La tragedia acaecía en nuestra ciudad hace unos días es ocasión para
meditar, a la luz de la fe, sobre lo que Dios nos dice a esta hora. Para un
creyente, Dios en todo tiene que ver,
menos en el pecado.
Sería fácil soslayar una primera pregunta, por medio del uso de palabras
tan hermosas como evasivas, y decir: ¡Dios no castiga! ¡Dios no quiere esto! Llegando a caer casi en un determinismo
ciego afirmando que “las cosas pasan
porque sí”, y “lo que no te mata te
fortalece”, tan citada en nuestro tiempo.
Pero, más allá de las fuerzas e inclemencias de la naturaleza, que bien
lo sabemos quienes habitamos esta tierra, la cual, cada cierto tiempo nos
recuerda su presencia, es necesario
reconocer que en lo acontecido la “mano
humana” algo tiene que ver.
Asumiendo que uno hace el mayor esfuerzo para tener un lugar donde poder
cobijar su propia familia, y que uno
construye su casa para quedarse en ella, hubo manos que alzaron viviendas en
lugares que revisten evidente riesgo: las razones son múltiples, quizás, sin
saberlo, no habiendo profundizado en las consecuencias que parecían humanamente
imprevisibles, no pidiendo asesoría, porque simplemente se carece de los
medios, recursos, formación y educación menester.
Lo cierto, es que allí estaban las casas por décadas, las cuales no
surgieron sin la intervención activa
de los que las alzaron y la complacencia pasiva de los que dejaron elevarlas
sin dar a conocer, oportuna y claramente, el carácter de riesgo que podían
tener ante una situación como la que hemos sido testigos. Hoy fue un incendio,
mañana puede ser un deslizamiento de tierra, o un aluvión.
Si uno construye en el lecho de un río o en su inmediata ribera nadie se
sorprenderá que esa casa se la lleve el caudal. Porque la naturaleza tiene sus leyes que el hombre, sea a nivel personal o
social tiene la responsabilidad de conocer y respetar en todo momento.
La actitud preventiva no
implica tener una falta de comprensión sino que abarca la honda madurez de
saber exigir lo debido, aunque ello resulte impopular y conlleve el riesgo de
la incomprensión. La madre y el padre que realmente quieren a su hijo le hacen
saber siempre los modos más adecuados cómo evitar caer en el más mínimo riesgo.
Los medios de prevención no pueden quedar solamente enclaustrados al ámbito de
las edificaciones sino que también han de estarlo en el plano de la educación.
La calidad de la educación es infinitamente más incidente en la
formación de la persona que su eventual gratuidad. Ello hace que a esta hora
nos aboquemos a buscar los caminos para reafirmar que el verdadero patrimonio
de este Valle evocador del Paraíso, tal como fue reconocido por sus almas
fundantes, son las personas y familias que lo habitan. Ningún edificio es mayor
que una persona, ninguna ciudad mayor que una familia. Aunque resulte evidente
parece conveniente recordarlo: los patrimonios son para las personas no las
personas para los patrimonios. La ideologías materialistas y utilitaristas
suelen dejan al hombre al servicio de las estructuras estatales, y terminan
esclavizándolas a su unilateral arbitrio. Algo de ello se percibe cuando se
coloca de modo exclusivo el énfasis patrimonial en la materialidad y no en la
grandeza del alma del porteño y del alma porteña.
El lema al que por estos días se recurre es: “Levantemos a Valparaíso”. Al creyente le lleva a recordar lo
señalado por el Altísimo: “Despierta tú
que duermes”…Por esto, la labor esencial que como sociedad nos
corresponde a futuro estriba en encender
el espíritu de cada familia de esta ciudad el ánimo de crecer interiormente, de
manera armónica. El cambio de nuestro
puerto no puede detenerse sólo en reconstruir viviendas y pintar fachadas,
pues ello, llevaría a la vivencia de un
mundo de fantasía donde lo que no es parece que es. No removida la causa,
precipita la repetición de efectos ya conocidos.
Lo que el hombre hace o deja de hacer tiene
siempre consecuencia. No
hay actos inmunes a una debida valoración del “porque si” o “así es la
vida”. Debemos revelarnos ante las voces, a veces muy arraigadas, que
terminan anestesiando el juicio moral de la conciencia respecto de nuestros
actos.
No es casualidad que en medio de
la destrucción se alce como atalaya el antiguo Hogar Arturo Prat, que lleva
décadas en ese lugar. No lo es tampoco el que, hace un tiempo, en similares
circunstancias el fuego abrasador se detuviese ante aquel terreno que el dueño
de casa había preparado con una zanja adecuada y despaste total.
Esto nos lleva a considerar que la elección de materiales, el autocuidado
atento, son causa de una seguridad que está garantizada no en lo fortuito sino
en la lógica del trabajo bien hecho. Y, esta labor preventiva requiere de
disciplina, esfuerzo, y limitaciones, que sólo puede hacerse si acaso incluye y
se extiende, desde y hacia una vida comunitaria, en la cual no sean
desconocidas las personas. No sería porteño de verdad quien no conociese al
menos una familia afectada en su ámbito de vida: Todos hemos sabido de alguien
que fue afectado por el 12A.
Pero, ¿Los reconocíamos al pasar por la calle? ¿Los saludábamos al subir
en un ascensor, al ir en el trole o al simplemente caminar por una de nuestras
calles? El sentimentalismo inicial, que puede conmover ha de llevarnos a mirar
que hay realmente tras el bosque, evitando que las ramas nos lo impidan.
A estas horas, recurrir a la oración es para nosotros tan vital como
necesario. Bálsamo que refresca el alma y que la fortalece para ir al encuentro
no sólo de quien necesita de nosotros algo, sino de quien forma parte de
nuestra vida real. La caridad con
rostro, la caridad con apellido, es decir, aquella que nace de Dios y nos lleva
a Él, haciendo de nuestras actitudes una nueva forma de vida, en la cual el
que padece cualquier necesidad, es vitalmente alguien importante en el
desarrollo de nuestra vida.
Si algo marca esta tragedia acaecía en Valparaíso es que puede
convertirse en una ocasión para rectificar muchas de nuestras conductas.
Ojalá, no sea efecto de un simple
entusiasmo de colaborar, sino que, efectivamente, responda a un nuevo estilo de vida que hemos
asumido, el cual venga para quedarse. La inmediatez con que las viviendas se
consumieron en instantes, dio paso a la agilidad con la cual se despertó el
deseo de colaborar, de tal manera que las cenizas y escombros calcinados son
pisados por ríos de esperanza de una juventud que ahora vemos participativa
como caudal de nueva caridad. Durante años nos hemos acostumbrado a ver en
nuestra ciudad una juventud quejosa y cancina, de la cual los medios de
comunicación rubricaban en abundancia.
Las cosas no pasan por que si…tampoco simplemente pasan. De algún modo, lo acontecido evidencia una vida
comunitaria debilitada: toda vez que la fuerza de un núcleo familiar, de
una sede vecinal cercana, y de otras instancias, incluida la misma vida
eclesial, hacen que las instancias de alegrías sean más compartidas, y fluyan
tanto en cantidad como en control, a la vez que hacen que una actitud
preventiva sea realizable y resulte tan eficaz como oportuna, en todo ámbito,
tal como puede ser la construcción, la viabilidad de los accesos, la
iluminación de las aceras, y sinfín de otras materias.
Nada nuevo ha pasado. Es cierto, que esto era previsible. Algunos
estudios lo indicaron claramente a las instancias debidas. Un mundo de desconocidos es un mundo incierto: el acendrado
individualismo en que se vive actualmente hace que subsistan realidades donde
pasen cosas que el vecino no se entera. Pero, no basta darse cuenta y constatar
algo para hacerse parte de ello. Es necesario, que se asuma que es necesario
dar a las instituciones vinculantes la importancia que tienen, que de suyo
resulta impostergable.
