NECESIDAD
DE LA VIDA RELIGIOSA.
1.
“No olvidéis que no podéis estar nunca lejos de la mirada de nuestro Dios”.
Queridos
hermanos y hermanas: Hoy, nos detenemos para contemplar la vida de la Fundadora
de las Religiosas Domínicas de la Presentación, la Madre Marie Poussepin. Viene
a nuestro recuerdo las palabras del insigne Gregorio Marañón, quien describió
la vivencia religiosa como una “Pasión de amor”. Es que resulta imposible
concebir la historia y vida de nuestra Iglesia sin la presencia de la Vida
Religiosa, la cual desde su origen, en formas no institucionalizadas
primeramente, y en seguida de manera organizada, ha permitido que ingente
cantidad de fieles, “dejando el mundo” hayan seguido a Cristo en la vida
religiosa, constatándose que hubo reinos enteros que -in ille tempore- parecían
un gran convento, y a la vez que hubo lugares que nacieron al alero de las
grandes abadías. Basta recordar que sólo en Castilla y León, durante el Siglo
XI hubo alrededor de 1800 monasterios, por lo que podemos afirmar que sin la
contribución decisiva de los consagrados en la vida religiosa, la Iglesia no
hubiera tenido, ni muy remotamente, la implantación profunda que ha experimentado
a lo largo de los siglos en naciones de culturas tan diversas.
A
tan delicada labor, si leemos el Evangelio con las advertencias que hizo el
Señor a sus discípulos, en orden a que el camino de la cruz era el único que conduciría a una perfecta
configuración con Cristo, si leemos la
vida de los apóstoles y las primeras noticias de las comunidades
reconocidamente cristianas del Siglo II, unívocamente nos llevan a tener
presente cómo habrá sido la persecución que los religiosos han sufrido, también
en épocas recientes a lo largo del mundo: desde el hostigamiento, pasando por
la persecución y martirio, hasta llegar a la marginación y olvido en la vida
presente.
En
1836, en España se dictó un decreto de exclaustración que se encaminaba a la
supresión de toda vida religiosa. Fueron obligados a abandonar sus casas, sus
hábitos, sus cantos y aulas…durante cuarenta años todas las comunidades
religiosas fueron ilegales en la Patria de la cual nos llegó el Evangelio y la
fe. ¡Qué decir de lo sucedido en 1793 en Francia, o en 1936 en España, donde
una de cada tres religiosas fueron
brutalmente martirizadas!
Por
cierto, no olvidando esta realidad, tan silenciada por el mundo y tan destacada
por el magisterio perenne, hemos reconocer que la vida religiosa actual se ve
gravemente cuestionada, no ya por causas exteriores de persecución, sino por
interiores realidades que afectan la misma fe. En Canadá, en la diócesis de
Québec, entre los años 1861 a 1981 descendió un 44% el número de consagradas,
lo cual nos lleva a afirmar que, de no cambiar tal curva, la vida religiosa en
aquella nación del Norte, en tres décadas más habrá perdido lo que tres siglos
tardó de construirse no sin la perseverante búsqueda de la santidad. La
presencia de religiosas y religiosos será un hermoso recuerdo. Ciertamente esta
realidad parece lejana a nuestra Patria, pero todo parece indicar que por esa
senda avanzamos, de no mediar una sustancial determinación de tomar fielmente
las enseñanzas del Magisterio para la santidad de la Iglesia y de la Vida
Religiosa.
En
el Concilio Vaticano Segundo se exhortó vivamente a toda religiosa a la
profesión de los tres votos que Nuestro Señor propuso en el Evangelio, de tal
manera que “no sólo muertos al pecado, sino también renunciando al mundo, vivan
únicamente para Dios” (Perfectae Caritatis, número 5). Por ello, la verdadera
renovación de la vida religiosa, lejos de ir de la mano a una acentuada
secularización de sus medios y fines, ha de encaminarse a una más perfecta
configuración con el único Modelo que es fuente de perfección como es,
Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.
