sino uno sólo”
según enseñó Nuestro Señor (San Mateo XIX, 6).
Centrar
el matrimonio en Cristo.
La tercera invitación
del Sumo Pontífice actual, exhorta a colocar los cimientos del matrimonio sobre
Cristo, la roca firme. “No querréis
construirla sobre la arena de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la
roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios. Pues, para que un
matrimonio sea feliz, no basta con que dure para siempre. La cantidad es
importante como la calidad. Un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, es
importante la calidad”. Para esto, es necesario que ambos “miren al Cielo”, que vuestros
sentimientos sintonicen perfectamente porque participan de una fe común. Cómo
no recordar las palabras que Antoine de
Saint-Exupéry: “La experiencia nos enseña
que amar no significa en absoluto mirarnos el uno al otro, sino mirar juntos en
la misma dirección” (Tierra
de hombres, Obras Completas, Editorial Plaza y Janés, año 1967 página 32).
Consagrar
la vida esponsal y familiar a la Virgen María.
Ante este hermoso altar
de factura tirolesa, vemos en el centro el sagrario, que es el lugar donde
guardamos las hostias consagradas, la imagen tricentenaria de la Santísima
Virgen María la cual, presidiendo, nos invita a reconocer su fiel compañía a lo
largo de toda nuestra vida, a imagen de lo que lo fue a lo largo de la vida
pública de Nuestro señor, en cuyo señero inicio lo encontramos en el relato de
las Bodas en Cana de Galilea. Cono entonces, imploramos que derrame su
bendición y nos enseñe a cumplir “todo lo
que Jesús nos enseñe”
(San Juan II, 1-11).
Carlos y María José:
los invito a juntar vuestras manos, y ante esta imagen repetir la oración que
un día pronunció vuestro recordado sacerdote Miguel Ortega Riquelme, el cual
durante tanto tiempo acompañó a Carlos en el Colegio Seminario Menor, para su
Primera Comunión y la Confirmación, que recibió en el Santuario de la Virgen de
San Cristóbal. Con dicho presbítero se granjeó una verdadera amistad. Su
recuerdo hoy se hace compañía por medio de la Plegaria que dicho sacerdote
escribiese un día a María Santísima:
“Dame
tus ojos, Madre, para saber mirar; si miro con tus ojos jamás podré pecar. Dame
tus labios, Madre, para poder rezar; si rezo con tus labios, Jesús me escuchará. Dame tu lengua, Madre,
para ir a comulgar; es tu lengua, materna de gracia y santidad. Dame tus
labios, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo, valdrá una eternidad.
Dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad; cubriendo con tu manto, al Cielo he de llegar. Dame tu cielo, Oh
Madre, para poder gozar, ¿Si tú me das cielo, qué más puedo anhelar? Dame
Jesús, Oh Madre, para poder amar; esta será mi dicha por una Eternidad. Amén”.
Padre
Jaime Herrera González, Cura Párroco de Nuestra Señora de las Mercedes de
Puerto Claro / Valparaíso.
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