lunes, 21 de abril de 2014

“VALE LA PENA DECIR PARA TODA LA VIDA”.


 
 HOMILIA MATRIMONIO MORALES MUTIS & BAEZA FERENOIS 2014

El templo nos habla de eternidad.

Con inmensa alegría nos reunimos en este templo para celebrar la Santa Misa en la cual estos novios recibirán el sacramento del matrimonio. Tres elementos, que nos resultan evidentes nos hablan de trascendencia: la forma característica del templo que como dos manos parece mirar hacia lo alto. No es fruto de la casualidad ni exclusiva consecuencia de exigencias de estructura que los templos parezcan “mirar al cielo”. Su forma responde a lo que en su interior subyace: el encuentro de nuestra alma con el Dios que la creó. ¡Y  si Dios es eterno, desde que Él nos pensó y nos creó de la nada es que  estamos  hechos para  una vida que no tiene fecha de vencimiento. En todo momento la liturgia hace resonar la pregunta del Apóstol: “¿No sabéis que sois templos de Dios?”(1 Corintios III, 16) y, en consecuencia.  “¡Sois ciudadanos del cielo!” (Filipenses III, 19).
La creación nos habla de eternidad.
De trascendencia nos habla el horizonte, en el cual parece unirse el cielo y la tierra. Pues, donde realmente se une es al momento que comulgamos porque “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó en nosotros” (San Juan I, 14). El mensaje central, llamado Kerygma de nuestra fe, dice relación con el Verbo Encarnado, donde Dios no dudó en hacerse semejante en todo al hombre para que cada uno lo fuese de Él. Por lo cual en cada persona subyace un hálito de Dios, y está llamado a ser un destello de su santidad y eternidad, de la cual el horizonte nos habla. Los Santos lo han experimentado permanentemente: ¡Todo lo que veo me lleva a Dios! indicada nuestra Santa Teresa de los Andes.
El alma nos habla de eternidad.
El anhelo por alcanzar una vida mejor, la búsqueda por lograr metas de perfección, son realidades que hablan de nuestra alma  con ansia de eternidad. Sólo Dios da sentido definitivo a la vida humana, desde Cristo se entiende al hombre y la mujer porque sólo en Él puede descansar nuestro corazón. El hombre puede vivir anhelando muchas cosas, puede hacer de su vida una búsqueda permanente de llenarse de cosas, pero una y otra vez constatará que es necesaria una sola: Tener a Dios al interior del alma y arraigado en nuestra sociedad, tal como lo imploramos en la plegaria enseñada y pronunciada por Jesús: ¡Adveniat Regnum Tuum! La insatisfacción del mundo actual, que todo parece tenerlo tan fácilmente nos habla de la necesidad de anclar al alma en aquello que no pasa de moda, que no tiene vencimiento porque es para siempre: es decir, en al Amor de Dios.
Estas tres realidades nos hablan de Eternidad, por cierto, tal como lo hace el acto solemne en el cual un hombre y una mujer dicen aquellas perennes frases que incluye la liturgia esponsal: “Prometo ser fiel, en lo favorable y lo adverso, con salud y enfermedad para así amarte y honrarte para siempre”…
Inmersos en medio de una cultura en la cual todo parece ser desechable, donde los afectos y quereres son un pasatiempo para muchos, donde las promesas se quiebran con la misma facilidad con que la fragilidad de los compromisos se asumen,  el hecho de escuchar con voz firme de estos novios: ¡Si, prometo! ¡Para toda la vida!, es una invitación a considerar aquellas realidades que se requieren para cumplir aquella promesa que tiene a Dios como garante y a la Iglesia como testigo, para que llegue a ser asumida como una realidad no transable.
El actual Sumo Pontífice, el pasado catorce de Febrero, con ocasión de celebrarse el Día de los Enamorados, se reunió con miles de novios a los cuales entregó una serie de consejos emanados de las luces del Espíritu Santo y aplicados en su dilatada trayectoria pastoral.
Hay fiesta cuando el Señor está presente.
El primero consejo es: “Que sea una bella fiesta, pero con Jesús”: No faltan los que por fuerza mayor  no alcanzan a llegar al templo y sólo se hacen presentes en medio de la fiesta. Una y otra vez hemos de recordar que el motivo más profundo de la alegría de este día es que Jesús se hace presente en medio vuestro como lo hizo en las Bodas de Cana tal como escuchamos en el relato del Santo Evangelio.
El Papa Francisco reitera una y otra vez: ¡Hagan de modo que sea una verdadera fiesta! Y, así es, toda vez que han partido con la celebración de la Santa Misa, que es el centro al que se dirige y la fuente de la cual mana la gracia de Dios hacia los esposos. Por esto, todos los signos exteriores serán importantes en tanto cuanto sean “capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: aquella bendición del Señor sobre vuestro amor”.
Buscar juntos la Santidad.
El segundo consejo es procurar crecer juntos: “El marido tiene la tarea de hacer más mujer a su mujer y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido”. ¡Eso se hace entre ustedes! Por ello,  importa que asuman esta tarea como algo recíproco, de tal manera que no se entiende la vida futura de ambos sin la referencia y  la presencia del esposo y la esposa. Esto es ¡hacerse crecer!   