Cuando hablamos de la familia como célula de la sociedad, es algo que va
más allá de una simple frase. Es parte de la naturaleza de la vida del hombre,
y para el creyente constituye el camino impostergable por el que debe transitar
cada persona para desarrollarse de manera integral y plena. El hombre no acaba
en el metro cuadrado de su existencia: fue hecho para crecer en medio de una
sociedad de la cual forma parte integrante y, por lo tanto, responsable de su
fortalecimiento. La corresponsabilidad social evita que las
tragedias se den y aminora sus efectos, de modo particular, cuando estas
adquieren insospechadas consecuencias, tal como ha sido el caso de lo sucedido
en nuestra ciudad.
El día donde se conmemora un nuevo aniversario del Primer Cabildo,
celebrado el 17 de Abril de 1791, y en el cual, el primer decreto de la ciudad de Valparaíso declaró a la Virgen
Santísima como su Patrona, nuestra mirada, corazón y vida, la colocarnos en manos de Aquella que desde el
Calvario nos fue donada como medianera universal de toda gracia al ser señalada
como nuestra Madre.
Y, lo hacemos con la tradicional plegaria redactada por el prolífico
escritor y destacado predicador, Monseñor Ramón Ángel Jara, quien de manera
explícita nos invita a pedir de manera concreta ser liberados de “terremotos, incendios y epidemias”,
invocando por “la abundancia en nuestros
campos y montañas”.
ORACIÓN
A NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN.
¡Oh Virgen
Santísima del Carmen!. Llenos de la más tierna confianza como hijos que acuden
al corazón de su madre, nosotros venimos a implorar una vez más los tesoros de
misericordia que con tanta solicitud nos habéis siempre dispensado.
Reconocemos
humildemente que uno de los mayores beneficios que Dios ha concedido a nuestra
Patria, ha sido señalaros a Vos por nuestra especial Abogada, Protectora y
Reina. Por eso a Vos clamamos en todos nuestros peligros y necesidades seguros
de ser benignamente escuchados. Vos sois la Madre de la Divina Gracia,
conservad puras nuestras almas; sois la Torre poderosa de David. Defended el
honor y la libertad de nuestra Nación; sois el refugio de los pecadores,
tronchad las cadenas de los esclavos del error y del vicio; sois el consuelo de
los afligidos, socorred a las viudas, a los huérfanos y desvalidos; sois el
auxilio de los cristianos, conservad nuestra fe y proteged a nuestra Iglesia,
en especial a sus Obispos, sacerdotes y religiosos. Desde el trono de
vuestra gloria atended a nuestras súplicas, ¡oh Madre del Carmelo! Abrid
vuestro manto y cubrid con él a esta República de Chile, de cuya bandera Vos
sois la estrella luminosa. Os pedimos el acierto para los magistrados,
legisladores y jueces; la paz y piedad para los matrimonios y familias; el
santo temor de Dios para los maestros; la inocencia para los niños; y para la
juventud, una cristiana educación.
Apartad
de nuestras ciudades los terremotos incendios y epidemias; alejad de nuestros
mares las tormentas, y dad la abundancia a nuestros campos y montañas.
Sed el escudo de
nuestros guerreros, el faro de nuestros marinos y el amparo de los ausentes y
viajeros. Sed el remedio de los enfermos, la fortaleza de las almas
atribuladas, la protectora especial de los moribundos y la redentora de las
almas del Purgatorio.
Oídnos pues, Reina
y Madre Clementísima! Y haced que viviendo unidos en la vida por la confesión
de una misma fe y la práctica de un mismos amor al Corazón Divino de Jesús,
podamos ser trasladados de esta patria terrenal a la patria inmortal del cielo,
en que os alabaremos y bendeciremos por los siglos de los siglos. Amén.
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