Cuando
esta certeza se tiene, que hace que Cristo reine en todo y todos, nunca habrá
rendijas por donde pueda entrar una crisis de identidad, y no habrá espacio a
la duda vocacional. Si Cristo está con nosotros “¿Quién puede con nosotros: el
hambre, la duda, la incertidumbre, la desdicha?…en todo salimos victoriosos”
(San Pablo). Inmersos en el Corazón de Jesús, no en las entrañas de un mundo
caduco y con fecha de vencimiento, semejantes a los sentimientos del Corazón de
Cristo no cautivos por imitar las modas pasajeras, tan mutables como limitadas.
Esto llevará a una vida espiritual donde la renuncia al mundanismo conduzca en
plena libertad, con la certeza de un amor inmerso en el amor de Dios a destacar
en todo momento: la supremacía de la contemplación sobre la acción, la
necesidad de la mortificación y ayuno, la abnegación total de sí por la
obediencia, la orientación general de los fieles hacia la vida definitiva. De este
modo de vivir surgen naturalmente las vocaciones y no dejarán de florecer
nuevas flores que adornen la vida religiosa. Celebrar la festividad litúrgica
de la Beata Mariae Poussepin en este tiempo de primavera, es una invitación a
redoblar la intensidad en las plegarias
por nuevas y –sobre todo- santas vocaciones a la Vida Religiosa.
Ante
lo anterior, la inercia a la que conduce una falsa glorificación de la vida
secular, y la sistemática negación de quienes rechazan el origen en las
Escrituras de los consejos evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia, nada
podrán obtener si se procura vivir “sobre roca”, es decir, si cada familia
religiosa y cada una de quienes la integran reman para el mismo lado en la
vivencia de la fe. Ya se pueden multiplicar las novedades y experiencias en la
vida religiosa, más nada cambiará si no hay una transformación interior, no
olvidando en este sentido que, como acontece en el campo de una carrera, cuanto
más se corre equivocadamente, más lejos
se está de la meta. Entonces, si las novedades y experiencias no son adecuadas,
se profundiza el error y se aleja la alborada vocacional a la vida religiosa
que urge a nuestra Iglesia encontrar, pues “el Señor está a la puerta y llama”
(Apocalipsis).
Hoy
hacemos un apremiante llamado para promover las vocaciones a la Vida
Religiosa., pues como miembros de la Iglesia experimentamos la necesidad de una
entrega y dedicación a tiempo completo y con un corazón indiviso al servicio de
los más necesitados, desde el amor a Cristo y en el amor a Cristo. Las sentidas
lágrimas del mundo cristiano ante la partida de Juan Pablo Magno debe llevar a
un fiel compromiso en orden al seguimiento de sus enseñanzas, entre las cuales
señaló: “La Iglesia no tiene necesidad de religiosos deslumbrados por el
secularismo y los atractivos del mundo contemporáneo, sino de testigos
valientes e incansables apóstoles del Reino” (Discurso al Congreso de
Superiores Generales, dado el 26 de Noviembre de 1993). ¡Cuánta razón tiene
aquel antiguo canto del folclore nuestro: corazones partidos yo nos los quiero!
NECESIDAD
DE RELIGIOSAS.
2.
“Lleven dondequiera que sean llamadas, el conocimiento de Jesucristo y de sus
misterios
e inflamen todos los corazones, si es
posible, en el amor a su Divina Majestad” (M.P).
a).
Totalmente consagradas a Dios.
El
descubrir que la vida de la Iglesia no puede entenderse sin la existencia de la
Vida Religiosa, sin la experiencia de quien indivisamente se ha consagrado al
Reino de Dios, nos lleva a una necesaria valorización de la necesidad de tener
más religiosas, lo cual requiere una renovación espiritual, de una vivencia de
la universalidad de nuestra Iglesia y la extensión de la Caridad Fraterna. La
vida de los Apóstoles, desde que conocieron a Jesús, cambió sustancialmente, no
sólo por lo que ellos harían sino –sobre todo- por lo que ellos serían. Aquella
llamada que gratuitamente el Señor hizo, a la orilla del mar galileo a unos
pescadores, o en medio del caminar de unos peregrinos, hizo descubrir una
realidad y sintonía nacida de una vital consagración que luego se expresaría,
en forma creciente en la práctica de los consejos del Evangelio para
testimoniar, en toda la Iglesia, el espíritu de las Bienaventuranzas. Esto,
hermanos, exige una forma de vida que, incluyendo la renuncia al mundo y la
aceptación del sacrificio, conduzca a un estilo donde el esfuerzo y la ascesis
sean tan adecuados como constantes. ¡Esto es optar por Jesucristo! ¡Esto es
imitar a Cristo cuya vida fue cumplir la voluntad de su Padre! Por ello dijo.
“No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi Padre que está en los
cielos”.
Con
frecuencia podemos constatar cómo un hijo suele identificarse con sus padres.
De lo que dice o calla, de cómo habla y a quién habla. Si esto lo llevamos a la
realidad de la vida cristiana, asumimos que estamos llamados a decir, junto a
San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”. (Filipenses I,21); “no vivo yo, sino
que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas II,20). Cuando nuestra consagración
religiosa nace del amor de Dios, todo lo abraza, y no hay lugar parcelas
estériles e infecundas en el corazón, porque todo es irrigado por el Amor de
Dios que, “en el Espíritu Santo hace nuevas todas las cosas”. Sólo la entrega
radical en la vida consagrada le puede dar la lozanía a nuestra alma, donde la
fascinación y alegría sea una plegaria y ofrenda incesante en la vida
cotidiana. En tal sentido, si Cristo es el centro de nuestra vida, toda tiene
sentido y vale la pena seguirlo siempre: A qué puede temer y de qué puede dudar
aquel que se sabe consagrado y partícipe del misterio insondable de la
Redención. Entonces, si todo bautizado ha de tener a Cristo como referencia, de
manera especial lo estará quien ha sido llamado a “proporcionar un preclaro e
inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a
Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas” (Lumen Gentium, número 31).
Queridas
religiosas, el Magno Pontífice señaló que “la presencia de Dios se hace
transparente cuando el religioso se convierte en signo y portador de su amor
sobrenatural” (26 de Noviembre de 1993). Esto puede y debe ser buscado como
tarea principal con el cultivo de la vida espiritual, lo cual, lejos de mermar
importancia de la misión y vida pastoral, la centra en su justo fundamento.
Así, podemos afirmar que porque están consagradas es que son enviadas, tal como
dijo nuestro Señor: “Yo os he elegido…os destinado para que vayáis y deis
fruto” (San Juan XV,16). Es necesario transparentar en sus vidas la
trascendencia del Amor de Dios, y es la
renovación espiritual la que será “el cometido primero y más vital a que se
dedicarán” (Documento Perfectae Caritatis, número 2).
b).
Totalmente al servicio de la catolicidad.
Junto
a esta renovación espiritual, se requiere para que surjan nuevas y santas vocaciones
religiosas, vivir la universalidad de la Iglesia, confiadas en el camino
trazado por vuestra fundadora: “Haced siempre lo que podáis y pedid con
insistencia lo que aún no podáis. Dios no dejará de concederos todo lo que os
sea necesario, con tal que os conduzcáis de manera de obtenerlo” (Mariae
Poussepin). La bondad de Dios es
ilimitada, no se deja vencer en generosidad y siempre está concediendo nuevas
bendiciones a su Iglesia, lo que nos hace descubrir que todo don de Dios es
eclesial, pues, todo carisma es dado para el bien de toda la Iglesia, por lo
que no pueden ser encerrados en el ámbito personal o comunitario. Santo Tomás
de Aquino dijo: “el bien es esencialmente difusivo”, de tal manera que toda
gracia debe estar puesta al servicio de todos. Esto enseñó Santo Domingo de
Guzmán: “Amontonado el trigo, se corrompe; esparcido, fructifica”.
Fue
el Apóstol San Pablo, en la vida de la iglesia naciente, quien invitó a
reconocer que “a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu Santo, para
provecho común” (1 Corintios XII,7), por lo que entendemos que nuestra vida en
Cristo no puede darse sin la pertenencia de hecho a la Iglesia, fundada por
Cristo, como: una, santa, católica y apostólica. De manera semejante, existe
una utilidad común en las diversas vocaciones a la vida religiosa, por lo que
todo llamada verdadera a la vida religiosa ha de tener un sentido y valor
eclesial, para el bien –que es la santidad- de la comunidad de los creyentes.
La
vocación religiosa brota en la Iglesia y para la Iglesia, que como verdadero
Cuerpo Místico de Cristo, hace que cada uno tenga una función específica,
inconfundible e insustituible. Tal interdependencia es una verdadera comunión
de vida como Iglesia, tal como señaló el entonces Cardenal Montini al dirigirse
a las religiosas milanesas: “Sois la Iglesia en su más genuina, más auténtica,
más completa y más vibrante expresión” (11 de Febrero de 1961).
Más,
una consecuencia que nos conforta a pesar de los momentos de una verdadera
crisis de las vocaciones religiosas, es el hecho de que el fundamento y
permanencia de la vida consagrada, por medio de la profesión de los votos
sagrados de Pobreza, Castidad y obediencia no existen por creación del hombre
sino por inspiración misma de Dios, por lo podrán menguar, escasear
ostensiblemente las vocaciones, pero la Vida religiosa como tal no puede estar
en el futuro totalmente ausente en la vida de la Iglesia.
Cada
una de ustedes, queridas religiosas y consagradas, sabe que es Iglesia, y que
su consagración no sólo es importante sino vital para la vida presente y futura
de la fe en el mundo. Con gozo, ayer como hoy, experimentamos el hecho han
querido dedicar sus vidas a la extensión del Reino de Dios como una realidad
absoluta, plena, sin vuelta atrás, de tal manera que descubrimos una proporción
directa a la integridad de la vida de consagración a Dios, con la fecundidad
del apostolado y la santidad de nuestra Iglesia. Por ello vuestra Madre
fundadora, Mariae Poussepin decía: “Conservad la presencia de dios en todas
vuestras acciones, y para ello, habladle a menudo. Hablad de Él frecuencia y
renovad en todo momento la intención de hacerlo todo para su gloria”.
a).
Totalmente viviendo la Caridad Fraterna.
El
tercer aspecto para que surjan nuevas vocaciones, lo encontramos en el libro de
los hechos de los apóstoles, donde los primeros cristianos fueron reconocidos
por el fiel cumplimiento del mandato dado por Cristo en la Última Cena. Su
testamento fue: “amaos unos a otros como Yo os he amado”. Estas palabras calaron
tan profundamente en los Apóstoles y sus discípulos, que fue la característica
de identificación. Sin el marketing actual, la “huella digital” de los
cristianos fue la Caridad con mayúscula y sin recortes.
Al
momento de fundar la Congregación de las Domínicas de la Presentación, la Madre
escribió que “la Caridad debe ser el alma de la comunidad”, en íntima unión con
lo expresado en las Escrituras, las enseñanzas del Magisterio Pontificio, y las
necesidades de la nuestra Iglesia. ¡Centrad la vida comunitaria en la Caridad!
El
ser llamadas a testimoniar la Caridad, implica haber conocido a Cristo, haber
escuchado sus palabras, es decir, haberse dejado moldear por la gracia de Dios,
dando una respuesta fundada en la gracia misma de la llamada, por lo que la
vida religiosa actual no puede reducirse a un sentimiento o impulso temporal.
Aún más, diremos que la Vida Religiosa sólo se entiende si se vive totalmente
para Dios, con una permanente orientación por los intereses del Reino de Dios,
de tal manera que se procure vivir ya, desde ahora, aquella realidad sin fin de
estar ya, con Cristo en Dios, según lo enseñado por el Apóstol San Pablo:
“Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.
Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra”.
Amén.
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