Pues, sabido es que en el matrimonio pasan cosas muy raras, como por ejemplo, que en la primera etapa de casados el marido habla y la mujer escucha; luego en la segunda etapa: la mujer habla y el marido escucha, y finalmente, hablan los dos y escuchan los vecinos… Para que esto no ocurra, no coloquen más gruesas las paredes de la casa sino amplíen el corazón para saber esperar y sobre todo escuchar oportunamente.
Es muy significativo el hecho que hayan ingresado separadamente al templo y que salgan de él tomados de la mano, porque desde hoy el camino de perfección, el llamado a la Santidad que Dios les ha hecho será solamente posible si acaso ambos avanzan por la misma pista. No puede el esposo ir por una vereda y su esposa por la contraria, sino que en lo esencial han de ir juntos porque “son uno solo” con la bendición de Dios: “Por eso, dejará el hombre a su padre y su madre y se unirá a su mujer” (Efesios V, 31). Esa unidad les permitirá aprender a compartir las diferencias que no serán tenidas como un obstáculo para vuestra unión, sino como un complemento eficaz que expanda vuestro corazón, por el camino de crecer juntos en todo: Con esto, sabrán enfrentar las adversidades, las contrariedades, y la educación de los hijos que Dios les conceda y que generosamente recibirán.
Para un creyente, y ambos lo son desde que fueron bautizados, la oración es tan vital al alma como lo es el respirar al cuerpo. ¡No es buen síntoma dejar de respirar, como para la salud espiritual no lo es el dejar de rezar! Los esposos descifran la voluntad de Dios, por un acto de mutuo discernimiento, por medio de la oración, por ello en cada jornada recordarán que “familia que reza unida, permanece unida(R.P. Patrick Peyton, CSC).
¿Cómo orar juntos? ¿Por quién debemos rezar? ¿Qué es orar? Parecen ser interrogantes ajenas a los consejos que el shtablisment homilético suele dictaminar, mas, como señalaba un maestro de vida espiritual: “Las crisis del mundo son crisis de oración”, y esto, lo podemos extender a la vida matrimonial y familiar que en nuestros días resulta tan cuestionada como desafiada.
¡Se debe rezar! Clamaba San Juan Pablo II cuando visitó nuestra Patria. ¿Cómo hacerlo? El Santo Padre Francisco nos enseñó a rezar viendo nuestras manos… ¡No se preocupen! ¡No he cambiado el sacerdocio por la quiromancia!  Sino que se trata de destacar un orden en la plegaria, tal como ordenados están los dedos de nuestra mano:
“El pulgar: es el más cercano a ti. Así que empieza orando por quienes están más cerca de ti. Son las personas más fáciles de recordar. Orar por nuestros seres queridos es “una dulce obligación”.
El siguiente es el índice: Orar por quienes enseñan, instruyen y sanan. Esto incluye a los maestros, profesores, médicos y sacerdotes. Ellos necesitan apoyo y sabiduría para indicar la dirección correcta a los demás”. ¡Esto incluye a vuestros padres y abuelos, por cierto!
El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes. Estas personas dirigen los destinos de nuestra Patria y guían a la opinión pública. Necesitan la guía de Dios.
El cuarto dedo es nuestro dedo anular: Aunque a  muchos les sorprenda, es nuestro dedo más débil, bien lo saben los pianistas. Debe recordarnos orar por los más débiles de día y de noche. Nunca será demasiado lo que oremos por ellos. También debe invitarnos a orar por los matrimonios amigos. ¡También por mí, que aunque no uso anillo, visto sotana, y por mujer tengo la Iglesia que es fiel para toda la vida!
“Por último, está nuestro dedo meñique: El más pequeño de todos los dedos, que es como debemos vernos ante Dios y los demás. Como dice la Biblia: “Los últimos serán los primeros”. Tu meñique debe recordarte orar por ti”. Esto tiene gran importancia, porque la mirada que uno se hace suele ser distorsionada, a veces una persona delgada se ve gordísima, pero a mí, curiosamente,  me pasa –exactamente- lo opuesto: los demás me ven con un ligero sobrepeso, pero yo me veo delgado…En fin, más allá de esta nota, lo que importa es que ambos sepan saber perdonarse a tiempo, esto es, que la caída del sol no los encuentre mutuamente disgustados. El ejercicio de las virtudes en la vida como esposos nunca puede marginar tres palabras: perdón, gracias y puedo. ¡Quien en la intimidad de la vida familiar  pide permiso no se rebaja a sí mismo sino que, más bien, manifiesta respeto y  reconoce eficazmente a quien ama de verdad!
El Santo Patrono de los abogados, San Ivo de Treguier, escribió doce consejos para sus colegas, dos de los cuales hoy se casan: “El abogado debe amar la justicia y la honradez tanto como la pupila de sus ojos” Los principales requisitos de un abogado son: sabiduría, estudio, diligencia, verdad, fidelidad y sentido de la justicia”. Aunque algunos lo coloquen en duda y se puedan sorprender: ¡Hay abogados que han sido canonizados! ¡Y no son pocos! ¡Tampoco demasiados! A partir de este día confiamos que el Señor les dará las gracias suficientes para que, dóciles al camino de santidad que les invita a recorrer como esposos alcancen a escuchar mutuamente: ¡Seréis bienaventurados! Amén.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario