domingo, 1 de junio de 2014

SIEMPRE CERCA DE LA MIRADA DE DIOS


 
FESTIVIDAD DE BEATA MARIE POUSSEPIN, FUNDADORA.
 

NECESIDAD DE LA VIDA RELIGIOSA.

1. “No olvidéis que no podéis estar nunca lejos de la mirada de nuestro Dios”. 

Queridos hermanos y hermanas: Hoy, nos detenemos para contemplar la vida de la Fundadora de las Religiosas Domínicas de la Presentación, la Madre Marie Poussepin. Viene a nuestro recuerdo las palabras del insigne Gregorio Marañón, quien describió la vivencia religiosa como una “Pasión de amor”. Es que resulta imposible concebir la historia y vida de nuestra Iglesia sin la presencia de la Vida Religiosa, la cual desde su origen, en formas no institucionalizadas primeramente, y en seguida de manera organizada, ha permitido que ingente cantidad de fieles, “dejando el mundo” hayan seguido a Cristo en la vida religiosa, constatándose que hubo reinos enteros que -in ille tempore- parecían un gran convento, y a la vez que hubo lugares que nacieron al alero de las grandes abadías. Basta recordar que sólo en Castilla y León, durante el Siglo XI hubo alrededor de 1800 monasterios, por lo que podemos afirmar que sin la contribución decisiva de los consagrados en la vida religiosa, la Iglesia no hubiera tenido, ni muy remotamente, la implantación profunda que ha experimentado a lo largo de los siglos en naciones de culturas tan diversas. 

A tan delicada labor, si leemos el Evangelio con las advertencias que hizo el Señor a sus discípulos, en orden a que el camino de la cruz era  el único que conduciría a una perfecta configuración con Cristo,  si leemos la vida de los apóstoles y las primeras noticias de las comunidades reconocidamente cristianas del Siglo II, unívocamente nos llevan a tener presente cómo habrá sido la persecución que los religiosos han sufrido, también en épocas recientes a lo largo del mundo: desde el hostigamiento, pasando por la persecución y martirio, hasta llegar a la marginación y olvido en la vida presente.  

En 1836, en España se dictó un decreto de exclaustración que se encaminaba a la supresión de toda vida religiosa. Fueron obligados a abandonar sus casas, sus hábitos, sus cantos y aulas…durante cuarenta años todas las comunidades religiosas fueron ilegales en la Patria de la cual nos llegó el Evangelio y la fe. ¡Qué decir de lo sucedido en 1793 en Francia, o en 1936 en España, donde una de  cada tres religiosas fueron brutalmente martirizadas! 

Por cierto, no olvidando esta realidad, tan silenciada por el mundo y tan destacada por el magisterio perenne, hemos reconocer que la vida religiosa actual se ve gravemente cuestionada, no ya por causas exteriores de persecución, sino por interiores realidades que afectan la misma fe. En Canadá, en la diócesis de Québec, entre los años 1861 a 1981 descendió un 44% el número de consagradas, lo cual nos lleva a afirmar que, de no cambiar tal curva, la vida religiosa en aquella nación del Norte, en tres décadas más habrá perdido lo que tres siglos tardó de construirse no sin la perseverante búsqueda de la santidad. La presencia de religiosas y religiosos será un hermoso recuerdo. Ciertamente esta realidad parece lejana a nuestra Patria, pero todo parece indicar que por esa senda avanzamos, de no mediar una sustancial determinación de tomar fielmente las enseñanzas del Magisterio para la santidad de la Iglesia y de la Vida Religiosa.

En el Concilio Vaticano Segundo se exhortó vivamente a toda religiosa a la profesión de los tres votos que Nuestro Señor propuso en el Evangelio, de tal manera que “no sólo muertos al pecado, sino también renunciando al mundo, vivan únicamente para Dios” (Perfectae Caritatis, número 5). Por ello, la verdadera renovación de la vida religiosa, lejos de ir de la mano a una acentuada secularización de sus medios y fines, ha de encaminarse a una más perfecta configuración con el único Modelo que es fuente de perfección como es, Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. 

Cuando esta certeza se tiene, que hace que Cristo reine en todo y todos, nunca habrá rendijas por donde pueda entrar una crisis de identidad, y no habrá espacio a la duda vocacional. Si Cristo está con nosotros “¿Quién puede con nosotros: el hambre, la duda, la incertidumbre, la desdicha?…en todo salimos victoriosos” (San Pablo). Inmersos en el Corazón de Jesús, no en las entrañas de un mundo caduco y con fecha de vencimiento, semejantes a los sentimientos del Corazón de Cristo no cautivos por imitar las modas pasajeras, tan mutables como limitadas. Esto llevará a una vida espiritual donde la renuncia al mundanismo conduzca en plena libertad, con la certeza de un amor inmerso en el amor de Dios a destacar en todo momento: la supremacía de la contemplación sobre la acción, la necesidad de la mortificación y ayuno, la abnegación total de sí por la obediencia, la orientación general de los fieles hacia la vida definitiva. De este modo de vivir surgen naturalmente las vocaciones y no dejarán de florecer nuevas flores que adornen la vida religiosa. Celebrar la festividad litúrgica de la Beata Mariae Poussepin en este tiempo de primavera, es una invitación a redoblar  la intensidad en las plegarias por nuevas y –sobre todo- santas vocaciones a la Vida Religiosa. 

Ante lo anterior, la inercia a la que conduce una falsa glorificación de la vida secular, y la sistemática negación de quienes rechazan el origen en las Escrituras de los consejos evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia, nada podrán obtener si se procura vivir “sobre roca”, es decir, si cada familia religiosa y cada una de quienes la integran reman para el mismo lado en la vivencia de la fe. Ya se pueden multiplicar las novedades y experiencias en la vida religiosa, más nada cambiará si no hay una transformación interior, no olvidando en este sentido que, como acontece en el campo de una carrera, cuanto más se  corre equivocadamente, más lejos se está de la meta. Entonces, si las novedades y experiencias no son adecuadas, se profundiza el error y se aleja la alborada vocacional a la vida religiosa que urge a nuestra Iglesia encontrar, pues “el Señor está a la puerta y llama” (Apocalipsis). 

Hoy hacemos un apremiante llamado para promover las vocaciones a la Vida Religiosa., pues como miembros de la Iglesia experimentamos la necesidad de una entrega y dedicación a tiempo completo y con un corazón indiviso al servicio de los más necesitados, desde el amor a Cristo y en el amor a Cristo. Las sentidas lágrimas del mundo cristiano ante la partida de Juan Pablo Magno debe llevar a un fiel compromiso en orden al seguimiento de sus enseñanzas, entre las cuales señaló: “La Iglesia no tiene necesidad de religiosos deslumbrados por el secularismo y los atractivos del mundo contemporáneo, sino de testigos valientes e incansables apóstoles del Reino” (Discurso al Congreso de Superiores Generales, dado el 26 de Noviembre de 1993). ¡Cuánta razón tiene aquel antiguo canto del folclore nuestro: corazones partidos yo nos los quiero!

NECESIDAD DE RELIGIOSAS.

2. “Lleven dondequiera que sean llamadas, el conocimiento de Jesucristo y de sus misterios

      e inflamen todos los corazones, si es posible, en el amor a su Divina Majestad” (M.P).

a). Totalmente consagradas a Dios.

El descubrir que la vida de la Iglesia no puede entenderse sin la existencia de la Vida Religiosa, sin la experiencia de quien indivisamente se ha consagrado al Reino de Dios, nos lleva a una necesaria valorización de la necesidad de tener más religiosas, lo cual requiere una renovación espiritual, de una vivencia de la universalidad de nuestra Iglesia y la extensión de la Caridad Fraterna. La vida de los Apóstoles, desde que conocieron a Jesús, cambió sustancialmente, no sólo por lo que ellos harían sino –sobre todo- por lo que ellos serían. Aquella llamada que gratuitamente el Señor hizo, a la orilla del mar galileo a unos pescadores, o en medio del caminar de unos peregrinos, hizo descubrir una realidad y sintonía nacida de una vital consagración que luego se expresaría, en forma creciente en la práctica de los consejos del Evangelio para testimoniar, en toda la Iglesia, el espíritu de las Bienaventuranzas. Esto, hermanos, exige una forma de vida que, incluyendo la renuncia al mundo y la aceptación del sacrificio, conduzca a un estilo donde el esfuerzo y la ascesis sean tan adecuados como constantes. ¡Esto es optar por Jesucristo! ¡Esto es imitar a Cristo cuya vida fue cumplir la voluntad de su Padre! Por ello dijo. “No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. 

Con frecuencia podemos constatar cómo un hijo suele identificarse con sus padres. De lo que dice o calla, de cómo habla y a quién habla. Si esto lo llevamos a la realidad de la vida cristiana, asumimos que estamos llamados a decir, junto a San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”. (Filipenses I,21); “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gálatas II,20). Cuando nuestra consagración religiosa nace del amor de Dios, todo lo abraza, y no hay lugar parcelas estériles e infecundas en el corazón, porque todo es irrigado por el Amor de Dios que, “en el Espíritu Santo hace nuevas todas las cosas”. Sólo la entrega radical en la vida consagrada le puede dar la lozanía a nuestra alma, donde la fascinación y alegría sea una plegaria y ofrenda incesante en la vida cotidiana. En tal sentido, si Cristo es el centro de nuestra vida, toda tiene sentido y vale la pena seguirlo siempre: A qué puede temer y de qué puede dudar aquel que se sabe consagrado y partícipe del misterio insondable de la Redención. Entonces, si todo bautizado ha de tener a Cristo como referencia, de manera especial lo estará quien ha sido llamado a “proporcionar un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas” (Lumen Gentium, número 31). 

Queridas religiosas, el Magno Pontífice señaló que “la presencia de Dios se hace transparente cuando el religioso se convierte en signo y portador de su amor sobrenatural” (26 de Noviembre de 1993). Esto puede y debe ser buscado como tarea principal con el cultivo de la vida espiritual, lo cual, lejos de mermar importancia de la misión y vida pastoral, la centra en su justo fundamento. Así, podemos afirmar que porque están consagradas es que son enviadas, tal como dijo nuestro Señor: “Yo os he elegido…os destinado para que vayáis y deis fruto” (San Juan XV,16). Es necesario transparentar en sus vidas la trascendencia  del Amor de Dios, y es la renovación espiritual la que será “el cometido primero y más vital a que se dedicarán” (Documento Perfectae Caritatis, número 2). 

b). Totalmente al servicio de la catolicidad.
Junto a esta renovación espiritual, se requiere para que surjan nuevas y santas vocaciones religiosas, vivir la universalidad de la Iglesia, confiadas en el camino trazado por vuestra fundadora: “Haced siempre lo que podáis y pedid con insistencia lo que aún no podáis. Dios no dejará de concederos todo lo que os sea necesario, con tal que os conduzcáis de manera de obtenerlo” (Mariae Poussepin).  La bondad de Dios es ilimitada, no se deja vencer en generosidad y siempre está concediendo nuevas bendiciones a su Iglesia, lo que nos hace descubrir que todo don de Dios es eclesial, pues, todo carisma es dado para el bien de toda la Iglesia, por lo que no pueden ser encerrados en el ámbito personal o comunitario. Santo Tomás de Aquino dijo: “el bien es esencialmente difusivo”, de tal manera que toda gracia debe estar puesta al servicio de todos. Esto enseñó Santo Domingo de Guzmán: “Amontonado el trigo, se corrompe; esparcido, fructifica”.

Fue el Apóstol San Pablo, en la vida de la iglesia naciente, quien invitó a reconocer que “a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu Santo, para provecho común” (1 Corintios XII,7), por lo que entendemos que nuestra vida en Cristo no puede darse sin la pertenencia de hecho a la Iglesia, fundada por Cristo, como: una, santa, católica y apostólica. De manera semejante, existe una utilidad común en las diversas vocaciones a la vida religiosa, por lo que todo llamada verdadera a la vida religiosa ha de tener un sentido y valor eclesial, para el bien –que es la santidad- de la comunidad de los creyentes.

La vocación religiosa brota en la Iglesia y para la Iglesia, que como verdadero Cuerpo Místico de Cristo, hace que cada uno tenga una función específica, inconfundible e insustituible. Tal interdependencia es una verdadera comunión de vida como Iglesia, tal como señaló el entonces Cardenal Montini al dirigirse a las religiosas milanesas: “Sois la Iglesia en su más genuina, más auténtica, más completa y más vibrante expresión” (11 de Febrero de 1961). 

Más, una consecuencia que nos conforta a pesar de los momentos de una verdadera crisis de las vocaciones religiosas, es el hecho de que el fundamento y permanencia de la vida consagrada, por medio de la profesión de los votos sagrados de Pobreza, Castidad y obediencia no existen por creación del hombre sino por inspiración misma de Dios, por lo podrán menguar, escasear ostensiblemente las vocaciones, pero la Vida religiosa como tal no puede estar en el futuro totalmente ausente en la vida de la Iglesia.

Cada una de ustedes, queridas religiosas y consagradas, sabe que es Iglesia, y que su consagración no sólo es importante sino vital para la vida presente y futura de la fe en el mundo. Con gozo, ayer como hoy, experimentamos el hecho han querido dedicar sus vidas a la extensión del Reino de Dios como una realidad absoluta, plena, sin vuelta atrás, de tal manera que descubrimos una proporción directa a la integridad de la vida de consagración a Dios, con la fecundidad del apostolado y la santidad de nuestra Iglesia. Por ello vuestra Madre fundadora, Mariae Poussepin decía: “Conservad la presencia de dios en todas vuestras acciones, y para ello, habladle a menudo. Hablad de Él frecuencia y renovad en todo momento la intención de hacerlo todo para su gloria”.

a). Totalmente viviendo la Caridad Fraterna.
 
El tercer aspecto para que surjan nuevas vocaciones, lo encontramos en el libro de los hechos de los apóstoles, donde los primeros cristianos fueron reconocidos por el fiel cumplimiento del mandato dado por Cristo en la Última Cena. Su testamento fue: “amaos unos a otros como Yo os he amado”. Estas palabras calaron tan profundamente en los Apóstoles y sus discípulos, que fue la característica de identificación. Sin el marketing actual, la “huella digital” de los cristianos fue la Caridad con mayúscula y sin recortes. 

Al momento de fundar la Congregación de las Domínicas de la Presentación, la Madre escribió que “la Caridad debe ser el alma de la comunidad”, en íntima unión con lo expresado en las Escrituras, las enseñanzas del Magisterio Pontificio, y las necesidades de la nuestra Iglesia. ¡Centrad la vida comunitaria en la Caridad!

El ser llamadas a testimoniar la Caridad, implica haber conocido a Cristo, haber escuchado sus palabras, es decir, haberse dejado moldear por la gracia de Dios, dando una respuesta fundada en la gracia misma de la llamada, por lo que la vida religiosa actual no puede reducirse a un sentimiento o impulso temporal. Aún más, diremos que la Vida Religiosa sólo se entiende si se vive totalmente para Dios, con una permanente orientación por los intereses del Reino de Dios, de tal manera que se procure vivir ya, desde ahora, aquella realidad sin fin de estar ya, con Cristo en Dios, según lo enseñado por el Apóstol San Pablo: “Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra”. 
Amén.

 

 

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